Por Germán Ayala Osorio, comunicador
social y politólogo
¿Qué
significa que un partido o movimiento político tenga el apellido o lleve el nombre de un
caudillo? Para dar respuesta a este interrogante, expongo algunos elementos
contextuales que harían posible que ese hecho político se dé, en un país como
Colombia.
Entre
dichos elementos aparecen el descentramiento de la política, la crisis de los
partidos políticos tradicionales, la baja cultura política de millones de
colombianos, el miedo a vivir en democracia y las relaciones patronales que establece
un ególatra mesiánico.
El
movimiento político que gira en torno a la ‘positiva’ imagen de quien fungió
como Mesías en el largo periodo presidencial (2002 y 2010), nació bajo el
nombre de Puro Centro Democrático. El término Puro fue retirado del nombre
‘oficial’ de la micro empresa electoral, porque hacía pensar en que cerraba las
puertas a quienes desde otras orillas ideológicas e incluso, desde disímiles
orígenes identitarios (étnicos, raciales), desearan hacer parte de esta opción
política en donde caben ideas de derecha y de ultraderecha.
Por
ello, se tomó la decisión de llamarlo Centro Democrático[1]
(CD), con el claro propósito de mandar una idea de que el movimiento no es de
derecha y menos de ultraderecha, sino de Centro. La primera mutación en el
nombre se daba en medio de las especulaciones de si el ex presidente Uribe
Vélez participaría o no en una lista al Senado de la República, que se elegirá
en 2014.
Superada
la ‘encrucijada del alma’ del ex presidente Uribe y presentada públicamente su
lista cerrada al Senado, sus áulicos, el profundo egocentrismo del ex
mandatario, su adicción al poder y la pobreza de criterio de quienes siguen la
causa individual del ‘negativo’ líder político, sirvieron de acicate para que
hoy dicho movimiento ya no se llame Centro Democrático (CD), sino Uribe Centro
Democrático (UCD).
La
nueva denominación no sólo se da por criterios de marketing político y de
franco reconocimiento político a la figura que encarna Álvaro Uribe Vélez, sino
que obedece a un complejo contexto social y político en donde claramente la
política se descentró, gracias en parte a
que la economía la desplazó como eje articulador de decisiones y de toma
de conciencia ciudadana, pero también, gracias a la crisis en la que cayeron
los partidos políticos después del Frente Nacional; de igual manera, hay que
reconocer que dicho movimiento político se inspira en un anacrónico
caudillismo, propio de sociedades escindidas, empobrecidas culturalmente, que
exhiben profundos problemas en sus procesos civilizatorios y de socialización,
de allí que necesiten y pidan a gritos la presencia de un líder que, más que un
caudillo, se erige como un burdo Patrón que los guíe hacia un puerto seguro.
Históricamente,
la élite y la clase dirigente colombianas exhiben un profundo miedo a la
democracia. Su poder lo han conseguido, justamente, limitando las acciones
estatales (de gobiernos) que han buscado en algo ampliar y profundizar la democracia,
de acuerdo con el ordenamiento constitucional de 1991. Élite y clase dirigente
han cooptado el Estado para hacerlo fuerte cuando han necesitado servirse de su
fuerza impositiva y coercitiva, para someter a quienes desde abajo, han
pretendido cambiar el orden establecido.
Si
bien AUV no pertenece a esa élite tradicional, si logró ganarse un lugar,
gracias, inicialmente a la acumulación de bienes y tierras y posteriormente, a
que sus decisiones de gobierno que estuvieron encaminadas a mantener y ampliar
los privilegios de una voraz y mezquina clase dirigente, política, económica y
empresarial. Esa misma élite de poder apoya la aventura electoral de Uribe
Vélez, a pesar de su origen emergente, porque sabe que desde el Congreso podrá
el ex mandatario ponerle obstáculos al proceso de refrendación
jurídico-político que de todas formas deberá darse una vez se firme la paz
entre el Gobierno de Santos y las Farc.
Es
decir, Uribe Centro Democrático (UCD) intentará hacerse con el Congreso, para
luego, en 2018, recuperar el poder presidencial (la Casa de Nari, así sea en
cuerpo ajeno) y por esa vía, ‘recomponer’ el camino, que no es otro que el de
desmontar el Estado Social y Democrático de Derecho, para instalar un régimen
acorde con el complejo contexto cultural y político de una sociedad como la
colombiana que claramente pide la presencia del caudillo, del Patrón, del Mesías.
Parece claro que millones de colombianos piden a
gritos que ese incontrastable Patrón les diga qué hacer, cómo pensar, cómo actuar,
es decir, su soñado Estado de Opinión, que no es más que la expresión de una
democracia social, política y económica restringida a los deseos y caprichos de
quien, desde un imaginado trono, decide quién vive y en qué condiciones.
[1] Así
lo anunció EL ESPECTADOR, edición digital: http://www.elespectador.com/noticias/politica/movimiento-uribista-cambio-de-nombre-uribe-centro-democ-articulo-449532
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