YO DIGO SÍ A LA PAZ

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martes, 1 de octubre de 2013

URIBE CENTRO DEMOCRÁTICO: EL PATRÓN DE LOS COLOMBIANOS

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

¿Qué significa que un partido o movimiento político tenga el apellido o lleve el nombre de un caudillo? Para dar respuesta a este interrogante, expongo algunos elementos contextuales que harían posible que ese hecho político se dé, en un país como Colombia.

Entre dichos elementos aparecen el descentramiento de la política, la crisis de los partidos políticos tradicionales, la baja cultura política de millones de colombianos, el miedo a vivir en democracia y las relaciones patronales que establece un ególatra mesiánico.

El movimiento político que gira en torno a la ‘positiva’ imagen de quien fungió como Mesías en el largo periodo presidencial (2002 y 2010), nació bajo el nombre de Puro Centro Democrático. El término Puro fue retirado del nombre ‘oficial’ de la micro empresa electoral, porque hacía pensar en que cerraba las puertas a quienes desde otras orillas ideológicas e incluso, desde disímiles orígenes identitarios (étnicos, raciales), desearan hacer parte de esta opción política en donde caben ideas de derecha y de ultraderecha.

Por ello, se tomó la decisión de llamarlo Centro Democrático[1] (CD), con el claro propósito de mandar una idea de que el movimiento no es de derecha y menos de ultraderecha, sino de Centro. La primera mutación en el nombre se daba en medio de las especulaciones de si el ex presidente Uribe Vélez participaría o no en una lista al Senado de la República, que se elegirá en 2014.

Superada la ‘encrucijada del alma’ del ex presidente Uribe y presentada públicamente su lista cerrada al Senado, sus áulicos, el profundo egocentrismo del ex mandatario, su adicción al poder y la pobreza de criterio de quienes siguen la causa individual del ‘negativo’ líder político, sirvieron de acicate para que hoy dicho movimiento ya no se llame Centro Democrático (CD), sino Uribe Centro Democrático (UCD).

La nueva denominación no sólo se da por criterios de marketing político y de franco reconocimiento político a la figura que encarna Álvaro Uribe Vélez, sino que obedece a un complejo contexto social y político en donde claramente la política se descentró, gracias en parte a  que la economía la desplazó como eje articulador de decisiones y de toma de conciencia ciudadana, pero también, gracias a la crisis en la que cayeron los partidos políticos después del Frente Nacional; de igual manera, hay que reconocer que dicho movimiento político se inspira en un anacrónico caudillismo, propio de sociedades escindidas, empobrecidas culturalmente, que exhiben profundos problemas en sus procesos civilizatorios y de socialización, de allí que necesiten y pidan a gritos la presencia de un líder que, más que un caudillo, se erige como un burdo Patrón que los guíe hacia un puerto seguro.

Históricamente, la élite y la clase dirigente colombianas exhiben un profundo miedo a la democracia. Su poder lo han conseguido, justamente, limitando las acciones estatales (de gobiernos) que han buscado en algo ampliar y profundizar la democracia, de acuerdo con el ordenamiento constitucional de 1991. Élite y clase dirigente han cooptado el Estado para hacerlo fuerte cuando han necesitado servirse de su fuerza impositiva y coercitiva, para someter a quienes desde abajo, han pretendido cambiar el orden establecido.

Si bien AUV no pertenece a esa élite tradicional, si logró ganarse un lugar, gracias, inicialmente a la acumulación de bienes y tierras y posteriormente, a que sus decisiones de gobierno que estuvieron encaminadas a mantener y ampliar los privilegios de una voraz y mezquina clase dirigente, política, económica y empresarial. Esa misma élite de poder apoya la aventura electoral de Uribe Vélez, a pesar de su origen emergente, porque sabe que desde el Congreso podrá el ex mandatario ponerle obstáculos al proceso de refrendación jurídico-político que de todas formas deberá darse una vez se firme la paz entre el Gobierno de Santos y las Farc.

Es decir, Uribe Centro Democrático (UCD) intentará hacerse con el Congreso, para luego, en 2018, recuperar el poder presidencial (la Casa de Nari, así sea en cuerpo ajeno) y por esa vía, ‘recomponer’ el camino, que no es otro que el de desmontar el Estado Social y Democrático de Derecho, para instalar un régimen acorde con el complejo contexto cultural y político de una sociedad como la colombiana que claramente pide la presencia del caudillo, del Patrón, del Mesías.

Parece claro que millones de colombianos piden a gritos que ese incontrastable Patrón les diga qué hacer, cómo pensar, cómo actuar, es decir, su soñado Estado de Opinión, que no es más que la expresión de una democracia social, política y económica restringida a los deseos y caprichos de quien, desde un imaginado trono, decide quién vive y en qué condiciones.

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