Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Desde las lógicas e intereses de
actores económicos locales y regionales, se vienen diseñando planes para
Buenaventura. Se echan al aire globos de crecimiento económico, a espaldas de
una realidad social y política inocultable: extrema pobreza, múltiples
violencias y Estado local colapsado. En esos globos van propuestas como
convertir a Buenaventura en un puerto
que supere los rendimientos de sus ‘similares’ de El Callao y Valparaíso.
Singapur aparece como referente para darle a la ciudad costera el giro estético
y logístico con el que sueñan la Cámara de Comercio y la Sociedad Portuaria,
entre otros. Ahora quieren posicionar a Buenaventura como la capital de la Alianza
Pacífico.
Iniciativas todas que se piensan
a espaldas de las complejas condiciones de vida que se presentan hoy en
Buenaventura. Obras como el Malecón y el bulevar Bahía de la Cruz, la
terminación de la doble-calzada y los constantes y costosos dragados del canal
de acceso, entre otras, parecen caminar de forma paralela a los problemas de
convivencia, de seguridad, de orden público, de pobreza y de incertidumbres
sociales que Buenaventura exhibe de
tiempo atrás y que guardan relación con los cambios sociales, políticos y
ambientales que se están produciendo a lo largo y ancho de la región Pacífico.
Buenaventura es receptora de una
población que internamente migra desde varios puntos de la región Pacífico. Una población sedienta que, mediante protestas sociales,
ha llamado la atención sobre sus necesidades como el acceso a agua potable y
mejores servicios sociales. Igualmente, el Puerto es escenario de sangrientas
disputas entre bandas criminales y narcotraficantes, que actúan con el silencio
cómplice de un Estado local que no ha podido erigirse como un orden legítimo
capaz de guiar a la sociedad local hacia otras formas de vida y convivencia.
La pequeña y la gran minería
deambulan por meandros y selvas en una región biodiversa en la que históricamente
el Estado brilla por su ausencia o por su asombrosa incapacidad. Los nocivos
efectos ambientales que se vienen produciendo a las cuencas de los numerosos
ríos que buscan el océano Pacífico, hacen que el dragado del canal de acceso de
la Bahía se convierta en una actividad constante y costosa, dadas las
dimensiones que viene adquiriendo la sedimentación, producida por la tierra que
se ‘lava’ por la sistemática deforestación.
Antes de echar globos y de
diseñar en maquetas la Buenaventura que sueñan los actores económicos, bien
valdría la pena primero observar y estudiar muy bien los problemas que afronta
Buenaventura, para luego intervenirlos. Para ello, se requiere voluntad
política de los gobiernos nacional, regional y local, con miras a convocar a
las universidades públicas y privadas asentadas en la región, para que a través
de procesos investigativos, interpretativos y de intervención se logre avanzar
en la ‘pacificación’ y en la discusión de ideas de ‘progreso y desarrollo’ que
tengan en cuenta las cosmovisiones de las comunidades afrodescendientes
asentadas en el Puerto. Ahora bien, no se requieren más diagnósticos, sino
acciones concretas y permanentes en el tiempo, eso sí, sobre la base de
consensos sociales logrados con las comunidades de base.
Dejar que únicamente actores
económicos sueñen con una idea de Buenaventura, alejada de su historia, de sus
valores ancestrales, de su presente y sobre todo, apartada de los intereses y
perspectivas de vida de sus habitantes, es insistir en la construcción de una
ciudad-puerto que discrimina y arrincona a quienes han soportado de tiempo
atrás la imposición de proyectos de desarrollo que se piensan por fuera de las
dinámicas culturales, sociales, económicas y políticas no sólo del Puerto, sino
de las zonas que conforman el Chocó Biogeográfico. La deuda histórica que el
Estado y la nación tienen con Buenaventura y con la región pacífico no sólo se
mantiene, sino que seguirá creciendo, así mañana se decrete que Buenaventura es
la capital de la Alianza Pacífico.
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