YO DIGO SÍ A LA PAZ

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jueves, 4 de septiembre de 2014

A PROPÓSITO DE LOS PESOS Y CONTRA PESOS DE SANTOS

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

El Presidente Santos cree que los pesos y contrapesos de la Democracia se garantizan, exclusivamente, a través de cambios en funciones nominales de magistrados de las altas cortes, del Senado, e incluso, las ya estipuladas y las nuevas que se le asignen al Presidente en el proyecto de reforma política que pronto discutirá el Congreso, en el que incluye la eliminación de la reelección presidencial.

El marco constitucional, afectado por numerosas reformas desde la promulgación de la Carta Política en 1991, está instalado y funciona en un contexto cultural en el que hay que buscar las razones para que el Estado colombiano devenga débil e incapaz de erigirse como un orden justo y legítimo. De igual manera, para encontrar las circunstancias que hacen posible que la sociedad en su conjunto devenga apática, ignorante y escindida en torno a asuntos públicos de especial interés general.

Por supuesto que el diseño del Estado y el funcionamiento mismo de las estructuras de poder que lo sostienen son claves para lograr un equilibrio entre los tres poderes públicos, pero el régimen presidencialista suele dar al traste con cualquier iniciativa de regulación y de cambio de las co-relaciones de fuerza que se dan entre grupos de interés que históricamente se han hecho con el Estado para lucrarse de él e imponer una lógica mafiosa de cooptación.

Habría que examinar primero quién pone los presidentes en Colombia y la crisis de representación que arrastran quienes se han sentado en el Solio de Bolívar, a gobernar para unos pocos. Y allí aparece la variable cultural. La idea de país, de nación y de Estado que tiene la élite económica que pone presidentes en Colombia es premoderna y anclada de muchas maneras a prácticas patrimonialistas y a una idea de orden cercana a la promovida por los anteriores señores feudales. Allí mismo se expone y se disemina una idea de país desde la lógica de una masculinidad cultivada sobre el sometimiento de la mujer, de lo femenino, pero también del débil, de unos Otros que deben ser vencidos, perseguidos, cooptados, sometidos y excluidos por su origen étnico y social, capacidad económica, y filiación política. Todo lo anterior a través de ejercicios de violencia física y simbólica.

No se cambia el estado de cosas inconstitucional generalizado en el que vivimos de tiempo atrás en Colombia, entregándole al Presidente la capacidad nominadora de quienes estarán al frente de órganos de control y de investigación.  No. Lo que debe pasar es que el país conozca y comprenda el tipo de Estado  y de nación que se ha construido gracias a la guía de una élite sucia, usurera, cicatera, matrera, ladina, mezquina, avara, corrupta, permisiva, precapitalista y con una conciencia ambiental instalada y sumergida en las subculturas arriera, ganadera, agroindustrial y minera. Esa misma conciencia ambiental que hoy tiene al país sumergido en un desarrollo extractivo criminal, que en el corto y mediano plazo generará nuevos conflictos socio ambientales.


Podrá el actual Congreso de la República y el que elijamos en cuatro años tramitar reformas constitucionales para garantizar el pretendido equilibrio de poderes que hoy le preocupa al Presidente Santos. Pero dichas modificaciones serán inocuas hasta tanto la variable cultural no sea atendida de manera responsable, con miras a cambiar las prácticas políticas, sociales y económicas. .

Y es que en ese órgano legislativo poco se discuten asuntos claves para reordenar e incluso, repensar el Estado y el devenir de la Nación. Asuntos como el territorio, las territorialidades, las cosmovisiones de indígenas y afros, y sus proyectos de vida colectivos; de igual manera, la colcha de países que co existen dentro del territorio nacional apenas si es reconocida a través de una representación territorial lograda a través de prácticas clientelistas y mafiosas.

Reducimos lo cultural a festivales gastronómicos, a ferias, a manifestaciones localizadas, que solo sirven para encasillar y estigmatizar y para insistir en una vieja justificación con la que intentamos explicar porqué tenemos tantas dificultades para consolidar un proyecto de nación incluyente: es que somos un país de países, por aquello de que cada región es una Colombia distinta. Tanto es así, que hablamos de país vallecaucano, país paisa… Tantas ideas de país que solo sirven para ocultar la incapacidad histórica de la élite bogotana que justifica e insiste en el centralismo bogotano y las élites ‘espejos’ que en cada región hacen ingentes esfuerzos para mantener dicho centralismo y por ese camino, las grandes diferencias que existen entre el centro y la periferia.

El equilibrio de poderes será posible cuando la élite militar, económica, social y política tradicional por fin tenga una idea de justicia que extienda y haga llegar el orden jurídico, el imperio de la ley a todas las regiones del país. Será posible el equilibrio de poderes cuando esa élite modifique y transforme su idea de Estado Social de Derecho, en la perspectiva de ceder poder y riqueza para garantizar avances de una democracia social, política y económica que deviene precaria.


Insisto, el asunto del equilibro de poderes debe pasarse por el harnero de la cultura. Quizás allí encontremos explicaciones a ese perverso individualismo con el que actuamos en público y en relación con lo público; y sobre todo, a esas prácticas mafiosas y corruptas que la élite ha impuesto y ha permitido para garantizar su otoñal poder y someter no sólo a millones de colombianos, sino a un país biodiverso, ambiental y culturalmente, que bien merece otro orden, otro Régimen de poder.


Imagen tomada de Semana.com

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