Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
El ejercicio de opinar en medios masivos siempre estará atado a la
política editorial y a los intereses de editores y propietarios. Y estos intereses
pueden ser de tipo económico, político e incluso, de clase. Estos últimos,
conectados a relaciones de amistad, amparadas a su vez, en orígenes de clase de
editores y propietarios que terminan, en una sociedad profundamente clasista
como la colombiana, en la consolidación de “roscas” o círculos muy cerrados de
poder desde donde se genera información y se incide en la llamada opinión
pública.
Por lo anterior, es casi un
privilegio escribir (opinar) en revistas y periódicos de circulación masiva
como EL TIEMPO, EL ESPECTADOR y/o la revista SEMANA. Y más cuando en Colombia
el “gran periodismo” se concentra en Bogotá.
Opinar, entonces, no sólo es una
acción propia de la subjetividad de quien se atreve a hacerlo, sino que supone
un ejercicio vigilante de aquellos círculos de poder que están ahí para poner
límites a los columnistas, en especial aquellos que si bien se les reconoce
como buenos columnistas y periodistas, no tienen el linaje y los apellidos de
quienes hacen parte de esos cerrados círculos de poder. Éstos, en cualquier
momento, pueden convertirse en censores de otros columnistas.
De allí que haya prácticas de
censura y autocensura. Por ejemplo, el columnista sabe que ciertos temas no los
puede ventilar en su espacio habitual dentro de las páginas de opinión de un
diario o revista. En su momento, Claudia López[1]
criticó el tratamiento periodístico-noticioso que EL TIEMPO dio a
los hechos relacionados con el escándalo de Agro Ingreso Seguro. Entonces, las
directivas de este diario decidieron cerrarle el espacio de opinión a la hoy Congresista.
Son muchos los casos. Baste con recordar lo sucedido con Hernando Llano Ángel y
Ramiro Bejarano[2], censurados por el diario
EL PAÍS; y EL COLOMBIANO, cuando hizo lo propio con Javier Darío Restrepo.
Hace unos días la revista Semana
decidió no contar más con las columnas de Jorge Gómez Pinilla
(@jorgomezpinilla), habitual colaborador de la publicación on line. La decisión
editorial se originaría por una reciente opinión, publicada en la revista Semana.com,
en la que Jorge Gómez criticó a la reconocida columnista María Isabel Rueda,
quien hace parte de un círculo cerrado de periodistas muy cercanos al
Establecimiento y con algún poder de influencia en la construcción de opinión
pública.
En reciente artículo publicado en
el portal Las 2 orillas, Gómez Pinilla explicó así su salida de Semana.com: “Se me ha informado que el motivo de mi
retiro fue la columna titulada “María
Isabel Rueda y su fábrica de mala leche[3]”, no por haber usado la expresión ‘mala
leche’ sino porque se habría interpretado como insulto cuando dije de la
columnista que “se está convirtiendo a pasos agigantados en la Negra Candela de
la política. Lo primero a dilucidar es quién consideró que eso era un insulto.
¿Semana? Si así hubiera sido, la columna no se habría publicado, en sujeción a
sus políticas editoriales. Y ello de ningún modo se puede considerar censura,
sino acatamiento a una norma. Pero ocurre que la interpretación de insulto se
dio después de su publicación. Así que, si hubo una persona a quien le pudo
resultar insultante esa expresión, fue a la directamente aludida”[4].
Si resulta cierto lo que le
dijeron a Gómez Pinilla, que a él no lo
sacó Felipe López, sino María Isabel Rueda, tal y como se lee en la nota
publicada en Las 2 Orillas, entonces es claro que la periodista apeló a su
círculo cerrado de poder, para sacar del espacio de opinión al columnista que
se "atrevió" a criticarla. Creo que la periodista debió contestar la columna de
Gómez Pinilla y bien que lo pudo hacer, solicitando a Semana que le abriera un
espacio para responderle a quien tuvo la “osadía” de confrontarla de esa manera.
Es una lástima que por cuestiones
de poder, clase y ego se cierre el
espacio a un columnista. Circuló, horas después de la decisión editorial, la
versión, entregada al propio Gómez Pinilla por un periodista, que al parecer su
salida se debió a una “reestructuración” interna de la revista Semana. Poco
creíble esa “razón”.
Sin
duda, un caso más de censura, esta vez producido por cuestiones de clase
(amistad) de Felipe López con la reconocida y al parecer poderosa periodista. Creo
que Semana se equivocó. Si ya había publicado la columna, ¿por qué de repente,
y muy seguramente ante la molestia que causó en la periodista María Isabel
Rueda lo dicho por Gómez Pinilla, Semana decide no contar más con el
columnista quien desde 2010 colaboraba con la prestigiosa revista?
Cualquiera sea la explicación que
la revista dé (no está obligada a hacerlo), es
claro que Gómez Pinilla tocó a quien no debía tocar. Es decir, dentro
del periodismo bogotano hay “vacas sagradas” y/o “vedettes” que nadie que esté
por fuera de los cerrados círculos de poder periodístico capitalino, puede osar
criticar como lo hizo el columnista.
Este caso bien debería ser
recogido en las Facultades de Periodismo para mostrar a los estudiantes las
circunstancias en las que se genera opinión pública desde un medio masivo. Y
para que entiendan las contradicciones en las que suelen caer los periodistas.
Resulta contradictorio que
existan periodistas con poca capacidad de autocrítica, especialmente, aquellos
que de manera permanente examinan y enjuician a miembros del poder político,
mientras buscan consolidar círculos de presión y de poder en donde deciden quién debe escribir y en qué
tono. Insisto en que este episodio es, por lo menos, vergonzoso y sirve para
confirmar que en el periodismo[5] hay
periodistas de primera, de segunda, de tercera…
Foto tomada del portal Las 2 Orillas.
[3] Véase http://www.semana.com/opinion/articulo/maria-isabel-rueda-su-fabrica-de-mala-leche-opinion-de-jorge-gomez-pinilla/410146-3
[5] Claro, no sólo en el periodismo,
sino en otros oficios y ámbitos de la
vida humana.
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