Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
El cese unilateral al fuego,
decretado por las Farc desde finales de 2014, es una expresión significativa del
desescalamiento del conflicto. Falta tan solo que Santos dé la orden a los
comandantes de las Fuerzas Armadas para que asistamos al esperado cese
bilateral del fuego y por esa vía, se acerque la firma del fin del conflicto
armado entre el Estado y las Farc. Allí Santos demostrará si realmente tiene el
control y la unidad de mando de las Fuerzas Armadas.
Eso sí, hay que esperar que
unidades farianas cumplan con lo establecido por el Secretariado y que las fuerzas militares disminuyan los
operativos como una forma de corresponder al gesto del enemigo interno, y por
esa vía, consolidar el desescalamiento de las hostilidades. Incluso, que esta
postura sea respetada por aquellos grupos radicales que bien pueden existir
dentro de las Farc y dentro de las propias fuerzas militares. No se necesita que el Presidente, en su
calidad de Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas, dé la orden de cesar los operativos
militares. Tan solo se necesita de la razonable decisión de los oficiales con
mando de tropa, para no atacar a las Farc, manteniendo una prudente distancia
de los campamentos en los que puedan estar “concentrados” los guerrilleros. Es
cuestión de conservar la vida y por ese camino, aportar de manera significativa
al proceso de paz.
En las circunstancias en las que
transcurre este conflicto armado interno ha sido posible constatar “ceses
bilaterales no declarados”, que se dan y se explican por decisiones que toman
tanto oficiales del Ejército, como comandantes guerrilleros, en precisos
momentos de las vidas de estos hombres en armas.
La breve historia que voy a
contar a continuación, tiene un doble propósito: de un lado, invitar a los
soldados de la Patria, a que dejen de lado la búsqueda de resultados
operacionales (léase, “dar de baja” o matar al enemigo), y silencien sus
fusiles, mientras se firma el fin del conflicto. Los exhorto a que cuiden sus
vidas y que piensen por un instante que los problemas del país no se
solucionarán matando guerrilleros. El otro propósito de esta columna es rendir
homenaje a quien desde algún lugar del universo, vigila y guía mi vida y
decisiones.
Voy a contar el caso de un
Oficial del Ejército, del arma de la Caballería, que en una ocasión estableció
una especie de “pacto de no agresión” con unidades de las Farc que rodeaban al
municipio de Morales (Cauca), pueblo que
el Oficial cuidaba y patrullaba con sus tanques Cascabel y Urutú.
Dicho “pacto de no agresión” se
dio de esta manera. El Oficial, casado y con tres hijos, patrullaba la zona de
Morales, en el departamento del Cauca. Ubicado a las afueras del municipio, y
en plena época de navidad, lo visitó un niño de unos 14 años de edad. El
muchacho llevaba un mensaje de un comandante guerrillero, que desde las
montañas cercanas vigilaba los movimientos de dicha unidad militar. El joven
informó al Oficial que los guerrilleros estaban arriba en la montaña. La
respuesta del entonces Capitán fue clara: dígales que mientras no se metan con
el pueblo y con su gente, no hay problema.
Aunque el desenlace en esta
ocasión fue feliz, años después, en absurdas circunstancias, el entonces
Capitán murió en una base en zona montañosa de Jamundí ( murió en el grado de Mayor). Paz en la tumba de ese
hermano que le sirvió a un país que en esos momentos le apostaba a la guerra y
al triunfo militar. Como me hubiera gustado hoy, discutir con él, las
circunstancias en las que transcurren las negociaciones de paz en La Habana.
De esta forma, guerrilleros y
militares, en esa zona y en ese específico contexto territorial y cultural
(época de navidad), “pactaron no agredirse”.
Esa misma actitud la podrían asumir oficiales que tengan hoy bajo su
mando unidades contraguerrillas. Resulta innecesario poner en riesgo las vidas
de jóvenes soldados profesionales, suboficiales y oficiales cuando la
negociación con las Farc avanza en La Habana y se vislumbra el fin del conflicto.
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