Germán Ayala Osorio[1]
Resumen
El autor siguió y analizó las posturas editoriales
asumidas por los periódicos colombianos EL PAÍS, EL TIEMPO y EL ESPECTADOR,
frente al inicio y el devenir del proceso de paz de La Habana. Se establecieron
diferencias entre las posturas asumidas por los tres medios escritos masivos.
Diferencias que bien pueden estar relacionadas con el origen ideológico y/o la
orientación ideológica que cada medio ha venido defendiendo históricamente. Este
artículo hace parte del Cuaderno de Trabajo Temático número 1, publicado por la
Universidad Autónoma de Occidente y el CIER. Por lo tanto, si al lector le
interesa conocer más acerca de este tema, puede remitirse a dicho documento[2].
Palabras
claves
Periodismo,
política editorial, proceso de paz de La Habana, conflicto armado interno.
Introducción
La función de los medios y el discurso
periodístico-noticioso que de aquella se despende exhibe, fundamentalmente, dos
ámbitos que coexisten no siempre de manera armónica y muchos menos constituyen
una sola unidad de sentido. Estos son: el ámbito informativo en donde se
registran unos hechos previa y arbitrariamente calificados como noticiables y
que luego se convierten en noticiosos, con los que las empresas mediáticas y
los periodistas pretenden dar cuenta de la verdad
de unos sucesos que consideran son de
interés público y con los cuales (re) construyen lo que comúnmente se llama
realidad.
Y el otro ámbito es el de la opinión, en el que
sobresalen, de un lado, los ejercicios subjetivos de los columnistas que el
medio escrito ‘invita’ a escribir en sus páginas y del otro, un ejercicio
igualmente subjetivo, pero que deviene investido de legitimidad histórica,
asociada a la credibilidad del medio y del significado que política y
periodísticamente se le reconocen a los editoriales. Esto es, las posturas que
el medio masivo escrito asume frente a hechos públicos de especial
trascendencia.
Así entonces, el ámbito de la opinión tiene dos
caras. La de los columnistas que cada cierto tiempo exponen sus ideas, y la del
medio, que a través del tipo textual Editorial asume posturas política y
periodísticamente valoradas por sectores reducidos de la sociedad. No son estos
los tiempos en los que los editoriales generan crisis políticas, reacciones
violentas de líderes de carteles de la mafia[3] o
remezones con claras implicaciones en el ejercicio del poder político
centralizado bien en Bogotá, o en algunas capitales de departamento. A pesar de
ello, los editoriales aún guardan un valor político, periodístico y académico
que de alguna manera, con este texto, se quiere reconocer.
Las posturas editoriales que suelen asumir los medios
escritos alrededor de asuntos públicos de especial interés, aparentemente
tienen cada vez menos trascendencia social y política a juzgar por el poco
interés que suscitan en unas audiencias cada vez más subsumidas por las
dinámicas y el consumo de las redes sociales y el uso de las nuevas tecnologías
con fines de entretenimiento. Sin embargo, esas posturas mantienen un interés
académico y periodístico, así su impacto político se reduzca a reuniones
cerradas de partidos políticos, cócteles a los que asisten miembros de
reducidas élites, e incluso, en reuniones ministeriales en la Casa de Nariño; o
en instituciones de gobierno en los ámbitos local y regional.
Los o las editoriales publicadas por los medios
escritos pueden convertirse en piezas periodísticas con gran valor histórico y
político, en especial cuando se hace historiografía, así como análisis
políticos alrededor de los asuntos y/o hechos públicos (políticos) que dieron
lugar o motivaron la escritura de esos
editoriales.
Dado que las conversaciones de paz que se adelantan
en La Habana, Cuba, entre el Gobierno de Juan Manuel Santos Calderón y la
cúpula de las Farc son en sí mismas un hecho político y periodístico-noticioso
de especial trascendencia, resulta de gran valor académico registrar y
descifrar los discursos que dieron vida a los editoriales que en torno al
proceso de paz publicaron tres masivos escritos colombianos: EL PAÍS, EL
ESPECTADOR y EL TIEMPO.
Este documento[4]
responde a un ejercicio de análisis que transita por los ámbitos de la
hermenéutica y el análisis político y periodístico. El ejercicio analítico está
soportado en categorías de análisis previamente diseñadas con las que se
analizan varias piezas editoriales y se
busca establecer un hilo conductor con el que se describen las ‘actitudes’ políticas y editoriales
sistemáticas asumidas por los tres periódicos colombianos sobre los cuales se
aplicó el seguimiento y el ejercicio académico.
Se leyeron, revisaron y analizaron 63 textos
editoriales[5]
de los medios impresos EL PAÍS, EL ESPECTADOR y EL TIEMPO, con la siguiente
distribución porcentual: EL PAÍS, con 30 editoriales[6], con
un 47,6%, seguido por EL ESPECTADOR, con 20, lo que le dio una participación
porcentual del 31,8 y EL TIEMPO, con 13 notas editoriales, que corresponden al
20,6%.
Categoría /
Medio
|
El País
|
El
|
El Tiempo
|
Total
|
%
|
||
Espectador
|
|||||||
PROCESO DE
PAZ
|
30
|
20
|
13
|
63
|
100%
|
||
|
%
|
47,6
|
20,6
|
100%
|
|
||
El periodo comprendido va desde agosto de 2012
hasta junio de 2013 y se caracteriza por las reacciones que generó la
filtración de información que hiciera un sector de la ultraderecha en el
sentido de que el Gobierno de Santos estaba
hablando en secreto[7]
con las Farc, para dar inicio a un eventual proceso de paz. Los medios
recogieron el rumor y lo convirtieron en un hecho noticioso, lo que de
inmediato se constituyó en una fuerte presión para el Ejecutivo, que debió
reconocer que efectivamente era cierto lo de los acercamientos para dialogar
con esa guerrilla. Posteriormente, los colombianos conocerían que efectivamente
habría un nuevo proceso de paz sin zona de despeje y por fuera del país, como
ya se había intentado en los gobiernos de Pastrana Arango (1998-2002), para el
caso de la zona de Distensión y de Belisario Betancur Cuartas (1982-1986)[8], para
lo concerniente a las conversaciones en el exterior.
Después de confirmado el inicio del proceso de paz,
la existencia de una hoja de ruta y su instalación en Oslo, el país nuevamente
se llenaba de positivas expectativas ante un nuevo esfuerzo por ponerle fin al
conflicto armado interno, después de ocho años de un escalamiento del conflicto
amado interno durante las dos administraciones de Uribe Vélez (2002-2010),
fruto de la aplicación de la Política Pública de Defensa y Seguridad
Democrática (PPDSD). No era para menos pues la consecución de la paz, y ésta,
como asunto público, volvería a ser parte de la agenda de un Gobierno y por
supuesto parte importante de la agenda noticiosa de los medios, y por ende,
parte de los temas que los ciudadanos del común discutirían a diario.
Algunas
coyunturas político-mediáticas
El análisis se presenta teniendo en cuenta la mayor
participación porcentual, es decir, se inicia con el diario EL PAÍS de la
ciudad de Cali, se continúa con el periódico EL ESPECTADOR y se termina con el
diario EL TIEMPO. El orden será cronológico, de acuerdo con las fechas de las
ediciones en las que se publicaron los editoriales dedicados al devenir de los
diálogos de paz que se celebran en La Habana, Cuba. Pero antes del análisis
cronológico de los editoriales publicados, se alude a algunas coyunturas
político-mediáticas[9]
surgidas durante el inicio de las conversaciones de paz en territorio cubano.
Dialogar con las guerrillas no sólo
despierta optimismo en sectores cansados de la guerra interna, sino
animadversión y preocupación en ámbitos de poder que ven con preocupación no
tanto que se hable con los subversivos, sino que ven con especial recelo los
acuerdos a los que puedan llegar las partes dialogantes, en especial si en y
con estos acuerdos se tocan intereses de una burguesía históricamente
comprometida con la profundización de los factores sociales, políticos y
económicos que justificaron en los años sesenta el levantamiento armado en
Colombia. Es decir, que se ponga el riesgo la propiedad privada, se
cambie el modelo de desarrollo capitalista y se imponga una especie de
capitalismo de Estado con el que el mercado se reduce o es controlado por el
poder político.
Con todo y lo anterior, y convertidos
los medios masivos en actores políticos y económicos interesados en mantener y
apoyar el actual régimen, a pesar de sus dificultades operativas para
consolidar un Estado social de derecho y de una discutible legitimidad, el
proceso de paz en La Habana avanza en medio de la creciente incertidumbre de
una opinión pública que desconoce cómo van las negociaciones. Se inicia con el diario EL PAÍS, pero antes de ello,
se presentan las categorías de análisis.
Las
categorías de análisis
Para el análisis se proponen las siguientes
categorías con las que será posible establecer qué tipos de posturas
editoriales asumieron los medios EL TIEMPO, EL ESPECTADOR y EL PAÍS en torno al
proceso de paz y a específicas coyunturas vividas durante el periodo escogido.
- Existe o no conflicto armado. Con esta primera categoría se busca establecer
las conexiones ideológicas que cada medio mantiene o ha establecido
históricamente con aquellos sectores de opinión y/o del poder político que
desconocen la existencia del conflicto armado interno. En especial, con
Álvaro Uribe Vélez, quien desde el Estado lideró e impuso el
desconocimiento del conflicto armado interno con todo y lo que ello
significa en materia de doctrina militar, reconocimiento y reparación a las víctimas,
posibilidades de negociación e incluso, de la exigencia para el
cumplimiento efectivo de las normas del Derecho Internacional Humanitario,
entre otros asuntos. Con la promulgación de la Política de Defensa y
Seguridad Democrática (PPDSD) el gobierno de Uribe Vélez (2002-2010) no
solo desconoció la existencia de la guerra interna o del conflicto armado
interno, sino que señaló que el país enfrentaba una amenaza
terrorista, adoptando y adaptando su política de paz o de guerra, a lo
planteado por los Estados Unidos ante los hechos del 9/11, ocurridos en
territorio norteamericano.
- Apoyo al orden establecido. Con ese enunciado categorial se propone
develar los elementos discursivos (uso de nomenclaturas específicas),
ideológicos y políticos que permiten calificar el nivel de cercanía que
tiene cada medio con el orden establecido, o con su defensa, considerando
o no los momentos históricos y las circunstancias que relativizan su
legitimidad y su capacidad para erigirse como régimen justo y moralmente
superior ante sus asociados. Los medios masivos, cada vez más articulados
al poder económico y político, devienen en actores políticos y agentes
socializadores con especial y probada incidencia en las formas como las
audiencias y los ciudadanos entienden y comprenden no sólo los asuntos de
la guerra interna, sino las formas más aceptables de una paz justa y
duradera. El apoyo al orden establecido
es posible observarlo a través del uso de nomenclaturas universales o a
través de enunciados directos con los que se proclama el apoyo.
- Caracterización del actor armado con el que se
negocia. Con esta categoría se
busca develar hasta dónde el reconocimiento que hizo el Gobierno de Santos
de la existencia del conflicto armado interno fue aceptado y recogido por los medios
masivos y expuesto a través de sus posturas editoriales. Resulta clave el
asunto en tanto que el discurso castrense a diario, a través de los
medios, califica a los grupos armados como agrupaciones terroristas, acción discursiva esta que tiene
consecuencias políticas y jurídicas en tanto que resultaría inviable
negociar con grupos terroristas. El carácter y el estatus político de las guerrillas deviene en un
asunto histórico y político que no se agota en la decisión unilateral de
unos gobernantes que de manera unilateral deciden devolverles o
desconocerles una condición natural que
difícilmente puede anularse u olvidarse.
EL PAÍS[10]
El primer editorial del diario caleño, intitulado Hablando de paz (sic), se publica el 23
de agosto de 2012. En él se hace referencia a lo que a esas alturas era un
fuerte rumor alrededor de posibles acercamientos de paz entre el Gobierno de
Santos y la dirigencia de las Farc. De esta manera se alude al asunto: “ahora se acusa al presidente Juan Manuel
Santos de tener diálogos secretos con la guerrilla, dirigidos al mismo
propósito. Y se pretende crear una alarma, como si la política, lo que hace un
gobierno cada día, o incluye casi de manera obligada el diálogo para buscar
salidas a los problemas. Es cuando empieza a ser evidente que un tema tan
sensible como ese, que debería ser
objeto de un acuerdo nacional, empieza a ser usado con intenciones partidistas,
causando la natural intranquilidad”[11].
En términos generales el editorial Hablando de paz (sic) recoge un rumor,
lo reconoce como tal, pero lo lleva a un estadio de realidad y/o de
verosimilitud que le sirve al editorialista para advertir no sólo lo delicado
del asunto, sino de la dificultad que implica dialogar con un actor armado que
socialmente arrastraría una enorme animadversión. El propio editorial así lo
confirma: “El asunto ahora es, más bien,
que le cuente a los colombianos qué tan avanzados[12]
están los contactos, que ya parecen ser de dominio público a pesar de las
evasivas del Gobierno”.
Frente a las Farc, el editorial exhibe la postura que
el medio como tal tiene frente a un actor armado que ha participado en otros
procesos de diálogos que no han terminado en la firma del fin del conflicto
y/o en la desmovilización de sus
combatientes. Y EL PAÍS así lo recuerda: “Si
se le pregunta a los colombianos cuál es su opinión sobre la posibilidad de
establecer diálogos de paz con la guerrilla, en especial con las Farc, las
probabilidades de conseguir respaldo mayoritario serían mínimas. Sin embargo,
si a un gobernante se le preguntara
sobre la idea de entablar contactos que pueden conducir a este fin, no sería
extraño que calificara esa gestión como una obligación constitucional y moral,
cuyo propósito es ante todo detener la violencia. Eso es lo que han hecho, con
mayor o menor fortuna, los gobiernos de los últimos cincuenta años en Colombia.
En algunos casos, como el del M-19, los contactos llevaron a negociaciones y de
ahí a procesos de desmovilización, pese a actos de terrorismo crueles y
terribles como la toma del Palacio de Justicia. En otros, como en el caso de
las Farc y el ELN, la burla, el engaño y las dilaciones que permiten a esos grupos
su rearme y la posibilidad de consolidar su imagen como movimientos políticos,
han sido la constante. El penúltimo de esos intentos, el más ambicioso y el más
frustrante, fue realizado por el presidente Andrés Pastrana. Despejar el Caguán y tener a los cabecillas como protagonistas
de los medios de comunicación fue respondido con la peor oleada de terror que
recuerde Colombia…”.
En el citado texto hay evidentes verdades a medias,
fruto de una postura editorial y política del medio, evidentemente parcializada.
En primer lugar, el editorial convierte en una verdad absoluta la idea de que
hacia las Farc, por lo menos en las principales ciudades del país, se profesa
un odio o una fuerte animosidad. La conclusión no se soporta en estudio alguno.
Se trata de un mero ejercicio de una doxa
contaminada por la fuerza de la tradición y de una verdad que se origina,
exclusivamente, en las finas y prístinas
fuentes de una clase social privilegiada.
Posteriormente, el medio descalifica el exitoso
proceso de paz con el M-19, trayendo a colación el episodio de la toma del
Palacio de Justicia por parte de un grupo del M-19 y ubicándolo en la misma
base de tiempo, lo que da la sensación de que la desmovilización terminó
facilitando la temeraria acción armada. Luego, al referirse de manera general a
fallidos procesos de paz con las Farc,
oculta o deja de señalar lo que sin duda fue en su momento un gran resultado de
negociación política: la creación de la Unión Patriótica (UP), como brazo
político de las Farc. Y es claro que el
asesinato[13]
de más 4.000 militantes de dicho partido político no sólo constituyó un
genocidio, sino que mandó un mensaje claro a las guerrillas: el Estado, una vez
desmovilizados, no les puede garantizar la vida.
De igual manera, al final del citado texto, el
editorial, de manera clara, deja por fuera otras circunstancias contextuales
que presionaron la crisis del proceso de paz del Caguán: la presión del
estamento militar y los inadecuados tratamientos periodísticos que la gran
prensa colombiana dio a diversos hechos que se dieron en torno a las
negociaciones que se adelantaron en la zona de despeje.
El segundo editorial del diario vallecaucano se
publicaría cinco días después, es decir, el 28 de agosto de 2012. De nuevo, diálogos (sic). El editorial
confirma lo que días atrás el mismo diario consideraba como un rumor: el inicio
de conversaciones entre las Farc y el Gobierno de Santos. El editorial mantiene
el tono del anterior, en lo que toca a la animosidad frente al actor armado con
el que se confirma que el gobierno de Santos adelantaría conversaciones. En dicho texto se lee: “Con el escepticismo que crearon los procesos fracasados y el costo que
le han significado en términos de vidas y de progreso, Colombia estará atenta a
los desarrollos de las conversaciones en Oslo. El Gobierno por su parte deberá
estar al tanto de lo que piensan los colombianos, para no asumir compromisos
que desconozcan la voluntad nacional. Sin duda, la paz una necesidad y
su búsqueda un deber. Pero no a cualquier precio”.
Apela el editorial a universales[14] que
le sirven para ocultar allí la verdadera postura política del medio. Habla de voluntad nacional, como si se conociera
cuál o en qué consiste esa voluntad, en especial en cuanto a los términos en lo
que deberían de darse las negociaciones. De plano, EL PAÍS descarta la cesión
de poder, la ampliación de la democracia e incluso, la revisión del régimen
político y los urgentes ajustes estructurales que hay que hacerle al Estado
colombiano con el fin de ampliar su legitimidad
y hacer de éste un orden justo. Y
todo porque asumir esos cambios haría parte de compromisos que el Gobierno de
Santos no puede contraer porque de inmediato y de manera natural irían en
contravía de lo que el editorial llama la voluntad
nacional. Parece negar el editorial
la urgente necesidad que hay en el país de reconstruir el poder en tanto que su
concentración en pocas manos no sólo debilita su accionar público, en el
sentido de que debe beneficiar a todos, sino que coadyuva a la consolidación de
un Estado privatizado y al servicio casi exclusivo de unas
élites que lo han cooptado para mantener privilegios de clase.
En el editorial del 2 de septiembre de 2012, titulado
¿Qué negociar? (sic), el diario EL
PAÍS nuevamente exhibe su férrea postura editorial frente a las Farc y la
desconfianza que le genera este nuevo intento de ponerle fin al conflicto
armado interno. Y nuevamente apela al universal del interés nacional, esta vez insistiendo en que todos debemos estar
atentos a lo que se negocie en La Habana. En esa línea argumentativa se leen
estos apartes del editorial: “Se conoció
el contenido de lo que será el diálogo entre el Gobierno y las Farc para
sentarse a la mesa de negociación. La Nación debe estar vigilante para evitar
que las conversaciones que se realizarán en La Habana se conviertan en una
salida inaceptable o en una nueva frustración a su interés por la paz… Es de
esperar que los delegados del Gobierno actúen reflejando el interés nacional.
Todos son temas de importante contenido que deberían ser materia de debate en
el Congreso de la República y en los escenarios democráticos, antes de
negociarse con quienes han hecho de la violencia un negocio disfrazado de
posiciones políticas”.
Hasta el momento subsiste un encadenamiento lógico de
las ideas plasmadas en los tres editoriales. En primer lugar, se habló y se
validó un rumor y luego se confirmó lo
de los acercamientos entre las partes interesadas en la paz de Colombia. Y en
segundo lugar, se llama la atención sobre la necesidad de respetar la
desconocida voluntad nacional. La
mejor forma de hacerlo, para el diario caleño, es que el gobierno no asuma
compromisos que vayan en contravía de esa imaginada voluntad nacional. En el tercer editorial del 28 de agosto de 2012,
esa idea tendría continuidad desde el título: ¿Qué negociar? (sic). En este último texto se habla de interés nacional.
El cuarto editorial se publica en la edición del 5 de
septiembre de 2012, bajo el título Las
cartas sobre la mesa (sic). El día anterior, en una alocución televisada,
el presidente Santos informó al país que buscaría la paz con las Farc y anunció
los puntos clave de la Hoja de Ruta trazada para caminar hacia el objetivo de
poner fin al conflicto armado interno. Aunque el editorial conserva el mismo tono
de animadversión hacia la agrupación armada ilegal, en esta oportunidad no
apeló a los universales interés nacional
o voluntad nacional. Eso sí, al final del texto se lee lo siguiente, que de
alguna manera recoge el sentido político de los dos universales ya citados: “…Se requiere el compromiso del Gobierno para
impedir que el proceso que se inicia no
sea una nueva frustración de los anhelos de paz justa y responsable que
tiene Colombia”.
Vendría el quinto editorial cuatro días después, es
decir, el 9 de septiembre de 2012. Bajo el título Los primeros pasos (sic), el diario vallecaucano expone sus dudas
frente a la seriedad con la que las Farc asumen el inicio de los diálogos, a
propósito de su instalación en Oslo, Noruega. Por el contrario, el editorial
exalta la calidad de los miembros de la delegación del Gobierno. Por ejemplo,
se refiere a los generales Jorge Enrique
Mora Rangel y Oscar Naranjo, a quienes califica como “guerreros nobles y leales a la Constitución,
y prenda de garantía de los intereses nacionales. Una exaltación que
confirma que el medio periodístico está con el Establecimiento y en particular
apoya al estamento militar.
Nuevamente el diario EL PAÍS apela a la existencia de
un interés nacional o de unos intereses nacionales que parecen sabrán
cuidar los miembros de la delegación del Gobierno, en especial los oficiales
retirados del Ejército y la Policía, respectivamente. Es posible que de fondo
el editorial aluda al Establecimiento como orden, representante y garante del
orden jurídico y político; y le apuesta
a su prolongación en el tiempo dado que su legitimidad no se discute porque las
Farc apelan al terrorismo, al secuestro y a las drogas para mantenerse en pie
de guerra.
En el mismo editorial el periódico valida,
nuevamente, un rumor y lo lleva a un estadio de posibilidad y certeza. Dice el
editorial que “Rumores hablan de que ya
hay muchas cosas acordadas, y que el Gobierno se apresta a impulsar la
expedición de las Leyes que complementarán el llamado Marco para la Paz…”.
El 3 de octubre de 2012 EL PAÍS volvería a referirse
al proceso de paz de manera directa[15] a
través de una nota editorial titulada Noticias
de la negociación (sic). Mantiene el periódico caleño el tono de duda
frente a la voluntad de paz de las Farc. En cuanto al uso de categorías o
nomenclaturas universales, en esta oportunidad no insistió en las ya conocidas interés nacional, intereses nacionales o
voluntad nacional. En un ejercicio de equivalencia, El País habla de una
nerviosa opinión pública que requiere ser tranquilizada por el Gobierno. En el
texto se lee: “…De resto, las
declaraciones del presidente Santos en
el sentido de que nada pasará si el diálogo no llega a producir frutos, y su
ratificación sobre la negativa a aceptar un cese el fuego, parecen lograr el
efecto deseado, el de tranquilizar a una nerviosa opinión pública y a una nación que está
convencida de la necesidad de lograr la paz pero desconfía de las Farc y de sus
propósitos”. Ese sería el sexto editorial.
El 14 de octubre de 2012 EL PAÍS publicaría el
editorial Escepticismo y esperanza (sic) en el que insistiría en su postura
confrontacional frente a las Farc y a pasadas experiencias de diálogos fallidos
con esa misma organización armada. Y aunque en esta nota editorial no recabó
sobre las ya referidas nomenclaturas universales, si entregó la responsabilidad
de alcanzar un acuerdo de paz de manera exclusiva a la dirigencia de las Farc:
“Así, las conversaciones arrancan en un
ambiente enmarcado entre el escepticismo y la esperanza. Nunca como hoy ha sido
tan evidente que la posibilidad de acuerdo dependerá de la actitud de las
Farc”.
Parece olvidar el diario caleño que se trata de una
negociación en la que claramente dialogan-negocian dos actores, las Farc, de un lado, y del otro, el Estado colombiano
representado por el gobierno de Santos y sus negociadores. No se puede entregar
la responsabilidad a un solo actor negociador cuando mantener operando la mesa
de diálogo depende del nivel de compromiso de las dos partes y de la manera como
sus negociadores den manejo a las presiones externas que sobre el proceso
gravitarían por cuenta del Centro Democrático, sectores anónimos de la Fuerza
Pública, en especial del Ejército; así como las presiones que agentes de la
sociedad civil, como Acore[16]. El
problema de la viabilidad del proceso no se puede reducir a un asunto
actitudinal de los miembros negociadores de las Farc, por cuanto hay otro que
es co-responsable de lo que suceda en la mesa, mas aún cuando las partes
acordaron negociar en medio de las hostilidades.
El octavo editorial de EL PAÍS, editado el 19 de
octubre de 2012, se titula Mal arranque
(sic). Manteniendo el mismo tono pesimista, la nota periodística alude al
discurso de Iván Márquez, pronunciado en Oslo, durante la instalación de la
mesa de negociación, cuyos encuentros entre las partes se darían posteriormente
en Cuba. Dice el editorial que “… el
discurso de su movimiento (las Farc) no ha cambiado ni en la forma ni en el
fondo; que continúa intacta su persistencia en usar la desigualdad que padece
Colombia para justificar su
terrorismo…”. En esta oportunidad no aparecieron las ya citadas
nomenclaturas universales.
Claramente la postura editorial del diario EL PAÍS
deviene en una suerte de contradicción conceptual y política alrededor de lo
que significa reconocer la existencia de un conflicto y por lo tanto, la
presencia de un actor armado con estatus político. Hay que distinguir dos
asuntos: uno, que una fuerza irregular apele al terrorismo y el segundo, que al
apelar a la generación de miedo y terror ello lo convierta de manera
irreversible en un grupo terrorista. La postura político-editorial de EL PAÍS
anula y/o desconoce el carácter y el estatus político de un actor armado que se
levantó en armas contra un Estado presumiblemente legítimo y que históricamente
lo ha atacado y desconocido su autoridad moral y su poder político.
Dos días después, el 21 de octubre y bajo el título Restitución y paz (sic) EL PAÍS publica
su editorial. En esa oportunidad hizo referencia a la Ley de Víctimas y
Restitución de Tierras. Al final de la nota reconoce que el conflicto gravita,
fundamentalmente, sobre la cuestión agraria y la posesión de la tierra. Aunque
no habla de interés nacional, opinión
pública o voluntad nacional, apela a
una frase que deviene con el mismo carácter universal de las anteriores: la paz que todos queremos.
¿Quiénes son todos? y ¿qué tipo de paz es la que se quiere? son las preguntas
que resultan de la frase citada. En el editorial se lee: “Durante muchas décadas, la tierra ha estado en el corazón del
conflicto en Colombia. En eso estamos
todos de acuerdo. Lo que debemos hacer es enfrentar el problema y resolverlo,
empezando por restituir sus derechos a las víctimas del despojo. Así, y no con
descalificaciones, se empezará a construir la paz que todos deseamos”.
El diario caleño, en su editorial del 15 de noviembre
de 2012, hace referencia a incursiones armadas de las Farc y al aplazamiento en
el inicio de los diálogos, debido a problemas técnicos que tuvieron que ver con
la llegada de los líderes de las Farc a la Isla. Los ataques armados de las
Farc tuvieron como epicentro a Suárez, municipio norte caucano históricamente
afectado por el accionar de los actores armados, en especial por los ataques
que las Farc le han dado a la Fuerza Pública, asentada dentro y por fuera del
municipio de Suárez.
En la nota editorial se lee: “Coincidiendo con el inicio de las conversaciones en La Habana, las Farc
desataron su acostumbrada ola de terrorismo contra la sociedad civil,
aquella que no tiene armas, que vive en municipios apartados de la capital
Bogotá y sólo aspira a que la dejen en paz”. Renglones más adelante, el
editorial habla de población civil. Subsiste una confusión conceptual en el
editorialista que redactó la postura oficial del medio vallecaucano. El título
coadyuva a la confusión: La verdadera
sociedad civil (sic).
Es necesario hacer claridad alrededor de qué son
acciones terroristas y qué incursiones y hechos de guerra. Dentro de la
dinámica de la guerra se distinguen de actos terroristas hechos bélicos
llamados asaltos, ataques, bombardeos, combates, emboscada, escalada,
hostigamiento, incursión, toma y sabotaje, entre otras. Para el caso de la
nomenclatura Terrorismo, comparto las dos siguientes acepciones. La primera que
define el terrorismo como un “acto de
violencia ejecutado para infundir terror, valiéndose por lo general de
explosivos, armas de fragmentación o medios de destrucción indiscriminados.
También se incurre en terrorismo cuando se amenaza, se causa o se intenta
propagar cualquier tipo de enfermedad
epidémica o cualquier otra calamidad. Algunos autores consideran que se
requiere la concurrencia de al menos
tres factores para que un acto sea tipificado como terrorista: un acto o
amenaza de violencia; una reacción psicológica, y unos efectos sociales”[17]; y
la segunda, que lo define “como la
ejecución deliberada de acciones encaminadas a generar pánico, miedo y terror
en la población como instrumentos de
acción política o como medios de guerra. Es terrorista cualquier uso de la
violencia con la finalidad de aterrorizar”[18].
El editorial número 13 se publica el 22 de noviembre
de 2012, bajo el título Las palabras y
los hechos (sic). Insiste y confirma el diario caleño su animadversión o
animosidad hacia las Farc. Actitud válida desde un ejercicio subjetivo e
individual del pensamiento y los márgenes que da la libertad de prensa, pero
claramente inconveniente en tanto que lo dicho en el editorial se convierte en
una postura política de un medio influyente, cuya postura suele ser replicada
por otros medios, en especial por la radio y programas de televisión. En esta
oportunidad el editorial del diario conservador cuestiona el anuncio de la
dirigencia de las Farc de un cese unilateral al fuego.
En el texto editorial se lee: “Aprovechando la oportunidad que ofreció el inicio de los diálogos en La
Habana, el segundo de las Farc anunció la orden de <<cesar toda clase
de operaciones ofensivas contra la fuerza pública durante los próximos dos
meses, así como detener los actos
resabotaje contra la infraestructura pública y privada>>.
Decisión a todas luces efectista que parece destinada a cautivar la galería y a
crear un cerco a la decisión de mantener la ofensiva militar contra los
generadores de violencia”.
El 6 de diciembre de 2012 se edita el editorial De verdades y contradicciones (sic).
Aunque sin profundas variaciones en torno a los anteriores, en este texto (el
número 14), EL PAÍS habla de Verdad y claridad en referencia exclusiva a las
Farc, en la perspectiva de que la organización armada ilegal diga la verdad del
paradero de colombianos secuestrados por guerrilleros farianos. Al final del
texto, en lo que bien puede considerarse como un leve bandazo en su férrea
posición frente a la manera como el diario concibe el Estado, los orígenes de
la guerra interna y las responsabilidades de los otros actores armados, el
editorial señala: “El punto de partida
para cualquier negociación es la claridad y la honestidad de las partes. En este caso, se precisa
la verdad de la guerrilla sobre la situación de los colombianos que aún tienen
secuestrados: civiles, policías y
militares. Cuando así procedan, Colombia comenzará a creer en la seriedad de
las intenciones de las Farc”.
Hablando de
la tierra (sic) es el titular del editorial
de la edición de EL PAÍS, del 18 de diciembre de 2012. A la exposición
editorial de una clara animosidad hacia las Farc, se suma la sospecha que el
periódico vallecaucano establece alrededor de un foro sobre tierra y desarrollo
agrario organizado por la Universidad Nacional y la ONU, como respuesta de estas instituciones a
petición hecha por las partes que conversan en La Habana. La relación histórica
y de profunda correspondencia que tiene el tema del foro con el primer punto de
la Agenda de Paz fue desestimada y estigmatizada por EL PAÍS.
El editorialista responsable señala: “Pueda ser que la sorpresiva citación sirva
en efecto para crear un clima de concordia en vez de aumentar la radicalización
sobre un asunto que no puede ser tratado a la ligera o con motivaciones
políticas como el sacar avante un proceso de por sí cuestionado… Pero nos
sorprendieron con esta convocatoria. Por medio de ella, y así lo nieguen sus
promotores, el país entero quedará inmerso
en una discusión que no estaba contemplada al momento de anunciar los diálogos
de La Habana. Con lo cual, el proceso
deja de ser una ruta debidamente trazada para transformarse en un debate
que ya amenaza con reavivar viejas heridas y crear nuevas confrontaciones”.
Apela nuevamente el diario EL PAÍS a los universales
con los cuales desestima posturas contrarias y el propio discurso
reivindicativo de las Farc. En el texto editorial se lee lo siguiente: “…el diálogo nacional sobre la tierra y los
campesinos[19],
así como las formas modernas de
explotación que no lesionen el interés común, es una obligación que el
Estado está en mora de incentivar. Es sin duda parte de la paz a la que todos
aspiramos…”.
Se desconoce a qué se refiere EL PAÍS con el bien
común, pero apelando a la ideología conservadora que defiende, a las posturas
fijadas en sus editoriales y los tratamientos periodístico-noticioso analizados
en otras oportunidades, el interés común,
la opinión pública y la voluntad general, entre otras nomenclaturas, hacen
referencia a la tradición y a expresiones de poder que de forma natural
devienen legítimas, lo que invalida cualquier juicio o pretensión política que
busque modificar lo que espiritual, ideológica y naturalmente viene dado para
la élite política, empresarial y para unas pocas familias.
Cerraría el año 2012 el diario caleño con el
editorial El sueño de la paz (sic),
en el que nuevamente plantearía su postura de claro rechazo a las Farc, y su
incredulidad frente al proceso de paz que se adelanta en La Habana. En el
balance, tipo radiografía que hace el editorialista, se habla de la
polarización política que el proceso mismo generó en la llamada opinión
pública. De un lado, quienes ven el proceso con esperanza de que por fin el
país avance hacia la consecución de la paz, y del otro, quienes rechazan que se
esté dialogando justamente con “el grupo
armado que tanto daño y muerte ha
causado a la Nación”.
Al final, el diario conservador reconoce que la mayor
dificultad para el Estado colombiano está dada en su histórica incapacidad para
erigirse como un orden legítimo en todo el territorio nacional. En estos
términos termina el editorial El sueño
de la paz (sic): “… Sin duda, lograr
un acuerdo para su desmovilización será
un gran paso en el camino de alcanzar la paz para Colombia. Pero quedará
faltando el esfuerzo supremo por erradicar todas las formas de violencia que
azotan a los colombianos en los campos y los centros urbanos. Es decir, aún
faltará la decisión de imponer en todo el territorio nacional al acatamiento
del Estado de Derecho y la democracia como presupuestos para alcanzar una paz
verdadera y confiable”.
Continuaría EL PAÍS con la idea de develar los
errores políticos y los delitos cometidos por las Farc, al tiempo que ocultaba
los cometidos por los paramilitares[20], así
como los de otros actores del conflicto armado interno. En el editorial Verdad
y reparación (sic) del 21 de febrero de 2013 el diario conservador
alude al problema agrario, primer punto de la Agenda de Paz, pactada entre las
partes que conversan en La Habana. Al final del texto, el periódico señala; “Por supuesto, qué mejor que esa restitución
se logre con el reconocimiento de las
Farc sobre el papel preponderante que ha desempeñado en ese drama social y
humanitario. Para ello, lo deseable sería que la etapa del diálogo sobre
<< política de desarrollo agrario integral>> fijado como primer
punto en los diálogos de La Habana, termine con una aceptación de los abusos
cometidos por la guerrilla, acompañada de su compromiso de devolver lo que le
quitaron y de reparar el daño causado a las víctimas”.
EL
ESPECTADOR
Desde el primer editorial, el tono de EL ESPECTADOR
es distinto al que usó el diario EL PAÍS en el editorial del 23 de agosto de
2012. El camino hacia la paz (sic) es el titular del editorial número uno
publicado por el periódico bogotano. Inicia con el fuerte rumor de que el
Gobierno de Santos y la guerrilla de las Farc tenían acercamientos clandestinos
para sentarse a dialogar. Y lo hace el diario de los Cano[21]
tomando la figura política del ex presidente Uribe Vélez.
Dice lo siguiente el editorial: “Álvaro Uribe Vélez, ex presidente de la República, dijo, como si se
tratara de una catastrófica noticia, que el Gobierno Nacional estaba en Cuba
adelantando diálogos con jefes de la
guerrilla colombiana de las Farc. Generó un alto revuelo político y desvió la
atención del país, justo en el momento en que su ex jefe de seguridad, general
(r) Mauricio Santoyo confesaba en
Estados Unidos haber brindado apoyo material a los grupos paramilitares”.
Es claro que la postura editorial deviene en un apoyo
total al proceso de paz, en donde se exhiben dos caminos: uno, al usar la
figura del mayor contradictor del gobierno de Santos y dos, reconociendo que se
trata de una guerra y no de una simple amenaza
terrorista.
El editorialista de EL ESPECTADOR termina así la
nota: “Muchas veces habrá en contra,
comenzando por la del ex presidente que ve en la permanencia del conflicto la
extensión de su causa política. Es alta la probabilidad, también, de que antes de
llegarse al silencio de los fusiles haya un incremento de la actividad
terrorista en busca de mayor capacidad de negociación. Saber entender los
momentos difíciles que con seguridad vendrán con este proceso en ciernes hace
parte de ese acompañamiento de la sociedad. Porque la meta es loable y la
paciencia es requisito para llegar a ella”.
Contrario al discurso señalador, confrontador y
pesimista de los editoriales del diario EL PAÍS, el periódico EL ESPECTADOR
propone una lectura positiva en torno a la confirmación de que habrá un proceso
de paz entre Farc y Santos. Baste con leer algunos apartes del editorial Construyendo la paz (sic) para
constatarlo: “En medio de los especiales
noticiosos sobre el tema del diálogo con la guerrilla y la posible consecución de la paz por esta vía –la única a nuestro
juicio, correcta- el presidente de la República, Juan Manuel Santos,
interrumpió ayer la señal televisiva para dar un discurso de media hora en el
que anunció al país el primer paso que se ha dado en el pedregoso camino hacia la paz”.
Eso sí, cae en la trampa discursiva e ideológica de
agrupar las acciones bélicas, las tomas, los hostigamientos y las escaladas,
entre otras, bajo la etiqueta actividades
terroristas. No sólo de esa manera las Farc pueden hacer demostraciones de
fuerza con propósitos políticos. Las incursiones y en especial los golpes de mano dados a la Fuerza Pública no sólo tienen el
claro propósito de mostrarse fuertes, sino de demostrar que las fuerzas
estatales no están exentas de cometer errores, a pesar de que se habla de que
se mantienen la ofensiva y de que han logrado golpear ejemplarmente a las Farc.
En Los pasos
necesarios (sic), editorial del 9 de septiembre de 2012, EL ESPECTADOR
describe el ambiente político y social que en torno al recién anunciado proceso
de paz se ha formado en el país, legitimando la tesis presidencial con la que
se reconoce que en Colombia hay un conflicto armado, una guerra interna, y no
una amenaza terrorista tal y como lo
impuso el Gobierno de Uribe Vélez durante ocho años en políticas públicas y en
otros discursos oficiales, con el claro propósito de eliminar del vocabulario
de los colombianos la categoría conflicto armado interno.
En el texto se lee: “La semana que pasó fue definitivamente para el gobierno de Juan Manuel
Santos. Por fin, después de meses de rumores, filtraciones y especulaciones, el
presidente entregó datos concretos acerca del proceso de paz con la
guerrilla de las Farc[22].
Varias cosas hay que decir al respecto, en un ambiente que está enrarecido y que tiene detractores y promotores desde
todas las esquinas del pensamiento. Algunos
han centrado el debate sobre la continuidad de la guerra. Esta es, sin duda,
una apuesta diferente a la de hace 12 años y, ciertamente, riesgosa: la guerra
entre las Fuerzas Armadas y la guerrilla
continuará en el campo de batalla. Por parte del Ejército continuará la
avanzada para mantener esa ventaja que ha ganado en el terreno militar, pero
también las Farc con seguridad recrudecerán sus acciones para afirmar su
capacidad de negociación. Esto, aunque parezca difícil de entender y pueda
poner presión contra el proceso, es la mejor decisión que pudo haberse tomado”.
Continuaría EL ESPECTADOR con el mismo talante de sus
anteriores editoriales. En Se viene Oslo
(sic), editorial del 14 de octubre de 2012, el diario bogotano vuelve a
insistir en que existe un conflicto armado y en la histórica oportunidad que
por esos días se abría para superarlo. En la nota editorial se lee: “… es el momento histórico más favorable, en
años, para negociar la paz. No solamente por el debilitamiento progresivo de la
guerrilla, su leva cambio del otrora discurso enteramente guerrerista y algunas
acciones (como liberar a todos los secuestrados políticos), sino también por la
sensatez del Gobierno de no dejar pasar estas señales pese a haber sido elegido
con otras banderas. Un gobernante, sea de la tendencia que sea, debe
evaluar siempre las posibilidades para
que su país esté mejor. Tiene que correr el riesgo, incluso, de ser impopular.
Y pese a que se le reclame estar dejando algunos otros asuntos a la deriva,
éste, que tiene gran parte de su atención, ha sido llevado por el presidente
Santos con el buen cuidado y el juicio que requiere”.
Es evidente y claro el respaldo político y editorial
que EL ESPECTADOR brinda tanto al proceso que recién arranca y al propio
Gobierno por la iniciativa y la forma como venía manejando los acercamientos
con las Farc.
El 21 de octubre EL ESPECTADOR expondría de nuevo su
apoyo político y editorial al proceso de paz. Desde el título, el diario deja
ver la línea editorial con la que muy seguramente ‘ordenaría’ el cubrimiento de
los hechos de la guerra interna que se vendrían dado que se pactó dialogar en
medio del conflicto. Proteger la mesa
(sic) es el titular del editorial y en éste se lee: “Superada la compleja instalación de las conversaciones de paz que el
Gobierno y la guerrilla de las Farc protagonizaron esta semana en Oslo,
podemos, por fin, ir al siguiente paso: negociación, con agenda en mano, de los
cinco puntos que se pactaron como norte… Decíamos el viernes pasado en este
espacio que no debió sorprender -ni de indignar más allá de lo que siempre
indigna el cinismo retórico de la guerrilla - el discurso de alias Iván
Márquez e Oslo. Unas frases que, de manera reiterada y a lo largo de los años,
han dicho una y otra vez y que nadie puede esperar que cambien de un día
para otro como por arte de
birlibirloque. Los discursos se construyen con tiempo, con doctrina, con
paciencia si se quiere, y eso es lo que las Farc van a mantener durante un buen
tiempo. Y si es con palabras y no a bala, mejor. De eso se trata todo…. Lo que
se ha hecho hasta hoy, hay que blindarlo con todas las garantías posibles…”.
Desestima EL ESPECTADOR un discurso político que
tiene un anclaje histórico en hechos
fácticos que no se pueden negar. No hay cinismo en la enunciación de unos
hechos que justificaron y justifican aún el levantamiento armado. Este tipo de
lecturas maniqueas le restan importancia a una negociación que siempre estará
basada en encuentros discursivos no necesariamente consecuentes con las formas
operativas, en lo militar, con las que cada actor armado pretende imponer el
sentido de cada discurso.
Una vez iniciadas las conversaciones de paz, EL ESPECTADOR
sostendría la postura editorial de total apoyo al proceso que recién comenzaba.
Lo haría, nuevamente, a través del editorial[23] Comenzó
esto (sic). En dicha nota se lee lo siguiente: “Mañana empieza el proceso de paz que el gobierno de Juan Manuel Santos
ha convenido adelantar con las Farc. Esta guerra centenaria sólo tiene una vía
posible para terminar: el diálogo. Hagamos que este proceso cuente. Hagamos
esto una realidad… Que reinen el diálogo y la compostura. Que se respete la
mesa. Que se cumplan las etapas. Ahí pude estar la base para un país distinto”.
Se está ante una postura positiva, sensata y
democrática en tanto que reconoce que llegó la hora de ponerle fin a un largo y
degradado conflicto armado a través del diálogo y la negociación.
En el editorial Lo
que dejó el foro agrario para la paz (sic) el periódico EL ESPECTADOR no
sólo insiste en respaldar los diálogos de La Habana, sino en validar
iniciativas sociales y académicas que contribuyan a la discusión amplia de
asuntos públicos que hacen parte de la agenda de negociación pactada entre el
gobierno de Santos y las Farc. Recuérdese el editorial de EL PAÍS, Hablando de tierra (sic), con el que el
diario caleño registró el foro agrario realizado por la Universidad Nacional en
su sede de Bogotá.
Los tonos son distintos. En la nota editorial de EL
ESPECTADOR se puede leer lo siguiente: “Finalizó
ayer, luego de tres días de debates y propuestas, el Foro sobre Política de
Desarrollo Agrario Integral, celebrado como parte del primer punto de discusión
en las negociaciones de paz entre el Gobierno y las Farc en La Habana. Un
evento que, aunque se pretendió desvalorizar por la no presencia del poderoso
gremio ganadero (Fedegan), al final no solamente convocó una variada y activa
participación, sino que además demostró un alto nivel de las discusiones…Por
eso mismo es que la ausencia de Fedegan, que tanto tendría para decir sobre el
futuro del campo y su desarrollo en un escenario como ese, fue lamentable… Los
ganaderos han estado en el centro de lo que ha sucedido en las áreas rurales en
Colombia a través de los años y han sido partícipes de la
violencia, bien como víctimas, la gran mayoría, pero también como
victimarios algunos, muchos…”.
A estas alturas, y desde un ejercicio comparativo, es
posible señalar con certeza que el diario EL PAÍS asumió, a través de sus
editoriales, una postura de duda frente al proceso de paz. Con un discurso
cauto frente al proceso y confrontacional hacia las Farc, el diario caleño dejó
ver su apoyo a la doctrina de seguridad que los Estados Unidos proclamó por los
sucesos del 9/11 y que Colombia recogió a través de la Política Pública de
Defensa y Seguridad Democrática (PPSD) del gobierno Uribe. Además, su anclaje
en la ideología conservadora le permitió, desde esa orilla, exponer su total
apoyo al Establecimiento, a la tradición del poder y a la cultura dominante. Además de que
insistió, por momentos, en desconocer la existencia de un conflicto armado
interno y de un actor político y armado llamado Farc, al que redujo en varias
notas editoriales, a un grupo terrorista.
Por el contrario, ubicado en una postura liberal, el
periódico EL ESPECTADOR se mostró más abierto al diálogo. En sus editoriales
legitimó el proceso de paz y reconoció la existencia de un conflicto armado. Y
además, fijó una clara postura de apoyo al gobierno de Santos y una toma de
prudente distancia frente al llamado uribismo
y a la figura del ex presidente Uribe Vélez.
Al comparar las posturas asumidas por diarios EL PAÍS
y EL ESPECTADOR frente al proceso de paz, hay que señalar que el diario
bogotano en ningún momento apeló a los universales a los que en forma
sistemática apeló el diario caleño. EL ESPECTADOR, en sus editoriales, le
apostó a la discusión amplia y serena de los temas de la agenda de paz, en
especial los más álgidos como los que devienen con la participación política de
las Farc y la aplicación del Marco Jurídico para la Paz, en el entendido de que
la justicia transicional, de todas maneras, garantizaría, de alguna manera, niveles
de impunidad que muy seguramente será fuente para una mayor polarización en el
país entre quienes buscan la paz y aquellos que le apuestan a la continuidad de
la guerra.
Ejemplo claro de esa postura conciliadora, de
discusión y de comprensión está en el
editorial Caja de Pandora (sic).
Frente a la propuesta de refrendar los acuerdos de La Habana a través de una
Asamblea Nacional Constituyente, EL ESPECTADOR dijo lo siguiente: “Una constituyente es, ni más ni menos, una
Caja de Pandora[24].
Se sabe cuándo (y cómo y por qué) se abre, pero no cuándo se cierra… Hay puntos
medios, como por ejemplo, una asamblea específica[25]
y limitada en el tiempo, que sirva para meter un paquete jurídico de este
episodio particular de la historia colombiana…”
EL TIEMPO
El periódico bogotano, otrora en manos de la familia
Santos, también recogió en un editorial, los rumores que corrían alrededor de
conversaciones secretas entre Gobierno y Farc con miras a dar inicio a un
proceso de negociación. Al igual que sus similares de EL PAÍS y EL ESPECTADOR,
EL TIEMPO le dio a ese rumor un estatus de veracidad ese 26 de agosto de 2012.
En Hablando de paz… (sic) el diario
del banquero Sarmiento Angulo, señala que “en
los últimos días han circulado versiones sobre acercamientos en el exterior
entre emisarios del Gobierno y la subversión con miras a un eventual proceso de
paz”.
Al igual que su similar de EL PAÍS, el diario
bogotano defiende el Establecimiento y la historia de un orden político que al
parecer tiene una naturalizada legitimidad. A pesar de una otoñal militancia en
principios liberales, EL TIEMPO del año 2014 se expone como un periódico más
cercano a la ideología conservadora. Quizás ello se explique por la orientación
y el perfil político-económico de su propietario, el banquero Luis Carlos
Sarmiento Angulo.
En el editorial Hablando
de paz… (sic) se lee lo siguiente: “ Por
lo pronto, hay que hacer énfasis en que,
se sentarse a la mesa, el Gobierno deberá
esgrimir la mejoría del país en materia social. Las estrategias en
marcha no pueden ponerse en entre dicho en una negociación que tiene que versar
sobre las condiciones para que la guerrilla deje las armas… No se trata,
entonces, de negociar el Estado o el
orden institucional establecido…”.
No obstante la defensa a ultranza que tanto EL PAÍS,
como EL TIEMPO hacen del orden establecido, el diario bogotano no apela a los
universales que de manera sistemática usó el periódico vallecaucano en varios
editoriales[26].
Para la edición del 5 de septiembre de 2012, EL
TIEMPO dedica el editorial a las intervenciones del presidente Santos y del
máximo comandante de las Farc, Rodrigo Londoño, alias Timochenko, con las que
confirman el inicio de conversaciones con miras a poner fin al conflicto
armado. Lo titula El primer paso
(sic).
En el
editorial se dice que “ambos discursos
tuvieron un aire de sensatez y realismo que hay que destacar. Además, dejaron
ver una coincidencia vital: las dos partes esperan que las negociaciones
conduzcan al fin definitivo de la guerra, más que a cambios e la forma de
libarla. En síntesis, hay razones
suficientes para alimentar la esperanza,
pero con los pies sobre la tierra, sin superlativos…”.
Mantiene EL TIEMPO la postura positiva frente al
proceso de paz. En eso ha sido sistemático el diario en estos tres primeros
editoriales. Oslo, primera etapa
(sic) es el título de una nota en la que además de una intención pedagógica, se
expone un claro optimismo alrededor de lo que pueda pasar con la mesa de
diálogo.
Dice el editorial: “…Las partes saben que la tarea que tienen por delante es llegar a
consensos que permitan poner término al conflicto, una meta situada apenas en
la mitad del recorrido. Luego vendrá una fase que puede ser más crítica que las
anteriores y es la de la implementación de los acuerdos. La opinión debe saber
que la paz no brota por arte de magia… Esta hay que construirla en un esfuerzo
que puede ser más arduo que el de acordar el fin de la confrontación armada.
Quienes no participan en las mesas deben saber dimensionar la trascendencia,
pero, sobre todo, la fragilidad de lo que está en juego, más cuando estas
tendrán lugar en medio de los combates”.
Frente al registro y la adopción de un mismo hecho,
las reacciones editoriales son distintas. Por ejemplo, para EL PAÍS, el foro
sobre política de desarrollo agrario fue un asunto además de inesperado,
propicio para dilatar la discusión de los asuntos centrales en la negociación.
Como si fue discutir sobre la cuestión agraria y la concentración de la tierra
en pocas manos no fuera un asunto central y definitivo.
Lo contrario le pareció al editorialista de EL
ESPECTADOR, que en su momento destacó la realización del foro al tiempo que
lamentaba la no presencia de Fedegan. Por su parte, EL TIEMPO, en su editorial
del 27 de noviembre de 2012 exhibió la siguiente postura: “Una noticia significativa produjo la mesa de diálogo ente el Gobierno y
las Farc en La Habana. Las partes confirmaron la manera como se llevará a cabo
la participación de la sociedad civil en la discusión del primer punto de la agenda: nada menos que la política de desarrollo agrario. Esta tendrá lugar en un foro que se realizará en Bogotá
entre el 1 y el 19 de diciembre y cuya organización les fue encomendada a la
representación de la ONU en Colombia, la Universidad Nacional y su Centro de
Pensamiento y Seguimiento del Diálogo de Paz”.
La positiva
línea actitudinal de EL TIEMPO en relación con el proceso de paz
continuaría expresándose en sus editoriales.
Optimismo moderado (sic) es el titular del editorial del 28 de mayo de
2013. En dicha nota se lee: “No es
exagerado el calificativo de <> que desde diversas
orillas se ha utilizado para referirse al acuerdo anunciado el pasado domingo
entre el Gobierno y las Farc en relación con el primer punto de la agenda: el del desarrollo agrario… Es
preciso recordar que el origen de esta
guerrilla guarda estrecha relación con la cuestión agraria… Y es que hay que
ser claros en que el sendero todavía es
largo y culebrero. Tal y como está planteado el proceso, su punto de giro
tendrá lugar en la aplicación de los acuerdos logrados una vez cese el
conflicto armado. Solo entonces habrá cabida para la euforia ”.
A MANERA DE
CONCLUSIÓN
A lo largo del documento se establece una especie de
comparativo entre las posturas asumidas por los tres diarios. Si bien existen
diferencias claras entre un periódico como EL PAÍS de alcance local y
posiblemente regional y los diarios de pretendido alcance nacional como EL ESPECTADOR
y EL TIEMPO, el ejercicio comparativo no se invalida o relativiza por
dichas diferencias “operativas” y de efectivo alcance en términos geográficos y
de número de lectores y suscriptores. Por el contrario, el ejercicio
comparativo sirve para ahondar en aspectos ideológicos y políticos que guardan
estrecha relación y gran incidencia en las formas como dichos medios informan y
asumen posturas editoriales en torno a hechos públicos como lo es el proceso de
paz de La Habana.
De esta manera, hay que señalar que el diario EL PAÍS
defiende el establecimiento y la tradición. En ello comparte posición con EL
TIEMPO, aunque este diario bogotano no apeló de manera sistemática a los universales que el diario vallecaucano
usó para exponer su apoyo a un orden social, económico y político que deviene
justo y legítimo, al decir de los editorialistas que redactaron las piezas
registradas en este documento.
El diario EL PAÍS continúa inscrito y adscrito en el
discurso político que Uribe Vélez inoculó durante sus ocho años de mandato. Su
animosidad hacia las Farc le permitió durante varios editoriales desconocer o
desestimar su carácter de actor armado. Así sucedió momentáneamente con el
diario EL ESPECTADOR.
Sobre este último diario, hay que exaltar su postura
positiva y su apoyo al proceso de paz, al que vio como un esfuerzo que valía la
pena hacer por parte del Gobierno para superar un degradado conflicto armado
como el colombiano.
Es posible, entonces, de acuerdo con el seguimiento y
análisis propuesto en este documento, señalar que aún subsisten resistencias
mediáticas en el reconocimiento de la existencia del conflicto armado interno.
El uso de términos como terroristas y el calificar acciones bélicas como
terroristas impiden la generación de consensos sociales y políticos alrededor
de lo que sucede al interior del país en materia de orden público, en donde
claramente hay un Estado que no tiene el monopolio legítimo de la fuerza (de
las armas) y unas fuerzas subversivas que desconocen su autoridad y buscan
hacerse con el poder político, a través de la derrota y el sometimiento de las
fuerzas armadas estatales.
Los editorialistas no hicieron distinción entre una
acción de guerra que puede terminar generando terror en una población
específica y hechos de terrorismo propiamente dichos. Esa ambivalencia
conceptual puede generar RS equívocas y por ese camino, estados de opinión
pública adversos a procesos de paz y de refrendación de acuerdos que necesitan
y necesitarán de una opinión pública que comprenda las dinámicas del conflicto
y las circunstancias históricas que provocaron el levantamiento armado.
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masas, crítica y perspectivas. Paidós. España, 1996.
[1] Comunicador
social- periodista, docente-investigador, Coordinador del Grupo de
Investigación en Estudios Sociopolíticos y Especialista en Humanidades
Contemporáneas de la Universidad Autónoma de Occidente. Magíster en Estudios
Políticos de la Pontificia Universidad Javeriana de Cali. www.laotatribuna1.blogspot.com
[2] Puede
contactarse con el autor, para que enviarle el PDF.
[3] Las
posturas político-editoriales asumidas, por ejemplo, por El Espectador, en
cabeza de Guillermo Cano le valieron no sólo presiones de anunciantes que
amenazaron al diario con retirar la pauta, sino atentados criminales como el
que perpetró Pablo Escobar contra las instalaciones de dicho medio. Era tal la
fuerza y el reconocimiento de los editoriales y de la información publicada por
El Espectador en relación con y en contra del narcotráfico, y en especial
contra el narcotraficante Pablo Escobar Gaviria, que “en muchos círculos del poder económico, político, social y mediático,
también en la calle, tomó fuerza la opinión
de que le hacían más daño al país las denuncias de El Espectador, su
posición beligerante, dura, inamovible frente a la necesidad de la justicia,
que aceptar las propuestas de los narcos que oscilaban desde la entrega de sus
laboratorios hasta el cese de las actividades del tráfico de estupefacientes, a
cambio, entre otras cosas, de la no extradición, de cárceles confortables, de rebaja de penas y de que
fuesen tratados como un grupo político”.
Financiación, narcotráfico y prensa: El Espectador en los años ochenta y
noventa. El periódico que no apostó a medias tintas. Cano Busquets, Marisol.
En: Medios y nación, historia de los medios de comunicación en Colombia.
Cerlalc, Fundación Beatriz Osorio Sierra, Aguilar, Museo Nacional de Colombia,
Fundación de Estudios para el Desarrollo, Ministerio de Cultura y Convenio
Andrés Bello. 2003. p. 464.
[4] Hace parte de un Cuaderno de
Trabajo, producido al interior del CIER.
[5] Este ejercicio fue posible gracias a
que el Asistente del Centro Interdisciplinario de Estudios de la Región
Pacífico colombiano, CIER, Luis Eduardo Bustamente, recopiló los editoriales,
en el marco de las actividades del Observatorio de Medios que funciona dentro
de dicho centro de investigación de la Universidad Autónoma de Occidente. La
metodología aplicada se puede inscribir en el marco del análisis del discurso
periodístico, el político y la hermenéutica.
[6] No todos los editoriales son citados
en el documento por considerar que no había suficientes evidencias que
permitieran seguir develando el hilo conductor de una postura política asumida
por los medios. Para el caso del diario El País no se citaron 11 editoriales:
Liberación inmediata (sic), Consenso necesario (sic), El proceso y la polémica
(sic), El anhelo de Colombia (sic), Después de la marcha (sic), Diálogos, la
octava etapa (sic), Participación y democracia (sic), Los enemigos de la paz
(sic), Esperanzas y dudas (sic), El árbol de Navidad (sic) y Entre la retórica
y la realidad (sic).Además, varios apartes del análisis original no hacen parte
de este documento por razones de espacio.
[7] Como
si se tratara de un asunto negativo o una violación a la ley, buscar el fin del
conflicto armado interno con un actor armado que históricamente ha enfrentado
militarmente el poder estatal y lo ha desconocido políticamente. En este caso,
dicho sector de ultraderecha (el uribismo) negó la figura asuntos de Estado, en otrora usada durante los ocho
años de Gobierno de Uribe Vélez, en los que los asuntos o secretos de Estado
sirvieron para legitimar acciones gubernamentales que rayaban con la
ilegalidad.
[8] Véase
Ayala, Germán y Hurtado, Guido. Periodismo, Conflicto y Posconflicto:
realidades y aproximaciones. UAO, 2007.
[10] Periódico de la Flia Lloreda, de ideología
conservadora. Véase más de sus características en Ayala Osorio, Germán, et al,
Medios de comunicación y Plan Colombia, un año de autocensura. CUAO, 2001; o
también, Medios de comunicación y seguridad democrática, De la democracia
radical al unanimismo ideológico. UAO, 2006.
[11] Editorial Hablando de paz. El País. p. A 10.
[12] Aquí el rumor es llevado a un estadio de certeza,
desde el que el editorialista exige respuestas alrededor de la situación de
esos supuestos acercamientos entre el Gobierno y la dirección de las Farc.
[13] Proceso sistemático de exterminio del que
participaron agentes estatales, miembros de los carteles de la droga y de los
grupos paramilitares.
[14] Dichos universales se caracterizan porque
abarcadores, hegemónicos y totalizantes. No dejan espacio a la duda e incluso,
desestiman otras consideraciones y opiniones. No permiten el disenso. Por el
contrario, están más en la idea de borrar esas expresiones, para establecer así
sea forzosos consensos políticos y mediáticos. Ricardo Sanín Restrepo define
los universales de esta forma, en el contexto de las discusiones que plantea
sobre liberalismo y democracia, en su libro Teoría Crítica Constitucional,
rescatando la democracia del liberalismo: “El universal es producto de una
instancia histórica particular, pero que a la vez la frena y la explica; la
paraliza y la oculta, todos somos sus vástagos, nuestro lugar está predestinado
por ellos… El universal es el afuera inasible para el lenguaje pero que crea el
lenguaje en su totalidad… Universales como democracia, están instalados como
ordenadores de la realidad, como hipertexto que subyace a cada producción de lo
social, que lo organiza y justifica hasta sus elementos granulares…el universal
jamás es el marco neutro de una multitud de contenidos particulares, no es un
contenido ya realizado y que activa el proceso desde sus orígenes y de acuerdo
a una constitución inscrita en su alma. Sino que por su propia naturaleza el
universal divide, separa, destroza toda entidad individual, escinde lo
particular…El fracaso del universal no es entonces un fracaso de los intentos
particulares, sino el fracaso de
universalizar un particular que lo deja expuesto a su propia finitud”.(páginas
32, 33, 35,37 y 38)
[15] En el editorial del 12 de septiembre de 2012,
titulado Volviendo a la realidad (sic), se alude al proceso de paz de manera
tangencial, dado que la nota editorial se dedicó a los problemas que por esos
días se conocían del sistema de salud.
[16] Asociación Colombiana de Oficiales en Retiro de las
Fuerzas Militares. http://www.acore.org.co/
[17] Manual para cubrir la guerra y la paz. Conferencia
Episcopal de Alemania, Fescol, Embajada de Alemania y Fundación para un Nuevo
Periodismo Iberoamericano. Bogotá, 1999. p. 63.
[18] Para desarmar la palabra. Diccionario de Términos
del Conflicto y de la Paz. Corporación Medios para la Paz. Bogotá, 1999. p.225.
[19] El País ‘fusiona’ en la categoría campesinos, las
identidades de afros e indígenas que viven en zonas aledañas a aquellas en
donde claramente se desarrollan prácticas de siembra y comportamientos propios
de campesinos. Sucede una suerte de ‘fusión identitaria’, con la que se
desconoce la existencia de unas comunidades a las no que se pueden llamar o
‘etiquetar’ como campesinos.
[20] No se puede desconocer la participación directa de
grupos de narcotraficantes en las acciones de despojo de tierras. No se
incluyen aquí porque no tienen el carácter político de un actor armado.
[21] Aunque la familia Cano ya no es propietaria del
medio, en este documento se hablará del diario o del periódico de los Cano para
reconocer el liderazgo periodístico que Fidel Cano mantiene en dicho
medio.
[22] En varios editoriales, el diario El País habló de
la guerrilla más vieja del mundo y de la comisión de actos terroristas.
[23] Como sucedió con los editoriales del diario El
País, no todas las notas editoriales fueron citadas por cuanto se juzgó que lo
dicho en ellas no ameritaba el registro cuando poco o nada aportara a la línea editorial y
política trazada y develada en los mismos análisis de los editoriales. De allí
que los textos editoriales no citados de El Espectador fueron: Un paso
razonable (sic), Proceso de paz y justicia internacional (sic), Equidad y medio
ambiente para la paz (sic), Ya lo sabíamos (sic), Unidad en materia de paz
(sic), Proceso destrabado (sic), Los límites de la oposición (sic), Después de
la marcha (sic), Que se hable de paz (sic)
[24] Sobre los riesgos de una ANC, véase: http://laotratribuna1.blogspot.com/2014/04/los-riesgos-de-una-asamblea-nacional.html
[25] Véase al respecto la columna de Rodrigo Uprimny: http://www.elespectador.com/opinion/refrendar-paz-columna-426654
[26] Como sucedió con los diarios El País y El
Espectador, para el análisis no todos los editoriales publicados se citan
apartes. Los editoriales no citados son: primeras palabras (sic), Los
inamovibles de La Habana (sic), Midiendo el aceite (sic), Una marcha, un
mensaje (sic), La vía de los consensos (sic), Un debate que se asoma (sic), El
nuevo reto en La Habana (sic) y
Mantener la buena senda (sic).
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