YO DIGO SÍ A LA PAZ

YO DIGO SÍ A LA PAZ

martes, 13 de enero de 2015

POSTURAS DE LA PRENSA FRENTE AL PROCESO DE PAZ DE LA HABANA

Germán Ayala Osorio[1]

Resumen

El autor siguió y analizó las posturas editoriales asumidas por los periódicos colombianos EL PAÍS, EL TIEMPO y EL ESPECTADOR, frente al inicio y el devenir del proceso de paz de La Habana. Se establecieron diferencias entre las posturas asumidas por los tres medios escritos masivos. Diferencias que bien pueden estar relacionadas con el origen ideológico y/o la orientación ideológica que cada medio ha venido defendiendo históricamente. Este artículo hace parte del Cuaderno de Trabajo Temático número 1, publicado por la Universidad Autónoma de Occidente y el CIER. Por lo tanto, si al lector le interesa conocer más acerca de este tema, puede remitirse a dicho documento[2].


Palabras claves

Periodismo, política editorial, proceso de paz de La Habana, conflicto armado interno.

Introducción

La función de los medios y el discurso periodístico-noticioso que de aquella se despende exhibe, fundamentalmente, dos ámbitos que coexisten no siempre de manera armónica y muchos menos constituyen una sola unidad de sentido. Estos son: el ámbito informativo en donde se registran unos hechos previa y arbitrariamente calificados como noticiables y que luego se convierten en noticiosos, con los que las empresas mediáticas y los periodistas pretenden dar cuenta de la verdad de unos  sucesos que consideran son de interés público y con los cuales (re) construyen lo que comúnmente se llama realidad.

Y el otro ámbito es el de la opinión, en el que sobresalen, de un lado, los ejercicios subjetivos de los columnistas que el medio escrito ‘invita’ a escribir en sus páginas y del otro, un ejercicio igualmente subjetivo, pero que deviene investido de legitimidad histórica, asociada a la credibilidad del medio y del significado que política y periodísticamente se le reconocen a los editoriales. Esto es, las posturas que el medio masivo escrito asume frente a hechos públicos de especial trascendencia.

Así entonces, el ámbito de la opinión tiene dos caras. La de los columnistas que cada cierto tiempo exponen sus ideas, y la del medio, que a través del tipo textual Editorial asume posturas política y periodísticamente valoradas por sectores reducidos de la sociedad. No son estos los tiempos en los que los editoriales generan crisis políticas, reacciones violentas de líderes de carteles de la mafia[3] o remezones con claras implicaciones en el ejercicio del poder político centralizado bien en Bogotá, o en algunas capitales de departamento. A pesar de ello, los editoriales aún guardan un valor político, periodístico y académico que de alguna manera, con este texto, se quiere reconocer. 

Las posturas editoriales que suelen asumir los medios escritos alrededor de asuntos públicos de especial interés, aparentemente tienen cada vez menos trascendencia social y política a juzgar por el poco interés que suscitan en unas audiencias cada vez más subsumidas por las dinámicas y el consumo de las redes sociales y el uso de las nuevas tecnologías con fines de entretenimiento. Sin embargo, esas posturas mantienen un interés académico y periodístico, así su impacto político se reduzca a reuniones cerradas de partidos políticos, cócteles a los que asisten miembros de reducidas élites, e incluso, en reuniones ministeriales en la Casa de Nariño; o en instituciones de gobierno en los ámbitos local y regional.

Los o las editoriales publicadas por los medios escritos pueden convertirse en piezas periodísticas con gran valor histórico y político, en especial cuando se hace historiografía, así como análisis políticos alrededor de los asuntos y/o hechos públicos (políticos) que dieron lugar o motivaron la escritura  de esos editoriales.

Dado que las conversaciones de paz que se adelantan en La Habana, Cuba, entre el Gobierno de Juan Manuel Santos Calderón y la cúpula de las Farc son en sí mismas un hecho político y periodístico-noticioso de especial trascendencia, resulta de gran valor académico registrar y descifrar los discursos que dieron vida a los editoriales que en torno al proceso de paz publicaron tres masivos escritos colombianos: EL PAÍS, EL ESPECTADOR y EL TIEMPO.

Este documento[4] responde a un ejercicio de análisis que transita por los ámbitos de la hermenéutica y el análisis político y periodístico. El ejercicio analítico está soportado en categorías de análisis previamente diseñadas con las que se analizan  varias piezas editoriales y se busca establecer un hilo conductor con el que se describen  las ‘actitudes’ políticas y editoriales sistemáticas asumidas por los tres periódicos colombianos sobre los cuales se aplicó el seguimiento y el ejercicio académico.

Se leyeron, revisaron y analizaron 63 textos editoriales[5] de los medios impresos EL PAÍS, EL ESPECTADOR y EL TIEMPO, con la siguiente distribución porcentual: EL PAÍS, con 30 editoriales[6], con un 47,6%, seguido por EL ESPECTADOR, con 20, lo que le dio una participación porcentual del 31,8 y EL TIEMPO, con 13 notas editoriales, que corresponden al 20,6%.

Categoría / Medio
El País
El
El Tiempo
Total
%
Espectador
PROCESO DE PAZ
30
20
13
63
100%

%
47,6
31,8
20,6
100%



El periodo comprendido va desde agosto de 2012 hasta junio de 2013 y se caracteriza por las reacciones que generó la filtración de información que hiciera un sector de la ultraderecha en el sentido de que el Gobierno de Santos estaba hablando en secreto[7] con las Farc, para dar inicio a un eventual proceso de paz. Los medios recogieron el rumor y lo convirtieron en un hecho noticioso, lo que de inmediato se constituyó en una fuerte presión para el Ejecutivo, que debió reconocer que efectivamente era cierto lo de los acercamientos para dialogar con esa guerrilla. Posteriormente, los colombianos conocerían que efectivamente habría un nuevo proceso de paz sin zona de despeje y por fuera del país, como ya se había intentado en los gobiernos de Pastrana Arango (1998-2002), para el caso de la zona de Distensión y de Belisario Betancur Cuartas (1982-1986)[8], para lo concerniente a las conversaciones en el exterior. 

Después de confirmado el inicio del proceso de paz, la existencia de una hoja de ruta y su instalación en Oslo, el país nuevamente se llenaba de positivas expectativas ante un nuevo esfuerzo por ponerle fin al conflicto armado interno, después de ocho años de un escalamiento del conflicto amado interno durante las dos administraciones de Uribe Vélez (2002-2010), fruto de la aplicación de la Política Pública de Defensa y Seguridad Democrática (PPDSD). No era para menos pues la consecución de la paz, y ésta, como asunto público, volvería a ser parte de la agenda de un Gobierno y por supuesto parte importante de la agenda noticiosa de los medios, y por ende, parte de los temas que los ciudadanos del común discutirían a diario.

Algunas coyunturas político-mediáticas

El análisis se presenta teniendo en cuenta la mayor participación porcentual, es decir, se inicia con el diario EL PAÍS de la ciudad de Cali, se continúa con el periódico EL ESPECTADOR y se termina con el diario EL TIEMPO. El orden será cronológico, de acuerdo con las fechas de las ediciones en las que se publicaron los editoriales dedicados al devenir de los diálogos de paz que se celebran en La Habana, Cuba. Pero antes del análisis cronológico de los editoriales publicados, se alude a algunas coyunturas político-mediáticas[9] surgidas durante el inicio de las conversaciones de paz en territorio cubano.

Dialogar con las guerrillas no sólo despierta optimismo en sectores cansados de la guerra interna, sino animadversión y preocupación en ámbitos de poder que ven con preocupación no tanto que se hable con los subversivos, sino que ven con especial recelo los acuerdos a los que puedan llegar las partes dialogantes, en especial si en y con estos acuerdos se tocan intereses de una burguesía históricamente comprometida con la profundización de los factores sociales, políticos y económicos que justificaron en los años sesenta el levantamiento armado en Colombia.  Es decir, que se ponga el riesgo la propiedad privada, se cambie el modelo de desarrollo capitalista y se imponga una especie de capitalismo de Estado con el que el mercado se reduce o es controlado por el poder político.

Con todo y lo anterior, y convertidos los medios masivos en actores políticos y económicos interesados en mantener y apoyar el actual régimen, a pesar de sus dificultades operativas para consolidar un Estado social de derecho y de una discutible legitimidad, el proceso de paz en La Habana avanza en medio de la creciente incertidumbre de una opinión pública que desconoce cómo van las negociaciones. Se inicia con el diario EL PAÍS, pero antes de ello, se presentan las categorías de análisis.

Las categorías de análisis

Para el análisis se proponen las siguientes categorías con las que será posible establecer qué tipos de posturas editoriales asumieron los medios EL TIEMPO, EL ESPECTADOR y EL PAÍS en torno al proceso de paz y a específicas coyunturas vividas durante el periodo escogido.

  1. Existe o no conflicto armado. Con esta primera categoría se busca establecer las conexiones ideológicas que cada medio mantiene o ha establecido históricamente con aquellos sectores de opinión y/o del poder político que desconocen la existencia del conflicto armado interno. En especial, con Álvaro Uribe Vélez, quien desde el Estado lideró e impuso el desconocimiento del conflicto armado interno con todo y lo que ello significa en materia de doctrina militar, reconocimiento  y reparación a las víctimas, posibilidades de negociación e incluso, de la exigencia para el cumplimiento efectivo de las normas del Derecho Internacional Humanitario, entre otros asuntos. Con la promulgación de la Política de Defensa y Seguridad Democrática (PPDSD) el gobierno de Uribe Vélez (2002-2010) no solo desconoció la existencia de la guerra interna o del conflicto armado interno, sino que señaló que el país enfrentaba  una amenaza terrorista, adoptando y adaptando su política de paz o de guerra, a lo planteado por los Estados Unidos ante los hechos del 9/11, ocurridos en territorio norteamericano.


  1. Apoyo al orden establecido. Con ese enunciado categorial se propone develar los elementos discursivos (uso de nomenclaturas específicas), ideológicos y políticos que permiten calificar el nivel de cercanía que tiene cada medio con el orden establecido, o con su defensa, considerando o no los momentos históricos y las circunstancias que relativizan su legitimidad y su capacidad para erigirse como régimen justo y moralmente superior ante sus asociados. Los medios masivos, cada vez más articulados al poder económico y político, devienen en actores políticos y agentes socializadores con especial y probada incidencia en las formas como las audiencias y los ciudadanos entienden y comprenden no sólo los asuntos de la guerra interna, sino las formas más aceptables de una paz justa y duradera.  El apoyo al orden establecido es posible observarlo a través del uso de nomenclaturas universales o a través de enunciados directos con los que se proclama el apoyo.

  1. Caracterización del actor armado con el que se negocia. Con esta categoría se busca develar hasta dónde el reconocimiento que hizo el Gobierno de Santos de la existencia del conflicto armado interno  fue aceptado y recogido por los medios masivos y expuesto a través de sus posturas editoriales. Resulta clave el asunto en tanto que el discurso castrense a diario, a través de los medios, califica a los grupos armados como agrupaciones terroristas, acción discursiva esta que tiene consecuencias políticas y jurídicas en tanto que resultaría inviable negociar con grupos terroristas. El carácter y  el estatus  político de las guerrillas deviene en un asunto histórico y político que no se agota en la decisión unilateral de unos gobernantes que de manera unilateral deciden devolverles o desconocerles una condición natural que difícilmente puede anularse u olvidarse.



EL PAÍS[10]

El primer editorial del diario caleño, intitulado Hablando de paz (sic), se publica el 23 de agosto de 2012. En él se hace referencia a lo que a esas alturas era un fuerte rumor alrededor de posibles acercamientos de paz entre el Gobierno de Santos y la dirigencia de las Farc. De esta manera se alude al asunto: “ahora se acusa al presidente Juan Manuel Santos de tener diálogos secretos con la guerrilla, dirigidos al mismo propósito. Y se pretende crear una alarma, como si la política, lo que hace un gobierno cada día, o incluye casi de manera obligada el diálogo para buscar salidas a los problemas. Es cuando empieza a ser evidente que un tema tan sensible  como ese, que debería ser objeto de un acuerdo nacional, empieza a ser usado con intenciones partidistas, causando la natural intranquilidad[11].

En términos generales el editorial Hablando de paz (sic) recoge un rumor, lo reconoce como tal, pero lo lleva a un estadio de realidad y/o de verosimilitud que le sirve al editorialista para advertir no sólo lo delicado del asunto, sino de la dificultad que implica dialogar con un actor armado que socialmente arrastraría una enorme animadversión. El propio editorial así lo confirma: “El asunto ahora es, más bien, que le cuente a los colombianos qué tan avanzados[12] están los contactos, que ya parecen ser de dominio público a pesar de las evasivas del Gobierno”.

Frente a las Farc, el editorial exhibe la postura que el medio como tal tiene frente a un actor armado que ha participado en otros procesos de diálogos que no han terminado en la firma del fin del conflicto y/o  en la desmovilización de sus combatientes. Y EL PAÍS así lo recuerda: “Si se le pregunta a los colombianos cuál es su opinión sobre la posibilidad de establecer diálogos de paz con la guerrilla, en especial con las Farc, las probabilidades de conseguir respaldo mayoritario serían mínimas. Sin embargo, si a un gobernante  se le preguntara sobre la idea de entablar contactos que pueden conducir a este fin, no sería extraño que calificara esa gestión como una obligación constitucional y moral, cuyo propósito es ante todo detener la violencia. Eso es lo que han hecho, con mayor o menor fortuna, los gobiernos de los últimos cincuenta años en Colombia. En algunos casos, como el del M-19, los contactos llevaron a negociaciones y de ahí a procesos de desmovilización, pese a actos de terrorismo crueles y terribles como la toma del Palacio de Justicia. En otros, como en el caso de las Farc y el ELN, la burla, el engaño y las dilaciones que permiten a esos grupos su rearme y la posibilidad de consolidar su imagen como movimientos políticos, han sido la constante. El penúltimo de esos intentos, el más ambicioso y el más frustrante, fue realizado por el presidente Andrés Pastrana. Despejar el Caguán  y tener a los cabecillas como protagonistas de los medios de comunicación fue respondido con la peor oleada de terror que recuerde Colombia…”.

En el citado texto hay evidentes verdades a medias, fruto de una postura editorial y política del medio, evidentemente parcializada. En primer lugar, el editorial convierte en una verdad absoluta la idea de que hacia las Farc, por lo menos en las principales ciudades del país, se profesa un odio o una fuerte animosidad. La conclusión no se soporta en estudio alguno. Se trata de un mero ejercicio de una doxa contaminada por la fuerza de la tradición y de una verdad que se origina, exclusivamente, en las finas  y prístinas fuentes de una clase social privilegiada.

Posteriormente, el medio descalifica el exitoso proceso de paz con el M-19, trayendo a colación el episodio de la toma del Palacio de Justicia por parte de un grupo del M-19 y ubicándolo en la misma base de tiempo, lo que da la sensación de que la desmovilización terminó facilitando la temeraria acción armada. Luego, al referirse de manera general a fallidos  procesos de paz con las Farc, oculta o deja de señalar lo que sin duda fue en su momento un gran resultado de negociación política: la creación de la Unión Patriótica (UP), como brazo político de las Farc.  Y es claro que el asesinato[13] de más 4.000 militantes de dicho partido político no sólo constituyó un genocidio, sino que mandó un mensaje claro a las guerrillas: el Estado, una vez desmovilizados, no les puede garantizar la vida.

De igual manera, al final del citado texto, el editorial, de manera clara, deja por fuera otras circunstancias contextuales que presionaron la crisis del proceso de paz del Caguán: la presión del estamento militar y los inadecuados tratamientos periodísticos que la gran prensa colombiana dio a diversos hechos que se dieron en torno a las negociaciones que se adelantaron en la zona de despeje. 

El segundo editorial del diario vallecaucano se publicaría cinco días después, es decir, el 28 de agosto de 2012. De nuevo, diálogos (sic). El editorial confirma lo que días atrás el mismo diario consideraba como un rumor: el inicio de conversaciones entre las Farc y el Gobierno de Santos. El editorial mantiene el tono del anterior, en lo que toca a la animosidad frente al actor armado con el que se confirma que el gobierno de Santos adelantaría conversaciones.  En dicho texto se lee: “Con el escepticismo que crearon los procesos fracasados y el costo que le han significado en términos de vidas y de progreso, Colombia estará atenta a los desarrollos de las conversaciones en Oslo. El Gobierno por su parte deberá estar al tanto de lo que piensan los colombianos, para no asumir compromisos que desconozcan la voluntad nacional. Sin duda, la paz una necesidad y su búsqueda un deber. Pero no a cualquier precio”.

Apela el editorial a universales[14] que le sirven para ocultar allí la verdadera postura política del medio. Habla de voluntad nacional, como si se conociera cuál o en qué consiste esa voluntad, en especial en cuanto a los términos en lo que deberían de darse las negociaciones. De plano, EL PAÍS descarta la cesión de poder, la ampliación de la democracia e incluso, la revisión del régimen político y los urgentes ajustes estructurales que hay que hacerle al Estado colombiano con el fin de ampliar su legitimidad  y hacer de éste un orden justo.  Y todo porque asumir esos cambios haría parte de compromisos que el Gobierno de Santos no puede contraer porque de inmediato y de manera natural irían en contravía de lo que el editorial llama la voluntad nacional.  Parece negar el editorial la urgente necesidad que hay en el país de reconstruir el poder en tanto que su concentración en pocas manos no sólo debilita su accionar público, en el sentido de que debe beneficiar a todos, sino que coadyuva a la consolidación de un Estado privatizado y al servicio casi exclusivo de unas élites que lo han cooptado para mantener privilegios de clase.

En el editorial del 2 de septiembre de 2012, titulado ¿Qué negociar? (sic), el diario EL PAÍS nuevamente exhibe su férrea postura editorial frente a las Farc y la desconfianza que le genera este nuevo intento de ponerle fin al conflicto armado interno. Y nuevamente apela al universal del interés nacional, esta vez insistiendo en que todos debemos estar atentos a lo que se negocie en La Habana. En esa línea argumentativa se leen estos apartes del editorial: “Se conoció el contenido de lo que será el diálogo entre el Gobierno y las Farc para sentarse a la mesa de negociación. La Nación debe estar vigilante para evitar que las conversaciones que se realizarán en La Habana se conviertan en una salida inaceptable o en una nueva frustración a su interés por la paz… Es de esperar que los delegados del Gobierno actúen reflejando el interés nacional. Todos son temas de importante contenido que deberían ser materia de debate en el Congreso de la República y en los escenarios democráticos, antes de negociarse con quienes han hecho de la violencia un negocio disfrazado de posiciones políticas”.

Hasta el momento subsiste un encadenamiento lógico de las ideas plasmadas en los tres editoriales. En primer lugar, se habló y se validó  un rumor y luego se confirmó lo de los acercamientos entre las partes interesadas en la paz de Colombia. Y en segundo lugar, se llama la atención sobre la necesidad de respetar la desconocida voluntad nacional. La mejor forma de hacerlo, para el diario caleño, es que el gobierno no asuma compromisos que vayan en contravía de esa imaginada voluntad nacional. En el tercer editorial del 28 de agosto de 2012, esa idea tendría continuidad desde el título: ¿Qué negociar? (sic). En este último texto se habla de interés nacional.

El cuarto editorial se publica en la edición del 5 de septiembre de 2012, bajo el título Las cartas sobre la mesa (sic). El día anterior, en una alocución televisada, el presidente Santos informó al país que buscaría la paz con las Farc y anunció los puntos clave de la Hoja de Ruta trazada para caminar hacia el objetivo de poner fin al conflicto armado interno. Aunque el editorial conserva el mismo tono de animadversión hacia la agrupación armada ilegal, en esta oportunidad no apeló a los universales interés nacional o voluntad nacional. Eso sí, al final del texto se lee lo siguiente, que de alguna manera recoge el sentido político de los dos universales ya citados: “…Se requiere el compromiso del Gobierno para impedir  que el proceso que se inicia no sea una nueva frustración de los anhelos de paz justa y responsable que tiene Colombia”.

Vendría el quinto editorial cuatro días después, es decir, el 9 de septiembre de 2012. Bajo el título Los primeros pasos (sic), el diario vallecaucano expone sus dudas frente a la seriedad con la que las Farc asumen el inicio de los diálogos, a propósito de su instalación en Oslo, Noruega. Por el contrario, el editorial exalta la calidad de los miembros de la delegación del Gobierno. Por ejemplo, se refiere a los generales Jorge Enrique  Mora Rangel y Oscar Naranjo, a quienes califica como “guerreros nobles y leales a la Constitución, y prenda de garantía de los intereses nacionales. Una exaltación que confirma que el medio periodístico está con el Establecimiento y en particular apoya al estamento militar.

Nuevamente el diario EL PAÍS apela a la existencia de un interés nacional o de unos intereses nacionales que parecen sabrán cuidar los miembros de la delegación del Gobierno, en especial los oficiales retirados del Ejército y la Policía, respectivamente. Es posible que de fondo el editorial aluda al Establecimiento como orden, representante y garante del orden jurídico y político;  y le apuesta a su prolongación en el tiempo dado que su legitimidad no se discute porque las Farc apelan al terrorismo, al secuestro y a las drogas para mantenerse en pie de guerra.

En el mismo editorial el periódico valida, nuevamente, un rumor y lo lleva a un estadio de posibilidad y certeza. Dice el editorial que “Rumores hablan de que ya hay muchas cosas acordadas, y que el Gobierno se apresta a impulsar la expedición de las Leyes que complementarán el llamado Marco para la Paz…”.

El 3 de octubre de 2012 EL PAÍS volvería a referirse al proceso de paz de manera directa[15] a través de una nota editorial titulada Noticias de la negociación (sic). Mantiene el periódico caleño el tono de duda frente a la voluntad de paz de las Farc. En cuanto al uso de categorías o nomenclaturas universales, en esta oportunidad no insistió en las ya conocidas interés nacional, intereses nacionales o voluntad nacional. En un ejercicio de equivalencia, El País habla de una nerviosa opinión pública que requiere ser tranquilizada por el Gobierno. En el texto se lee: “…De resto, las declaraciones  del presidente Santos en el sentido de que nada pasará si el diálogo no llega a producir frutos, y su ratificación sobre la negativa a aceptar un cese el fuego, parecen lograr el efecto deseado, el de tranquilizar a una nerviosa  opinión pública y a una nación que está convencida de la necesidad de lograr la paz pero desconfía de las Farc y de sus propósitos”. Ese sería el sexto editorial.

El 14 de octubre de 2012 EL PAÍS publicaría el editorial  Escepticismo y esperanza (sic) en el que insistiría en su postura confrontacional frente a las Farc y a pasadas experiencias de diálogos fallidos con esa misma organización armada. Y aunque en esta nota editorial no recabó sobre las ya referidas nomenclaturas universales, si entregó la responsabilidad de alcanzar un acuerdo de paz de manera exclusiva a la dirigencia de las Farc: “Así, las conversaciones arrancan en un ambiente enmarcado entre el escepticismo y la esperanza. Nunca como hoy ha sido tan evidente que la posibilidad de acuerdo dependerá de la actitud de las Farc”.

Parece olvidar el diario caleño que se trata de una negociación en la que claramente dialogan-negocian dos actores, las Farc,  de un lado, y del otro, el Estado colombiano representado por el gobierno de Santos y sus negociadores. No se puede entregar la responsabilidad a un solo actor negociador cuando mantener operando la mesa de diálogo depende del nivel de compromiso de las dos partes y de la manera como sus negociadores den manejo a las presiones externas que sobre el proceso gravitarían por cuenta del Centro Democrático, sectores anónimos de la Fuerza Pública, en especial del Ejército; así como las presiones que agentes de la sociedad civil, como Acore[16]. El problema de la viabilidad del proceso no se puede reducir a un asunto actitudinal de los miembros negociadores de las Farc, por cuanto hay otro que es co-responsable de lo que suceda en la mesa, mas aún cuando las partes acordaron negociar en medio de las hostilidades.

El octavo editorial de EL PAÍS, editado el 19 de octubre de 2012, se titula Mal arranque (sic). Manteniendo el mismo tono pesimista, la nota periodística alude al discurso de Iván Márquez, pronunciado en Oslo, durante la instalación de la mesa de negociación, cuyos encuentros entre las partes se darían posteriormente en Cuba. Dice el editorial que “… el discurso de su movimiento (las Farc) no ha cambiado ni en la forma ni en el fondo; que continúa intacta su persistencia en usar la desigualdad que padece Colombia  para justificar su terrorismo…”. En esta oportunidad no aparecieron las ya citadas nomenclaturas universales.

Claramente la postura editorial del diario EL PAÍS deviene en una suerte de contradicción conceptual y política alrededor de lo que significa reconocer la existencia de un conflicto y por lo tanto, la presencia de un actor armado con estatus político. Hay que distinguir dos asuntos: uno, que una fuerza irregular apele al terrorismo y el segundo, que al apelar a la generación de miedo y terror ello lo convierta de manera irreversible en un grupo terrorista. La postura político-editorial de EL PAÍS anula y/o desconoce el carácter y el estatus político de un actor armado que se levantó en armas contra un Estado presumiblemente legítimo y que históricamente lo ha atacado y desconocido su autoridad moral y su poder político.

Dos días después, el 21 de octubre y bajo el título Restitución y paz (sic) EL PAÍS publica su editorial. En esa oportunidad hizo referencia a la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras. Al final de la nota reconoce que el conflicto gravita, fundamentalmente, sobre la cuestión agraria y la posesión de la tierra. Aunque no habla de interés nacional, opinión pública o voluntad nacional,  apela a una frase que deviene con el mismo carácter universal de las anteriores: la paz que todos queremos. ¿Quiénes son todos? y ¿qué tipo de paz es la que se quiere? son las preguntas que resultan de la frase citada. En el editorial se lee: “Durante muchas décadas, la tierra ha estado en el corazón del conflicto  en Colombia. En eso estamos todos de acuerdo. Lo que debemos hacer es enfrentar el problema y resolverlo, empezando por restituir sus derechos a las víctimas del despojo. Así, y no con descalificaciones, se empezará a construir la paz que todos deseamos”.

El diario caleño, en su editorial del 15 de noviembre de 2012, hace referencia a incursiones armadas de las Farc y al aplazamiento en el inicio de los diálogos, debido a problemas técnicos que tuvieron que ver con la llegada de los líderes de las Farc a la Isla. Los ataques armados de las Farc tuvieron como epicentro a Suárez, municipio norte caucano históricamente afectado por el accionar de los actores armados, en especial por los ataques que las Farc le han dado a la Fuerza Pública, asentada dentro y por fuera del municipio de Suárez. 

En la nota editorial se lee: “Coincidiendo con el inicio de las conversaciones en La Habana, las Farc desataron su acostumbrada ola de terrorismo contra la sociedad civil, aquella que no tiene armas, que vive en municipios apartados de la capital Bogotá y sólo aspira a que la dejen en paz”. Renglones más adelante, el editorial habla de población civil. Subsiste una confusión conceptual en el editorialista que redactó la postura oficial del medio vallecaucano. El título coadyuva a la confusión: La verdadera sociedad civil (sic).

Es necesario hacer claridad alrededor de qué son acciones terroristas y qué incursiones y hechos de guerra. Dentro de la dinámica de la guerra se distinguen de actos terroristas hechos bélicos llamados asaltos, ataques, bombardeos, combates, emboscada, escalada, hostigamiento, incursión, toma y sabotaje, entre otras. Para el caso de la nomenclatura Terrorismo, comparto las dos siguientes acepciones. La primera que define el terrorismo como un “acto de violencia ejecutado para infundir terror, valiéndose por lo general de explosivos, armas de fragmentación o medios de destrucción indiscriminados. También se incurre en terrorismo cuando se amenaza, se causa o se intenta propagar  cualquier tipo de enfermedad epidémica o cualquier otra calamidad. Algunos autores consideran que se requiere la concurrencia  de al menos tres factores para que un acto sea tipificado como terrorista: un acto o amenaza de violencia; una reacción psicológica, y unos efectos sociales[17]; y la segunda, que lo define “como la ejecución deliberada de acciones encaminadas a generar pánico, miedo y terror en la población  como instrumentos de acción política o como medios de guerra. Es terrorista cualquier uso de la violencia con la finalidad de aterrorizar[18].

El editorial número 13 se publica el 22 de noviembre de 2012, bajo el título Las palabras y los hechos (sic). Insiste y confirma el diario caleño su animadversión o animosidad hacia las Farc. Actitud válida desde un ejercicio subjetivo e individual del pensamiento y los márgenes que da la libertad de prensa, pero claramente inconveniente en tanto que lo dicho en el editorial se convierte en una postura política de un medio influyente, cuya postura suele ser replicada por otros medios, en especial por la radio y programas de televisión. En esta oportunidad el editorial del diario conservador cuestiona el anuncio de la dirigencia de las Farc de un cese unilateral al fuego.

En el texto editorial se lee: “Aprovechando la oportunidad que ofreció el inicio de los diálogos en La Habana, el segundo de las Farc anunció la orden de <<cesar toda clase de operaciones ofensivas contra la fuerza pública durante los próximos dos meses, así como detener los actos  resabotaje contra la infraestructura pública y privada>>. Decisión a todas luces efectista que parece destinada a cautivar la galería y a crear un cerco a la decisión de mantener la ofensiva militar contra los generadores de violencia”.

El 6 de diciembre de 2012 se edita el editorial De verdades y contradicciones (sic). Aunque sin profundas variaciones en torno a los anteriores, en este texto (el número 14), EL PAÍS habla de Verdad y claridad en referencia exclusiva a las Farc, en la perspectiva de que la organización armada ilegal diga la verdad del paradero de colombianos secuestrados por guerrilleros farianos. Al final del texto, en lo que bien puede considerarse como un leve bandazo en su férrea posición frente a la manera como el diario concibe el Estado, los orígenes de la guerra interna y las responsabilidades de los otros actores armados, el editorial señala: “El punto de partida para cualquier negociación es la claridad y la honestidad  de las partes. En este caso, se precisa la verdad de la guerrilla sobre la situación de los colombianos que aún tienen secuestrados: civiles, policías  y militares. Cuando así procedan, Colombia comenzará a creer en la seriedad de las intenciones de las Farc”.

Hablando de la tierra (sic) es el titular del editorial de la edición de EL PAÍS, del 18 de diciembre de 2012. A la exposición editorial de una clara animosidad hacia las Farc, se suma la sospecha que el periódico vallecaucano establece alrededor de un foro sobre tierra y desarrollo agrario organizado por la Universidad Nacional y la ONU,  como respuesta de estas instituciones a petición hecha por las partes que conversan en La Habana. La relación histórica y de profunda correspondencia que tiene el tema del foro con el primer punto de la Agenda de Paz fue desestimada y estigmatizada por EL PAÍS.

El editorialista responsable señala: “Pueda ser que la sorpresiva citación sirva en efecto para crear un clima de concordia en vez de aumentar la radicalización sobre un asunto que no puede ser tratado a la ligera o con motivaciones políticas como el sacar avante un proceso de por sí cuestionado… Pero nos sorprendieron con esta convocatoria. Por medio de ella, y así lo nieguen sus promotores, el país entero  quedará inmerso en una discusión que no estaba contemplada al momento de anunciar los diálogos de La Habana. Con lo cual, el proceso  deja de ser una ruta debidamente trazada para transformarse en un debate que ya amenaza con reavivar viejas heridas y crear nuevas confrontaciones”.

Apela nuevamente el diario EL PAÍS a los universales con los cuales desestima posturas contrarias y el propio discurso reivindicativo de las Farc. En el texto editorial se lee lo siguiente: “…el diálogo nacional sobre la tierra y los campesinos[19], así como las formas modernas  de explotación que no lesionen el interés común, es una obligación que el Estado está en mora de incentivar. Es sin duda parte de la paz a la que todos aspiramos…”.

Se desconoce a qué se refiere EL PAÍS con el bien común, pero apelando a la ideología conservadora que defiende, a las posturas fijadas en sus editoriales y los tratamientos periodístico-noticioso analizados en otras oportunidades, el interés común, la opinión pública y la voluntad general, entre otras nomenclaturas, hacen referencia a la tradición y a expresiones de poder que de forma natural devienen legítimas, lo que invalida cualquier juicio o pretensión política que busque modificar lo que espiritual, ideológica y naturalmente viene dado para la élite política, empresarial y para unas pocas familias.

Cerraría el año 2012 el diario caleño con el editorial El sueño de la paz (sic), en el que nuevamente plantearía su postura de claro rechazo a las Farc, y su incredulidad frente al proceso de paz que se adelanta en La Habana. En el balance, tipo radiografía que hace el editorialista, se habla de la polarización política que el proceso mismo generó en la llamada opinión pública. De un lado, quienes ven el proceso con esperanza de que por fin el país avance hacia la consecución de la paz, y del otro, quienes rechazan que se esté dialogando justamente con “el grupo armado que tanto  daño y muerte ha causado a la Nación”.

Al final, el diario conservador reconoce que la mayor dificultad para el Estado colombiano está dada en su histórica incapacidad para erigirse como un orden legítimo en todo el territorio nacional. En estos términos termina el editorial El sueño de la paz (sic): “… Sin duda, lograr un acuerdo para su desmovilización  será un gran paso en el camino de alcanzar la paz para Colombia. Pero quedará faltando el esfuerzo supremo por erradicar todas las formas de violencia que azotan a los colombianos en los campos y los centros urbanos. Es decir, aún faltará la decisión de imponer en todo el territorio nacional al acatamiento del Estado de Derecho y la democracia como presupuestos para alcanzar una paz verdadera y confiable”.

Continuaría EL PAÍS con la idea de develar los errores políticos y los delitos cometidos por las Farc, al tiempo que ocultaba los cometidos por los paramilitares[20], así como los de otros actores del conflicto armado interno. En el editorial Verdad  y reparación (sic) del 21 de febrero de 2013 el diario conservador alude al problema agrario, primer punto de la Agenda de Paz, pactada entre las partes que conversan en La Habana. Al final del texto, el periódico señala; “Por supuesto, qué mejor que esa restitución se logre con el reconocimiento  de las Farc sobre el papel preponderante que ha desempeñado en ese drama social y humanitario. Para ello, lo deseable sería que la etapa del diálogo sobre << política de desarrollo agrario integral>> fijado como primer punto en los diálogos de La Habana, termine con una aceptación de los abusos cometidos por la guerrilla, acompañada de su compromiso de devolver lo que le quitaron y de reparar el daño causado a las víctimas”.




EL ESPECTADOR

Desde el primer editorial, el tono de EL ESPECTADOR es distinto al que usó el diario EL PAÍS en el editorial del 23 de agosto de 2012.  El camino hacia la paz (sic) es el titular del editorial número uno publicado por el periódico bogotano. Inicia con el fuerte rumor de que el Gobierno de Santos y la guerrilla de las Farc tenían acercamientos clandestinos para sentarse a dialogar. Y lo hace el diario de los Cano[21] tomando la figura política del ex presidente Uribe Vélez.

Dice lo siguiente el editorial: “Álvaro Uribe Vélez, ex presidente de la República, dijo, como si se tratara de una catastrófica noticia, que el Gobierno Nacional estaba en Cuba adelantando diálogos con jefes  de la guerrilla colombiana de las Farc. Generó un alto revuelo político y desvió la atención del país, justo en el momento en que su ex jefe de seguridad, general (r) Mauricio Santoyo confesaba en Estados Unidos haber brindado apoyo material a los grupos paramilitares”.

Es claro que la postura editorial deviene en un apoyo total al proceso de paz, en donde se exhiben dos caminos: uno, al usar la figura del mayor contradictor del gobierno de Santos y dos, reconociendo que se trata de una guerra y no de una simple amenaza terrorista.

El editorialista de EL ESPECTADOR termina así la nota: “Muchas veces habrá en contra, comenzando por la del ex presidente que ve en la permanencia del conflicto la extensión de su causa política. Es alta la probabilidad, también, de que antes de llegarse al silencio de los fusiles haya un incremento de la actividad terrorista en busca de mayor capacidad de negociación. Saber entender los momentos difíciles que con seguridad vendrán con este proceso en ciernes hace parte de ese acompañamiento de la sociedad. Porque la meta es loable y la paciencia es requisito para llegar a ella”.

Contrario al discurso señalador, confrontador y pesimista de los editoriales del diario EL PAÍS, el periódico EL ESPECTADOR propone una lectura positiva en torno a la confirmación de que habrá un proceso de paz entre Farc y Santos. Baste con leer algunos apartes del editorial Construyendo la paz (sic) para constatarlo: “En medio de los especiales noticiosos sobre el tema del diálogo con la guerrilla  y la posible consecución  de la paz por esta vía –la única a nuestro juicio, correcta- el presidente de la República, Juan Manuel Santos, interrumpió ayer la señal televisiva para dar un discurso de media hora en el que anunció al país el primer paso que se ha dado  en el pedregoso camino hacia la paz”.

Eso sí, cae en la trampa discursiva e ideológica de agrupar las acciones bélicas, las tomas, los hostigamientos y las escaladas, entre otras, bajo la etiqueta actividades terroristas. No sólo de esa manera las Farc pueden hacer demostraciones de fuerza con propósitos políticos. Las incursiones y en especial los golpes de mano  dados a la Fuerza Pública no sólo tienen el claro propósito de mostrarse fuertes, sino de demostrar que las fuerzas estatales no están exentas de cometer errores, a pesar de que se habla de que se mantienen la ofensiva y de que han logrado golpear ejemplarmente a las Farc.

En Los pasos necesarios (sic), editorial del 9 de septiembre de 2012, EL ESPECTADOR describe el ambiente político y social que en torno al recién anunciado proceso de paz se ha formado en el país, legitimando la tesis presidencial con la que se reconoce que en Colombia hay un conflicto armado, una guerra interna, y no una amenaza terrorista tal y como lo impuso el Gobierno de Uribe Vélez durante ocho años en políticas públicas y en otros discursos oficiales, con el claro propósito de eliminar del vocabulario de los colombianos la categoría conflicto armado interno.

En el texto se lee: “La semana que pasó fue definitivamente para el gobierno de Juan Manuel Santos. Por fin, después de meses de rumores, filtraciones y especulaciones, el presidente entregó datos concretos acerca del proceso de paz con la guerrilla  de las Farc[22]. Varias cosas hay que decir al respecto, en un ambiente que está enrarecido  y que tiene detractores y promotores desde todas las esquinas del pensamiento. Algunos han centrado el debate sobre la continuidad de la guerra. Esta es, sin duda, una apuesta diferente a la de hace 12 años y, ciertamente, riesgosa: la guerra entre las Fuerzas Armadas y la guerrilla  continuará en el campo de batalla. Por parte del Ejército continuará la avanzada para mantener esa ventaja que ha ganado en el terreno militar, pero también las Farc con seguridad recrudecerán sus acciones para afirmar su capacidad de negociación. Esto, aunque parezca difícil de entender y pueda poner presión contra el proceso, es la mejor decisión que pudo haberse tomado”. 

Continuaría EL ESPECTADOR con el mismo talante de sus anteriores editoriales. En Se viene Oslo (sic), editorial del 14 de octubre de 2012, el diario bogotano vuelve a insistir en que existe un conflicto armado y en la histórica oportunidad que por esos días se abría para superarlo. En la nota editorial se lee: “… es el momento histórico más favorable, en años, para negociar la paz. No solamente por el debilitamiento progresivo de la guerrilla, su leva cambio del otrora discurso enteramente guerrerista y algunas acciones (como liberar a todos los secuestrados políticos), sino también por la sensatez del Gobierno de no dejar pasar estas señales pese a haber sido elegido con otras banderas. Un gobernante, sea de la tendencia que sea, debe evaluar  siempre las posibilidades para que su país esté mejor. Tiene que correr el riesgo, incluso, de ser impopular. Y pese a que se le reclame estar dejando algunos otros asuntos a la deriva, éste, que tiene gran parte de su atención, ha sido llevado por el presidente Santos con el buen cuidado y el juicio que requiere”.

Es evidente y claro el respaldo político y editorial que EL ESPECTADOR brinda tanto al proceso que recién arranca y al propio Gobierno por la iniciativa y la forma como venía manejando los acercamientos con las Farc.

El 21 de octubre EL ESPECTADOR expondría de nuevo su apoyo político y editorial al proceso de paz. Desde el título, el diario deja ver la línea editorial con la que muy seguramente ‘ordenaría’ el cubrimiento de los hechos de la guerra interna que se vendrían dado que se pactó dialogar en medio del conflicto. Proteger la mesa (sic) es el titular del editorial y en éste se lee: “Superada la compleja instalación de las conversaciones de paz que el Gobierno y la guerrilla de las Farc protagonizaron esta semana en Oslo, podemos, por fin, ir al siguiente paso: negociación, con agenda en mano, de los cinco puntos que se pactaron como norte… Decíamos el viernes pasado en este espacio que no debió sorprender -ni de indignar más allá de lo que siempre indigna el cinismo retórico de la guerrilla - el discurso de alias Iván Márquez e Oslo. Unas frases que, de manera reiterada y a lo largo de los años, han dicho una y otra vez y que nadie puede esperar que cambien de un día para  otro como por arte de birlibirloque. Los discursos se construyen con tiempo, con doctrina, con paciencia si se quiere, y eso es lo que las Farc van a mantener durante un buen tiempo. Y si es con palabras y no a bala, mejor. De eso se trata todo…. Lo que se ha hecho hasta hoy, hay que blindarlo con todas las garantías posibles…”.

Desestima EL ESPECTADOR un discurso político que tiene un anclaje histórico  en hechos fácticos que no se pueden negar. No hay cinismo en la enunciación de unos hechos que justificaron y justifican aún el levantamiento armado. Este tipo de lecturas maniqueas le restan importancia a una negociación que siempre estará basada en encuentros discursivos no necesariamente consecuentes con las formas operativas, en lo militar, con las que cada actor armado pretende imponer el sentido de cada discurso. 

Una vez iniciadas las conversaciones de paz, EL ESPECTADOR sostendría la postura editorial de total apoyo al proceso que recién comenzaba. Lo haría, nuevamente, a través del editorial[23]  Comenzó esto (sic). En dicha nota se lee lo siguiente: “Mañana empieza el proceso de paz que el gobierno de Juan Manuel Santos ha convenido adelantar con las Farc. Esta guerra centenaria sólo tiene una vía posible para terminar: el diálogo. Hagamos que este proceso cuente. Hagamos esto una realidad… Que reinen el diálogo y la compostura. Que se respete la mesa. Que se cumplan las etapas. Ahí pude estar la base para un país distinto”.

Se está ante una postura positiva, sensata y democrática en tanto que reconoce que llegó la hora de ponerle fin a un largo y degradado conflicto armado a través del diálogo y la negociación.

En el editorial Lo que dejó el foro agrario para la paz (sic) el periódico EL ESPECTADOR no sólo insiste en respaldar los diálogos de La Habana, sino en validar iniciativas sociales y académicas que contribuyan a la discusión amplia de asuntos públicos que hacen parte de la agenda de negociación pactada entre el gobierno de Santos y las Farc. Recuérdese el editorial de EL PAÍS, Hablando de tierra (sic), con el que el diario caleño registró el foro agrario realizado por la Universidad Nacional en su sede de Bogotá.

Los tonos son distintos. En la nota editorial de EL ESPECTADOR se puede leer lo siguiente: “Finalizó ayer, luego de tres días de debates y propuestas, el Foro sobre Política de Desarrollo Agrario Integral, celebrado como parte del primer punto de discusión en las negociaciones de paz entre el Gobierno y las Farc en La Habana. Un evento que, aunque se pretendió desvalorizar por la no presencia del poderoso gremio ganadero (Fedegan), al final no solamente convocó una variada y activa participación, sino que además demostró un alto nivel de las discusiones…Por eso mismo es que la ausencia de Fedegan, que tanto tendría para decir sobre el futuro del campo y su desarrollo en un escenario como ese, fue lamentable… Los ganaderos han estado en el centro de lo que ha sucedido en las áreas rurales en Colombia a través de los años y han sido partícipes  de la  violencia, bien como víctimas, la gran mayoría, pero también como victimarios algunos, muchos…”.

A estas alturas, y desde un ejercicio comparativo, es posible señalar con certeza que el diario EL PAÍS asumió, a través de sus editoriales, una postura de duda frente al proceso de paz. Con un discurso cauto frente al proceso y confrontacional hacia las Farc, el diario caleño dejó ver su apoyo a la doctrina de seguridad que los Estados Unidos proclamó por los sucesos del 9/11 y que Colombia recogió a través de la Política Pública de Defensa y Seguridad Democrática (PPSD) del gobierno Uribe. Además, su anclaje en la ideología conservadora le permitió, desde esa orilla, exponer su total apoyo al Establecimiento, a la tradición del poder y  a la cultura dominante. Además de que insistió, por momentos, en desconocer la existencia de un conflicto armado interno y de un actor político y armado llamado Farc, al que redujo en varias notas editoriales, a un grupo terrorista.

Por el contrario, ubicado en una postura liberal, el periódico EL ESPECTADOR se mostró más abierto al diálogo. En sus editoriales legitimó el proceso de paz y reconoció la existencia de un conflicto armado. Y además, fijó una clara postura de apoyo al gobierno de Santos y una toma de prudente distancia frente al llamado uribismo  y a la figura del ex presidente Uribe Vélez.

Al comparar las posturas asumidas por diarios EL PAÍS y EL ESPECTADOR frente al proceso de paz, hay que señalar que el diario bogotano en ningún momento apeló a los universales a los que en forma sistemática apeló el diario caleño. EL ESPECTADOR, en sus editoriales, le apostó a la discusión amplia y serena de los temas de la agenda de paz, en especial los más álgidos como los que devienen con la participación política de las Farc y la aplicación del Marco Jurídico para la Paz, en el entendido de que la justicia transicional, de todas maneras, garantizaría, de alguna manera, niveles de impunidad que muy seguramente será fuente para una mayor polarización en el país entre quienes buscan la paz y aquellos que le apuestan a la continuidad de la guerra.

Ejemplo claro de esa postura conciliadora, de discusión  y de comprensión está en el editorial Caja de Pandora (sic). Frente a la propuesta de refrendar los acuerdos de La Habana a través de una Asamblea Nacional Constituyente, EL ESPECTADOR dijo lo siguiente: “Una constituyente es, ni más ni menos, una Caja de  Pandora[24]. Se sabe cuándo (y cómo y por qué) se abre, pero no cuándo se cierra… Hay puntos medios, como por ejemplo, una asamblea específica[25] y limitada en el tiempo, que sirva para meter un paquete jurídico de este episodio particular de la historia colombiana…

EL TIEMPO

El periódico bogotano, otrora en manos de la familia Santos, también recogió en un editorial, los rumores que corrían alrededor de conversaciones secretas entre Gobierno y Farc con miras a dar inicio a un proceso de negociación. Al igual que sus similares de EL PAÍS y EL ESPECTADOR, EL TIEMPO le dio a ese rumor un estatus de veracidad ese 26 de agosto de 2012. En Hablando de paz… (sic) el diario del banquero Sarmiento Angulo, señala que “en los últimos días han circulado versiones sobre acercamientos en el exterior entre emisarios del Gobierno y la subversión con miras a un eventual proceso de paz”.

Al igual que su similar de EL PAÍS, el diario bogotano defiende el Establecimiento y la historia de un orden político que al parecer tiene una naturalizada legitimidad. A pesar de una otoñal militancia en principios liberales, EL TIEMPO del año 2014 se expone como un periódico más cercano a la ideología conservadora. Quizás ello se explique por la orientación y el perfil político-económico de su propietario, el banquero Luis Carlos Sarmiento Angulo. 

En el editorial Hablando de paz… (sic) se lee lo siguiente: “ Por lo pronto, hay que hacer énfasis  en que, se sentarse a la mesa, el Gobierno deberá  esgrimir la mejoría del país en materia social. Las estrategias en marcha no pueden ponerse en entre dicho en una negociación que tiene que versar sobre las condiciones para que la guerrilla deje las armas… No se trata, entonces,  de negociar el Estado o el orden institucional establecido…”.

No obstante la defensa a ultranza que tanto EL PAÍS, como EL TIEMPO hacen del orden establecido, el diario bogotano no apela a los universales que de manera sistemática usó el periódico vallecaucano en varios editoriales[26].

Para la edición del 5 de septiembre de 2012, EL TIEMPO dedica el editorial a las intervenciones del presidente Santos y del máximo comandante de las Farc, Rodrigo Londoño, alias Timochenko, con las que confirman el inicio de conversaciones con miras a poner fin al conflicto armado. Lo titula El primer paso (sic).

 En el editorial se dice que “ambos discursos tuvieron un aire de sensatez y realismo que hay que destacar. Además, dejaron ver una coincidencia vital: las dos partes esperan que las negociaciones conduzcan al fin definitivo de la guerra, más que a cambios e la forma de libarla. En síntesis, hay razones suficientes para alimentar  la esperanza, pero con los pies sobre la tierra, sin superlativos…”.

Mantiene EL TIEMPO la postura positiva frente al proceso de paz. En eso ha sido sistemático el diario en estos tres primeros editoriales. Oslo, primera etapa (sic) es el título de una nota en la que además de una intención pedagógica, se expone un claro optimismo alrededor de lo que pueda pasar con la mesa de diálogo.

Dice el editorial: “…Las partes saben que la tarea que tienen por delante es llegar a consensos que permitan poner término al conflicto, una meta situada apenas en la mitad del recorrido. Luego vendrá una fase que puede ser más crítica que las anteriores y es la de la implementación de los acuerdos. La opinión debe saber que la paz no brota por arte de magia… Esta hay que construirla en un esfuerzo que puede ser más arduo que el de acordar el fin de la confrontación armada. Quienes no participan en las mesas deben saber dimensionar la trascendencia, pero, sobre todo, la fragilidad de lo que está en juego, más cuando estas tendrán lugar en medio de los combates”.

Frente al registro y la adopción de un mismo hecho, las reacciones editoriales son distintas. Por ejemplo, para EL PAÍS, el foro sobre política de desarrollo agrario fue un asunto además de inesperado, propicio para dilatar la discusión de los asuntos centrales en la negociación. Como si fue discutir sobre la cuestión agraria y la concentración de la tierra en pocas manos no fuera un asunto central y definitivo.

Lo contrario le pareció al editorialista de EL ESPECTADOR, que en su momento destacó la realización del foro al tiempo que lamentaba la no presencia de Fedegan. Por su parte, EL TIEMPO, en su editorial del 27 de noviembre de 2012 exhibió la siguiente postura: “Una noticia significativa produjo la mesa de diálogo ente el Gobierno y las Farc en La Habana. Las partes confirmaron la manera como se llevará a cabo la participación de la sociedad civil en la discusión del primer punto  de la agenda: nada menos que la política  de desarrollo agrario. Esta tendrá  lugar en un foro que se realizará en Bogotá entre el 1 y el 19 de diciembre y cuya organización les fue encomendada a la representación de la ONU en Colombia, la Universidad Nacional y su Centro de Pensamiento y Seguimiento del Diálogo de Paz”.

La positiva  línea actitudinal de EL TIEMPO en relación con el proceso de paz continuaría expresándose en sus editoriales. Optimismo moderado (sic) es el titular del editorial del 28 de mayo de 2013. En dicha nota se lee: “No es exagerado el calificativo de <> que desde diversas orillas se ha utilizado para referirse al acuerdo anunciado el pasado domingo entre el Gobierno y las Farc en relación con el primer punto  de la agenda: el del desarrollo agrario… Es preciso recordar que el origen  de esta guerrilla guarda estrecha relación con la cuestión agraria… Y es que hay que ser claros en que el sendero  todavía es largo y culebrero. Tal y como está planteado el proceso, su punto de giro tendrá lugar en la aplicación de los acuerdos logrados una vez cese el conflicto armado. Solo entonces habrá cabida para la euforia”.


A MANERA DE CONCLUSIÓN

A lo largo del documento se establece una especie de comparativo entre las posturas asumidas por los tres diarios. Si bien existen diferencias claras entre un periódico como EL PAÍS de alcance local y posiblemente regional y los diarios de pretendido alcance nacional como  EL ESPECTADOR  y EL TIEMPO, el ejercicio comparativo no se invalida o relativiza por dichas diferencias “operativas” y de efectivo alcance en términos geográficos y de número de lectores y suscriptores. Por el contrario, el ejercicio comparativo sirve para ahondar en aspectos ideológicos y políticos que guardan estrecha relación y gran incidencia en las formas como dichos medios informan y asumen posturas editoriales en torno a hechos públicos como lo es el proceso de paz de La Habana.

De esta manera, hay que señalar que el diario EL PAÍS defiende el establecimiento y la tradición. En ello comparte posición con EL TIEMPO, aunque este diario bogotano no apeló de manera sistemática a los universales que el diario vallecaucano usó para exponer su apoyo a un orden social, económico y político que deviene justo y legítimo, al decir de los editorialistas que redactaron las piezas registradas en este documento.

El diario EL PAÍS continúa inscrito y adscrito en el discurso político que Uribe Vélez inoculó durante sus ocho años de mandato. Su animosidad hacia las Farc le permitió durante varios editoriales desconocer o desestimar su carácter de actor armado. Así sucedió momentáneamente con el diario EL ESPECTADOR. 

Sobre este último diario, hay que exaltar su postura positiva y su apoyo al proceso de paz, al que vio como un esfuerzo que valía la pena hacer por parte del Gobierno para superar un degradado conflicto armado como el colombiano.

Es posible, entonces, de acuerdo con el seguimiento y análisis propuesto en este documento, señalar que aún subsisten resistencias mediáticas en el reconocimiento de la existencia del conflicto armado interno. El uso de términos como terroristas y el calificar acciones bélicas como terroristas impiden la generación de consensos sociales y políticos alrededor de lo que sucede al interior del país en materia de orden público, en donde claramente hay un Estado que no tiene el monopolio legítimo de la fuerza (de las armas) y unas fuerzas subversivas que desconocen su autoridad y buscan hacerse con el poder político, a través de la derrota y el sometimiento de las fuerzas armadas estatales.

Los editorialistas no hicieron distinción entre una acción de guerra que puede terminar generando terror en una población específica y hechos de terrorismo propiamente dichos. Esa ambivalencia conceptual puede generar RS equívocas y por ese camino, estados de opinión pública adversos a procesos de paz y de refrendación de acuerdos que necesitan y necesitarán de una opinión pública que comprenda las dinámicas del conflicto y las circunstancias históricas que provocaron el levantamiento armado.


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[1] Comunicador social- periodista, docente-investigador, Coordinador del Grupo de Investigación en Estudios Sociopolíticos y Especialista en Humanidades Contemporáneas de la Universidad Autónoma de Occidente. Magíster en Estudios Políticos de la Pontificia Universidad Javeriana de Cali. www.laotatribuna1.blogspot.com

[2] Puede contactarse con el autor, para que enviarle el PDF.
[3] Las posturas político-editoriales asumidas, por ejemplo, por El Espectador, en cabeza de Guillermo Cano le valieron no sólo presiones de anunciantes que amenazaron al diario con retirar la pauta, sino atentados criminales como el que perpetró Pablo Escobar contra las instalaciones de dicho medio. Era tal la fuerza y el reconocimiento de los editoriales y de la información publicada por El Espectador en relación con y en contra del narcotráfico, y en especial contra el narcotraficante Pablo Escobar Gaviria, que “en muchos círculos del poder económico, político, social y mediático, también en la calle, tomó fuerza la opinión  de que le hacían más daño al país las denuncias de El Espectador, su posición beligerante, dura, inamovible frente a la necesidad de la justicia, que aceptar las propuestas de los narcos que oscilaban desde la entrega de sus laboratorios hasta el cese de las actividades del tráfico de estupefacientes, a cambio, entre otras cosas, de la no extradición, de cárceles  confortables, de rebaja de penas y de que fuesen  tratados como un grupo político”. Financiación, narcotráfico y prensa: El Espectador en los años ochenta y noventa. El periódico que no apostó a medias tintas. Cano Busquets, Marisol. En: Medios y nación, historia de los medios de comunicación en Colombia. Cerlalc, Fundación Beatriz Osorio Sierra, Aguilar, Museo Nacional de Colombia, Fundación de Estudios para el Desarrollo, Ministerio de Cultura y Convenio Andrés Bello. 2003. p. 464.
[4] Hace parte de un Cuaderno de Trabajo, producido al interior del CIER.

[5] Este ejercicio fue posible gracias a que el Asistente del Centro Interdisciplinario de Estudios de la Región Pacífico colombiano, CIER, Luis Eduardo Bustamente, recopiló los editoriales, en el marco de las actividades del Observatorio de Medios que funciona dentro de dicho centro de investigación de la Universidad Autónoma de Occidente. La metodología aplicada se puede inscribir en el marco del análisis del discurso periodístico, el político y la hermenéutica.

[6] No todos los editoriales son citados en el documento por considerar que no había suficientes evidencias que permitieran seguir develando el hilo conductor de una postura política asumida por los medios. Para el caso del diario El País no se citaron 11 editoriales: Liberación inmediata (sic), Consenso necesario (sic), El proceso y la polémica (sic), El anhelo de Colombia (sic), Después de la marcha (sic), Diálogos, la octava etapa (sic), Participación y democracia (sic), Los enemigos de la paz (sic), Esperanzas y dudas (sic), El árbol de Navidad (sic) y Entre la retórica y la realidad (sic).Además, varios apartes del análisis original no hacen parte de este documento por razones de espacio.

[7] Como si se tratara de un asunto negativo o una violación a la ley, buscar el fin del conflicto armado interno con un actor armado que históricamente ha enfrentado militarmente el poder estatal y lo ha desconocido políticamente. En este caso, dicho sector de ultraderecha (el uribismo) negó la figura asuntos  de Estado, en otrora usada durante los ocho años de Gobierno de Uribe Vélez, en los que los asuntos o secretos de Estado sirvieron para legitimar acciones gubernamentales que rayaban con la ilegalidad.

[8] Véase Ayala, Germán y Hurtado, Guido. Periodismo, Conflicto y Posconflicto: realidades y aproximaciones. UAO, 2007.

[10] Periódico de la Flia Lloreda, de ideología conservadora. Véase más de sus características en Ayala Osorio, Germán, et al, Medios de comunicación y Plan Colombia, un año de autocensura. CUAO, 2001; o también, Medios de comunicación y seguridad democrática, De la democracia radical al unanimismo ideológico. UAO, 2006.

[11] Editorial Hablando de paz. El País. p. A 10.

[12] Aquí el rumor es llevado a un estadio de certeza, desde el que el editorialista exige respuestas alrededor de la situación de esos supuestos acercamientos entre el Gobierno y la dirección de las Farc.

[13] Proceso sistemático de exterminio del que participaron agentes estatales, miembros de los carteles de la droga y de los grupos paramilitares.
[14] Dichos universales se caracterizan porque abarcadores, hegemónicos y totalizantes. No dejan espacio a la duda e incluso, desestiman otras consideraciones y opiniones. No permiten el disenso. Por el contrario, están más en la idea de borrar esas expresiones, para establecer así sea forzosos consensos políticos y mediáticos. Ricardo Sanín Restrepo define los universales de esta forma, en el contexto de las discusiones que plantea sobre liberalismo y democracia, en su libro Teoría Crítica Constitucional, rescatando la democracia del liberalismo: “El universal es producto de una instancia histórica particular, pero que a la vez la frena y la explica; la paraliza y la oculta, todos somos sus vástagos, nuestro lugar está predestinado por ellos… El universal es el afuera inasible para el lenguaje pero que crea el lenguaje en su totalidad… Universales como democracia, están instalados como ordenadores de la realidad, como hipertexto que subyace a cada producción de lo social, que lo organiza y justifica hasta sus elementos granulares…el universal jamás es el marco neutro de una multitud de contenidos particulares, no es un contenido ya realizado y que activa el proceso desde sus orígenes y de acuerdo a una constitución inscrita en su alma. Sino que por su propia naturaleza el universal divide, separa, destroza toda entidad individual, escinde lo particular…El fracaso del universal no es entonces un fracaso de los intentos particulares, sino el fracaso  de universalizar un particular que lo deja expuesto a su propia finitud”.(páginas 32, 33, 35,37 y 38)
[15] En el editorial del 12 de septiembre de 2012, titulado Volviendo a la realidad (sic), se alude al proceso de paz de manera tangencial, dado que la nota editorial se dedicó a los problemas que por esos días se conocían del sistema de salud.
[16] Asociación Colombiana de Oficiales en Retiro de las Fuerzas Militares. http://www.acore.org.co/

[17] Manual para cubrir la guerra y la paz. Conferencia Episcopal de Alemania, Fescol, Embajada de Alemania y Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano. Bogotá, 1999. p. 63.

[18] Para desarmar la palabra. Diccionario de Términos del Conflicto y de la Paz. Corporación Medios para la Paz. Bogotá, 1999. p.225.
[19] El País ‘fusiona’ en la categoría campesinos, las identidades de afros e indígenas que viven en zonas aledañas a aquellas en donde claramente se desarrollan prácticas de siembra y comportamientos propios de campesinos. Sucede una suerte de ‘fusión identitaria’, con la que se desconoce la existencia de unas comunidades a las no que se pueden llamar o ‘etiquetar’ como campesinos.
[20] No se puede desconocer la participación directa de grupos de narcotraficantes en las acciones de despojo de tierras. No se incluyen aquí porque no tienen el carácter político de un actor armado.

[21] Aunque la familia Cano ya no es propietaria del medio, en este documento se hablará del diario o del periódico de los Cano para reconocer el liderazgo periodístico que Fidel Cano mantiene en dicho medio.  
[22] En varios editoriales, el diario El País habló de la guerrilla más vieja del mundo y de la comisión de actos terroristas.
[23] Como sucedió con los editoriales del diario El País, no todas las notas editoriales fueron citadas por cuanto se juzgó que lo dicho en ellas no ameritaba el registro cuando poco  o nada aportara a la línea editorial y política trazada y develada en los mismos análisis de los editoriales. De allí que los textos editoriales no citados de El Espectador fueron: Un paso razonable (sic), Proceso de paz y justicia internacional (sic), Equidad y medio ambiente para la paz (sic), Ya lo sabíamos (sic), Unidad en materia de paz (sic), Proceso destrabado (sic), Los límites de la oposición (sic), Después de la marcha (sic), Que se hable de paz (sic)
[25] Véase al respecto la columna de Rodrigo Uprimny: http://www.elespectador.com/opinion/refrendar-paz-columna-426654

[26] Como sucedió con los diarios El País y El Espectador, para el análisis no todos los editoriales publicados se citan apartes. Los editoriales no citados son: primeras palabras (sic), Los inamovibles de La Habana (sic), Midiendo el aceite (sic), Una marcha, un mensaje (sic), La vía de los consensos (sic), Un debate que se asoma (sic), El nuevo reto en La Habana (sic) y Mantener la buena senda (sic). 

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