Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Las campañas políticas y el ambiente electoral en Cali, como
seguramente sucede en las de otras regiones del país, se desarrollan entre dos
grandes caminos: el primero, el que traza el dinero; y el segundo, el que impone
el clientelismo. Aquella ruta en la que danza el dinero y con la que se asegura
la visibilidad mediática, transitan el candidato Maurice Armitage y Roberto
Ortiz. Y en ese segundo camino, corre con enorme comodidad, el aspirante a
guiar los destinos de la ciudad, Angelino Garzón.
Paralelo a esas dos avenidas, los
candidatos Michel Maya, Carlos José Holguín y Wilson Arias Castillo intentan
con la discusión de ideas y la exposición de propuestas, ganar terreno. Sin
duda, se trata de una lucha desigual que debilita el debate democrático y
plural ante una opinión pública que poco a poco reconoce que las prácticas
clientelistas y el poder del dinero terminan consolidando la debilidad
institucional del Estado local.
De esta manera, claramente se
afectan las aspiraciones de quienes creemos, como electores, que la capital del
Valle del Cauca no puede continuar siendo manejada por la élite tradicional y
mucho menos, por proyectos populistas y clientelistas que terminan afianzando
ese carácter mendicante de la amplia población vulnerable de la ciudad y
fortaleciendo el carácter privado del Estado local.
En recientes debates, crece el
consenso alrededor de la idea de que quienes salieron mejor librados fueron los
tres candidatos que caminan de forma paralela a las vías trazadas por el
clientelismo de Garzón y el dinero de Armitage y Ortiz: Carlos José Holguín,
Michel Maya y Wilson Arias Castillo.
Uno a uno
Bajo ese escenario, paso a
caracterizar a los aspirantes a la alcaldía de Cali. Inicio con los tres últimos.
De los tres candidatos que no transitan por las mismas rutas de Garzón, Ortiz y
Armitage, hay que decir que el candidato del partido conservador, Carlos José
Holguín, representa la tradición de una élite que tiene enorme responsabilidad
en los graves problemas sociales y ambientales que padece la ciudad de tiempo
atrás. Es posible que se haya preparado, pero ese elemento de clase política
hace dudar de la eficacia y de la viabilidad política de sus propuestas de
gobierno.
En cuanto a Michel Maya Bedoya,
se trata de un joven inteligente, ex concejal, que si bien dio debates en esa
corporación, terminó apoyando y votando[1]
varios artículos del POT de Rodrigo Guerrero Velasco, plan que no reorientó el
desordenado crecimiento de la capital del Valle y que por el contrario,
consolidó a la ciudad como una urbe segregadora y ambientalmente insostenible.
Entre tanto, del candidato del
Polo Democrático Alternativo, Wilson Arias Castillo, ex representante a la Cámara
de Representantes, hay que señalar que se trata de un político inteligente y
preparado para la discusión pública de asuntos como la concentración y extranjerización
de la tierra, así como los temas concernientes a la prestación de servicios
públicos, en manos del Estado. Ajeno a prácticas clientelistas y a manejos
turbios de recursos públicos, Arias Castillo se erige como un candidato que
puede darle un giro a la ciudad en materia de política social y ambiental. Eso
sí, de alcanzar el poder local, debe cuidarse de convertirse en un líder
mesiánico y populista que termine aportando a la polarización política y al
enfrentamiento de clases.
En cuanto a Angelino Garzón, su
pasado político (clientelista) lo descalifica como una opción deseable para
manejar los destinos de la ciudad. Debe dar un paso al costado y ojalá que sea
la derrota electoral de octubre, el hecho que le haga entrar en razón para
tomar la decisión de retirarse de la vida pública.
En lo que corresponde a Roberto
Ortiz, su trabajo con las ‘chonticas’ lo hace proclive a desarrollar un perfil
populista que poco conviene para la construcción de ciudadanía. Apoyado por el
Partido Liberal, Ortiz me recuerda a Apolinar Salcedo Caicedo e incluso, a John
Maro Rodríguez.
Y finalmente, el candidato
Armitage se equivoca al presentarse ante la opinión pública como un aspirante
No político, señalando con ello que es ajeno a establecer alianzas por
intereses burocráticos. A su campaña han adherido fuerzas políticas que dejan
mucho que desear. Aquello de formalizar el trabajo infantil no deja
de tener un tinte clasista y de claro distanciamiento de la idea de generar
mejores oportunidades para los más vulnerables. Además, su cercanía a Rodrigo
Guerrero Velasco lo hace ver como el candidato de la élite, con la diferencia
de que aquella no está financiando su campaña, porque él, como rico empresario,
tiene suficiente músculo económico para lograr llegar a la alcaldía de Cali,
gracias a la publicidad y a la pauta en los medios locales, que le asegura visibilidad
y por ese camino, poco a poco se convierte en un polo que está atrayendo a
fuerzas políticas sobre las que recaen críticas, dudas éticas y señalamientos
de corrupción.
Así entonces, los caleños y
caleñas deberán decidir por cuál de esas rutas posibles dejarán llevar los
destinos de la ciudad. Muy seguramente será el poder del dinero el que se
imponga en las elecciones de octubre. Al final, perderá la ciudad y perderemos
todos, incluso los poderosos.
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