Por Germán Ayala Osorio,
comunicador social y politólogo
En un país machista como
Colombia, las denuncias por acoso sexual en las que las mujeres son las
víctimas[1],
suelen venir acompañadas de las dudas que sectores conservadores saben muy bien poner y posicionar sobre las mujeres
denunciantes. Con frases como “porque se
demoró en denunciar”, “se viste de
manera provocativa” y “porqué no
renunció antes”, los sectores machistas logran poner un manto de duda sobre
las denuncias y por supuesto, sobre el buen nombre de las mujeres que se
atreven a exponer sus casos ante la justicia y los medios de comunicación.
Y en estos casos de acoso laboral
y sexual las relaciones de poder y de
consumo de lo femenino suelen ser el parapeto desde donde los hombres
acosadores emprenden sus acciones. Y se sirven de cuanta estratagema existe
para lograr dominar, consumir y
someter a las mujeres.
El piropo suele ser la estrategia
inicial con la que se acercan quienes, desde esa relación dominante,
presionan a las subalternas. Se trata de una especie de juego en el que las
mujeres son “forzadas a jugar”. Y lo hacen, porque la sociedad, a través de
disímiles discursos y prácticas sociales, nos acostumbró a que la mujer debe
ser “conquistada” como si se tratara
de un trofeo o de un territorio en disputa; además, para esta sociedad machista y para el
mundo masculino en general, la mujer está para “agradar” y “embellecer espacios
y eventos”, lo que claramente yuxtapone el ejercicio de exaltación de las
capacidades cognitivas y laborales de ellas, por sus atributos físicos y sus
“buenas actitudes” para aceptar comentarios y proposiciones.
Por ello, las mujeres son usadas
para “embellecer” la entrega de premios a deportistas. En el ciclismo, por
ejemplo, bellas modelos son obligadas a besar a sudorosos deportistas. Y ni
hablar de los Reinados de Belleza, magistral escenario en donde la Mujer es
expuesta y “valorada” (y claro, subvalorada)
desde un prototipo universalizante de belleza.
El escándalo que hoy protagonizan
el señor Otálora[2] y Astrid Helena Cristancho
por cuenta de las denuncias que hoy ocupan a los medios masivos, soslayan las
circunstancias contextuales en las que devienen las relaciones Hombre-Mujer,
sujetas y atravesadas por una sexualidad mal concebida por iglesias y
religiones, que las han convertido, a ellas, en objetos de un incontrolable deseo
masculino. Y la sexualidad sigue siendo mirada desde una doble Moral que se resiste a morir.
Independientemente de si la
justicia logra demostrar que Otálora acosó laboral y sexualmente a su
subalterna, las empresas mediáticas y los periodistas deberían de enfocar su
interés periodístico en los elementos y dispositivos culturales que a diario
insisten en poner a la Mujer únicamente como un objeto de deseo, agraciado y
decorativo. “Algo” que se consume. Quizás no podamos impedir que existan
relaciones de poder, pero si podemos modificar los dispositivos que hacen
posible pensar en que las Mujeres están allí para ser consumidas. Son esas relaciones
de consumo las que están detrás de estos casos de acoso sexual, en donde el
Hombre siempre estará dispuesto -y casi
obligado culturalmente- a conseguir, comprar, obtener o conquistar aquel objeto
de consumo que la publicidad a diario nos muestra.
La publicidad es uno de esos
dispositivos que coadyuvan a que de forma natural se den relaciones de
dominación y de consumo entre Hombre
y Mujer. Ese discurso exalta el cuerpo femenino, lo cubre de un pernicioso y
morboso deseo, y de esa forma se alinea con el discurso religioso que, validado
culturalmente, insiste en que la “carne” llama al pecado. Y no importa pecar,
mientras quienes caigan en el pecado sean Hombres.
Qué puede pasar por la cabeza de
los hombres cuando a diario las mujeres son presentadas como objetos de
consumo, a los cuales tenemos el derecho de abordar, en especial cuando podemos
aprovecharnos de relaciones de subordinación: o aceptamos que ellas deben ser
“conquistadas”, obligación que todo Macho debe cumplir así ellas se resistan a
coqueteos, regalos y halagos. El rechazo parece resultar el mejor incentivo
para aquellos que usan las relaciones de poder para dominar a quienes se atreven
a negarse ante unas “atenciones” validadas social y culturalmente.
Cuando aprendamos a reconocer a
las mujeres como iguales, tanto en los espacios privados como en los públicos,
entonces posiblemente avanzaremos como sociedad hacia estadios de respeto hacia
lo femenino. Mientras culturalmente avanzamos, es mucho lo que pueden hacer las
empresas que usan el cuerpo de la Mujer para posicionar una marca o un
producto.
Imagen tomada de www.semana.com
Adenda: todos los casos de acoso sexual de Hombres hacia Mujeres
nos hacen aparecer como seres “primitivos” que actuamos como perros desesperados, porque a kilómetros percibimos que una "perra está en celo". Quedamos muy mal.
[1] Así
sean pocos los casos denunciados, no olvidemos que se dan casos de acoso sexual de mujeres hacia hombres.
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