YO DIGO SÍ A LA PAZ

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martes, 12 de enero de 2016

UN PAÍS BIODIVERSO: ¿PARA QUÉ Y PARA QUIÉN?

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

Nos han dicho, casi hasta la saciedad, que somos un país pluricultural y naturalmente biodiverso. A pesar de esa certeza y constatación, los colombianos no hemos aprendido aún a valorar esa condición hasta el punto que podría tener sentido las preguntas de qué sirve y quién realmente se beneficia de que seamos biodiversos.

A pesar de que un colombiano promedio puede dar cuenta de la existencia de esas condiciones y circunstancias, lo cierto es que las responsabilidades que  estas demandan no han sido incorporadas a las prácticas cotidianas de quienes viven y sobreviven en este territorio. Allí nacen los  problemas que ambiental y culturalmente exhibe el país: ecosistemas afectados gravemente por las actividades antrópicas y la estigmatización de prácticas culturales y comunidades por cuenta del centralismo bogotano y la mezquina concepción urbana que acompaña a los capitalinos y a quienes viven en otras ciudades capitales.

Es claro que la clase política, el empresariado y las élites tradicionales tampoco han incorporado esas circunstancias contextuales a los proyectos políticos y económicos que lideran y que logran imponer a través de disímiles formas y ejercicios  del poder. Se trata de una dirigencia que se ha formado fuera del país no para guiar a la Nación, sino para someter esas condiciones naturales y culturales a una visión moderna que mira con desdén las cosmovisiones[1] y mundos de campesinos, afros[2] e indígenas.

Son varias las razones por las cuales gran parte de los colombianos no valoran hacer parte de un país que ofrece variados y frágiles ecosistemas naturales, así como una variopinta cultura que da vida a una enorme diversidad regional.

Propongo las siguientes razones para explicar el desdén con el que cientos de miles de colombianos miran la biodiversidad natural y cultural de su propio país: la primera razón es que a pesar de los años de tenemos de República, no existe consenso aún en el tipo de Estado[3] que esas condiciones contextuales demandan. Ello se explica porque el Estado deviene históricamente capturado por una élite y una burguesía[4] que poco o nada valoran las condiciones ambientales que ofrece el territorio nacional.

La conciencia ambiental, que involucra tanto el pensamiento como la acción, es una materia pendiente que elites de poder, empresarios y burguesía tienen con el país y con ellos mismos. Se han prestado para el saqueo y para la consolidación de un proyecto de desarrollo extractivo convertido de tiempo atrás en enemigo de la biodiversidad cultural que encarnan por ejemplo indígenas y afrocolombianos que sobreviven en zonas de especial valor ambiental. Por ello resulta apenas lógico que el proyecto paramilitar, en su dimensión política, económica y social, haya buscado desplazar a indígenas, afros y campesinos, instalados de tiempo atrás en zonas y territorios que ofrecen ventajas comparativas en materia ambiental. Se trató, sin duda, de un proyecto de aniquilamiento cultural y de sometimiento ambiental de ecosistemas a las lógicas del monocultivo (caña de azúcar y palma africana, por ejemplo) y a los intereses del gran capital nacional e internacional.

Y la segunda razón es que el medio ambiente y las diferencias culturales jamás fueron consideradas como un patrimonio nacional. Por el contrario, una educación hegemónica anclada a valores de una élite “blanca”[5] y a un proyecto moderno arrasador, acostumbró a los colombianos citadinos a desconocer los territorios en donde de manera rabiosa la biodiversidad cultural y ambiental solía y suele fundirse. Por ello creció un enorme abismo entre un país rural biodiverso, pero poco valorado y un país urbano que se avergüenza de ese otro país al que considera premoderno, salvaje y poco civilizado.

Todo lo anterior tiene sentido en un país en el que la política y su ejercicio público han sido ensuciados por mafias de diversos pelambres, apoyadas a su vez en un ethos mafioso y clientelista que exhiben tanto particulares como funcionarios públicos.

Al no pensar y defender unos modelos de Estado y de sociedad que recojan, respeten y reconozcan esas especiales condiciones contextuales, los colombianos nos acostumbramos a la desidia estatal, a su debilidad manifiesta y generada por quienes le han capturado, al egoísmo y a la mezquindad de agentes privados que  históricamente cooptaron y capturaron el Estado para el beneficio de unos pocos, eso sí, siguiendo a pie juntillas las imposiciones del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial.

Hoy esa Colombia biodiversa está amenazada no solo por las condiciones que impone el Cambio Climático, sino por las enormes presiones que ejercen organismos multilaterales que aprovechan la enorme inconciencia ambiental de los colombianos, dirigentes políticos, clase dominante y pueblo en general, para que el país consolide un proyecto de desarrollo extractivo que camina de la mano de la privatización de valiosos ecosistemas naturales. El control de las fuentes hídricas[6], por ejemplo, hace rato está dentro de los objetivos de empresas y corporaciones. 





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