Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Gana fuerza la posibilidad de una convocatoria a una Asamblea Nacional
Constituyente[1],
escenario exigido por las Farc para refrendar los acuerdos de La Habana. Varios hechos así lo confirman. De un lado,
la reiterada exigencia de los
negociadores de las Farc de que ese es el mecanismo jurídico-político que
permitirá transitar los complejos caminos del posconflicto y la consolidación
de una paz estable y duradera.
Postura esta que se convierte en un nuevo nudo gordiano[2] que deberán desatar
los negociadores en estos momentos en
los que se acercan al abordaje y a la construcción de acuerdos en el punto de la Agenda de negociación que tiene
que ver con el Fin del Conflicto, y la posterior refrendación y la
implementación de los acuerdos.
De otro lado, los acercamientos de Uribe Vélez y el Centro Democrático
con Enrique Santiago, abogado de las Farc y el anunciado encuentro entre el
Senador y la ex congresista, Piedad Córdoba.
Mientras los medios de comunicación poco a poco ambientan a la opinión
pública sobre la posibilidad de que ese complejo escenario se dé, los
acercamientos de paz entre el Gobierno de Santos y la dirigencia del ELN se
dilatan cada vez más, al tiempo que se recrudecen los enfrentamientos
militares.
Resultaría a todas luces inconveniente y hasta contradictorio que
llegáramos a una Asamblea Nacional Constituyente para refrendar lo acordado con
las Farc y que el ELN se quedara por fuera de lo que sería ese nuevo Pacto de
Paz. Ya se cometió ese error cuando 79 delegatarios dieron vida a la
Constitución de 1991, dejando por fuera a las Farc y al ELN. Resultaría
inaceptable pensar en la firma de un nuevo “contrato social”, excluyendo a este
último grupo guerrillero.
Es claro que los avances en la negociación de La Habana presionan tanto
al Gobierno como al Comando Central del ELN para dar el paso hacia una
negociación pública, sobre la base de una Agenda previamente acordada. Se
requiere, entonces, que sectores afectos a la paz y a la reconciliación
nacional presionen a las partes para que la etapa pública y de negociación
efectiva se dé cuanto antes.
La dirigencia del ELN debe entender que su lucha armada, una vez
firmado el fin del conflicto entre el Gobierno y las Farc, quedará investida y cubierta, casi de inmediato, por una enorme incomprensión social y política que
terminará por deslegitimar aún más su proyecto político. No son tiempos estos
para mantener posturas radicales y acudir a inamovibles para desde allí frenar
las negociaciones. Saben muy bien los comandantes de esa guerrilla que el
Establecimiento tiene los suficientes recursos e instrumentos para vaciar de
sentido político lo que ha sido una larga lucha de 50 años. Por ejemplo, en
redes sociales ya circula la versión de que ELN “se quedará con el negocio de
la droga” que las Farc se comprometen a dejar una vez quede en firme el Acuerdo
General de La Habana. Esa especulación, repetida a diario por los medios
masivos y funcionarios, se convertirá en una verdad incontrastable que afectará no solo la imagen del ELN, sino su capacidad de negociación frente a
un nuevo gobierno que estará ocupado, muy seguramente, en dar cumplimiento a
los acuerdos de paz firmados en territorio cubano.
Es urgente, entonces, avanzar hacia la etapa pública de los
acercamientos exploratorios de paz entre los negociadores de Santos y del ELN,
así se establezca de común acuerdo que el diálogo se realizará en medio de las
hostilidades.
El Gobierno no puede caer en la trampa al creer que al estar cerca la
firma de un armisticio con el grupo guerrillero con mayor capacidad de daño, la
búsqueda de la paz con el ELN es un asunto menor por cuanto se considera que su
capacidad militar es considerablemente inferior a las de las Farc.
Ojalá los negociadores del ELN y del Gobierno asuman las
responsabilidades políticas que este momento histórico les exige. Hay que dejar
de lado esos egos propios de los combatientes (Machos) y de los que ostentan
algún tipo de poder, porque justamente allí es donde se alojan esas posturas e ideas
que al convertirse en inamovibles, terminan exhibiendo su falta de madurez
política para negociar el fin del conflicto y aprestarse para la construcción
de la paz.
Imagen tomada de Semana.com
[2] El primer y gran nudo gordiano sigue
siendo el desmonte del paramilitarismo y las condiciones de seguridad para los
miembros de las Farc. Sumar un segundo nudo haría que se dilate la firma del
fin del conflicto el 23 de marzo próximo.
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