YO DIGO SÍ A LA PAZ

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lunes, 22 de febrero de 2016

EL LARGO DE LA SIRGA

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

Una semana agitada, movida y estremecida soportó el periodismo y los periodistas que informan desde las lógicas noticiosas de los medios masivos, por cuenta de la comunicadora Vicky Dávila, quien publicó un “polémico” video.

Huelga decir que la periodista se equivocó al hacer público un video con el que no solo no logró probar nada, sino que para lo único que sirvió fue para exponer el carácter vindicativo con el que actuó la reconocida presentadora de noticias; y para exacerbar la homofobia de una sociedad conservadora que, guiada por la doble moral, aún cree que la homosexualidad es una aberración, una enfermedad o hace parte de acciones pecaminosas.

Más allá de lo sucedido, bien vale la pena reflexionar sobre los reales alcances del periodismo en un país conservador, godo y violento como Colombia, en el contexto de una democracia restringida y un Estado débil.

Asociado de tiempo atrás al ejercicio del poder, el periodismo en sí mismo es una expresión de la Política. De allí que la información periodística-noticiosa siempre vendrá “contaminada” e interesada porque así lo dispone el contexto y las circunstancias en las que operan los medios masivos, y porque este oficio se guía bajo unos criterios de noticiabilidad que permiten que la política, en tanto discurso (lo político), filtre y amañe la acción informativa de las empresas mediáticas.

Que la propiedad de los Medios masivos esté concentrada en banqueros, industriales y ricos empresarios, indica que la información periodística-noticiosa deviene valorada económica y políticamente, así como “contaminada” por los intereses, en muchos casos mezquinos, de esos “mecenas” que terminan imponiendo límites a la acción informativa de sus empresas mediáticas. Los anunciantes y la política editorial son mecanismos de control que impiden que el periodismo pueda actuar con total libertad.

Por ello no podemos hablar en Colombia de un periodismo libre e independiente. La libertad de prensa se mide por el largo de la cadena que ata al Medio y a sus periodistas, a las prioridades e intereses políticos y económicos del propietario. Insisto en la imagen de la cadena o quizás se trate de una simple y natural sirga. Cuando se trabaja para una empresa mediática, el periodista no puede meterse con los intereses de los propietarios. De allí, entonces, que la libertad de prensa y de expresión siempre estarán atadas a la dimensión (al largo) de la cadena que los patronos “instalan” en las manos y en la lengua (en el lenguaje) de los periodistas que trabajan para la empresa mediática.  El mismo periodista, a veces sin darse cuenta, ata su lenguaje a la sirga, cuando interioriza la política editorial y reconoce quién sostiene económicamente a la empresa mediática.

En esas condiciones, los periodistas podrán seguir tumbando ministros y generales y señalar que libran una lucha sin cuartel contra la corrupción, pero muy difícilmente podrán precipitar la caída del Régimen de poder que no solo manosea el ejercicio periodístico, sino que de muchas maneras asegura las condiciones para que la corrupción política (pública) se dé y se perpetúe en el tiempo.

Muchos periodistas creen luchar contra la corrupción, pero olvidan que esas mismas prácticas corruptas pueden estar siendo aupadas desde las actividades financieras, políticas y comerciales de las empresas para las cuales laboran.

Por ello quizás, lo más recomendable hoy para las audiencias en Colombia – y para otras en  el mundo – es consultar blogueros y medios alternativos que no estén atados a los intereses de poderosos grupos económicos.

Colombia hace rato pide a gritos una política pública de información que no solo garantice pluralidad informativa, sino que permita desconcentrar la propiedad de las empresas mediáticas. Esa misma política pública debería promover y garantizar la existencia de medios alternativos, sostenidos económicamente por el Estado, que a su vez recauda dinero por el alquiler del espectro electromagnético a poderosos grupos económicos.

Deben saber aquellos periodistas acuciosos y convencidos de que tumbar funcionarios coadyuva al desmantelamiento de las redes de corrupción, que su labor periodística debe estar orientada a transformar la sociedad, la cultura y el Régimen de poder. Y no es promoviendo escándalos sexuales como se logran estas urgentes transformaciones. Por el contrario, y por cuenta de la ligereza de criterio de la entonces directora del noticiero radial La FM, aún hoy las audiencias comentan, critican, fustigan y se ríen, socarronamente, del diálogo íntimo[1] sostenido por Ferro y el oficial de la Policía.

Esas mismas audiencias jamás comprenderán que lo que está mal es la Policía como institución. No es solo cuestión de Palomino. El asunto es estructural. Que igual de mal anda la Procuraduría General de la Nación, hoy en las manos del Regenerador[2] Ordóñez. Y mucho menos esas audiencias -y periodistas-,  lograrán captar y reconocer que el poder político en Colombia deviene históricamente sostenido en un ethos mafioso, promovido por empresarios, industriales, políticos, clase dirigente y burguesía.  Ese mismo ethos mafioso que promueven los canales privados con las “exitosas” narco novelas. Y no olvidemos que esos mismos canales privados sostienen a los noticieros Noticias RCN y Caracol Noticias, en radio y televisión, cuya información contaminada consumen a diario millones y millones de colombianos.  

Razón le cabe a María Jimena Duzán, cuando señala que “Ser periodista en Colombia hasta hace poco era un oficio aprestigiado, así no fuera ni bien pago, ni la mejor manera de hacer amigos. Sin embargo, de un tiempo para acá, esa aureola respetable con que la sociedad nos ungió en años pasados se nos ha ido evaporando en la medida en que la opinión pública, que no es boba, se ha dado cuenta de que el periodismo que se practica hoy en Colombia es sinónimo de soberbia, de likes, de arrogancia y de genuflexión ante los poderes económicos y políticos, y que valores como la independencia y la ética son parte ya de la prehistoria[3].

El escándalo pasará y el periodismo continuará tal cual, porque su capacidad de transformación depende de una sociedad que poco le exige a los periodistas, porque ella misma está cómoda con ese tipo de periodismo que se hinca ante el poder. Y depende también de aquellos poderosos que se sirven del periodismo para perpetuar la corrupción dentro del Estado, al tiempo que les dan juego a algunos periodistas para denunciar a unos corruptos, mientras se ocultan las identidades de otros. Ese es el juego.




Imagen tomada de Semana.com


[1] El Congresista Gerlein diría que se trata de un diálogo escatológico.

[3] Tomado de http://www.semana.com/opinion/articulo/maria-jimena-duzan-el-fin-del-periodismo/461264

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