Por
Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Una
semana agitada, movida y estremecida soportó el periodismo y los periodistas
que informan desde las lógicas noticiosas de los medios masivos, por cuenta de
la comunicadora Vicky Dávila, quien publicó un “polémico” video.
Huelga
decir que la periodista se equivocó al hacer público un video con el que no
solo no logró probar nada, sino que para lo único que sirvió fue para exponer
el carácter vindicativo con el que actuó la reconocida presentadora de noticias;
y para exacerbar la homofobia de una sociedad conservadora que, guiada por la
doble moral, aún cree que la homosexualidad es una aberración, una enfermedad o
hace parte de acciones pecaminosas.
Más
allá de lo sucedido, bien vale la pena reflexionar sobre los reales alcances
del periodismo en un país conservador, godo y violento como Colombia, en el
contexto de una democracia restringida y un Estado débil.
Asociado
de tiempo atrás al ejercicio del poder, el periodismo en sí mismo es una
expresión de la Política. De allí que la información periodística-noticiosa
siempre vendrá “contaminada” e interesada porque así lo dispone el contexto y
las circunstancias en las que operan los medios masivos, y porque este oficio
se guía bajo unos criterios de noticiabilidad que permiten que la política, en
tanto discurso (lo político), filtre y amañe la acción informativa de las
empresas mediáticas.
Que
la propiedad de los Medios masivos esté concentrada en banqueros, industriales y
ricos empresarios, indica que la información periodística-noticiosa deviene valorada
económica y políticamente, así como “contaminada” por los intereses, en muchos
casos mezquinos, de esos “mecenas” que terminan imponiendo límites a la acción
informativa de sus empresas mediáticas. Los anunciantes y la política editorial
son mecanismos de control que impiden que el periodismo pueda actuar con total
libertad.
Por
ello no podemos hablar en Colombia de un periodismo libre e independiente. La
libertad de prensa se mide por el largo de la cadena que ata al Medio y a sus
periodistas, a las prioridades e intereses políticos y económicos del
propietario. Insisto en la imagen de la cadena o quizás se trate de una simple
y natural sirga. Cuando se trabaja
para una empresa mediática, el periodista no puede meterse con los intereses de
los propietarios. De allí, entonces, que la libertad de prensa y de expresión
siempre estarán atadas a la dimensión (al largo) de la cadena que los patronos “instalan”
en las manos y en la lengua (en el lenguaje) de los periodistas que trabajan
para la empresa mediática. El mismo
periodista, a veces sin darse cuenta, ata su lenguaje a la sirga, cuando
interioriza la política editorial y reconoce quién sostiene económicamente a la
empresa mediática.
En
esas condiciones, los periodistas podrán seguir tumbando ministros y generales
y señalar que libran una lucha sin cuartel contra la corrupción, pero muy
difícilmente podrán precipitar la caída del Régimen de poder que no solo
manosea el ejercicio periodístico, sino que de muchas maneras asegura las condiciones
para que la corrupción política (pública) se dé y se perpetúe en el tiempo.
Muchos
periodistas creen luchar contra la corrupción, pero olvidan que esas mismas
prácticas corruptas pueden estar siendo aupadas desde las actividades
financieras, políticas y comerciales de las empresas para las cuales laboran.
Por
ello quizás, lo más recomendable hoy para las audiencias en Colombia – y para
otras en el mundo – es consultar
blogueros y medios alternativos que no estén atados a los intereses de
poderosos grupos económicos.
Colombia
hace rato pide a gritos una política pública de información que no solo
garantice pluralidad informativa, sino que permita desconcentrar la propiedad
de las empresas mediáticas. Esa misma política pública debería promover y garantizar
la existencia de medios alternativos, sostenidos económicamente por el Estado,
que a su vez recauda dinero por el alquiler del espectro electromagnético a
poderosos grupos económicos.
Deben
saber aquellos periodistas acuciosos y convencidos de que tumbar funcionarios
coadyuva al desmantelamiento de las redes de corrupción, que su labor
periodística debe estar orientada a transformar la sociedad, la cultura y el
Régimen de poder. Y no es promoviendo escándalos sexuales como se logran estas
urgentes transformaciones. Por el contrario, y por cuenta de la ligereza de
criterio de la entonces directora del noticiero radial La FM, aún hoy las
audiencias comentan, critican, fustigan y se ríen, socarronamente, del diálogo
íntimo[1]
sostenido por Ferro y el oficial de la Policía.
Esas
mismas audiencias jamás comprenderán que lo que está mal es la Policía como
institución. No es solo cuestión de Palomino. El asunto es estructural. Que
igual de mal anda la Procuraduría General de la Nación, hoy en las manos del
Regenerador[2]
Ordóñez. Y mucho menos esas audiencias -y periodistas-, lograrán captar y reconocer que el poder
político en Colombia deviene históricamente sostenido en un ethos mafioso, promovido por
empresarios, industriales, políticos, clase dirigente y burguesía. Ese mismo ethos
mafioso que promueven los canales privados con las “exitosas” narco
novelas. Y no olvidemos que esos mismos canales privados sostienen a los
noticieros Noticias RCN y Caracol Noticias, en radio y televisión, cuya
información contaminada consumen a diario millones y millones de colombianos.
Razón
le cabe a María Jimena Duzán, cuando señala que “Ser periodista en Colombia
hasta hace poco era un oficio aprestigiado, así no fuera ni bien pago, ni la
mejor manera de hacer amigos. Sin embargo, de un tiempo para acá, esa aureola
respetable con que la sociedad nos ungió en años pasados se nos ha ido
evaporando en la medida en que la opinión pública, que no es boba, se ha dado
cuenta de que el periodismo que se practica hoy en Colombia es sinónimo de
soberbia, de likes, de arrogancia y de genuflexión ante los poderes
económicos y políticos, y que valores como la independencia y la ética son
parte ya de la prehistoria”[3].
El escándalo pasará y el
periodismo continuará tal cual, porque su capacidad de transformación depende
de una sociedad que poco le exige a los periodistas, porque ella misma está
cómoda con ese tipo de periodismo que se hinca ante el poder. Y depende también
de aquellos poderosos que se sirven del periodismo para perpetuar la corrupción
dentro del Estado, al tiempo que les dan
juego a algunos periodistas para denunciar a unos corruptos, mientras se
ocultan las identidades de otros. Ese es el juego.
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