Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Los problemas de aceptación
social y de credibilidad que enfrenta el Proceso de Paz de La Habana guardan
estrecha relación con la baja cultura política y la pobre formación ciudadana
de millones de colombianos, y por supuesto, con una fuerte correspondencia con los
tratamientos periodístico-noticiosos de las empresas mediáticas y con la
trayectoria política de los actores armados que están sentados en la mesa de
diálogo.
Para el caso de las Farc-Ep, esta
es una organización armada que cuenta,
al parecer, con un reducido apoyo social, en especial en urbes en donde los
ejercicios representacionales que hacen las empresas mediáticas sirven para
generar negativos estados de opinión frente al actuar político y armado de
dicha guerrilla.
Eso sí, el Proceso de Paz mismo
les ha permitido incidir positivamente en grupos de audiencias que prefieren
ver a los señores y señoras de las Farc echando
discursos, haciendo política, y no bala y ‘tatucos’. Igualmente, la
aparición de sus miembros más connotados en esos mismos Medios que
históricamente los han caracterizado como bárbaros,
bandidos y terroristas, ha servido para “limpiar” en algo esa negativa
imagen que sus acciones de guerra y terror han creado, con el interesado
cubrimiento de un periodismo[1]
acucioso al que le ha faltado criterio, tino y sapiencia para cubrir un
complejo conflicto armado como el que aún afronta Colombia.
El Proceso de Paz de La Habana ha
soportado difíciles coyunturas político-mediáticas. Desde acciones de guerra
rechazadas por una opinión pública que jamás comprendió aquello de dialogar y
negociar en medio de las hostilidades. Baste con recordar el asesinato de 11
militares[2] en el
Cauca a manos de las Farc y la retención,
secuestro o la puesta como prisionero del ya olvidado General Alzate. Esos
dos episodios fueron bien aprovechados por los opositores y detractores de la
negociación para señalar que las Farc estaban usando el proceso de diálogo para
fortalecerse y de esa manera, las conversaciones de paz se traducirían en una
burla para el Gobierno y para la sociedad.
Recientemente las Farc-EP
nuevamente dan pie para que esa opinión pública adversa y hostil al Proceso de
Paz y a la misma organización guerrillera, consolide esas negativas
representaciones sociales que circulan social, política y mediáticamente en
torno a la seriedad y el real compromiso de Timochenko y la organización bajo
su mando, para ponerle fin al conflicto y transformarse en un partido político
que se gane rápidamente un lugar en el escenario político y electoral de
Colombia.
La presencia armada de miembros
de las Farc, en el corregimiento de el Conejo, en Fonseca (La Guajira), con
motivo de la llegada de “Iván Márquez”, “Joaquín Gómez” y “Jesús Santrich” para
adelantar allí encuentros pedagógicos con las bases guerrilleras, al parecer,
de acuerdo con lo informado, terminó en un ejercicio de proselitismo
político-armado.
Este sería el quinto ejercicio de
esa naturaleza, que consiste en que miembros de la cúpula fariana se desplacen
desde Cuba, para hacer en territorio colombiano ejercicios pedagógicos con la
“guerrillerada”, con el firme propósito de mantener la unidad de mando sobre la
base de que los guerrilleros comprendan qué es lo que se está negociando en La
Habana y lo que implicará para toda la organización armada la dejación o
entrega de armas y los procesos de reintegración a la sociedad.
En esta oportunidad, y según lo
señaló el propio jefe negociador del Gobierno, la dirigencia de las Farc
desconoció e irrespetó lo acordado entre las partes en torno a este tipo de
acciones pedagógicas. Actividades estas por demás necesarias y legítimas.
La reacción del Gobierno de
suspender los viajes y los ejercicios pedagógicos de las Farc es apenas lógica
y esperada, aunque hay que decir que esa reacción fue generada por la presión
de medios masivos y redes sociales que ventilaron las imágenes, y por el
escándalo que armaron los sectores afectos al Centro Democrático, que funge, de
tiempo atrás como el polo en donde confluyen guerreristas, detractores de los
diálogos de paz y “enemigos” del fin del conflicto.
Más allá de si la presencia
armada de las Farc estaba o no convenida, la sociedad debe reconocer lo
positivo que resulta que en el contexto de una delicada negociación política,
hoy los guerrilleros lleguen a un pueblo, aunque armados, con la firme
intención de hacer pedagogía por la paz. Hay que entender que aún no se pacta
un cese bilateral del fuego y que siempre habrá riesgos en la movilización de
los guerrilleros por zonas en las que aún existen paramilitares. Si las partes
que negocian le informan al país que habrá presencia de guerrilleros armados en
ciertas zonas, muy seguramente nos hubiéramos ahorrado el escándalo.
Resulta a todas luces exagerada
la reacción del Procurador General de la Nación, Alejandro Ordóñez Maldonado,
quien calificó la presencia de guerrilleros armados en el Conejo (Fonseca,
Guajira) como una “afrenta contra la institucionalidad”. Si vamos a hablar de ultrajes,
desprecios y afrentas a la institucionalidad, entonces recordemos la espuria
reelección de Ordóñez y su permanencia en el cargo a pesar de su ilegalidad; o
qué tal las actuaciones del entonces Defensor del Pueblo, Jorge Armando Otálora
y del hasta hace unas horas Director General de la Policía, Rodolfo Palomino,
entre otros casos.
Creo, entonces, que ad portas de firmarse el fin del
conflicto estos errores deben manejarse con mayor tino por parte de los
negociadores. Se espera una mayor madurez política y responsabilidad histórica
del Gobierno de Santos y de la dirigencia de las Farc.
Termino con una reflexión
alrededor de la soberbia de los grupos armados, sean estos legales o ilegales.
Habrá paz, entre otras cosas, cuando como sociedad dejemos de admirar a los
combatientes. Colombia necesita más ciudadanos y menos Héroes.
Todo ejercicio del poder deviene
con una dosis de arrogancia y soberbia. Y más cuando ese poder está respaldado
por las armas. En esa línea, todos los actores armados, legales o ilegales,
actúan con profunda y determinada arrogancia.
En este largo y degradado
conflicto armado interno, Fuerzas Armadas, Guerrillas y Paramilitares han
actuado con soberbia frente a pueblos y comunidades a las que sometieron, amenazaron o desplazaron.
En estadios de guerra la
insolencia, la desfachatez, la arrogancia o la desvergüenza pueden tornarse normales, puesto que en estos estados de
crispación, el poder de las armas nubla la razón de los combatientes.
En el tránsito de la guerra a la
paz, se espera que las actuaciones y decisiones con evidentes visos de
jactancia por parte de los actores armados, disminuyan de tal forma que aparezcan
la humildad, la sencillez, pero sobre todo, la madurez política suficiente que les impida cometer errores y les dé
la sapiencia para superar los conflictos que estos errores generan.
Considero que lo sucedido en
Fonseca es un incidente menor que no puede poner en riesgo el Proceso de Paz de
La Habana. Un llamado a todas las partes a la calma, a no actuar con arrogancia
y ligereza.
Resulta a todas luces
contradictorio que sean algunos grupos de civiles los que estén hoy pidiendo
que se rompan los diálogos de paz. Por fortuna, en la otra orilla están otros
grupos de civiles, ojalá que sean mayoría, exigiendo que continúen los diálogos
de paz.
Adenda: les importa y les “duele” La Guajira por la presencia
armada de las Farc, pero poco se preocupan por los niños Wayuu que mueren de
sed y desnutrición. Y menos aún les preocupa las redes mafiosas y clientelares
que se tomaron La Guajira, con la anuencia de autoridades civiles, militares,
políticas y eclesiásticas.
Imagen tomada de elpais.com
[2] Días después, fuerzas combinadas de
Ejército y Fuerza Aérea, bombardearon un campamento de las Farc, con un saldo
de por lo menos 30 guerrilleros muertos. Acción militar que claramente tuvo un
carácter vindicativo.
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