Por
Germán Ayala Osorio, comunicador social
y politólogo
Los
recientes escándalos mediático-sexuales en los que estuvieron y están aún involucrados el entonces Defensor del Pueblo,
Armando Otálora[1],
el Vice ministro del Interior, Carlos Ferro y el hasta ayer[2]
Director de la Policía Nacional, general Rodolfo Palomino, dan cuenta de varios
hechos a saber: en primer lugar, del enorme error histórico de esta sociedad
occidental al haber sacado del ámbito de lo privado las relaciones sexuales; en
segundo lugar, la enorme subvaloración que de la institucionalidad[3]
estatal hicieron los tres funcionarios, terminó afectando la credibilidad y la
buena imagen de las instituciones en las que laboraban y por supuesto, en la
moralidad pública asociada al actuar del Estado; y en tercer lugar, esos casos sirven
para poner de presente el poder morboso de un sector de la prensa y de un
periodismo que al insistir en elevar al estatus de noticia prácticas y
específicas preferencias sexuales, termina dejando por fuera la discusión sobre
el uso y el abuso de las relaciones de poder por parte de funcionarios que
deberían de ser ejemplo para la sociedad.
Si
aceptamos que en los
tratamientos periodístico-noticiosos de la prensa es posible entrever cuán
enfermos están la sociedad y sus periodistas, entonces podemos señalar con
alguna certeza, que los tratamientos periodístico-noticiosos de los casos
Otálora, Ferro y Palomino, dejan entrever que un sector del periodismo colombiano
sufre de una enfermedad incurable: amarillismo. La exposición pública
del video en el que dos hombres (Ferro y un miembro de la Policía Nacional)
hablan de sus preferencias sexuales, en el contexto de unas relaciones sexuales
al parecer consentidas, resulta a todas luces equivocada e innecesaria.
Hubo, por parte del equipo
periodístico, en cabeza de la señora Victoria Eugenia Dávila, una
sobrevaloración noticiosa de los hechos y de la situación expuesta en la
grabación. No corresponde, en estricto sentido, a un asunto público porque en
el video no aparece una denuncia que interese y deba preocupar al grueso de la
sociedad.
Si los funcionarios comprometidos
usaron su poder para satisfacer sus deseos sexuales y a partir de allí crear
una red de proxenetismo, es claro que el video poco aporta para que las
audiencias lleguen a concluir que efectivamente hubo abuso del poder.
En cambio, el escándalo sexual que le
costó la cabeza a Rodolfo Palomino termina por soslayar el presunto
enriquecimiento ilícito del alto oficial, el silencio histórico de la
Procuraduría, del Ministerio de la Defensa y hasta del propio Gobierno de
Santos, en torno a un asunto público: la corrupción al interior de la Policía
Nacional. Hoy las audiencias hablan de las preferencias sexuales de los dos
funcionarios, y muy poco del posible enriquecimiento ilícito del General de la
República.
Insisto, poco interés mostraron los
periodistas en develar que en los casos de Otálora, Ferro y Palomino lo que se podría
advertir es un uso y un abuso del poder para satisfacer apetitos sexuales de
los personajes en cuestión.
Para el caso de Carlos Ferro hay que
señalar que los periodistas que divulgaron el comprometedor video en el que el vice
ministro conversa con un miembro de la Policía sobre sus preferencias sexuales,
no buscaban aportar a la “investigación” de la Procuraduría, sino enlodar la
imagen del funcionario apelando al poder inquisidor que se advierte en una
sociedad patriarcal, machista y violenta, en la que aún la homosexualidad y en
general, la sexualidad humana, siguen siendo temas tabú, abrigados por una
doble moral que los medios masivos usan para mantener las buenas costumbres
de una sociedad goda y facha como la colombiana.
A pesar del escándalo sexual, para la
inmensa mayoría de colombianos la prensa cumplió con su deber de denunciar las
irregularidades (incluye las preferencias y las prácticas sexuales) en las que
pudieron incurrir los altos empleados estatales. Pero no hay tal.
Los tratamientos
periodístico-noticiosos[4]
confirman a la prensa como un poder inquisidor que persigue y castiga la
inmoralidad (sexual), al tiempo que valida y legitima el discurso machista y
sexista de la publicidad que ayuda al sostenimiento económico de noticieros de
televisión y radio.
Así las cosas, flaco favor le hace la
prensa a la comprensión de la masculinidad de unos hombres social y
culturalmente formados por los parámetros éticos y morales de una sociedad
violenta para la cual ser Macho no es una opción, sino una obligación, lo que
hace que muchos hombres deban mantener
ocultas sus reales preferencias y gustos sexuales.
Eso sí, con el riesgo latente de que
un medio de comunicación, en ejercicio pleno de su carácter amarillista, decida
publicar espurias grabaciones con las cuales enlodar la vida familiar de unos
hombres que la sociedad los obliga, en razón de sus actividades y cargos, a
comportarse en público como heterosexuales, es decir, como Machos cabríos,
mientras que en espacios privados (laborales) se arriesgan a vivir como
realmente desean hacerlo.
Las audiencias que consumen estos
hechos noticiosos con especial interés y avidez, creyendo que se trata de un
asunto público, parecen sufrir de una especie de cachondez informativa
ante el exagerado gusto por consumir, con mórbida curiosidad, escándalos sexuales
como los aquí señalados.
Periodistas y empresas mediáticas
insisten en generar opinión pública sobre la base del morbo con el que aún el
ser humano piensa y ve las expresiones de cariño y las relaciones sexuales,
sean estas entre mujeres, entre hombres o entre Policías, como alguien
jocosamente recordó la frase de aquella reina que dijo “…hombre con hombre,
mujer con mujer…”.
Adenda: la salida
de la señora Dávila del noticiero radial La FM de RCN, se convierte en una
oportunidad para que dicho Canal revise sus políticas editoriales y para que
los periodistas hagan lo mismo con los valores noticia que aplican cuando
deciden convertir en noticia todo lo que de antemano les asegura rating.
Lo escabroso, lo espectacular y lo ruin que pueda producir una sociedad no
siempre coadyuva al develamiento de la Verdad y a la comprensión por parte de
unas audiencias poco capacitadas y formadas para “consumir” los hechos
noticiosos. Sin duda, el país reclama otro tipo de periodismo.
Imagen tomada de sillavacia.com
[2] Hoy 17 de febrero de 2016, y ante la
presión de las empresas mediáticas, el General Palomino resolvió renunciar a su
cargo. Se atornilló en su cargo, a pesar de que las denuncias por acoso laboral
y sexual y por enriquecimiento ilícito vienen de tiempo atrás.
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