YO DIGO SÍ A LA PAZ

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martes, 16 de febrero de 2016

Fin del conflicto y refrendación

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

La refrendación de los acuerdos de La Habana poco a poco adquiere el carácter de escollo, de un enorme escollo, para avanzar en la firma del fin del conflicto. Igualmente, esas dificultades llegarán a la implementación de los acuerdos.

La insistencia de las Farc en que el mecanismo idóneo para refrendar el gran acuerdo de paz de La Habana es la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) y de forma paralela, la presión interesada que viene ejerciendo el Centro Democrático (el llamado uribismo) para que se dé un gran acuerdo nacional que termine confluyendo, con algunas diferencias, en el mismo mecanismo planteado por la agrupación guerrillera, y la insistencia del Gobierno en el plebiscito, pone las negociaciones de La Habana en un enorme riesgo. Y no tanto por la firma en sí mismo del fin del conflicto, sino en el paso más importante y definitivo: la implementación de los acuerdos.

Así entonces, ya no es la firma del fin del conflicto el gran anhelo nacional y el de los negociadores de las Farc y del Gobierno, resultado de la compleja negociación que se viene desarrollando en Cuba desde finales de 2012. Por el contrario, el gran obstáculo a vencer estará en las condiciones y circunstancias que se pondrán y se darán una vez se intente poner en marcha los acuerdos.

Es decir, las dificultades de los puntos y subpuntos relativos al reconocimiento y reparación de las víctimas, el control y desmonte del paramilitarismo y la Jurisdicción Especial de Paz, serán anecdóticas al lado de las enormes dificultades que ya se posan sobre el punto 6 de la Agenda de Paz, que alude justamente a la refrendación e implementación de los acuerdos.

Es claro que esta situación es fruto, en parte, del escaso consenso político y social que  existe en el país en torno a las negociaciones entre Gobierno y Farc. Sectores y fuerzas dentro del Establecimiento se han encargado de relativizar la legitimidad del Proceso de Paz y la del propio Santos. A las empresas mediáticas les cabe responsabilidad por los tratamientos irresponsables y ligeros[1], lo mismo a las Farc[2] y por supuesto a un Presidente que durante el tiempo de las negociaciones se ha mostrado timorato ante los ataques de Uribe y el de sus áulicos. Lo cierto es que Santos no convence, no genera confianza[3].

Además, e infortunadamente, Santos no es un líder carismático, con capacidad de convocatoria. Y se suma a ello, la desconexión y la desarticulación con el Proceso de Paz, de las regiones y los sectores de poder legal e ilegal que en aquellas subsisten y conviven.

También hay que tener en cuenta que la Unidad Nacional deviene debilitada por los insaciables apetitos burocráticos de los conservadores y liberales que se mantienen interesadamente en aquella. Estamos, claramente, ante una clase política mezquina y corrupta.

Se suma a lo anterior, la baja cultura política y el pobre capital social de cientos de miles de colombianos que aún no entienden y mucho menos dimensionan lo que significa poner fin a la guerra interna.

Así entonces, lo acordado en La Habana podría quedarse en una mera retórica y en un ejercicio vacuo de negociación política, si al convocar a una Asamblea Nacional Constituyente, fruto de un leonino acuerdo[4] político con el Centro Democrático, esa fuerza y otros sectores del Establecimiento terminen imponiendo sus lógicas e intereses. Ese es un riesgo que se corre, por ejemplo, si las fuerzas políticas que confluyan en esa ANC superen a las Farc en número de miembros y poder político para establecer acuerdos.

En esa medida, si se diera un previo acuerdo político nacional, para luego darle viabilidad a la ANC, éste deberá hacerse sobre la base de que los sectores económico y políticos afectos a las ideas de Uribe, máximo líder y defensor del Establecimiento, no superen en términos de poder decisorio a los miembros de las Farc que deberán llegar a esa instancia a través de la asignación directa de curules.

La propuesta que recién plantea el uribismo[5] a través de Carlos Holmes Trujillo[6], en la que señalan la posibilidad de convocar al pueblo para que determine si desea que se implementen los acuerdos de La Habana, se constituye en una enorme trampa que no pueden aceptar los sectores convencidos de que lo acordado hasta el momento en La Habana, podría contribuir a la urgente transformación del Estado, de la sociedad y del mercado.

Eso podría dar vida a un complejo y enredado referendo que muy posiblemente una inmensa mayoría de ese pueblo no entendería, lo que abriría la posibilidad para que triunfara el No a la implementación de los acuerdos de La Habana. Recordemos el rotundo fracaso del referendo planteado por Uribe en su momento.

Si las Farc se arriesgan a llegar a una ANC, por la vía de la elección popular, muy seguramente enfrentarían una enorme derrota política, en especial en el electorado urbano. Con una mínina representación en esa eventual Constituyente, fácilmente lo acordado en La Habana quedaría a merced de los intereses e interpretaciones de los sectores de poder que son responsables históricos por la existencia de las condiciones contextuales que  legitimaron el levantamiento armado contra el Estado en los años 60.

Hoy está en discusión el mecanismo de refrendación. Mañana, quizás, los grandes problemas surjan en la implementación de los acuerdos alcanzados en la Mesa de Negociación. Y quizás, en un no muy lejano mañana, estaremos evaluando los errores que se cometieron en los procesos de implementación de lo acordado en Cuba. A lo mejor, cuando llegue ese momento, ya el pueblo colombiano haya comprendido la diferencia entre firmar el fin del conflicto y consolidar la paz y la convivencia.

Imagen tomada de agenciadenoticiasuniversidadnacional.com.co


[1] En especial, le cabe responsabilidad a los  Noticieros Noticias RCN, NTN24 y los espacios radiales La FM y La W, entre otros. 

[2] Por las acciones bélicas cometidas durante la negociación, que aprovecharon los medios masivos para consolidar en las audiencias una imagen negativa (sus miembros son monstruos) de la organización armada ilegal.

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