YO DIGO SÍ A LA PAZ

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lunes, 7 de marzo de 2016

Finqueros montaraces

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo


Colombia es un país de finqueros, gamonales y líderes montaraces y violentos que se han servido de la política y de los políticos para consolidar prácticas y ejercicios de poder profundamente desinstitucionalizantes[1].

La debilidad de las instituciones estatales y la de aquellas que desde la sociedad civil pretenden servir de guía moral y ética de la sociedad, se debe a que esos finqueros, gamonales  y pequeños patriarcas exhiben un profundo desconocimiento de lo Público y en general, hacen gala de una enorme incapacidad para liderar. A lo sumo saben mandar.

Al coro desinstitucionalizador  y  desafiante de Uribe Vélez ante una decisión judicial que debería de respetar por su condición de ciudadano, y por lo que él representa como ex presidente y Senador de la República, le salió al paso el político Horacio Serpa Uribe, quien como curtido orador, reaccionó como típico “gallo de pelea”, listo para el “combate”, ojalá, eso sí, de carácter discursivo.

Vergonzoso e innoble espectáculo el que brinda el Cacique Uribe Vélez al buscar deslegitimar la acción de la Fiscalía, solo porque su hermano es capturado por la comisión de delitos graves. Al “líder” político no le espantan y mucho menos le preocupan los crímenes que se le imputan a Santiago Uribe. Mucho menos le preocupan las víctimas que dejó el actuar criminal de los 12 Apóstoles. Tanto así, que de manera perversa y por demás equivocada, grita que se trata de una persecución política. Craso error que parte de la Gran Prensa bogotana, afecta al Congresista, repite una y otra vez con el claro objetivo de convertirlo en una verdad incontrastable. Al mejor estilo de J. Goebbels, varias empresas mediáticas dejan de lado el ejercicio periodístico, para entrar de lleno en el terreno de la propaganda política.

El país debería estar espantado por la existencia de los 12 Apóstoles, de paramilitares y por los crímenes que se le imputan a  quien, según las pruebas recaudadas por el ente acusador, dirigió, ordenó y coordinó operaciones militares con el propósito de asesinar y desplazar campesinos en Yarumal, Antioquia. Pero no. Colombia, un país en el que difícilmente podemos encontrar diferencias evidentes y sustanciales entre Políticos y criminales, deambula en medio de una histórica debilidad institucional por cuenta del empobrecimiento cultural y del ethos mafioso que la clase dirigente, política, militar y empresarial exhibe y entronizó a través de sus prácticas corruptas.

Ad portas de firmar el fin del conflicto armado con las Farc, un sector de las audiencias sigue con especial morbo las reacciones rabiosas de un ganadero que no solo es capaz de dar en la cara marica[2], sino que ordenó a un General, en su calidad de Presidente y Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas, matar a los sicarios de la Oficina de Envigado[3] por su cuenta. ¿Olvidó aquello del Estado de Derecho, del debido proceso y de la separación de poderes o simplemente reaccionó como un Macho con ínfulas de Emperador? Pobre país este.

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