Después
de ver y disfrutar la película Amor por sorpresa, recordé el asesinato de los sacerdotes Rafael
Riatiga y Richard Armando Pifano[1],
ocurrido el 26 de enero de 2010.
En el film Amor por sorpresa, el personaje
busca ‘ayuda’ para morir y acude a una ‘empresa’ que ‘presta’ este tipo de
servicio. Bajo la nomenclatura de viajero,
el cliente que desea acabar con su vida puede escoger cómo ser ultimado por
unos verdugos que amablemente le
evitan el sufrimiento y la duda que puede conllevar tomar la decisión de
suicidarse.
En el caso de los sacerdotes arriba mencionados,
que según la justicia colombiana pagaron 15 millones para que los asesinaran,
no se trató de una empresa dedicada a este tipo de servicios, sino que se “contrató”
a unas personas para que les ayudara a morir. Sicarios, dijo la justicia.
Desconozco si existe la categoría que explique
este tipo de fenómeno, que sin duda, pone contra las cuerdas todo lo que la
cultura hegemónica nos dice alrededor del valor de la vida. Propongo la
siguiente categoría para nombrar y explicar tanto lo sucedido con los dos
sacerdotes, como con el personaje de la película Amor por sorpresa. La
categoría es: homicidio por beneficio
común.
Para el caso del film, el señor Van Zyulen llega
a la ‘Agencia de viajes’ para que le ayuden a morir, dado que en medio de sus torpezas
y momentos poco propicios para hacerlo, ha sido incapaz de suicidarse. La transacción se cierra, pero finalmente
el amor de y hacia una mujer logra salvarlo, a pesar de la sórdida y sorpresiva ocupación de
la dama, hija[2] del
propietario de la ‘Agencia de viajes’ y empleada de la empresa.
Para el caso de Riatiga y Pifano,
claramente no acudieron a una empresa constituida para tales tareas y servicios profesionales de la muerte, sino
a unos reconocidos bandidos, según señaló en su momento la Fiscalía.
En
el film, quienes están contratados para asesinar a los clientes que así lo
requieran, son agentes de viaje u operadores, mientras que en la
realidad de lo ocurrido con los dos curas, para la Fiscalía son simples
asesinos (además, tenían antecedentes penales) que se aprovecharon de la
situación, al parecer desesperada de los dos clérigos.
Lo
cierto es que tanto en la ficción como en la realidad lo que queda claro es que
disponer de la vida siempre ha sido un drama para el ser humano, en especial
para aquellos que por disímiles razones optan por suicidarse o pagar para
que los ayuden a morir. No se trata, en ningún caso, de una práctica
propiamente eutanásica (suicidio asistido), sino de un homicidio por beneficio común en la medida en que el operador, y la agencia de viajes para la
que trabaja, se benefician económicamente, mientras que el cliente que buscó voluntariamente el servicio, se “beneficia” al lograr poner fin a su vida,
que por distintas razones no pudo lograr por sus propios medios.
El
tema, manejado con humor y con mucho tino, no deja de generar escozor en
sociedades en las que la vida es considerada sagrada, a pesar de que esa misma
sociedad acepta, valida y legitima las guerras, la pena de muerte amparada
jurídicamente, en defensa propia y las provocadas a través de lo que se conoce
como “justicia por propia mano”, caso muy típico en Colombia. A lo mejor el
preciado negocio de la guerra el día de mañana se transforme y permita el
nacimiento de muchas ‘empresas de viaje’ que
perfeccionen las técnicas de la muerte. Estaríamos hablando de multinacionales de la muerte asistida,
con todo el aval político, social y religioso, a cambio de largas guerras
fraticidas, muchas de estas aupadas por razones étnicas, económicas, religiosas
y por las que acompañan a las relaciones de dominación política y militar.
A
pesar de lo anterior, esa misma sociedad se espanta al conocer casos como el de los dos enviados de Dios en la tierra, y mirará con cierta distancia, miedo
y salvedades de todo tipo, el tratamiento dado al tema en la película Amor por sorpresa.
No
sé si la película ha sido taquillera, pero su temática y el tratamiento dado,
debería de inspirar a magistrados y jueces y por supuesto, a la sociedad humana
en general, para empezar a pensar en que entre nosotros puede haber ciudadanos
que, cansados de vivir, necesitan de alguien que les ayude a morir, dada la
dificultad de auto agredirse, bien por miedo, torpeza, por la ética del
autocuidado, o por creencias religiosas.
Estamos
y estaríamos, quizás, ante una solidaridad de nuevo tipo e igualmente, ante un
sentido diferente del concepto jurídico del homicidio. Y de esa forma,
reconocer que el mundo que hemos construido, con todo lo bello y lo sublime que
nos acompaña, puede, en algún momento, llevarnos al desespero, al sin sentido,
o al cansancio.
Abrirnos
a esa posibilidad no solo servirá para comprender las decisiones de los
suicidas, sino de aquellos que, como los curas mencionados, tenían y tuvieron
razones suficientes para buscar ayuda para viajar
hacia ese destino desconocido al que nos llevará a todos la muerte, sin importar
cómo nos llegue el modo de dejar de
existir biológicamente. Por ello, bienvenida la muerte, por sorpresa.
Imagen tomada de Youtube.com
[1] Véase: http://www.elespectador.com/noticias/judicial/sacerdotes-pagaron-15-millones-su-propio-asesinato-articulo-326533
[2] Al parecer, adoptada.
1 comentario:
Excelente texto, me gusta mucho las analogías, demuestran que tienes una buenísima capacidad de contraste. Continua así, haciendo catarsis de una manera muy bella, ofreciendo tu forma de ver el mundo y enseñando.
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