YO DIGO SÍ A LA PAZ

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viernes, 21 de octubre de 2016

2018

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

La campaña electoral de 2018, ya arrancó. Este es quizás el mayor efecto político que nos dejó el resultado de la jornada plebiscitaria del 2 de octubre. Claramente, el triunfo del NO, aunque apretado, no solo sirvió para que los opositores del Acuerdo Final alcanzado en La Habana presentaran al presidente Santos sus objeciones y propuestas de ajuste a dicho documento, sino para develar la doble estrategia  del hacendado y propietario del Centro Democrático (CD), Álvaro Uribe Vélez: la primera parte de la estrategia consistía en tergiversar el sentido y el contenido del Acuerdo Final y de esta manera engañar al electorado que finalmente dijo NO al Acuerdo Final; y la segunda, dilatar la discusión de los ajustes y llevar el diálogo político que Santos abrió de manera obligada, hasta el 2018.

Instalado en ese momento electoral, Uribe buscaría regresar al poder poniendo en la Casa de Nariño a una figura cercana a sus ideas políticas o a un político de probada lealtad. Podría tratarse de  Vargas Lleras, o en su defecto, el corrupto ex Procurador General de la Nación, Alejandro Ordóñez Maldonado o el mismísimo Carlos Holmes Trujillo. Así,  con la retoma del poder, Uribe buscaría proponerle a las Farc una política de sometimiento, anulando el documento con el que el Gobierno logró negociar el fin del conflicto armado con esa guerrilla. El otro camino posible es extender  en el tiempo el conflicto armado hasta conseguir la victoria militar.

La campaña de 2018 que adelantó el triunfo del NO, si bien tiene a las Farc nuevamente como protagonista, existe una enorme diferencia con anteriores escenarios electorales en donde la pregunta giraba en torno a qué hacer con las Farc: continuar golpeándolas militar y políticamente, u ofrecerles una negociación política. La campaña electoral de 2018 girará en torno a si el país debe implementar y de qué forma lo acordado en La Habana y ratificado en Cartagena entre Santos y la dirigencia fariana. Y para el caso del proceso de paz con el ELN, la campaña electoral girará en torno a si se mantiene la fase pública y el sentido de la negociación tal y como quedó previsto en lo acordado entre el COCE  y el Gobierno de Juan Manuel Santos, o si definitivamente se rompe esa posibilidad de negociar con esta esquiva y dogmática guerrilla.

Es claro que la Mesa de Diálogo instalada en Cuba leerá las propuestas de ajustes entregadas por el Centro Democrático,  representantes de iglesias cristianas y las que entregaron la ex ministra de la Defensa, Martha Lucía Ramírez y el clientelista, Alejandro Ordóñez Maldonado. Como también es claro que los ajustes no serán sustanciales. Por el contrario, se espera que se hagan precisiones en temas y asuntos que Uribe y su jefe de campaña, Juan Carlos Vélez Uribe tergiversaron y manipularon, como la ideología de género. Pero los cambios que  el latifundista, ganadero y senador exige que se hagan a los puntos de Participación Política, Reforma Agraria Integral y Jurisdicción Especial para la Paz, lo más seguro es que no sean atendidos por los negociadores del Gobierno y  de las Farc.

Así las cosas, el “nuevo y ajustado” Acuerdo Final deberá estar listo para antes de finalizar el 2016. Santos y las Farc saben de los riesgos que traería dejar que el año termine, sin definir el proceso de implementación de lo acordado entre las partes.

Después de que esto ocurra, a Uribe y al Centro Democrático no le quedará otro camino que esperar hasta el 2018 para tratar de impedir la implementación del Acuerdo Final o de anular jurídicamente lo pactado en La Habana. A partir de ese momento, los niveles de polarización y crispación de la opinión pública muy seguramente aumentarán, lo que bien puede hacer que las elecciones de 2018, por lo menos desde el punto de vista discursivo, sea la más violentas que el país haya vivido en los últimos tiempos. No se descarta que los paramilitares, aupados por narcos y clase dirigente, operen para intentar desestabilizar el orden establecido.

Desde ya Uribe buscará candidatos y alianzas con sectores de la Derecha y la ultraderecha, dispuestos a evitar la implementación del Acuerdo Final, especialmente en lo que tiene que ver con la transformación del campo, tal y como se prevé en lo acordado.

En 2018 los colombianos veremos una campaña electoral que ya no girará en torno a la guerra, sino que redundará en torno a qué tipo de paz y de posconflicto dejará construir esa parte del Establecimiento que le apostó al NO y que nuevamente dejará en manos de Uribe el proyecto neoconservador, violento y poco garantista que les dio resultado entre el 2002 y 2010. Veremos un país dividido en torno a mantener la seguridad alimentaria de la Nación, asegurando tierras y una vida digna para nuestros campesinos, o por el contrario, veremos a una pequeña parte del país que buscará debilitarla por cuenta del modelo de plantación,  y las actividades agroindustriales, la  importación  de alimentos y la ganadería extensiva que defiende el ganadero y ex presidente, Álvaro Uribe Vélez.


Si bien, quienes votaron por el NO, por odio a las Farc, le negaron al país y a Santos la oportunidad de “enterrar” políticamente al montaraz y combativo latifundista, tendrán la oportunidad en las elecciones de 2018,  de coadyuvar a derrotar electoralmente a ese dañino líder político y a su pernicioso proyecto político.


Imagen tomada de Semana.com

2 comentarios:

natural mente dijo...

Bienvenidos los Acuerdos y el Dialogo,la participacion Democratica para todos, inclusive para los que quieren preferencias en todo los niveles,el Pais ya Cambio !!!

natural mente dijo...

Más allá de luchas ideológicas, debe estar el compromiso ético y moral de asegurar condiciones de vida digna para todos los que ocupamos este territorio. Quienes tengan como objetivo político alcanzar el poder, deberían guiar sus proyectos hacia la consolidación de un Estado legítimo y de una Nación respetuosa de la siempre frágil y contradictoria condición humana. Lo demás, será el simple ejercicio del poder para saciar apetitos burocráticos o para dar rienda suelta a ese carácter megalómano que exhiben dirigentes políticos, líderes de organizaciones de la sociedad civil y mandatarios (locales, regionales y nacionales), entre otros.