Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
A juzgar por el lugar político
que el presidente Santos le dio al recién destituido Procurador General de la Nación, Alejandro
Ordóñez Maldonado, bien la vale la pena reflexionar y tratar de hallar los
factores y las circunstancias que llevaron al Presidente a reconocerlo como
interlocutor válido en el llamado Diálogo Nacional por la Paz, provocado por el
triunfo, apretado por cierto, alcanzado por aquellos que se negaron a refrendar
el Acuerdo Final ese domingo 02 de
octubre.
La disquisición parte de un
principio ético y de un hecho jurídico: Ordóñez Maldonado violó la Constitución
Política y se hizo reelegir de manera fraudulenta. El fallo del Consejo de
Estado que lo sacó tardíamente de la Procuraduría por haber violado el artículo
126 de la Carta Política, me permite calificar a Ordóñez Maldonado como un
funcionario corrupto.
Sin mayor sanción social,
mediática o política, Ordóñez Maldonado no solo goza de reconocimiento y
aceptación en los sectores más retardatarios de la sociedad, en comunidades
religiosas que desconocen el Estado laico, sino que cuenta con enormes
simpatías en el insepulto Partido Conservador. Al parecer, esos elementos
fueron suficientes para mantener algo de la legitimidad social y política con
la que logró erigirse como un “líder” del NO.
Es decir, a pesar de que se
demostró que violó la Constitución, su vida política sigue incólume no solo
porque el Consejo de Estado obvió sancionarlo, sino porque él sigue siendo, al
parecer, la guía moral de esa Colombia goda y anacrónica que nos ha impedido
convertirnos en una sociedad y en un Estado modernos.
¿Por qué el Presidente lo valida
como interlocutor político para ajustar el Acuerdo Final, a pesar de la
decisión del Consejo de Estado de anular lo que claramente fue una espuria
reelección?
Quisiera pensar que la debilidad
política de Santos, después de los negativos resultados del plebiscito del 2 de
octubre, lo obligó a recibir al corrupto ex funcionario, para evitar que la
polarización política aumentara, al desconocer políticamente a quien acumuló
enorme poder dentro de la Procuraduría, gracias a sus prácticas clientelares,
soportadas en un histórico ethos mafioso.
Es decir, Santos le abre las
puertas a todo aquel político que arrastre opinión y convoque a sectores de
poder, como el caso de Ordóñez, sin que importe que sus probadas acciones
ilegales no solo le permitieron reelegirse, sino erigirse como un contradictor
del Proceso de Paz y del Acuerdo Final.
También puede ocurrir que violar
la Constitución en Colombia devenga en una suerte de práctica política
normalizada, lo que de inmediato invalida o desestima cualquier señalamiento o
fallo de un ente de control. En este caso, el fallo en derecho del Consejo de
Estado contradice las lógicas del poder político y de la política tradicional,
al tiempo que confronta la ética ciudadana de aquellos que siguen ideológica y
políticamente a este sagaz ex funcionario.
Al reconocerle algún tipo de
liderazgo político y moral a Ordóñez Maldonado, Santos valida la trampa, la
argucia y las prácticas corruptas del ex Procurador, al tiempo que aprueba que
religión y política puedan unirse, a pesar de los riesgos que ello conlleva en
un país creyente, que aún sigue la doctrina de la Iglesia Católica.
El lugar político y privilegiado
que Santos y las circunstancias contextuales le dan hoy a Ordóñez Maldonado,
ponen de presente el proceso de entronización y consolidación del ethos
mafioso dentro de la política colombiana. Ese mismo soporte ético le ha
servido a los líderes del Establecimiento para cerrarle las puertas a quienes
desde la academia, sectores de izquierda democrática y de la extrema izquierda,
insisten en señalar que el principal problema del país no es la otoñal
presencia de las guerrillas, sino la corrupción
política.
Así entonces, resulta
profundamente provocadora e inconveniente la presencia de Ordóñez Maldonado
como “líder” del NO, por cuanto el Acuerdo Final alcanzado y firmado en La
Habana no servirá como soporte ético-político para proscribir el ethos mafioso y transformar las
prácticas políticas en Colombia. Si acaso, con dicha negociación, apenas si
podremos “sacar las armas de la política”. Eso sí, la tarea de crear Estado,
Ciudadanía y Mercado se seguirá haciendo sobre el sempiterno ethos mafioso que de tiempo atrás guía
la vida privada y pública de millones de colombianos.
Es claro que para la clase política,
los Medios, el Partido Conservador y para el sector más retardarlo del Establecimiento, Ordóñez Maldonado es una figura clave para las elecciones de
2018. Más claro: Ordóñez es el consentido de esos actores de poder.
Imagen tomada de elespectador.com
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