Por
Germán Ayala Osorio, comunicador social
y politólogo
Mientras
se cumple paso a paso con lo pactado en el Acuerdo Final de La Habana, firmado
en el Teatro Colón, el país nuevamente se sacude, mediática y políticamente,
por hechos de corrupción público-privada.
Hechos
estos que requieren ser comprendidos por los ciudadanos, en especial los
jóvenes que decididamente participarán en la elección presidencial de 2018.
De
cara a las definitivas y claves elecciones que se aproximan, parece que el tema
de la corrupción se posicionará en la agenda política y mediática, mientras que
los hechos de guerra, en el contexto del conflicto armado interno, van quedando,
inexorablemente, en el pasado, gracias a la desmovilización de las Farc y al
avance en los acercamientos de paz entre el ELN y el Gobierno.
Si
se logra ese cambio en la agenda mediática y la fase de implementación de lo
acordado entre el Gobierno y las Farc avanza sin mayores contratiempos, por
primera vez los colombianos asumiremos el reto de elegir Presidente (periodo
2018-2022), sin el eco de los combates, es decir, sin la histórica influencia
electoral de la guerrilla que hoy está adportas de hacer dejación de armas.
Digamos
que un escenario político-electoral sin las lógicas de la guerra interna, se
torna alentador y puede convocar a quienes tradicionalmente se abstienen de
participar en los comicios. Pero el mismo factor que hoy escandaliza a los
periodistas y que otorga ganancias a las empresas mediáticas que cubren las
decisiones que al respecto viene tomando la Fiscalía, puede convertirse en el
mayor obstáculo para que la implementación de lo acordado en La Habana se dé en
las condiciones que se requieren para asegurar una paz estable y duradera.
Así
entonces, la corrupción público-privada puede erigirse como el mayor y fuerte
obstáculo que enfrentará la construcción de esa paz territorial que se requiere
para cambiar las condiciones de abandono de amplios territorios y de millones
de colombianos que viven en zonas rurales, víctimas de la corrupción y de un
nefasto y anacrónico centralismo bogotano y sus “espejos” regionales.
Muy
seguramente el escándalo mediático por los hechos de corrupción protagonizados
por los directivos de la multinacional Odebrecht y políticos colombianos, irá
perdiendo intensidad y atención en la opinión pública. Y es posible, que en el
escenario electoral de 2018, esa misma opinión pública no recuerde a sus
protagonistas y los negativos efectos de sus dolosas decisiones.
Más
allá de exigir sanciones ejemplares e investigaciones exhaustivas, lo que deben
exigir quienes están directamente comprometidos con la construcción de una paz
estable y duradera, es fortalecer los organismos de control y limpiar la acción
estatal y privada, de las institucionalidades estatales y privadas involucradas
en las coimas pagadas por Odebrecht, para lograr la adjudicación de contratos
en obras civiles de gran importancia para el desarrollo económico del país.
Silenciados
los fusiles -por lo menos los de las Farc-, la corrupción política podrá
alcanzar el lugar protagónico que las dinámicas del conflicto armado le quitó,
lo que hizo que millones de colombianos creyeran a pie juntillas que el único
problema del país era la otoñal presencia de las guerrillas.
La
misma Prensa que por años se encargó de construir y consolidar esa reducida
representación social de nuestra realidad política, tendrá en adelante la
oportunidad de develar las finas redes de corrupción y las mafias que hoy
tienen “cooptado y capturado” el Estado en sus dimensiones nacional, regional y
local. El reto es enorme, aunque es claro que varias empresas mediáticas se
auto censurarán, dados los compromisos políticos que atan su labor informativa.
En
el acto de posesión, el nuevo[1]
Procurador General de la Nación, Fernando Carrillo, “advirtió que la corrupción, no la guerra, es hoy el peor enemigo del
país”. Y aseguró que será “veedor y garante de esos acuerdos, porque volver al
pasado no es una opción viable”[2].
Por ese camino, ojalá
que el tema central de discusión electoral y política en 2018 sea la
corrupción. De esta forma y dadas las dimensiones alcanzadas por la corrupción
público-privada en el país, será una prioridad elegir un Presidente que se
comprometa a luchar denodadamente contra ese terrible flagelo. Más importante
aún, que no tenga vínculos con criminales o con negociados.
Para el caso, será
difícil encontrar un candidato a la Presidencia que no haya sido tocado por
alguno de los múltiples tentáculos de la corrupción. Mientras llega la elección
presidencial, ya sabemos que Vargas Lleras, líder natural de Cambio Radical,
fue cercano al hoy condenado ex gobernador de La Guajira, Kiko Gómez. Y por las
dimensiones de la corrupción en el caso Odebrecht[3], y que
tocan de manera directa al Gobierno de Álvaro Uribe Vélez, es fácil inferir que
cualquier candidato presidencial que apoye el latifundista y ganadero, a través
del Centro Democrático, llevará sobre sus hombros la probada corrupción que se
aupó entre 2002 y 2010.
Ya se escuchan voces
que invitan a establecer “cruzadas” contra la corrupción. Estos estribillos
deben ir acompañados de compromisos reales de las disímiles élites de poder
(militares, empresarios, banqueros, industriales) y de la presión de una
ciudadanía y de una opinión pública capaz de discutir asuntos públicos. No
hacerlo, abre la posibilidad para que la corrupción público-privada sea la
responsable del fracaso del proceso de paz con las Farc. Razón le cabe al
columnista Luis Sandoval: “la
implementación requiere seguridad jurídica y política, capacidad técnica y
recursos. Con élites políticas y burocráticas clientelizadas, sin grandeza ni
generosidad, no habrá implementación[4]”.
Las redes mafiosas y clientelares desde ya deben estar atentas para apropiarse o desviar los recursos nacionales e internacionales que se invertirán para implementar lo acordado y diseñar escenarios de posconflicto. Y nosotros como ciudadanos debemos estar atentos a denunciar a esas mafias que se enquistaron en el Estado y que cooptaron las relaciones entre este y el sector privado.
Las redes mafiosas y clientelares desde ya deben estar atentas para apropiarse o desviar los recursos nacionales e internacionales que se invertirán para implementar lo acordado y diseñar escenarios de posconflicto. Y nosotros como ciudadanos debemos estar atentos a denunciar a esas mafias que se enquistaron en el Estado y que cooptaron las relaciones entre este y el sector privado.
Imagen tomada de urnavirtual.gov.co
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