Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Suele bastarle al periodismo y a
los periodistas un titular para enaltecer o arruinar la imagen de un personaje
público. Ese es, digamos, el pretendido poder con el que el periodismo y los
reporteros cubren hechos de especial trascendencia y con el que se espera que
los tratamientos periodísticos tengan efectos reales en lo que se conoce como
la opinión pública.
El título de una nota
periodística suele servir para calificar o evaluar una acción, decisión o unos
hechos. Recientemente, la revista Semana abrió su edición 1809[1] con
la imagen del alcalde Mayor de Bogotá, Enrique Peñalosa. La fotografía del
burgomaestre está acompañada de la frase “El
incomprendido”.
Con este titular, quien escribió
la nota y el editor que la revisó, al parecer llegaron a la conclusión de que
efectivamente la gestión del Alcalde no ha sido comprendida y que aún él, como
ser humano, no goza del afecto generalizado de los bogotanos, porque es un incomprendido.
Quien decide leer el texto,
espera encontrar los elementos de juicio suficientes para corroborar que
efectivamente Peñalosa es un incomprendido. La conclusión propuesta por el
autor de la nota, con el apoyo del editor, cumple la función de anular las
críticas, los errores e incluso, la ineficacia de las acciones emprendidas en
su primer año de Gobierno al frente de los destinos de la Capital del país. No
caben las críticas hacia una persona cuando esta, según la prensa, es
incomprendida.
Leí con atención el texto en
mención y no encontré esos elementos de juicio que me permitieran validar la
“tesis-conclusión” propuesta en el titular de la revista Semana, en el sentido
en el que Peñalosa efectivamente es un incomprendido. Por el contrario, encuentro
un artículo poco profundo en el análisis de la gestión del Alcalde.
Pero hay un aparte del texto que
generó molestias y comentarios en varias redes sociales. Dice así: “Para
comenzar, como sucede en la mayoría de las reelecciones, su imagen está desgastada.
El Peñalosa peliblanco del siglo XXI no es el mismo que el pelinegro del siglo
XX. Sin embargo, sus defectos de personalidad siguen siendo los mismos. Es
percibido como arrogante, intransigente y mal comunicador. Su conocido talante
obsesivo lo lleva a echar para adelante los proyectos e ideas que ha acumulado
durante décadas y cree que ponerlas en práctica es más importante que buscar un
reconocimiento inmediato. Eso lo dicen todos los políticos, pero en el caso del
actual alcalde de Bogotá es cierto. Se
ha desgastado en discusiones inútiles como la de sus títulos universitarios[2]
y también ha menospreciado las sensibilidades legítimas de algunos
sectores que defienden la continuidad de proyectos sociales iniciados por
Petro, o como el de los ambientalistas en relación a los proyectos que cubrirán
partes de la famosa reserva Van der Hammen…”
El citado párrafo sirve para
entender la intención política y periodística del titular de reducir la gestión
de Peñalosa, a un asunto de personalidad incomprendida. Sin duda, un
reduccionismo que solo sirve al propósito de salvaguardar la imagen de un
político históricamente “mimado” por la prensa bogotana, por su origen de clase
y su filiación política.
Digamos que ese reduccionismo
puede resultar periodísticamente explicable y aceptable, pero lo que no se
puede aceptar es que el redactor y el editor de la revista Semana minimicen lo
que bien puede constituirse en un delito (delito falsedad ideológica en
documento público). En el texto se lee: “Se
ha desgastado en discusiones inútiles como la de sus títulos universitarios”.
No puede calificarse como inútil una discusión que varios
medios masivos bogotanos dieron en torno
a la verdad de los títulos universitarios obtenidos por el alcalde Peñalosa.
Por el contrario, se trata de un delicado asunto que pone en entredicho la
ética del burgomaestre y por supuesto, la posibilidad de que haya cometido un
delito.
El diario EL ESPECTADOR en su momento
señaló lo siguiente: “En la campaña pasada, nuevamente se vendió la idea de que
Enrique Peñalosa era el gerente que
podía darle esperanzas Bogotá, un tecnócrata y no un político. Pues
bien, lo que soporta ese halo técnico son las credenciales académicas del
Alcalde, las cuales al parecer han
sido maquilladas durante más de 30 años. Bien sea por omisión o por un
intento de engañar a sus votantes hay
claros indicios de que el tal doctorado de Peñalosa no existe, y esto
contradice sus perfiles públicos desde Wikipedia hasta las solapas de sus
libros… Más allá de cualquier postura política, guardar silencio ante ese error es una
omisión inaceptable para cualquier funcionario público. Esto ha sido un engaño
deliberado a la opinión pública para reforzar la idea de gran gerente que ha
vendido Peñalosa durante toda su carrera. El Alcalde le debe a la
ciudadanía una respuesta inmediata a esta denuncia, porque lo que la evidencia
prueba es que Peñalosa no es doctor y ha repetido por más de tres décadas que
sí lo es”[3].
Así entonces, la nota publicada en la
revista Semana termina ayudando a la imagen de Peñalosa, en momentos en los que
enfrenta un fuerte movimiento social y político que busca revocar su mandato. Y
lo hace no solo a través de un titular generoso y con una inexistente relación
con lo expuesto en el texto, sino minimizando la inaceptable conducta de
ocultar o de mentir alrededor de unos estudios universitarios que, según lo
expuesto por la prensa, Enrique Peñalosa no realizó. Como faro de la moralidad pública, a un funcionario no se le puede aceptar que mienta con su formación como lo hizo Enrique Peñalosa.
En la línea expositiva del artículo de Semana,
discutir sobre la ética no solo resulta desgastante, sino inútil. Inconveniente
mensaje para una sociedad que de muchas maneras permitió la entronización de
ese ethos mafioso[4]
con el que “funcionan” las relaciones Estado-Mercado-Sociedad. Ethos Mafioso que también se coló en las redacciones de varios medios masivos.
Adenda: no creo que la nota tenga visos de publirreportaje en estricto sentido, pero si puede observarse la intención de la revista de minimizar las decisiones adoptadas por el Alcalde.
[2] El subrayado y las negrillas son
mías.
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