Por David Rosales
Sala de Periodismo UAO
Estados Unidos, la potencia mundial con la opinión pública más maleable y patriotera del mundo, tiene una gran tradición de pensadores históricos, artistas, escritores y cineastas que antes de ponerse la mano en el corazón y lagrimear frente a las barras y las estrellas, denuncian a todo pulmón la soberbia, el cinismo y la ineptitud del gobierno norteamericano.
Aquellos pensadores añaden a ese gesto heroico una burla a la paranoia y el conformismo de una sociedad en la que muchos individuos se ufanan de ser ‘average’, ciudadanos promedios que consumen información como hamburguesas.
El 10 de noviembre de 2007 murió Norman Mailer, el más ruidoso y fuerte de esa tradición crítico-histórica. Como narrador fue y será una figura inevitable en las letras del siglo XX; como periodista, un ejemplo para los innovadores de las actuales y futuras generaciones.
Pero Mailer debe ser recordado como un hombre que no temió ser incómodo para los mentirosos y los ingenuos de su tiempo. Odiado por las feministas, los belicistas y por todos los que posaron de existencialistas y libertarios en una época en la estaba de moda serlo, el autor de ‘Los hombres duros no bailan’ fue tildado de machista, sexista, intolerante y ególatra.
Mailer se negó a ser de ese tipo de escritores que se dedican a la redacción de novelas o cuentos con la misma inocencia de quien se dedica al polo o a los viajes exóticos. Mientras Capote hacía reír a la aristocracia gracias a su charlatanería y su memoria tan prodigiosa para la literatura como para los chismes, Mailer exploraba un lado innombrable del individuo contemporáneo sin el permiso o el aplauso de los demás.
Sin miedo a la censura de los patrioteros y de todas aquellas figuras que practicaban ese hobbie tan pintoresco e infantil, el de la rebeldía publicitaria, Mailer revisó los mitos de su país y dijo lo que nadie quería oír sobre las guerras de Vietnam e Irak, sobre el ‘hedonismo’ de los norteamericanos, esa amalgama de soledad, opulencia y aburrimiento.
La vida y la obra de Mailer son una lección para un país cuyo símbolo literario besa las manos del rey español, de Bill Clinton y de Fidel Castro sin pudor. Incómoda enseñanza para todos los periodistas que perdieron el don de cuestionarse a sí mismos y a los demás porque temen fastidiar a la audiencia que los llevó a la cima. Afortunadamente, Gore Vidal, el gran novelista norteamericano todavía vive para incomodar a Estados Unidos y al mundo.
Sala de Periodismo UAO
Estados Unidos, la potencia mundial con la opinión pública más maleable y patriotera del mundo, tiene una gran tradición de pensadores históricos, artistas, escritores y cineastas que antes de ponerse la mano en el corazón y lagrimear frente a las barras y las estrellas, denuncian a todo pulmón la soberbia, el cinismo y la ineptitud del gobierno norteamericano.
Aquellos pensadores añaden a ese gesto heroico una burla a la paranoia y el conformismo de una sociedad en la que muchos individuos se ufanan de ser ‘average’, ciudadanos promedios que consumen información como hamburguesas.
El 10 de noviembre de 2007 murió Norman Mailer, el más ruidoso y fuerte de esa tradición crítico-histórica. Como narrador fue y será una figura inevitable en las letras del siglo XX; como periodista, un ejemplo para los innovadores de las actuales y futuras generaciones.
Pero Mailer debe ser recordado como un hombre que no temió ser incómodo para los mentirosos y los ingenuos de su tiempo. Odiado por las feministas, los belicistas y por todos los que posaron de existencialistas y libertarios en una época en la estaba de moda serlo, el autor de ‘Los hombres duros no bailan’ fue tildado de machista, sexista, intolerante y ególatra.
Mailer se negó a ser de ese tipo de escritores que se dedican a la redacción de novelas o cuentos con la misma inocencia de quien se dedica al polo o a los viajes exóticos. Mientras Capote hacía reír a la aristocracia gracias a su charlatanería y su memoria tan prodigiosa para la literatura como para los chismes, Mailer exploraba un lado innombrable del individuo contemporáneo sin el permiso o el aplauso de los demás.
Sin miedo a la censura de los patrioteros y de todas aquellas figuras que practicaban ese hobbie tan pintoresco e infantil, el de la rebeldía publicitaria, Mailer revisó los mitos de su país y dijo lo que nadie quería oír sobre las guerras de Vietnam e Irak, sobre el ‘hedonismo’ de los norteamericanos, esa amalgama de soledad, opulencia y aburrimiento.
La vida y la obra de Mailer son una lección para un país cuyo símbolo literario besa las manos del rey español, de Bill Clinton y de Fidel Castro sin pudor. Incómoda enseñanza para todos los periodistas que perdieron el don de cuestionarse a sí mismos y a los demás porque temen fastidiar a la audiencia que los llevó a la cima. Afortunadamente, Gore Vidal, el gran novelista norteamericano todavía vive para incomodar a Estados Unidos y al mundo.
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