Por Germán Ayala Osorio
Docente
El asunto de la ética y de lo ético involucra, sin duda, las vicisitudes y el propio devenir del hombre en el mundo de la vida; de ahí que la ética y lo ético conlleven, inexorablemente, a un asunto comunicativo en el que sobresale el poder de la lengua y del lenguaje en su tarea de significar, de nombrar, reconocer, pero también de invisibilizar, minimizar y de des-conocer la existencia del ‘Otro’; he allí entonces un asunto definitivo para las humanidades contemporáneas: la eticidad discursiva.
Consciente del poder que tienen el lenguaje y la lengua, en este texto se expone como tesis el siguiente enunciado: la acción discursiva en el mundo contemporáneo expone un asunto ético en tanto involucra el mundo de la vida de quienes se comunican, deciden sostener o se deben enfrentar a una relación, necesariamente horizontal, de intercambio de sentidos a través de diferentes formas textuales.
Sin duda, hay un mundo de la vida que necesariamente define y caracteriza al hombre como un ser histórico, político, ético y discursivamente reconocible y criticable de acuerdo con las improntas ganadas en tiempo y espacio y en momentos históricos definidos por circunstancias propias del devenir humano en sociedad, pero especialmente, por las huellas dejadas por la acción lingüística en los encuentros intersubjetivos. En cada encuentro comunicativo la ética y lo ético entran en conflicto, en un juego intersubjetivo en el que nos desnudamos con la palabra, frente al mundo y frente al Otro.
En esa línea, Guillermo Hoyos Vásquez sostiene que “en un primer momento, la comunicación implica el reconocimiento del otro como diferente, es decir, como interlocutor válido. Sólo quien reconoce esto sigue interesado en la comunicación con los demás, dado que considera que puede aprender de ellos. Este es el punto de partida de toda ética: el reconocimiento del ‘otro como diferente’…” [2]
Toda acción lingüística, acto de habla o discurso configura un escenario comunicativo en el que se manifiestan un poder hacer (hablar, decir), un poder interpretar, un poder cultural (limitaciones y posibilidades de acuerdo con los propios desarrollos de determinada cultura) y un poder influir en tanto que en dicho escenario haya lugar a la acción interpretativa de un agente o actor social y político que lee, interpreta, crea, recrea (Enunciador) y construye un tejido de ideas (texto); y haya lugar también a una acción reconstructiva-interpretativa de otro agente social (Enunciatario) competente para descifrar los códigos y el sentido que ofrece el texto recibido; de igual forma, que haya lugar a que los desarrollos culturales modifiquen, confronten y afecten los modelos mentales de quienes intervienen en los procesos comunicativos.
Desde la comunicación y para la comunicación, la ética resulta ser un asunto complejo en la medida en que expone los alcances del texto dicho o expresado, es decir, conlleva una acción de comprensión y de reconocimiento no sólo de un estado de cosas, situación o fenómeno, expresadas a través de ideas y códigos lingüísticos, sino de un ser humano que discursiva, psicológica e históricamente ofrece de manera natural una mirada, una postura o un qué decir casi único sobre aquello que pueda ser nombrado, es decir, que exista o tenga sentido. Un ser humano que también de manera natural merece ser reconocido, esto es, éticamente configurado desde la mirada del Otro (Enunciador) y de las suyas propias en tanto enunciatario y cultivador de su propia existencia.
Es que el ser humano, discursivo e histórico, está en el mundo y pasa por él con actitud ética generando una forma de estar en el mundo y proceder en él. Al decir de Claudia Villa, “la ética como la sensatez necesaria para crear maneras de proceder o de orientarnos individualmente, en medio de los acontecimientos históricos que nos atraviesan…”[3].
El mundo se presenta a través de asuntos complejos que, enunciados, es decir, expresados desde lenguas (usos individuales) y lenguajes, le van dando al ser humano elementos para comprender en dónde está y de quiénes lo rodean; y le van exigiendo el desarrollo de una actitud ética- comunicativa, que con el tiempo y la esperada acción formativa de la cultura- ambiente, le permita construir relaciones intersubjetivas respetuosas desde lo identitario.
La ética y lo ético, por tanto, es y son un asunto comunicativo y un hecho cultural en la medida en que a través del lenguaje y de la lengua germinan valores, formas de ver y sentir; discurre la vida social, esto es, se cultiva la vida. Por este camino, las expresiones culturales proponen y hacen parte de un escenario comunicativo concebido con toda la carga simbólica, emotiva y el background de quienes participan del escenario bien como enunciadores – enunciatarios (intérpretes in situ) o como intérpretes exógenos al escenario cultural-comunicativo original. Las expresiones culturales son ya interpretaciones de agentes que deciden hacer público un sentir o un disentir de la vida humana en sociedad. Dichas interpretaciones suponen, de manera natural, la existencia de un modo de vivir individual, pero que se construye intersubjetivamente.
Al poder comunicativo de la lengua se agregan, como factores definitorios, las investiduras, estatus, realizaciones y pretensiones de aquellos que participan del escenario comunicacional en el que las interpretaciones, esto es, las mutuas y cruzadas acciones interpretativas, resultan ser un juego ideológico, argumentativo y ético en el que si bien no hay vencidos ni vencedores, sí hay reconocidos y no reconocidos, y por supuesto, interpretaciones ajustadas y posibles, así como desajustadas e imposibles en un escenario en el que se supone la aceptación de unos mínimos que hagan posible la comunicación.
Finalmente, la comunicación descubre y propone relaciones de poder[4] en donde la función de éste, al decir de Luhmann, “consiste en regular la contingencia. Como con cualquier otro código de medios, el código del poder se relaciona con una discrepancia posible – no necesariamente real- entre las selecciones de alter y ego: acaba con las discrepancias.” [5]
Aunque existan unos necesarios consensos mínimos que permitan en forma primaria la comunicación o se inaugure el escenario comunicativo, ello no quiere decir que en adelante la labor de los sujetos comunicativos se circunscriba a la búsqueda de consensos alrededor de los encuentros entre los textos (las textualidades). Digamos, que hay otros asuntos que se suman - y que nacen- a los encuentros intersubjetivos.
Cuando Habermas propone el concepto de racionalidad comunicativa acepta que sus “connotaciones se remontan a la experiencia central de la capacidad de aunar sin coacciones y de generar consenso que tiene un habla argumentativa en que diversos participantes superan la subjetividad inicial de sus respectivos puntos de vista y merced a una comunidad de convicciones racionalmente motivada se aseguran a la vez de la unidad del mundo objetivo y de la intersubjetividad del contexto en que desarrollan sus vidas.”[6]
Lo anterior supone ya una obligación ética de quienes intentan comunicarse dado que cada uno expone su propia singularidad a través del lenguaje, de su capacidad de explicar y de argumentar, entre otros. Los hechos, los discursos de la cultura, las manifestaciones culturales[7], así como la labor de los críticos, de los artistas y de los consumidores, entre otros, no están per se para generar consensos a partir de la exposición de argumentos y razones tal como lo indica Habermas; la disposición de los discursos, de las textualidades y de la propia cultura hecha texto en un determinado momento histórico, representación, fenómeno o evento, nace de unas intencionalidades que no pasan por la generación de consensos.
El asunto de los consensos en los discursos culturales es un problema hermenéutico de las formas comunicativas. El habla argumentativa de la que hace referencia Habermas como facultad general, se invalida cuando en el escenario comunicativo aparecen enunciadores y enunciatarios con disímiles competencias discursivas e interpretativas y con evidentes asimetrías en los tipos de habla que cada uno puede exponer y desarrollar en un momento determinado. Reconocer estas diferencias expone una actitud ética de quien reconociendo su ventaja discursiva, no pasa por encima del otro.
Explicable resulta, entonces, la accidentalidad de la comunicación y la posibilidad de fracaso de la misma, así como de la expresión ética de nuestra vida, de nuestra singularidad. “De ahí la necesidad de distinguir… el carácter esencial de la comunicación, que remite a la acción de poner en común, la acción de compartir: la interacción por la cual los actores participan en la construcción de un <> que establece una relación comunicativa.”[8]
Volvamos. Aceptemos que el talante mismo de las humanidades es la comprensión de los otros, comprensión de lo otro, del acontecer y auto comprensión. [9] Ello supone entonces, un punto de partida: el lenguaje y la eticidad que él expresa desde la propia experiencia del sujeto hablante.[10]
Igualmente aceptemos que las humanidades deben aprender a generar nuevas esferas de sentido, deben adoptar los universos tecnológicos como estructuras fundantes de lo humano. [11]
¿Cómo se generan esas nuevas esferas de sentido? Sin duda, a través del lenguaje. Y sin duda, las formas como le demos sentido a otros mundos, a otras prácticas, a otros mundos de la vida, indican ya una forma singular de exponer una ética que se alimenta y que se expone lingüísticamente, pero que se pone a prueba en escenarios públicos, políticos, de especial complejidad. En dichos escenarios aparecen distintas eticidades que entran en conflicto casi de forma natural dado que se exponen y se crean desde el lenguaje y de las experiencias de singulares mundos de la vida.
Por ello, al estudio, comprensión, enseñabilidad y definición de las humanidades contemporáneas hay que sumarle la comunicación como un campo disciplinar en el que se exponen singulares mundos de la vida y lenguas y lenguajes con los cuales es posible construir relaciones intersubjetivas éticamente viables, respetuosas y capaces de generar mínimos consensos que permitan, en doble vía, solucionar conflictos sin intentar que éstos desaparezcan. La ética, lo ético y las eticidades definen coyunturas que deben abordarse desde un asunto originario: el lenguaje.[12]
BIBLIOGRAFÍA
HABERMAS, tomo 1. España: Taurus y Santillana, 1999.
LUHMANN, Niklas. Poder. España: Universidad Iberoamericana- Antrhropos, 1995.
RODRÍGUEZ QUINTERO, Ricardo. Sobre el concepto de comunicación, una epistemología de la comunicación. Documento de trabajo Misión Comunicación Colombia Nodo Sur occidente, octubre de 2005.
VILLA URIBE, Claudia. Las humanidades en la formación universitaria. Cali: CUAO, 2001.
[1] Lo contemporáneo se entiende desde la perspectiva de la superación, o por lo menos desde la idea de crisis del estadio de la modernidad y de todo lo que significó para las Humanidades los desarrollos teóricos, culturales y filosóficos propios del discurso de la modernidad. La discusión acerca de lo contemporáneo se dio al interior de la Especialización en Humanidades Contemporáneas, bajo la dirección de la doctora Claudia Villa Uribe. A propósito de la autora, señala que “las humanidades deben aprender a generar nuevas esferas de sentido, deben adoptar los universos tecnológicos como estructuras fundantes de lo humano. En medio de los retos que le imponen las técnicas, las humanidades apuestan hoy por la realización de fuerzas integradoras capaces de realizar la simbiosis entre la tradición y la vanguardia; la tradición significa un elemento de conservación necesario para la dinámica de creación de sentido propio de las humanidades, mientras que la vanguardia constituye el campo de acción de las sociedades contemporáneas, fundando un devenir, un movimiento entre las nuevas relaciones ciencia- humanidades y humanidades- tecnologías…” (VILLA URIBE, Claudia. Las humanidades en la formación universitaria. Cali: CUAO, 2001. p. 13).
[2] Hoyos Vásquez, Guillermo. Las ciencias de la discusión en la teoría del actuar comunicativo. EN: Reflexiones sobre la investigación en ciencias sociales y estudios políticos, memorias seminario octubre 2002. Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, p. 118.
[3] VILLA URIBE, Claudia. Las humanidades en la formación universitaria. Cali: UAO, 2002. p. 71.
[4] Para Niklas Luhmann “el poder se distingue de otros medios de comunicación (no se trata de los medios de comunicación como empresas informativas) en que su código supone que existen personas en ambos lados de la relación de Comunicación, que reducen la complejidad a través de la acción, y no sólo a través de la experiencia.” ( Poder. España: Universidad Iberoamericana- Antrhropos, 1995. página 27). Véase también a Jorge Galindo, La política como sistema, reflexiones en toro a la sociología política de Niklas Luhmann. Texto sin referencia).
[5] Ibid. LUHMANN, Niklas. p. 18.
[6] HABERMAS, tomo 1. España: Taurus y Santillana, 1999. página 27. El propio Habermas reconoce que “…la racionalidad tiene menos que ver con el conocimiento o con la adquisición de de conocimiento que con la forma en que los sujetos capaces de lenguaje y de acción hacen uso del conocimiento.”(Página 24). Ser capaces de lenguaje, como lo dice Habermas, no advierte las circunstancias físicas o motoras ‘naturales’ para hacerlo, pero sí pone en evidencia el asunto de las competencias, asociado a la formación de los sujetos, el ambiente sociocultural en el cual se logró el proceso civilizatorio e incluso, en la actitud ética de quien es capaz de reconocer que con el lenguaje nos desnudamos ante los otros.
[7] De ahí que los eventos culturales sean naturalmente conflictivos en tanto son una acción liberadora, exorcizante e interpretativa de quienes agencian, producen y construyen discursos y textualidades.
[8] RODRÍGUEZ QUINTERO, Ricardo. Sobre el concepto de comunicación, una epistemología de la comunicación. Documento de trabajo Misión Comunicación Colombia Nodo Sur occidente, octubre de 2005.
[9] Op cit. Villa Uribe p. 7.
[10] El profesor Andrés Botero Bernal considera que en esta parte del documento se exponen elementos propios de la filosofía de la intersubjetividad, también conocida como la filosofía humanista.
[11] Ibid. Villa Uribe, p. 13.
[12] El profesor Botero Bernal reflexiona y se pregunta: “¿Qué pasaría o qué debe decirse cuando fracasa la comunicación? 2) Estas teorías tienden a minimizar el componente ideológico subjetivo y grupal que determinan en buena parte todo acto comunicativo. 3). Hay una nueva utopía: la comunicación como base de la ética.” Véase BOTERO BERNAL, Andrés. Aproximación al pensar filosófico de Habermas. En: Revista Holística Jurídica: Facultad de Derecho USB. No. 2 (2003); p. 7-36.
El asunto de la ética y de lo ético involucra, sin duda, las vicisitudes y el propio devenir del hombre en el mundo de la vida; de ahí que la ética y lo ético conlleven, inexorablemente, a un asunto comunicativo en el que sobresale el poder de la lengua y del lenguaje en su tarea de significar, de nombrar, reconocer, pero también de invisibilizar, minimizar y de des-conocer la existencia del ‘Otro’; he allí entonces un asunto definitivo para las humanidades contemporáneas: la eticidad discursiva.
Consciente del poder que tienen el lenguaje y la lengua, en este texto se expone como tesis el siguiente enunciado: la acción discursiva en el mundo contemporáneo expone un asunto ético en tanto involucra el mundo de la vida de quienes se comunican, deciden sostener o se deben enfrentar a una relación, necesariamente horizontal, de intercambio de sentidos a través de diferentes formas textuales.
Sin duda, hay un mundo de la vida que necesariamente define y caracteriza al hombre como un ser histórico, político, ético y discursivamente reconocible y criticable de acuerdo con las improntas ganadas en tiempo y espacio y en momentos históricos definidos por circunstancias propias del devenir humano en sociedad, pero especialmente, por las huellas dejadas por la acción lingüística en los encuentros intersubjetivos. En cada encuentro comunicativo la ética y lo ético entran en conflicto, en un juego intersubjetivo en el que nos desnudamos con la palabra, frente al mundo y frente al Otro.
En esa línea, Guillermo Hoyos Vásquez sostiene que “en un primer momento, la comunicación implica el reconocimiento del otro como diferente, es decir, como interlocutor válido. Sólo quien reconoce esto sigue interesado en la comunicación con los demás, dado que considera que puede aprender de ellos. Este es el punto de partida de toda ética: el reconocimiento del ‘otro como diferente’…” [2]
Toda acción lingüística, acto de habla o discurso configura un escenario comunicativo en el que se manifiestan un poder hacer (hablar, decir), un poder interpretar, un poder cultural (limitaciones y posibilidades de acuerdo con los propios desarrollos de determinada cultura) y un poder influir en tanto que en dicho escenario haya lugar a la acción interpretativa de un agente o actor social y político que lee, interpreta, crea, recrea (Enunciador) y construye un tejido de ideas (texto); y haya lugar también a una acción reconstructiva-interpretativa de otro agente social (Enunciatario) competente para descifrar los códigos y el sentido que ofrece el texto recibido; de igual forma, que haya lugar a que los desarrollos culturales modifiquen, confronten y afecten los modelos mentales de quienes intervienen en los procesos comunicativos.
Desde la comunicación y para la comunicación, la ética resulta ser un asunto complejo en la medida en que expone los alcances del texto dicho o expresado, es decir, conlleva una acción de comprensión y de reconocimiento no sólo de un estado de cosas, situación o fenómeno, expresadas a través de ideas y códigos lingüísticos, sino de un ser humano que discursiva, psicológica e históricamente ofrece de manera natural una mirada, una postura o un qué decir casi único sobre aquello que pueda ser nombrado, es decir, que exista o tenga sentido. Un ser humano que también de manera natural merece ser reconocido, esto es, éticamente configurado desde la mirada del Otro (Enunciador) y de las suyas propias en tanto enunciatario y cultivador de su propia existencia.
Es que el ser humano, discursivo e histórico, está en el mundo y pasa por él con actitud ética generando una forma de estar en el mundo y proceder en él. Al decir de Claudia Villa, “la ética como la sensatez necesaria para crear maneras de proceder o de orientarnos individualmente, en medio de los acontecimientos históricos que nos atraviesan…”[3].
El mundo se presenta a través de asuntos complejos que, enunciados, es decir, expresados desde lenguas (usos individuales) y lenguajes, le van dando al ser humano elementos para comprender en dónde está y de quiénes lo rodean; y le van exigiendo el desarrollo de una actitud ética- comunicativa, que con el tiempo y la esperada acción formativa de la cultura- ambiente, le permita construir relaciones intersubjetivas respetuosas desde lo identitario.
La ética y lo ético, por tanto, es y son un asunto comunicativo y un hecho cultural en la medida en que a través del lenguaje y de la lengua germinan valores, formas de ver y sentir; discurre la vida social, esto es, se cultiva la vida. Por este camino, las expresiones culturales proponen y hacen parte de un escenario comunicativo concebido con toda la carga simbólica, emotiva y el background de quienes participan del escenario bien como enunciadores – enunciatarios (intérpretes in situ) o como intérpretes exógenos al escenario cultural-comunicativo original. Las expresiones culturales son ya interpretaciones de agentes que deciden hacer público un sentir o un disentir de la vida humana en sociedad. Dichas interpretaciones suponen, de manera natural, la existencia de un modo de vivir individual, pero que se construye intersubjetivamente.
Al poder comunicativo de la lengua se agregan, como factores definitorios, las investiduras, estatus, realizaciones y pretensiones de aquellos que participan del escenario comunicacional en el que las interpretaciones, esto es, las mutuas y cruzadas acciones interpretativas, resultan ser un juego ideológico, argumentativo y ético en el que si bien no hay vencidos ni vencedores, sí hay reconocidos y no reconocidos, y por supuesto, interpretaciones ajustadas y posibles, así como desajustadas e imposibles en un escenario en el que se supone la aceptación de unos mínimos que hagan posible la comunicación.
Finalmente, la comunicación descubre y propone relaciones de poder[4] en donde la función de éste, al decir de Luhmann, “consiste en regular la contingencia. Como con cualquier otro código de medios, el código del poder se relaciona con una discrepancia posible – no necesariamente real- entre las selecciones de alter y ego: acaba con las discrepancias.” [5]
Aunque existan unos necesarios consensos mínimos que permitan en forma primaria la comunicación o se inaugure el escenario comunicativo, ello no quiere decir que en adelante la labor de los sujetos comunicativos se circunscriba a la búsqueda de consensos alrededor de los encuentros entre los textos (las textualidades). Digamos, que hay otros asuntos que se suman - y que nacen- a los encuentros intersubjetivos.
Cuando Habermas propone el concepto de racionalidad comunicativa acepta que sus “connotaciones se remontan a la experiencia central de la capacidad de aunar sin coacciones y de generar consenso que tiene un habla argumentativa en que diversos participantes superan la subjetividad inicial de sus respectivos puntos de vista y merced a una comunidad de convicciones racionalmente motivada se aseguran a la vez de la unidad del mundo objetivo y de la intersubjetividad del contexto en que desarrollan sus vidas.”[6]
Lo anterior supone ya una obligación ética de quienes intentan comunicarse dado que cada uno expone su propia singularidad a través del lenguaje, de su capacidad de explicar y de argumentar, entre otros. Los hechos, los discursos de la cultura, las manifestaciones culturales[7], así como la labor de los críticos, de los artistas y de los consumidores, entre otros, no están per se para generar consensos a partir de la exposición de argumentos y razones tal como lo indica Habermas; la disposición de los discursos, de las textualidades y de la propia cultura hecha texto en un determinado momento histórico, representación, fenómeno o evento, nace de unas intencionalidades que no pasan por la generación de consensos.
El asunto de los consensos en los discursos culturales es un problema hermenéutico de las formas comunicativas. El habla argumentativa de la que hace referencia Habermas como facultad general, se invalida cuando en el escenario comunicativo aparecen enunciadores y enunciatarios con disímiles competencias discursivas e interpretativas y con evidentes asimetrías en los tipos de habla que cada uno puede exponer y desarrollar en un momento determinado. Reconocer estas diferencias expone una actitud ética de quien reconociendo su ventaja discursiva, no pasa por encima del otro.
Explicable resulta, entonces, la accidentalidad de la comunicación y la posibilidad de fracaso de la misma, así como de la expresión ética de nuestra vida, de nuestra singularidad. “De ahí la necesidad de distinguir… el carácter esencial de la comunicación, que remite a la acción de poner en común, la acción de compartir: la interacción por la cual los actores participan en la construcción de un <
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Igualmente aceptemos que las humanidades deben aprender a generar nuevas esferas de sentido, deben adoptar los universos tecnológicos como estructuras fundantes de lo humano. [11]
¿Cómo se generan esas nuevas esferas de sentido? Sin duda, a través del lenguaje. Y sin duda, las formas como le demos sentido a otros mundos, a otras prácticas, a otros mundos de la vida, indican ya una forma singular de exponer una ética que se alimenta y que se expone lingüísticamente, pero que se pone a prueba en escenarios públicos, políticos, de especial complejidad. En dichos escenarios aparecen distintas eticidades que entran en conflicto casi de forma natural dado que se exponen y se crean desde el lenguaje y de las experiencias de singulares mundos de la vida.
Por ello, al estudio, comprensión, enseñabilidad y definición de las humanidades contemporáneas hay que sumarle la comunicación como un campo disciplinar en el que se exponen singulares mundos de la vida y lenguas y lenguajes con los cuales es posible construir relaciones intersubjetivas éticamente viables, respetuosas y capaces de generar mínimos consensos que permitan, en doble vía, solucionar conflictos sin intentar que éstos desaparezcan. La ética, lo ético y las eticidades definen coyunturas que deben abordarse desde un asunto originario: el lenguaje.[12]
BIBLIOGRAFÍA
HABERMAS, tomo 1. España: Taurus y Santillana, 1999.
LUHMANN, Niklas. Poder. España: Universidad Iberoamericana- Antrhropos, 1995.
RODRÍGUEZ QUINTERO, Ricardo. Sobre el concepto de comunicación, una epistemología de la comunicación. Documento de trabajo Misión Comunicación Colombia Nodo Sur occidente, octubre de 2005.
VILLA URIBE, Claudia. Las humanidades en la formación universitaria. Cali: CUAO, 2001.
[1] Lo contemporáneo se entiende desde la perspectiva de la superación, o por lo menos desde la idea de crisis del estadio de la modernidad y de todo lo que significó para las Humanidades los desarrollos teóricos, culturales y filosóficos propios del discurso de la modernidad. La discusión acerca de lo contemporáneo se dio al interior de la Especialización en Humanidades Contemporáneas, bajo la dirección de la doctora Claudia Villa Uribe. A propósito de la autora, señala que “las humanidades deben aprender a generar nuevas esferas de sentido, deben adoptar los universos tecnológicos como estructuras fundantes de lo humano. En medio de los retos que le imponen las técnicas, las humanidades apuestan hoy por la realización de fuerzas integradoras capaces de realizar la simbiosis entre la tradición y la vanguardia; la tradición significa un elemento de conservación necesario para la dinámica de creación de sentido propio de las humanidades, mientras que la vanguardia constituye el campo de acción de las sociedades contemporáneas, fundando un devenir, un movimiento entre las nuevas relaciones ciencia- humanidades y humanidades- tecnologías…” (VILLA URIBE, Claudia. Las humanidades en la formación universitaria. Cali: CUAO, 2001. p. 13).
[2] Hoyos Vásquez, Guillermo. Las ciencias de la discusión en la teoría del actuar comunicativo. EN: Reflexiones sobre la investigación en ciencias sociales y estudios políticos, memorias seminario octubre 2002. Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, p. 118.
[3] VILLA URIBE, Claudia. Las humanidades en la formación universitaria. Cali: UAO, 2002. p. 71.
[4] Para Niklas Luhmann “el poder se distingue de otros medios de comunicación (no se trata de los medios de comunicación como empresas informativas) en que su código supone que existen personas en ambos lados de la relación de Comunicación, que reducen la complejidad a través de la acción, y no sólo a través de la experiencia.” ( Poder. España: Universidad Iberoamericana- Antrhropos, 1995. página 27). Véase también a Jorge Galindo, La política como sistema, reflexiones en toro a la sociología política de Niklas Luhmann. Texto sin referencia).
[5] Ibid. LUHMANN, Niklas. p. 18.
[6] HABERMAS, tomo 1. España: Taurus y Santillana, 1999. página 27. El propio Habermas reconoce que “…la racionalidad tiene menos que ver con el conocimiento o con la adquisición de de conocimiento que con la forma en que los sujetos capaces de lenguaje y de acción hacen uso del conocimiento.”(Página 24). Ser capaces de lenguaje, como lo dice Habermas, no advierte las circunstancias físicas o motoras ‘naturales’ para hacerlo, pero sí pone en evidencia el asunto de las competencias, asociado a la formación de los sujetos, el ambiente sociocultural en el cual se logró el proceso civilizatorio e incluso, en la actitud ética de quien es capaz de reconocer que con el lenguaje nos desnudamos ante los otros.
[7] De ahí que los eventos culturales sean naturalmente conflictivos en tanto son una acción liberadora, exorcizante e interpretativa de quienes agencian, producen y construyen discursos y textualidades.
[8] RODRÍGUEZ QUINTERO, Ricardo. Sobre el concepto de comunicación, una epistemología de la comunicación. Documento de trabajo Misión Comunicación Colombia Nodo Sur occidente, octubre de 2005.
[9] Op cit. Villa Uribe p. 7.
[10] El profesor Andrés Botero Bernal considera que en esta parte del documento se exponen elementos propios de la filosofía de la intersubjetividad, también conocida como la filosofía humanista.
[11] Ibid. Villa Uribe, p. 13.
[12] El profesor Botero Bernal reflexiona y se pregunta: “¿Qué pasaría o qué debe decirse cuando fracasa la comunicación? 2) Estas teorías tienden a minimizar el componente ideológico subjetivo y grupal que determinan en buena parte todo acto comunicativo. 3). Hay una nueva utopía: la comunicación como base de la ética.” Véase BOTERO BERNAL, Andrés. Aproximación al pensar filosófico de Habermas. En: Revista Holística Jurídica: Facultad de Derecho USB. No. 2 (2003); p. 7-36.
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