YO DIGO SÍ A LA PAZ

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miércoles, 28 de noviembre de 2007

Medios, política y elecciones en una frágil democracia

Por Germán Ayala Osorio, docente Universidad Autónoma de Occidente.


Los insepultos partidos políticos tradicionales, junto a las candidaturas con supuesto apoyo ciudadano, así como las microempresas electorales que conquistaron electores de aquí y allá, demostraron que la democracia colombiana soporta y soportará, por largo tiempo, prácticas politiqueras, como la trashumancia electoral, la compra de votos, los ofrecimientos de puestos y contratos, las amenazas de guerrillas y paras, en fin, el tradicional e histórico clientelismo.

De igual manera, nuevamente se expusieron la crisis de la política y la sempiterna incapacidad de generar una cultura política que nos permita abandonar el caudillismo y el surgimiento de pequeños Mesías, que exaltados y madurados por los medios de comunicación y las firmas demoscópicas, se hacen fuertes en distintos puntos geográficos del territorio nacional.

El asesinato de una veintena de candidatos a distintas corporaciones y cargos públicos, es otro factor que pone de presente que la pasada contienda electoral no fue limpia y que la reclamada legitimidad del régimen político colombiano viene a paso de tortuga. Ya lo dijo la comisión de la OEA que vigiló de cerca las elecciones: hubo presiones al elector y se compraron votos, entre otros delitos contra el sufragio. Sin contar la desorganización de la Registraduría en puntos de votación, por ejemplo, con lo que tiene que ver con la entrega de las acreditaciones a los jurados y la incomodidad de las locaciones en las que no hubo servicio de luz eléctrica que facilitara el conteo de los votos, pues esas condiciones son propicias para cometer errores y fraudes.

También quedó mal la política de seguridad democrática, incapaz de cumplir su objetivo de salvaguardar la vida de los aspirantes a cargos públicos de elección popular. Más lamentable aún, que desde el Ministerio del Interior y de Justicia se desdeñe el carácter negativo de este indicador de violencia política, representado en el señalado asesinato de 20 candidatos. Claro, para los sobrevivientes del Frente Nacional veinte muertos es una cifra irrisoria.

Otro elemento clave es el número creciente de votos nulos y no marcados. En dónde quedó la obligación del Estado y de algunas organizaciones de la sociedad civil de diseñar campañas efectivas de pedagogía política.

Especial atención requiere la flagrante, incómoda y absurda participación en política del Presidente, quien como si fuera un candidato más, no sólo mostró antipatías hacia el candidato del Polo Democrático, Samuel Moreno Rojas, sino que intentó, con su curiosa invitación a votar, polarizar aún más la opinión y por esa vía, enfrentar a los colombianos. En ¿dónde quedó su rol de representar la unidad de la nación? ¿Por qué insistió el Presidente de la República, en ese tono moralizante y macartizante, horas previas a la cita electoral del 28 de octubre? Huelga decir que ese mismo tono lo usa desde el 2002 para señalar enemigos. Estas circunstancias configuran, sin duda, hechos de violencia simbólica y física que desdicen de su carácter democrático.

La dualidad amigo- enemigo que el Presidente usa en sus discursos, fue aún más notoria cuando Uribe Vélez apeló a la violencia discursiva y a los mecanismos de la propaganda política negativa para generar animadversión contra quien hoy es el justo ganador de la Alcaldía Mayor de Bogotá, Samuel Moreno Rojas.

También merece especial atención el actuar de las empresas mediáticas tanto en el nivel nacional como en el local. Medios y periodistas tomaron partido asegurando la posibilidad de que el unanimismo ideológico y político de 2002, se extienda hasta el 2010, cuando nuevamente estaremos en campaña para (re) elegir Presidente de la República.

Es claro que la derechización del país pasa por los medios masivos, especialmente por los canales privados de televisión y sus respectivos noticieros. Es evidente que es desde ahí que se orquesta la segunda reelección de Uribe o en su defecto, la llegada de Vargas Lleras, como el segundo Mesías que salvará a Colombia de la corrupción y de la subversión, más no del paramilitarismo.

Fue evidente la intención manifiesta de varios noticieros y programas radiales y televisados, de desdibujar, por ejemplo, la imagen de Samuel Moreno, después de su desafortunada respuesta ante una pregunta lanzada por Mockus en un debate televisado. Los 900 mil votos alcanzados por el ex senador Moreno deben poner a pensar a directores, editores y periodistas, alrededor de lo inconveniente que resulta asumir posturas políticas sin una previa declaración editorial acerca de sus reales intenciones, motivaciones e intereses. Ya es hora, por ejemplo, de que el canal RCN y su Noticiero Noticias RCN declaren públicamente a sus audiencias que apoyan el proyecto de derecha que encarna Uribe Vélez y que ello justifica su acción informativa y política de defender los resultados y los intereses del Gobierno que aquél dirige. Igual decisión podrían tomar Yamid Amat, en su noticiero CM& y Julio Sánchez, con su revista radial.

El problema no está en hacer propaganda, como tampoco está en la propaganda misma, el asunto problemático está en hacer creer que se informa con base en la manida objetividad, en la pluralidad y con la intención de buscar la verdad de los hechos y generar una opinión pública con criterio para discutir asuntos públicos, cuando es claro que los medios colombianos están cada vez más cerca del trabajo propagandístico al estilo Goebbels.

En cuanto al orden público, lo de siempre: las Farc con la intención de sabotear las elecciones, bien presionando a los sufragantes para que votaran en un sentido, o por el contrario, para que no participaran de la contienda electoral. Por el lado de los paramilitares, nuevamente se conocieron presiones y ‘bendiciones’ venidas desde el lugar de reclusión de los llamados parapolíticos.

Aunque se reconoce que los paras ‘desmovilizados’ perdieron espacio político, su influencia no se puede descartar hasta tanto los vínculos con la clase política y dirigente se rompan del todo y las Farc abandonen prácticas como el ‘voleteo’ y el secuestro, circunstancias éstas que sostienen la presencia de las fuerzas para estatales. De hecho, varios líderes políticos cuestionados por el llamado escándalo de la parapolítica mantuvieron, perdieron o aumentaron su presencia y poder regional.

“Convergencia Ciudadana, por ejemplo, perdió en Santander, su cuna, pero ganó la gobernación de Amazonas, una importante corredor fronterizo, y casi gana la Alcaldía de Leticia. Pero el resultado más sorprendente de este partido es que pasó de 21 alcaldías que había ganado en el 2003, a 72. De hecho, ellos habían pronosticado que ganarían solo 55. En cuanto a las asambleas, Convergencia Ciudadana, que es el partido del polémico ex senador Luis Alberto Gil, pasó de 7 diputados a 25.En el caso de Colombia Democrática, de Mario Uribe y Álvaro García, pasó de 35 a 34 alcaldías y bajó de 19 a 14 diputados. Alas-Equipo Colombia, partido que ayudó a crear Álvaro Araújo con Luis Alfredo Ramos, pasó de 83 alcaldías a 68 y de 21 diputados a 18, por lo que se podría decir que se mantuvo. La única de estas colectividades que resultó muy golpeada con el conteo de los votos fue Colombia Viva, del detenido Dieb Maloof y que ahora es manejada por Vicente Blel. Bajó de 27 a 13 concejales y de 22 a 5 diputados. En cuanto al también polémico Apertura Liberal, aumentó su participación en el poder local de una manera sorpresiva e interesante: de 24 a 37 alcaldías y de 10 a 15 diputados”. (Tomado de EL TIEMPO.COM, 30 de octubre de 2007).

El llamado uribismo ganó espacio en varios puntos de la geografía política, lo que hace pensar en que la plataforma política y electoral para el 2010 está lista para sostener el proyecto de derecha que encarna el Presidente, bien con la reelección de Uribe, o con la entrega de la bandera al designado Andrés Felipe Arias, Germán Vargas Lleras e incluso, Sergio Fajardo.


El valle de Abadía

Las decisiones adoptadas por los sufragantes que participaron de la jornada electoral del 28 de octubre motivan la discusión alrededor de lo que significa la elección de Abadía Campo (Gobernador) y la de Ospina Gómez (Alcaldía).

El caso del joven gobernador suscita interrogantes y dudas alrededor de quién realmente gobernará: si el propio Juan Carlos, con juventud y ganas de cambiar al Valle, o las maquinarias que lo llevaron al primer cargo del Departamento, de la que hace parte su cuestionado padre.

La legitimidad del triunfo de Abadía inicia con problemas que se generan en el nivel de abstención alcanzado: sería entre el 50% y el 55%. Y es posible que continúe, se profundice y se extienda si su objetivo de brindar seguridad a la región deja a un lado los problemas sociales, políticos y económicos asociados al desplazamiento forzoso, la presencia del paramilitarismo en la costa Pacífica, la inseguridad alimentaria, el desempleo y el poco agenciamiento de los intereses del departamento en las huestes bogotanas.

El reto entonces es doble: Por un lado, confirmar que efectivamente estamos ante un joven capaz de liderar cambios profundos no sólo en la forma de administrar lo público, sino en la forma de hacer política. Ojalá Juan Carlos Abadía comprenda que su condición de joven le obliga a ser ejemplar como ciudadano y como gobernante ante sus contemporáneos del Valle. Eso sí, el carácter de delfín con el cual llega al cargo y que lo acompaña de forma natural desde que está en el juego político, podrá condenarlo si no logra separarse del pasado de su padre y de las negativas y perversas costumbres políticas que tanto se le señalan a su progenitor y a su amigo, Juan Carlos Martínez. El hoy electo gobernador del Valle reconoce que hay una amistad muy bonita, pero no habrá ningún tipo de loteo o parcelación del Departamento (Ver entrevista en EL PAIS.com, 30 de octubre de 2007).

Paralelo al triunfo de Juan Carlos Abadía, hay que señalar la derrota sufrida por el Polo Democrático Alternativo en los pasados comicios. Quedó claro que la gestión de Angelino Garzón, calificada por sectores de la sociedad civil vallecaucana como digna y responsable presupuestalmente, y su imagen positiva soportada en el uso de Telepacífico, no fueron suficientes para que los simpatizantes y seguidores del saliente gobernador del Valle del Cauca acompañaran a Orlando Riascos en su aspiración de llegar al Palacio de San Francisco.

Además de enfrentar la fuerte y casi insuperable maquinaria electoral que rodeó e hizo posible la candidatura de Abadía, el Polo Democrático se presentó a las elecciones con un candidato débil, cuya imagen se pudo apoyar en el positivo legado de Angelino Garzón, si las bases del PDA hubieran trabajado con mayor entusiasmo y seguridad. No hubo compromiso de las bases del Polo por hacer un trabajo estratégico y mediático que asegurara que Riascos peleara la gobernación al efebo Abadía. Hubo derrotismo no sólo en las huestes del PDA, sino en todos los vallecaucanos(as) que meses antes de las elecciones ya aceptaban con resignación el triunfo de Abadía.

Mientras que el Polo Democrático Alternativo se hace fuerte en Bogotá con un Moreno Rojas carismático, populista y en camino de convertirse en caudillo, en el Valle del Cauca y en Cali, reina la dispersión de una fuerza política que deberá trabajar muy duro si quiere garantizar su viabilidad en el ámbito nacional y por ese camino, presentarse fuerte a las elecciones presidenciales de 2010.

La formación de cuadros y líderes, y la capacitación para gobernar de quienes hacen parte del Polo es, todavía, una tarea pendiente. En eso la derecha les lleva ventaja. Ojalá el PDA logre consolidarse como una verdadera opción presidencial antes de la anunciada hecatombe.

Llama la atención el silencio de la sociedad civil vallecaucana ante los reparos, dudas y malquerencias que generan quienes acompañaron a Juan Carlos Abadía en campaña, pero especialmente la postura silente con el asunto del origen de los dineros que sirvieron para apoyar una campaña costosa y contaminante visual y electoralmente.

Es posible que la conformación política de la Asamblea del Valle del Cauca poco le preocupe al electo gobernador. De todas formas, la tradición señala que en la Duma departamental la corrupción, el clientelismo y la inactividad política campean de tiempo atrás.

Nada más antidemocrático que desear malos vientos a quien ganó en franca lucha la elección a la gobernación del Valle. Por lo menos es y será así, hasta que las instituciones de control demuestren lo contrario o reciban denuncias claras y precisas acerca de compra de votos y trashumancia electoral, entre otros delitos. Suerte al joven delfín, pues el proyecto de vida de los vallecaucanos(as) está, en gran parte, en sus manos. Dependerá de él si pasa de ser el dueño de un vasto valle, a un verdadero líder para el Valle del Cauca.


¿Un médico de la prepagada o del pos?


El triunfo de Jorge Iván Ospina puede poner en aprietos el corazón de los caleños que votaron por él. Desde arritmias cardíacas, hasta infartos fulminantes al miocardio pueden sufrir quienes reconocen que la ciudad de Cali no soporta más otra administración que mantenga a la Sultana del Valle en la crisis política, social, económica y ambiental que se remonta a por lo menos cuatro administraciones pasadas.

El médico Ospina deberá elegir entre el populismo que no construye ciudadanía, el asistencialismo que desangra chequeras y la reconstrucción moral y ética de una ciudad que aceptó el narcotráfico, que lo hizo suyo y parte importante de su devenir. La decisión no es fácil.

Su ejercicio de la medicina con criterio de servicio es loable y plausible, pero las diversas crisis que afronta la ciudad le exigen especial cuidado a la hora de administrar los recursos públicos y la ciudad misma, pero especialmente la inclusión de amplios sectores que tradicionalmente han estado al margen de cualquier beneficio social e incluso, de la propia participación en procesos decisorios.

Tendrá en contra, muy seguramente, a la prensa y al sector político y empresarial que acompañó al derrotado Kiko Lloreda, a quien se daba por ganador absoluto en la pasada contienda. El haber hecho alianza con Juan Carlos Abadía puede en algún momento dar al traste con sus aspiraciones de gobernar con criterio, por encima del tradicional clientelismo y populismo.

No será fácil para el médico Ospina gobernar la ciudad de Cali con minoría en el Concejo. Ojalá esta circunstancia no le obligue a tener que ‘negociar’ partidas presupuestales y contratos con los concejales a la hora de buscar apoyo para próximos proyectos de acuerdo y decisiones propias del Alcalde.

Deberá estar atento a las actuaciones de la Casa de Nariño y del sector político y empresarial de la ciudad, con miras a recuperar la gobernabilidad que perdió Apolinar Salcedo Caicedo. Deberá cuidarse de las visitas del presidente Uribe a la ciudad, pues la capital del Valle no puede seguir siendo administrada desde Bogotá. Especialmente deberá cuidarse de los Consejos Comunales que acostumbra hacer el Presidente, dado que representan la mejor estrategia para deslegitimar los gobiernos locales y restarle, por esa vía, gobernabilidad con la entrega de recursos a los más necesitados. Al final sabremos si Ospina atendió a los caleños con el espíritu y el carácter de un médico de la medicina prepagada o de uno del pos. Amanecerá y veremos.

Termino con el aforismo de Millor Fernández, con la esperanza de que su aplicación en Colombia esté lejana. De ello, debemos estar vigilantes todos aquellos que estamos por fuera del forzoso consenso que, asociado al unanimismo político y mediático, mantiene a grandes mayorías en un profundo aletargamiento: La apertura política es indiscutible. Ya estamos viendo las tropas y los tanques al final del túnel.

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