YO DIGO SÍ A LA PAZ

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martes, 7 de octubre de 2008

A propósito de la sociedad civil

Germán Ayala Osorio, profesor Asociado y politólogo de la Universidad Autónoma de Occidente

La nomenclatura Sociedad civil aparece casi a diario en los medios masivos de información. En los eventos noticiosos nos anuncian que la sociedad civil marchó contra el secuestro o que representantes de la sociedad civil dijeron no más a la violencia política. ¿Será que la sociedad civil se reduce, como concepto, a la acción informativa de los representantes de gremios económicos, de la Iglesia o de algunas ONG? Por la acción mediática el concepto se va vaciando de sentido o por lo menos, nos deja la sensación de que la sociedad civil colombiana es lo que unos voceros dicen, piensan o creen, desde sus particulares intereses. Nada más falaz, equívoco y reducido que ese mensaje mediático.

Si bien el concepto es históricamente problemático[1], hay que mirar el sentido que hoy le podemos dar, más allá de las reducciones propias de un ejercicio periodístico[2] atormentado y sujeto a buscar las declaraciones de voceros autorizados o fuentes oficiales.

Propongo la siguiente acepción de sociedad civil, sin la menor intención de ubicarme en un paradigma o una etapa histórica en particular desde donde discutir el concepto. Eso sí, se propone desde un deber ser, dadas las complejas condiciones en las que hoy Colombia sobrevive, debido precisamente a la efectiva visibilidad mediática de unos actores de la sociedad civil colombiana que no representan la totalidad de los intereses de todos aquellos que por razones históricas y naturales deberían hacer y sentirse parte de ésta.

La sociedad civil[3] es, ante todo, un escenario de discusión de asuntos públicos (políticos) en el que los actores participantes (gremios, asociaciones de diverso tipo, ONG, medios de comunicación, iglesias, academia y sindicatos, entre otros) dialogan y discuten el desarrollo de esos asuntos políticos en condiciones horizontales y simétricas, por fuera de las presiones y del poder del Estado. Dicho diálogo debe darse en condiciones de simetría entre quienes participan de él, sin que medie en el asunto las naturales diferencias que puedan existir entre los dialogantes en materia de (in)competencia discursiva.[4]

Lo anterior exige que todos y cada uno de los participantes de esa propuesta de sociedad civil tengan claro qué es lo Público y el por qué es importante que haya un estadio en el que se concentren organizaciones y asociaciones, para que desde ahí se definan posturas firmes frente al actuar de un Estado-nación en dificultades exógenas[5] y endógenas que lo hacen ver, por momentos, incapaz de mantener el orden social y fijar hacia futuro, derroteros que garanticen la felicidad, como fin último, de todos aquellos que viven dentro del territorio. Ese es el caso de Colombia, pero el listado de países es largo.

Hoy, más que nunca, Colombia necesita del fortalecimiento de la sociedad civil. Pero no de esa sociedad civil que se exhibe en los medios masivos. En ese camino, necesitamos, por ejemplo, de la construcción de canales divergentes de generación de opinión pública, en los que sea posible discutir y desvirtuar la información amañada que sobre asuntos públicos nos entregan, por ejemplo, RCN, EL TIEMPO, La FM y La W, entre otros.

Necesitamos reconsiderar el papel del aula de clase y politizar, en el buen sentido, ese privilegiado escenario para que los estudiantes -y docentes- comprendan que hay asuntos públicos que debemos discutir y de los cuales debemos exigir respuestas del Estado, a propósito de su manejo, agenciamiento y comprensión.

Igualmente, debemos reconsiderar el rol que jugamos en los encuentros sociales, en reuniones y en las propias relaciones de amistad. Hay que suscitar encuentros para discutir, para estudiar eventos y asuntos que guardan estrechas relaciones con nuestro porvenir y el devenir de las próximas generaciones. Hay que arrebatarle a los medios masivos y a los voceros oficiales, el privilegio de discutir hechos y asuntos políticos en las condiciones en las cuales lo vienen haciendo, es decir, a través del moralizante y a veces macartizante lenguaje noticioso.

Como ciudadanos tenemos la obligación de recoger esas versiones periodísticas (contaminadas por las interpretaciones de funcionarios del Gobierno y de aquellos ‘representantes’ de la sociedad civil), para descifrarlas, decodificarlas y ‘decantarlas’, para desde ahí concebir agendas ciudadanas con amplios asuntos públicos, superando de esta forma las estrechas agendas que medios y gobierno nos entregan a diario. Unas agendas con hechos públicos que se repiten ocultando y desvirtuando la importancia de otros.

Esas agendas mediática y de gobierno están compuestas, casi de manera exclusiva, por hechos que guardan estrecha relación con el orden público y la (in) acción de la justicia (masacres, ataques armados, caletas que aparecen, muertos en combate que jamás combatieron, desaparecidos, violaciones, violencia intrafamiliar; y por supuesto, yidispolítica, parapolítica, corrupción política y las consabidas relaciones del alto gobierno de Uribe con criminales o con sus voceros de cabecera).

La pregunta es: en dónde están asuntos públicos como la seguridad alimentaria, laboral, social; el acceso al agua potable y la conservación de ecosistemas de especial valor ambiental; la tasa de natalidad, la calidad de la educación, el papel del Estado, la revisión del modelo económico, la concentración de la riqueza, el desplazamiento forzoso, y en general, la violación sistemática de los derechos humanos y del DIH; y la consolidación, por fin, del estado social de derecho, entre otros.

De igual manera, hay que agendar el asunto de la pobreza y de la concentración de la riqueza. No es posible pensar en fortalecer la sociedad civil cuando las estadísticas y la realidad diaria nos dicen que existen más de 20 millones de colombianos que viven en condiciones de pobreza y miseria. Aquí se expone el asunto del capital humano y social que se necesita para fortalecer la sociedad civil.

También son claves para la visibilidad de la sociedad civil (en su concepción amplia) temas como la participación política, el régimen político y las condiciones en las cuales se ejerce el derecho al voto. Es inaceptable que hoy todavía la Registraduría Nacional del Estado Civil y el Consejo Nacional Electoral no hayan puesto punto final contra delitos contra el sufragio o cambiado las circunstancias que hacen posible alcanzar la ciudadanía (obtener la ciudadanía) y ejercer el derecho al voto; delitos como el trasteo de votos, la cedulación falsa (que posibilita, por ejemplo, que los muertos voten; o la vieja restricción horaria que le pone límites al ciudadano a la hora de votar, pues a las cuatro de la tarde se cierran las urnas, son, entre otros, factores que no generan confianza entre los ciudadanos y que deberían discutirse dentro de la propia agenda de la sociedad civil.

Como ven, es mucho lo que hay que hacer y discutir en el camino de afianzar una sociedad civil activa, real, en aras de superar el holograma que a diario los medios masivos nos muestran.


[1] Es tan problemático el concepto de sociedad civil que al intentar explicarlo nos viene a la mente el concepto de justicia, el cual es a veces difícil definirlo, lo que nos obliga a intentar explicar qué es lo contrario, es decir, la injusticia. En ese orden de ideas, sociedad civil no es -o no se agota en- la representación de los voceros de algunos gremios económicos que aparecen en los medios (ACOPI, ANDI y FENALCO, entre otros) o los que salen a marchar a protestar por hechos que hacen parte de las agendas del gobierno y de las empresas mediáticas.

[2] Es recomendable discutir en las facultades de comunicación social y periodismo ese tipo de ejercicio periodístico al que bien Javier Darío Restrepo llama periodismo de declaraciones. Formar a los estudiantes con esta lógica perversa es negarle la posibilidad de pensar, de discernir, de buscar y de encontrar explicaciones por fuera de los maniqueos e interesados intereses de las llamadas fuentes oficiales. En dónde queda la posibilidad de pensar en el uso de herramientas de investigación, de indagación, pero por sobre todo, de interpretación de los hechos. El real aporte de la academia a la formación de comunicadores - periodistas está en la entrega de pautas para que el estudiante indague, piense, derive, controvierta, interprete y analice; y no en la repetición de fórmulas y recetas de un oficio que está en crisis. Continuar enseñando asuntos como el lead y las cinco W, y señalar que la verdad está en las fuentes oficiales que de forma obligatoria hay que consultar, es una postura cómoda que poco aporta a la formación de profesionales con criterio para abordar las complejas realidades de Colombia.


[3] He aquí dos acepciones de sociedad civil: “La sociedad civil en América Latina, entendida como una esfera social autónoma del Estado y el mercado, en la que asociaciones civiles y movimientos sociales luchan por defender y extender la vigencia de sus derechos y profundizar la democracia, es una construcción social relativamente nueva.” (ALDO PANFICHI, sociedad civil y democracia en los andes y el cono sur a inicio del siglo XXI, página 13. EN: sociedad civil, esfera pública y democratización en América Latina: Andes y cono sur. Pontificia Universidad Católica del Perú y Fondo de Cultura Económica, México, 2002); “Una arena en la que el hombre moderno satisface legítimamente su interés personal y desarrollo de su individualidad, pero también aprende el valor de la acción grupal y de la solidaridad social, así como la dependencia de su propio bienestar de los demás, lo cual lo educa para la ciudadanía y lo prepara para participar en la arena política del Estado.” (Ana María Bejarano, 1992).

[4] Este escenario supone la consolidación del monopolio legítimo de la fuerza en el Estado, la superación del conflicto armado y la disposición ciudadana de reconocer la autoridad del Estado, legitimando su accionar, siempre y cuando éste corresponda y esté acorde a las responsabilidades propias y reconocidas para un Estado social de derecho.

[5]En las últimas décadas, a medida que los movimientos económicos, tecnológicos y comunicacionales de globalización reducen el papel de los Estados, las empresas transnacionales actúan como si la nación estuviera dejando de existir y se les permitiera todo." (Néstor García Canclini, Pensar en medio de la tormenta. En el libro Cuadernos de Nación, Ministerio de Cultura, Colombia, 2002. p. 24).

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