Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
El asunto de la ética y de lo ético involucra, sin duda, las vicisitudes y el propio devenir del hombre en el mundo de la vida; de ahí que la ética y lo ético conlleven, inexorablemente, a un asunto comunicativo en el que sobresale el poder de la lengua y del lenguaje en su tarea de significar, de nombrar, de reconocer, pero también de invisibilizar, minimizar y de des-conocer la existencia del ‘Otro’; he allí entonces un asunto definitivo para las humanidades contemporáneas y para la acción ciudadana: la eticidad discursiva.
Consciente del poder que tienen el lenguaje y la lengua, la acción discursiva en el mundo contemporáneo expone un asunto ético en tanto involucra el mundo de la vida de quienes se comunican, deciden sostener o se deben enfrentar a una relación, necesariamente horizontal, de intercambio de sentidos a través de diferentes formas textuales.
Sin duda, hay un mundo de la vida que necesariamente define y caracteriza al hombre como un ser histórico, político, ético y discursivamente reconocible y criticable de acuerdo con las improntas ganadas en tiempo y espacio, y en momentos históricos definidos por circunstancias propias del devenir humano en sociedad, pero especialmente, por las huellas dejadas por la acción lingüística en los encuentros intersubjetivos. En cada encuentro comunicativo la ética y lo ético entran en conflicto, en un juego intersubjetivo en el que nos desnudamos con la palabra, frente al mundo y frente al Otro.
En esa línea, Guillermo Hoyos Vásquez sostiene que “en un primer momento, la comunicación implica el reconocimiento del otro como diferente, es decir, como interlocutor válido. Sólo quien reconoce esto sigue interesado en la comunicación con los demás, dado que considera que puede aprender de ellos. Este es el punto de partida de toda ética: el reconocimiento del ‘otro como diferente’…” [1]
A lo anterior se suman las formas como el Estado colombiano, sus instituciones y sus dirigentes se comunican con sus asociados, con los ciudadanos, con la llamada opinión pública. Por supuesto que es fundamental en el proceso comunicativo Estado- ciudadanos, advertir como un obstáculo, la sempiterna debilidad del Estado colombiano para garantizar la vida y honra de sus asociados, en la imperiosa necesidad de lograr que éste se convierta en un referente moral de la sociedad, que dé inicio a la consolidación de un proyecto cultural amplio, incluyente y tolerante, de acuerdo con las diferencias regionales que nos hacen un país de prácticas culturales disímiles.
El asunto de la ética y de lo ético involucra, sin duda, las vicisitudes y el propio devenir del hombre en el mundo de la vida; de ahí que la ética y lo ético conlleven, inexorablemente, a un asunto comunicativo en el que sobresale el poder de la lengua y del lenguaje en su tarea de significar, de nombrar, de reconocer, pero también de invisibilizar, minimizar y de des-conocer la existencia del ‘Otro’; he allí entonces un asunto definitivo para las humanidades contemporáneas y para la acción ciudadana: la eticidad discursiva.
Consciente del poder que tienen el lenguaje y la lengua, la acción discursiva en el mundo contemporáneo expone un asunto ético en tanto involucra el mundo de la vida de quienes se comunican, deciden sostener o se deben enfrentar a una relación, necesariamente horizontal, de intercambio de sentidos a través de diferentes formas textuales.
Sin duda, hay un mundo de la vida que necesariamente define y caracteriza al hombre como un ser histórico, político, ético y discursivamente reconocible y criticable de acuerdo con las improntas ganadas en tiempo y espacio, y en momentos históricos definidos por circunstancias propias del devenir humano en sociedad, pero especialmente, por las huellas dejadas por la acción lingüística en los encuentros intersubjetivos. En cada encuentro comunicativo la ética y lo ético entran en conflicto, en un juego intersubjetivo en el que nos desnudamos con la palabra, frente al mundo y frente al Otro.
En esa línea, Guillermo Hoyos Vásquez sostiene que “en un primer momento, la comunicación implica el reconocimiento del otro como diferente, es decir, como interlocutor válido. Sólo quien reconoce esto sigue interesado en la comunicación con los demás, dado que considera que puede aprender de ellos. Este es el punto de partida de toda ética: el reconocimiento del ‘otro como diferente’…” [1]
A lo anterior se suman las formas como el Estado colombiano, sus instituciones y sus dirigentes se comunican con sus asociados, con los ciudadanos, con la llamada opinión pública. Por supuesto que es fundamental en el proceso comunicativo Estado- ciudadanos, advertir como un obstáculo, la sempiterna debilidad del Estado colombiano para garantizar la vida y honra de sus asociados, en la imperiosa necesidad de lograr que éste se convierta en un referente moral de la sociedad, que dé inicio a la consolidación de un proyecto cultural amplio, incluyente y tolerante, de acuerdo con las diferencias regionales que nos hacen un país de prácticas culturales disímiles.
Buena parte de la legitimidad alcanzada por actitudes y prácticas como la corrupción, el clientelismo y la violencia, se ha logrado por el mal ejemplo dado por las instituciones estatales y el discurso vehemente, brusco y complaciente del propio presidente Álvaro Uribe Vélez. Un discurso que ética y comunicativamente resulta inconveniente para un país como el nuestro con una tradición violenta, discriminante e intimidatoria, desde los usos del lenguaje. Baste con recordar cómo nombramos a los ciudadanos miembros de las llamadas minorías (negros e indígenas), para darnos cuenta de que se trata de usos del lenguaje en donde sobresalen intenciones discriminantes.
En el discurso violento de los colombianos se concentran odios, miedos, una profunda intolerancia y toda clase de sentimientos humanos, que desde un sentido muy primario, ha ido edificando un imaginario colectivo de lo que debe ser un Presidente, un jefe, un director, de cómo deben actuar y de cómo deben expresarse y de cómo, desde la fuerza ilocutoria, deben proponer soluciones a los problemas del país, o maneras de administrar los intereses de la nación, o los propios de una organización.
Por supuesto que el aporte de los discursos intimidatorios de narcotraficantes, guerrilleros y paramilitares y varios dirigentes políticos y gremiales, ha sido importante y definitivo para que hoy los colombianos (uribistas, especialmente) se sientan cómodos con el discurso iracundo de un Presidente que no tiene ningún reparo en mandar a matar, públicamente, a los escurridizos y temibles delincuentes de la llamada oficina de Envigado, o de tratar de marica y de amenazar con darle en la cara a un fulano conocido con el alias de la Mechuda.
Y lo más grave aún, que la elección política- electoral de los ciudadanos esté atravesada y sustentada por la fuerza discursiva del enunciador-candidato al que se le exige que hable duro, que sea implacable, impulsivo y arrebatado. Quien no cumpla con estas características muy seguramente tendrá pocas opciones de ocupar la Casa de Nariño o la particular dirigencia de una institución.
Habitamos en el lenguaje, es nuestra casa, es nuestra morada, o como dijo Heidegger, el lenguaje es la casa del Ser. Quizás por ello debamos hoy los colombianos, más que nunca, dedicar tiempo a escrutar el lenguaje con el cual los candidatos a la presidencia y el del propio Presidente-candidato, nombran y han nombrado asuntos públicos de especial interés para todos nosotros.
La imagen carismática de Uribe Vélez y la sostenida popularidad de sus dos administraciones- gracias a un hincado y acomodado ejercicio periodístico de la gran prensa- han servido para señalar que el mandatario antioqueño es un gran comunicador. Diría que es todo lo contrario, pues discursivamente no reconoce a los Otros como actores dialógicos, sino como enemigos, en una evidente contradicción comunicativa expuesta en un discurso agresivo, intimidante y desdibujante.
Debemos pensar los colombianos que el mundo se presenta a través de asuntos complejos que, enunciados, es decir, expresados desde lenguas (usos individuales) y el lenguaje, le van dando al ser humano elementos para comprender en dónde está y de quiénes le rodean; y le van exigiendo el desarrollo de una actitud ética-comunicativa, que con el tiempo y la esperada acción formativa de la cultura- ambiente, le permita construir relaciones intersubjetivas respetuosas desde lo identitario. Y es justamente ahí en donde falla el Presidente.
Al final, es bueno reconocer que a la hora de votar, el lenguaje también juega. Es nuestra responsabilidad como ciudadanos darle el valor que tiene el lenguaje, especialmente cuando hay asuntos públicos en juego.
[1] Hoyos Vásquez, Guillermo. Las ciencias de la discusión en la teoría del actuar comunicativo. EN: Reflexiones sobre la investigación en ciencias sociales y estudios políticos, memorias seminario octubre 2002. Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, p. 118.
En el discurso violento de los colombianos se concentran odios, miedos, una profunda intolerancia y toda clase de sentimientos humanos, que desde un sentido muy primario, ha ido edificando un imaginario colectivo de lo que debe ser un Presidente, un jefe, un director, de cómo deben actuar y de cómo deben expresarse y de cómo, desde la fuerza ilocutoria, deben proponer soluciones a los problemas del país, o maneras de administrar los intereses de la nación, o los propios de una organización.
Por supuesto que el aporte de los discursos intimidatorios de narcotraficantes, guerrilleros y paramilitares y varios dirigentes políticos y gremiales, ha sido importante y definitivo para que hoy los colombianos (uribistas, especialmente) se sientan cómodos con el discurso iracundo de un Presidente que no tiene ningún reparo en mandar a matar, públicamente, a los escurridizos y temibles delincuentes de la llamada oficina de Envigado, o de tratar de marica y de amenazar con darle en la cara a un fulano conocido con el alias de la Mechuda.
Y lo más grave aún, que la elección política- electoral de los ciudadanos esté atravesada y sustentada por la fuerza discursiva del enunciador-candidato al que se le exige que hable duro, que sea implacable, impulsivo y arrebatado. Quien no cumpla con estas características muy seguramente tendrá pocas opciones de ocupar la Casa de Nariño o la particular dirigencia de una institución.
Habitamos en el lenguaje, es nuestra casa, es nuestra morada, o como dijo Heidegger, el lenguaje es la casa del Ser. Quizás por ello debamos hoy los colombianos, más que nunca, dedicar tiempo a escrutar el lenguaje con el cual los candidatos a la presidencia y el del propio Presidente-candidato, nombran y han nombrado asuntos públicos de especial interés para todos nosotros.
La imagen carismática de Uribe Vélez y la sostenida popularidad de sus dos administraciones- gracias a un hincado y acomodado ejercicio periodístico de la gran prensa- han servido para señalar que el mandatario antioqueño es un gran comunicador. Diría que es todo lo contrario, pues discursivamente no reconoce a los Otros como actores dialógicos, sino como enemigos, en una evidente contradicción comunicativa expuesta en un discurso agresivo, intimidante y desdibujante.
Debemos pensar los colombianos que el mundo se presenta a través de asuntos complejos que, enunciados, es decir, expresados desde lenguas (usos individuales) y el lenguaje, le van dando al ser humano elementos para comprender en dónde está y de quiénes le rodean; y le van exigiendo el desarrollo de una actitud ética-comunicativa, que con el tiempo y la esperada acción formativa de la cultura- ambiente, le permita construir relaciones intersubjetivas respetuosas desde lo identitario. Y es justamente ahí en donde falla el Presidente.
Al final, es bueno reconocer que a la hora de votar, el lenguaje también juega. Es nuestra responsabilidad como ciudadanos darle el valor que tiene el lenguaje, especialmente cuando hay asuntos públicos en juego.
[1] Hoyos Vásquez, Guillermo. Las ciencias de la discusión en la teoría del actuar comunicativo. EN: Reflexiones sobre la investigación en ciencias sociales y estudios políticos, memorias seminario octubre 2002. Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, p. 118.
4 comentarios:
Compañero comparto lo escrito, y creo que resulta interesante que desde ahora se le haga un inventario a la prensa que, entre otras cosas, por su desinformación y manipulación de los contextos contribuye a la imposición de estilos y prácticas discursivas entre quines aspiran mudarse a “Casa de Nariño”.
Juan Carlos Q
Estaré atento a su opinión en plena jornada presidencial
Ing. Jairo Alexander
Bien. Qué rico que en la distancia me sienta tan identificada con el que ha sido mi discurso politico, ejercicio al cual le debemos mirar forma y fondo, como a ningun otro, ya que en las maneras de hacer politica ejercemos desde la amplitud, o nos cerramos a las obstinacion sin argumentos, del cual ya llevamos dos administraciones perdidas.
Uno de los grandes sintomas del autoritarismo en la forma, se puede apreciar en la manera en que los editorialistas, articulistas, o bloggeros contrarios al gobno uribe son repelidos por sus simpatizantes. Esas respuestas muestran la ausencia de conocimiento, la falta de dominio en la materia y la casi enfatica ignorancia de como se conduce un debate politico. Si lo observas, casi todas las respuestas a los criticos del stablisment panuribista se enconan en la vida intima de los comentaristas, pero no son capaces de hilvanar una sola razon politica que valide el accionar uribista, tal como los niveles de relajacion en que estan cayendo ameritarian justificarse, y solo lo son en la medida en que los colombianos caimos en esa abulia que ribetea con la idiotez. Hasta para ser un dictador hay que ser un intelectual, de derecha si, o de izquierda tambien, pero conociendo y argumentando desde las razones que lo fundan. Creo que el Uribe dictador que vemos es solo un fantasma, mas parecido a la comica imagen de Chaplin en su burlesque contra Hitler, que en alguno de esos desventurados que entendieron porque gobernaban aunque sin razones humanas. A uribe y su torpe tribu, no le alcanza ni siquiera para eso y mas bien es un remedon tardio de nuestros dictadorcitos de las banana republic, que otros paises menos infortunados abandonaron ideologicamente en los anos 70 y 80. Los colombianos que votaron por el no solo estan MFdel T, al decir popular en nuestro pais, sino que lo estan haciendo 30 anos tarde.
DMV
Gracias Germán por el mensaje. Transmítelo a muchos e-mails. En este momento la ética nos exige como intelectuales, hablar por todos los medios con la gente, con los grupos, con cada uno y que se conviertan en factores multiplicadores, acerca de la tremenda realidad de pobreza, pasividad, ignorancia de la realidad social y política que vive la gran mayoría del pueblo colombiano, encantado quiza (con cierto masoquismo) de las masacres que a diario ocurren, sin saber quiénes son las víctimas y hasta dónde si o no avanzamos hacia una paz, un progreso, una independencia real, y una vida digna para nuestro pueblo.
La élite gobernante y la clase dominante cada día se han alejado más y más de la otra Colombia, por el impulso económico que les ha dado el narcotráfico y las víctimas de la violencia reciben apenas migajas de indemnización con bombos y platillos por parte del gobernante y en función de esa demagogia que simpre lo ha caracterizado. Parece que nos cogió la noche de la irreflexión, quiza no sea demasiado tarde. Hay que hablar....... hay que escribir.... no es el momento de la "prudencia" de la "gente elegante y mesurada".
JORGE B
Publicar un comentario