Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Un hecho noticioso es una construcción interesada, amañada y sesgada de un suceso, en un contexto definido bien por el (in) suceso mismo, o por quien tiene el poder de señalar el interés colectivo de éste.
La valoración mediática, subjetiva y motivada, guarda visos verdad y de verosimilitud, de acuerdo con el tratamiento periodístico-noticioso que el medio y el periodista deciden darle a un hecho, previamente definido como de interés colectivo y claro está, por la capacidad cognitiva de las audiencias. Creo que no hay mayor discusión al respecto.
El hecho noticioso entonces, puede obedecer a las interpretaciones de periodistas, fuentes o posibles testigos e incluso, víctimas, en el que de forma natural se esconden o se diluyen datos, situaciones, detalles y responsables, por cuanto se trata de un ejercicio subjetivo de observación y de interpretación.
Cuando la construcción noticiosa, esto es, el discurso noticioso, termina ocultando verdades e invisibilizando a posibles responsables de los hechos acaecidos, lo que evidencia, es el ejercicio interesado de quien califica y exalta la importancia del hecho señalado como noticioso. El sociólogo Pierre Bourdieu lo definía como el “efecto de imposición de realidad”.
Las rutinas de producción mediática (noticiosa) comprimen los hechos de tal manera, que quedan detalles que pueden ser definitivos y muy importantes para audiencias calificadas para ir más allá de la fotografía, de la imagen y de la rápida exhibición de los hechos señalados como importantes o que por su naturaleza, generan interés bien por el número de afectados, la calidad y la investidura de los involucrados o por la novedad misma que se le atribuyan.
Para el caso del invierno que azota a Colombia desde hace varias semanas, el discurso periodístico noticioso ha servido para ocultar la responsabilidad que le cabe al Estado, en cabeza de las corporaciones regionales, alcaldías y gobernaciones, por la dimensión de la catástrofe generada por las copiosas lluvias.
Los titulares suelen servir para medir el grado de tergiversación, silencio e invisibilización de responsables en los que suele caer la gran prensa. He aquí algunos titulares de EL TIEMPO.COM: “Declaran urgencia manifiesta en 39 de 42 municipios del Valle del Cauca” (sic),” Proponen donar un día de salario para víctimas del invierno” (sic), “Gobierno creará gerencia para atender a damnificados por el invierno…” (sic).
En EL ESPECTADOR.COM se leen estos: “Invierno en Colombia deja 72 muertos y más 700 mil afectados” (sic), “Unión Europea dona $1.000 millones para atender ola invernal en Colombia” (sic), y “En Colombia el número de muertos por invierno subió a 150 mil” (sic).
Como se puede observar claramente, pareciera que el único responsable de los estragos y el caos en las comunidades y zonas afectadas fuera el “señor invierno.” En ninguno de ellos se alude a otros posibles responsables de las inundaciones y del impacto de la temporada invernal. En la información judicial, cuando se quiere invisibilizar homicidas o grupos criminales, se apela a frases eufemísticas como el narcotráfico lo mató, lo asesinó la guerrilla, o murió víctima de la violencia política.
Lo mismo está sucediendo con los hechos acaecidos por la llegada del ‘Fenómeno de la Niña’: el invierno acabó con todo, salvaron lo que pudieron, el invierno no da tregua, todo quedó bajo el agua y el Bogotá, el Cauca y el Magdalena se salieron de sus cauces, son expresiones que se lanzan con la clara intención de señalar al invierno, a la naturaleza, como la única responsable de la emergencia declarada así por el propio gobierno de Santos.
No hay que desconocer que el fenómeno invernal en sí mismo puede desbordar cualquier programa de mitigación y hasta sobrepasar la capacidad de respuesta de las autoridades dispuestas para enfrentar este tipo de eventos, pero también hay que estar prestos a reconocer la incapacidad humana para prever y enfrentar con inteligencia y responsabilidad los retos de un entorno natural afectado y complejo.
Para el caso de Colombia es evidente que estamos ante problemas de planificación urbana, de crecimiento desordenado de municipios, de la falta de atención por parte de las Corporaciones Autónomas Regionales (el caso de la CAR en Cundinamarca, por el desborde del río Bogotá, muestra a una corporación que sabía de los riesgos y poco hizo para evitar el desbordamiento de dicho afluente), y claro, de actuaciones de particulares que han invadido terrenos y que han afectado el cauce, por ejemplo, con la extracción abundante de arena y circunstancias socioculturales, entre otras actividades antrópicas.
En lugar de señalar responsabilidades, la gran prensa en Colombia informa para construir pesar, para disculpar la aparente incapacidad del Estado para responder con celeridad a los cientos de miles de damnificados y para dejar en manos de Dios y de la solidaridad internacional, la vida de un número importante de colombianos que hoy sobreviven con el agua, literalmente, al cuello.
En reciente editorial, EL ESPECTADOR señala, a propósito del asunto, lo siguiente: “es cierto, gran parte de lo que estamos viviendo se pudo haber evitado, pero ahora tenemos encima lo urgente: cómo hacer que la lista de muertos no siga creciendo y los damnificados no queden en la calle”.
El acertado editorial de EL ESPECTADOR.COM no exime la responsabilidad que como medio le cabe de señalar realmente cuáles son las causas o las razones que pueden explicar los graves efectos negativos dejados por el temporal. ¿Por qué se repite la historia y por qué se repiten aquellos tratamientos periodístico-noticiosos que exhiben los hechos y casi que a las mismas víctimas, pero no a los responsables?
Aunque es evidente que hay una mejor respuesta a este tipo de calamidades, aun falta un largo trecho para avanzar en diagnósticos, en prevenir y tomar decisiones oportunas para enfrentar retos climáticos como el de estos días.
La creciente pobreza en Colombia facilita que ante eventos naturales, los riesgos de inundaciones y deslizamientos aumenten porque hay ciudadanos que se ven obligados a levantar viviendas en zonas calificadas por los mismos organismos del Estado, como de alto riesgo. Con un índice de pobreza que alcanza o supera el 45,5 por ciento de los colombianos, temporadas invernales como las actuales suelen ser catastróficas.
Se suma a lo anterior, la desconexión entre políticas públicas y decisiones tomadas por el gobierno central, y las propias agenciadas y adoptadas en las regiones, amparadas en planes de desarrollo territorial débiles o mal concebidos. De igual manera, hay problemas de infraestructura y de inversión, por ejemplo, para enfrentar los asentamientos subnormales que crecen sin control en Colombia. También, hay de fondo un asunto cultural que se expresa en la falta de prevención en colegios, y en general en las comunidades asentadas en zonas de alto o mediano riesgo.
Pero volvamos al tratamiento noticioso. Insistir en señalar a la naturaleza como la única culpable de las desgracias dejadas hasta el momento por la ola invernal, no sólo refuerza en el ámbito internacional el imaginario de país subdesarrollado e incapaz de enfrentar dichos fenómenos naturales (con una alta responsabilidad en el modelo de desarrollo), sino que en el escenario local inducen a la inacción o a la reacción tardía del Estado, justamente porque hay circunstancias contextuales que no se pueden cambiar (pobreza, desplazamiento e incapacidad para planificar responsablemente).
No se trata de llegar hasta el más olvidado corregimiento para mostrar la dimensión de la tragedia a través de notas bien logradas. La labor informativa también es posible a través del permanente cuestionamiento no sólo de los responsables directos, sino de las condiciones y circunstancias sociales, culturales y económicas en las cuales millones de colombianos sobreviven hoy.
La lluvia noticiosa no deja ver realmente qué está pasando y anega la mente de las audiencias. Vendría bien revisar los criterios de noticia, pero sobre todo, los tratamientos de las últimas semanas, pues se asemejan a los efectos dejados por el invierno: ¡desastrosos!
Adenda: con el lanzamiento de la campaña Colombia solidaria, el gobierno de Santos busca reunir recursos económicos del sector privado nacional y de la comunidad internacional, para ayudar a los daminificados. En un año estaremos en las mismas. ¿Será que por encima de buscar soluciones definitivas está la lógica del capital que circula también vestido de donación?
Un hecho noticioso es una construcción interesada, amañada y sesgada de un suceso, en un contexto definido bien por el (in) suceso mismo, o por quien tiene el poder de señalar el interés colectivo de éste.
La valoración mediática, subjetiva y motivada, guarda visos verdad y de verosimilitud, de acuerdo con el tratamiento periodístico-noticioso que el medio y el periodista deciden darle a un hecho, previamente definido como de interés colectivo y claro está, por la capacidad cognitiva de las audiencias. Creo que no hay mayor discusión al respecto.
El hecho noticioso entonces, puede obedecer a las interpretaciones de periodistas, fuentes o posibles testigos e incluso, víctimas, en el que de forma natural se esconden o se diluyen datos, situaciones, detalles y responsables, por cuanto se trata de un ejercicio subjetivo de observación y de interpretación.
Cuando la construcción noticiosa, esto es, el discurso noticioso, termina ocultando verdades e invisibilizando a posibles responsables de los hechos acaecidos, lo que evidencia, es el ejercicio interesado de quien califica y exalta la importancia del hecho señalado como noticioso. El sociólogo Pierre Bourdieu lo definía como el “efecto de imposición de realidad”.
Las rutinas de producción mediática (noticiosa) comprimen los hechos de tal manera, que quedan detalles que pueden ser definitivos y muy importantes para audiencias calificadas para ir más allá de la fotografía, de la imagen y de la rápida exhibición de los hechos señalados como importantes o que por su naturaleza, generan interés bien por el número de afectados, la calidad y la investidura de los involucrados o por la novedad misma que se le atribuyan.
Para el caso del invierno que azota a Colombia desde hace varias semanas, el discurso periodístico noticioso ha servido para ocultar la responsabilidad que le cabe al Estado, en cabeza de las corporaciones regionales, alcaldías y gobernaciones, por la dimensión de la catástrofe generada por las copiosas lluvias.
Los titulares suelen servir para medir el grado de tergiversación, silencio e invisibilización de responsables en los que suele caer la gran prensa. He aquí algunos titulares de EL TIEMPO.COM: “Declaran urgencia manifiesta en 39 de 42 municipios del Valle del Cauca” (sic),” Proponen donar un día de salario para víctimas del invierno” (sic), “Gobierno creará gerencia para atender a damnificados por el invierno…” (sic).
En EL ESPECTADOR.COM se leen estos: “Invierno en Colombia deja 72 muertos y más 700 mil afectados” (sic), “Unión Europea dona $1.000 millones para atender ola invernal en Colombia” (sic), y “En Colombia el número de muertos por invierno subió a 150 mil” (sic).
Como se puede observar claramente, pareciera que el único responsable de los estragos y el caos en las comunidades y zonas afectadas fuera el “señor invierno.” En ninguno de ellos se alude a otros posibles responsables de las inundaciones y del impacto de la temporada invernal. En la información judicial, cuando se quiere invisibilizar homicidas o grupos criminales, se apela a frases eufemísticas como el narcotráfico lo mató, lo asesinó la guerrilla, o murió víctima de la violencia política.
Lo mismo está sucediendo con los hechos acaecidos por la llegada del ‘Fenómeno de la Niña’: el invierno acabó con todo, salvaron lo que pudieron, el invierno no da tregua, todo quedó bajo el agua y el Bogotá, el Cauca y el Magdalena se salieron de sus cauces, son expresiones que se lanzan con la clara intención de señalar al invierno, a la naturaleza, como la única responsable de la emergencia declarada así por el propio gobierno de Santos.
No hay que desconocer que el fenómeno invernal en sí mismo puede desbordar cualquier programa de mitigación y hasta sobrepasar la capacidad de respuesta de las autoridades dispuestas para enfrentar este tipo de eventos, pero también hay que estar prestos a reconocer la incapacidad humana para prever y enfrentar con inteligencia y responsabilidad los retos de un entorno natural afectado y complejo.
Para el caso de Colombia es evidente que estamos ante problemas de planificación urbana, de crecimiento desordenado de municipios, de la falta de atención por parte de las Corporaciones Autónomas Regionales (el caso de la CAR en Cundinamarca, por el desborde del río Bogotá, muestra a una corporación que sabía de los riesgos y poco hizo para evitar el desbordamiento de dicho afluente), y claro, de actuaciones de particulares que han invadido terrenos y que han afectado el cauce, por ejemplo, con la extracción abundante de arena y circunstancias socioculturales, entre otras actividades antrópicas.
En lugar de señalar responsabilidades, la gran prensa en Colombia informa para construir pesar, para disculpar la aparente incapacidad del Estado para responder con celeridad a los cientos de miles de damnificados y para dejar en manos de Dios y de la solidaridad internacional, la vida de un número importante de colombianos que hoy sobreviven con el agua, literalmente, al cuello.
En reciente editorial, EL ESPECTADOR señala, a propósito del asunto, lo siguiente: “es cierto, gran parte de lo que estamos viviendo se pudo haber evitado, pero ahora tenemos encima lo urgente: cómo hacer que la lista de muertos no siga creciendo y los damnificados no queden en la calle”.
El acertado editorial de EL ESPECTADOR.COM no exime la responsabilidad que como medio le cabe de señalar realmente cuáles son las causas o las razones que pueden explicar los graves efectos negativos dejados por el temporal. ¿Por qué se repite la historia y por qué se repiten aquellos tratamientos periodístico-noticiosos que exhiben los hechos y casi que a las mismas víctimas, pero no a los responsables?
Aunque es evidente que hay una mejor respuesta a este tipo de calamidades, aun falta un largo trecho para avanzar en diagnósticos, en prevenir y tomar decisiones oportunas para enfrentar retos climáticos como el de estos días.
La creciente pobreza en Colombia facilita que ante eventos naturales, los riesgos de inundaciones y deslizamientos aumenten porque hay ciudadanos que se ven obligados a levantar viviendas en zonas calificadas por los mismos organismos del Estado, como de alto riesgo. Con un índice de pobreza que alcanza o supera el 45,5 por ciento de los colombianos, temporadas invernales como las actuales suelen ser catastróficas.
Se suma a lo anterior, la desconexión entre políticas públicas y decisiones tomadas por el gobierno central, y las propias agenciadas y adoptadas en las regiones, amparadas en planes de desarrollo territorial débiles o mal concebidos. De igual manera, hay problemas de infraestructura y de inversión, por ejemplo, para enfrentar los asentamientos subnormales que crecen sin control en Colombia. También, hay de fondo un asunto cultural que se expresa en la falta de prevención en colegios, y en general en las comunidades asentadas en zonas de alto o mediano riesgo.
Pero volvamos al tratamiento noticioso. Insistir en señalar a la naturaleza como la única culpable de las desgracias dejadas hasta el momento por la ola invernal, no sólo refuerza en el ámbito internacional el imaginario de país subdesarrollado e incapaz de enfrentar dichos fenómenos naturales (con una alta responsabilidad en el modelo de desarrollo), sino que en el escenario local inducen a la inacción o a la reacción tardía del Estado, justamente porque hay circunstancias contextuales que no se pueden cambiar (pobreza, desplazamiento e incapacidad para planificar responsablemente).
No se trata de llegar hasta el más olvidado corregimiento para mostrar la dimensión de la tragedia a través de notas bien logradas. La labor informativa también es posible a través del permanente cuestionamiento no sólo de los responsables directos, sino de las condiciones y circunstancias sociales, culturales y económicas en las cuales millones de colombianos sobreviven hoy.
La lluvia noticiosa no deja ver realmente qué está pasando y anega la mente de las audiencias. Vendría bien revisar los criterios de noticia, pero sobre todo, los tratamientos de las últimas semanas, pues se asemejan a los efectos dejados por el invierno: ¡desastrosos!
Adenda: con el lanzamiento de la campaña Colombia solidaria, el gobierno de Santos busca reunir recursos económicos del sector privado nacional y de la comunidad internacional, para ayudar a los daminificados. En un año estaremos en las mismas. ¿Será que por encima de buscar soluciones definitivas está la lógica del capital que circula también vestido de donación?
2 comentarios:
Germán excelente articulo
Luis Eduardo Lobato
Ud es un comunicador responsable y ejerce su capacidad de crìtica.Adelante mi querido detractor.
Rodrigo Ramos
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