Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Cuando el ejercicio de la política sirve para acrecentar las históricas desigualdades sociales y la exclusión, lo que se advierte de fondo es un claro enfrentamiento entre sectores privilegiados (élites) y las grandes mayorías.
Hoy es evidente que hay en Colombia una especie de guerra no declarada entre específicos sectores poderosos y millones de colombianos que sobreviven en condiciones precarias, mínimas o con niveles altos de incertidumbre (profesionales). Dichos sectores usan al Congreso y a las corporaciones legislativas regionales y locales, Asambleas y Concejos, para perpetuar esas condiciones de privilegio que van abiertamente en contravía de los intereses colectivos.
En cuanto a la existencia de condiciones precarias, mínimas y altos niveles de incertidumbre, hay que decir que estas mismas circunstancias contextuales son las que impiden, a esas grandes mayorías, oponerse con vehemencia a esos grupos de poder, a esa clara confrontación y a esa actitud retadora de esas élites que no sólo se benefician de los recursos del Estado, sino que se aprovechan de los miedos, de la fragmentación y de la incapacidad organizativa de esas mayorías que no cuentan con representación política en esas corporaciones y menos aún, cuentan con la acción firme y decidida de un Estado que constitucionalmente se pensó para servir y proteger a los ciudadanos.
A ese oscuro y desesperanzador escenario se suman los actores armados que participan de un degradado conflicto armado interno, convertido también en un factor de acoso, de confrontación, de amenaza y de clara promoción de la desarticulación social, de unas mayorías que ven pasar, con pasmosa pasividad, que no hay soluciones estructurales para los graves problemas que afronta Colombia en materia social, económica, política, cultural y ambiental।
Con ya casi 50 años de confrontación armada se pueden señalar varios efectos que coadyuvan a que esas grandes mayorías azotadas, sean incapaces de organizarse para manifestarse ante un Estado privatizado: uno, el miedo a protestar y a la consecuente estigmatización। Dos, la desarticulación social, fruto de movimientos sociales débiles y de una precaria conciencia colectiva alrededor de la necesidad de defender derechos y libertades. Tres, la comprensión de la guerra interna como una externalidad, como un problema de otros. Y cuatro, la entronización del narcotráfico en las prácticas sociales y en los imaginarios de éxito de una sociedad víctima de una industria cultural que está al servicio de esas reducidas élites.
Qué hacer y qué se puede esperar son preguntas que van y vienen, pero a las cuales no es fácil responder। Lo primero que hay que hacer es comprender lo que sucede en Colombia y en el mundo hoy. Es decir, que cada uno de nosotros, como ciudadanos, debemos emprender esa tarea de develar, de analizar y comprender, holísticamente, los fenómenos, las fuerzas de poder y los grupos de interés y de poder que directamente no sólo son responsables de la inequidad y la exclusión, sino que hacen todo para que esas condiciones se mantengan en el tiempo.
Después de ese primer paso, hay que emprender actividades pedagógicas y de acción política directa, tanto en colegios, como en universidades y en comunidades interesadas en modificar sustancialmente sus condiciones de vida, con el claro propósito de formar en criterio, para la toma de decisiones en eventos electorales, para luego pasar a movilizaciones masivas para exigirle al Estado respuestas efectivas a las demandas sentidas de la población।
En cuanto a qué podemos esperar, lo más seguro es que con gobiernos como los de Uribe y Santos, para nombrar sólo al presente y al más reciente y quizás más dañino en términos de la confrontación social entre grupos poderosos y las mayorías, las circunstancias en las que sobrevivimos en Colombia empeoren, lo que sin duda pondrá sobre la mesa la capacidad del colombiano de soportar condiciones desfavorables, así como los alcances de unas élites que han cooptado para sí al Estado y a quienes desde las corporaciones legislativas, han venido legislando en contra de las mayorías oprimidas. La guerra no está declarada, pero la confrontación es cierta, es evidente.
2 comentarios:
Gracias estimado Germán. Sí, de acuerdo: de la praxis social y política de las comunidades indígenas del norte del Cauca he aprendido que la conciencia, la organización y la movilización son los tres pilares fundamentales en los procesos de transformación social, económicos y políticos.
Un abrazo.
R.
Germán. Tu reflexión del día toca el nudo del problema, esa es la verdadera confrontación. El Capital, sus voceros y sus beneficiarios, viven felices con el debate sobre el narcotr´fico, la corrupción, los paras y las guerrillas. Ese debate desvía la atención del problema fundamental. Lo anterior no quiere decir que esos problemas no existan y tengan repercusiones en la vida de la sociedad. Pero se deben colocar en su verdadero contexto.El Capital convive y se beneficia de todos ellos, recuerden que el Capital es amoral. La denuncia, y a veces la superación de alguno de ellos, no resulve el verdadero p'roblema de esta sociedad. La reflexión de Germán lo ubica con nitidez.Dentro de este modelo de sociedad y con los valores supremos de ella no se resolverán. Cambiamos unos corruptos por otros, y unos narcos por otros. Y, así, sucesivamente. Y, no olvidemos el papel que juegan los Medios Masivos de Comunicacioón para perpetuar este estado de cosas. Por eso pensar que puedan jugar otro rol no es más que ilusión vana. Al Capital le duele y lo asusta el dabate sobre el salario y las prestaciones sociales. Las reformas tributarias que pretendan castigar al Capital ( Caso Obama). Que no le garanticen su inversión. Para todo ello se está cambiando el caracter del Estado. Los sectores democr´ticos y la academia dejaron solo al vicepresidente en su critica a l metodo para definir la linea de pobreza.La entrevista que le hizo Caracol radio al presidente de la Andi, Luis Carlos Villegas desnudó su verdadero interés.Para esta clase, la única opción del pobre es seguir siendo más pobre y empeorando sus condiciones materiales de existencia. Este mismo dirigente gremial, hace pocos meses, salió publicamente a regañar al presidente Santos porque subió unos miserables pesos al salario minimo por encima de lo acordado en la mesa de concertación.Los voceros del Capital se molestan cuando se hace referencia a la lucha de clases, como algo anacrónico y antidemocrático, pero olvidan que el gran Capital le ha declarado la guerra al trabajador y toma medidas a diario para legitimar y validar su guerra presentandola como defensa de la sociedad. Dentro de las actuales circunstancias se nos viene un problema muy serio con la explotación de nuestros recursos mineros. Tenemos una clase dirigente empeñada en regalar nuestros recursos para obtener beneficios personales aunque la sociedad sea la sacrificada. Estamos repitiendo experiencia que fueron dolorosas para la sociedad. Lo de Campo Rubiales recuerdan el caso de las bananeras del año 28. El gobierno actúa como si los recursos del Estado fuera de él. Y esto se da a todo nivel. El libro de Jorge Villegas sobre el Petroleo Colombiano decribió muy bien el proceso de entrega de este recurso y de parte de nuestra soberania.Muchos de estos personajes reciben homenajes y reconocimiento por sus invaluables servicios a la patria. Es hora de desmontar estos idolos de barro. Ojalá, la juventud nuestra aprenda de los indignados de España.
Saludos, y los felicito, a todos Uds , por mantener este tipo de reflexión y debemos buscar ampliar la audiencia, no solo por internet. Los foros y las conferencias son escenarios apropiados para estimular el debate.
Gilberto
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