El autor propone una serie de variables que, relacionadas entre sí, intentan ampliar la mirada sobre el fenómeno paramilitar, tratando de superar aquella que lo señala, casi de manera exclusiva, como un hecho de violencia política en el contexto de la lucha contrainsurgente que libra el Estado colombiano desde 1963.
Se enuncia que el paramilitarismo sea mirado como un hecho ideológico, económico, social, político y cultural, en la medida en que su conocimiento, comprensión, entronización, prácticas directas e indirectas asociadas a la causa paramilitar, penetración en el Estado y cooptación de instituciones públicas estén soportadas, entre otros factores, en el repudio generalizado que la acción armada de las guerrillas ha generado históricamente en la opinión pública y en sectores influyentes de la sociedad civil colombianas.
Señala también que el histórico rechazo a la acción guerrillera sirvió de puente axiológico para legitimar las acciones de un proyecto neoconservador agenciado y aupado por un conjunto de organizaciones, legales e ilegales, de fuerzas de poder local, regional y nacional -élites económicas y políticas-, como también por actores globales -multinacionales, el sistema financiero nacional e internacional-.
Pero más allá del fenómeno paramilitar y de los ya aceptados patrullajes y acciones conjuntas con el ejército nacional de Colombia y, en general, la connivencia con el grupo armado ilegal , lo que se viene consolidando es un proyecto político neoconservador que guarda estrecha relación con las actividades económicas y los presupuestos ideológicos tanto de las cabezas visibles de la organización paramilitar, como de agentes económicos legales que representan, por ejemplo, a sectores poderosos de la agroindustria, ganaderos, comerciantes y a importantes latifundistas regionales.
En el fenómeno paramilitar confluyen y se consolidan múltiples formas de violencia política y social, así como prácticas de intolerancia ideológica asociadas a la imperiosa necesidad de eliminar contrarios, costumbre que, hace tiempo, sirvió a élites políticas y económicas interesadas en tomarse el control del Estado, para mantener y extender sus proyectos económicos, estableciendo alianzas con grupos al margen de la ley.
Hoy, el paramilitarismo puede entenderse como la plataforma que empezó a consolidar, en algunas regiones del país, una falsa e ilegítima cultura política obligatoria para una porción de población, que se veía atrapada en el inevitable deber de obedecer y participar en los movimientos políticos sobre los cuales élites políticas y económicas edificaron y consolidaron, en la Presidencia y en otras instituciones del Estado, proyectos neoconservadores acordes con las tendencias globalizadoras generadas e impuestas por el gran capital transnacional.
Justamente, en dichas tendencias globalizantes, aparece el consumo, entre otros principios económicos orientadores, como una práctica sociocultural y económica, que sirve para explicar la indisposición -inicial- contra aquellos proyectos políticos -de la izquierda, asociada o no a los grupos armados ilegales que operan en Colombia- que propongan el desmonte o la modificación de dichas condiciones y principios donde es claro que a mayor Mercado, menor Estado, visión que está en contravía del ideario de izquierda, especialmente el que dicen agenciar sindicatos, partidos y movimientos políticos, y hasta las mismas guerrillas colombianas.
Se enuncia que el paramilitarismo sea mirado como un hecho ideológico, económico, social, político y cultural, en la medida en que su conocimiento, comprensión, entronización, prácticas directas e indirectas asociadas a la causa paramilitar, penetración en el Estado y cooptación de instituciones públicas estén soportadas, entre otros factores, en el repudio generalizado que la acción armada de las guerrillas ha generado históricamente en la opinión pública y en sectores influyentes de la sociedad civil colombianas.
Señala también que el histórico rechazo a la acción guerrillera sirvió de puente axiológico para legitimar las acciones de un proyecto neoconservador agenciado y aupado por un conjunto de organizaciones, legales e ilegales, de fuerzas de poder local, regional y nacional -élites económicas y políticas-, como también por actores globales -multinacionales, el sistema financiero nacional e internacional-.
Pero más allá del fenómeno paramilitar y de los ya aceptados patrullajes y acciones conjuntas con el ejército nacional de Colombia y, en general, la connivencia con el grupo armado ilegal , lo que se viene consolidando es un proyecto político neoconservador que guarda estrecha relación con las actividades económicas y los presupuestos ideológicos tanto de las cabezas visibles de la organización paramilitar, como de agentes económicos legales que representan, por ejemplo, a sectores poderosos de la agroindustria, ganaderos, comerciantes y a importantes latifundistas regionales.
En el fenómeno paramilitar confluyen y se consolidan múltiples formas de violencia política y social, así como prácticas de intolerancia ideológica asociadas a la imperiosa necesidad de eliminar contrarios, costumbre que, hace tiempo, sirvió a élites políticas y económicas interesadas en tomarse el control del Estado, para mantener y extender sus proyectos económicos, estableciendo alianzas con grupos al margen de la ley.
Hoy, el paramilitarismo puede entenderse como la plataforma que empezó a consolidar, en algunas regiones del país, una falsa e ilegítima cultura política obligatoria para una porción de población, que se veía atrapada en el inevitable deber de obedecer y participar en los movimientos políticos sobre los cuales élites políticas y económicas edificaron y consolidaron, en la Presidencia y en otras instituciones del Estado, proyectos neoconservadores acordes con las tendencias globalizadoras generadas e impuestas por el gran capital transnacional.
Justamente, en dichas tendencias globalizantes, aparece el consumo, entre otros principios económicos orientadores, como una práctica sociocultural y económica, que sirve para explicar la indisposición -inicial- contra aquellos proyectos políticos -de la izquierda, asociada o no a los grupos armados ilegales que operan en Colombia- que propongan el desmonte o la modificación de dichas condiciones y principios donde es claro que a mayor Mercado, menor Estado, visión que está en contravía del ideario de izquierda, especialmente el que dicen agenciar sindicatos, partidos y movimientos políticos, y hasta las mismas guerrillas colombianas.
1 comentario:
Hola Uribito:
¡Buena tarde!
Me parece que la fuerza estudiantil es básica para cualquier proceso de evolución social. En esos casos, me parece que la división depende del grado en que se encuentre: si es en lo fundamental, es sumamente grave pero, si la división no es sobre lo fundamental, ellas son necesarias para la depuración de los procesos. Para mi la división de la Mane o es sustancial y, por el contrario, creo que dicha organización está fuerte y bien estructurada. Me recuerda el movimiento estudiantil de 1970 (del cual fui parte integrante)
Luis F.
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