YO DIGO SÍ A LA PAZ

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jueves, 1 de marzo de 2012

DERECHO A LA EDUCACIÓN O EL DERECHO A PENSAR UN MUNDO DISTINTO

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo


Pensar y exigir que la educación sea mirada, entendida y asumida como un derecho, implica, en las actuales circunstancias en las que sobrevive el Estado-nación, como metáfora de orden, reconocer la debilidad del Estado colombiano, su precariedad institucional que le impide legitimarse a lo largo y ancho del territorio, pero, sobre todo, reconocer que las dinámicas del mercado y del capital transnacional se erigen hoy como los principales enemigos del bienestar de grandes mayorías en Colombia.

Limitado por el poder económico mundial, concentrado en pocas organizaciones y familias, el Estado colombiano no garantiza los derechos humanos en su generalidad.

En cuanto al derecho a la educación, es posible que la propuesta que salga de la construcción colectiva entre el gobierno de Santos y el movimiento estudiantil, entre otros, vaya en la idea de garantizar una educación que sólo le sirva al mercado. Es decir, una educación pensada para reproducir la pobreza social, económica y cultural de un país violento y excluyente como Colombia.

En Colombia habría que insistir en la educación como derecho realizable y además discutir qué tipo educación necesita el país y no el mercado y los poderes tradicionales, para continuar con la reproducción de las relaciones de poder de un Establecimiento en crisis, así como las viejas formas de dominación y las tradiciones de unas élites conservadoras y premodernas.

La exigencia debe dirigirse a exigir una educación integral, que forme ciudadanos senti-pensantes como decía el profesor Alfredo Correa de Andreís, asesinado por los paramilitares. Ciudadanos capaces de comprender las circunstancias que impone un modelo económico que le pone precio a todo. Un modelo económico que exacerba lo más perverso de una condición humana que ha sido capaz de construir un mundo injusto, capaz de aniquilar los sueños más sublimes.

Hay que exigir, entonces, una educación para la vida democrática, para la discusión simétrica de los asuntos públicos. Necesitamos con urgencia una educación que subordine la racionalidad masculina y permita la construcción de hombres distintos, alejados de la violencia, del maltrato, de la guerra. De igual manera, necesitamos de una educación que ubique a la mujer en una dimensión distinta a la que hoy la tiene sometida la industria del entretenimiento (la publicidad, el discurso mediático), la tradición, y la técnica médica que insiste en crear un mujer para dar sentido a una masculinidad tóxica, como la llama el psicólogo argentino Sergio Sinay, en su libro La masculinidad tóxica, un paradigma que enferma a la sociedad y enferma a las personas (2006).

El lugar de la mujer no puede circunscribirse a la reproducción, a cocinar y atender a los compañeros. No. Es clave que la mujer busque y encuentre un lugar distinto al que la cultura machista le impuso y que hoy hace parte de la tradición. La educación nos debe llevar a todos a reconocer y a aceptar un lugar distinto para lo femenino.

Por lo anterior, es importante reconocer que la educación está en crisis. No sólo porque hoy se le mira como un servicio, sino porque está sometida al discurso tecnócrata.

Dice Martha Nussbaum, que “estamos en medio de una crisis de proporciones gigantescas y de enorme gravedad a nivel mundial. No, no me refiero a la crisis económica global que comenzó a principios del año 2008. Al menos en ese momento, todo el mundo sabía lo que se avecinaba y varios líderes mundiales reaccionaron de inmediato, desesperados por hallar soluciones. En efecto, el desenlace para sus gobiernos sería arduo si no las encontraban, y a la larga muchos de ellos fueron remplazados por causa de la crisis. No, en realidad me refiero a una crisis que pasa prácticamente inadvertida, como un cáncer. Me refiero a una crisis que, con el tiempo, puede llegar a ser mucho más perjudicial para el futuro de la democracia: la crisis mundial en materia de educación”. (Nussbaum, Martha C. Sin fines de lucro, por qué la democracia necesita de las humanidades. Colombia, Discusiones Katz. 2011. p. 19 y 20).

Una educación que, basada en conceptos manidos como el de éxito, crecimiento económico, progreso y enriquecimiento, deviene en una suerte de contenidos al servicio de las mismas racionalidades que hoy tienen a Colombia y al mundo, en una crisis económica y ambiental de enormes proporciones. Una educación que insiste en validar el antropocentrismo y el eurocentrismo, discursos que nos hacen actuar de manera descontextualizada, hasta el punto de invalidar lo nuestro y de querer alcanzar etapas de máximo desarrollo, con altos costos ambientales, culturales y humanos.

Insiste Martha Nussbaum que “la educación nos prepara no sólo para la ciudadanía, sino también para el trabajo y, sobre todo, para darle sentido a nuestra vida. Sería posible dedicarle otro libro entero a la importancia de las artes y las humanidades para alcanzar esos objetivos. No obstante, todas las democracias modernas son sociedades en las que el sentido y el fin último de la vida humana suscitan cierto grado razonable de disenso entre ciudadanos con diferentes opiniones religiosas y seculares, quienes a su vez seguramente consideran que los diversos tipos de educación humanística se adecuan de distintas maneras a sus propios objetivos individuales. Lo que sí suscita mayor consenso es que los jóvenes de todo el mundo, de cualquier país que tenga la suerte de vivir en democracia, deben educarse para ser participantes en una forma de gobierno que requiere que las personas se informen sobre las cuestiones esenciales que deberían tratar, ya sea como votantes o como funcionarios electos o designados… cultivar la capacidad de reflexión y pensamiento crítico es fundamental para mantener a la democracia con vida y en estado de alerta”.

En ese camino, la invitación estimados estudiantes, es que detrás de la exigencia de la educación como derecho, está la imperiosa necesidad de exigirle al Estado y a las universidades, estatales y privadas, una educación que permita redimensionar la vida humana en sociedad. Una educación que permita cambiar de manera sustancial las circunstancias que hoy tienen a Colombia y al mundo, sumido no sólo en una crisis económica, cultural y ambiental, sino en una de mayor calado: una crisis que toca el sentido de la existencia.

Aceptar que nos miren como ciudadanos-clientes, es asumir un rol políticamente incorrecto y un papel de meros consumidores de servicios. Es facilitarle la tarea a quienes insisten en poner, por encima de la condición de ciudadano, las profesiones y los oficios, cuando lo que se necesita es que actuemos desde una ciudadanía que reclama, que exige, que se moviliza, que aprende y comprende qué es lo que pasa hoy en Colombia y en el mundo y asume el reto de proponer cambios que modifiquen este gris contexto en el que hoy sobrevivimos.

Así las cosas, exijamos que la educación sea mirada como un derecho, pero también exijamos que esta no siga puesta al servicio de la tecnocracia. El reto es para ustedes, estimados estudiantes. Pueden empezar por mirarse y valorarse como ciudadanos, dejando a un lado el limitante rol que van dejando las profesiones. Luchen, entonces, por el derecho a pensar un mundo distinto, a través de la educación.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Uribiño:



¡Buen día!



No olvides que la educación es un instrumento de catequización y de alienación, cuando se pone al servicio de intereses particulares y partidistas. Lo que hay es que formar para la ciudadanía y para vivir la vida en comunidad, lo cual hace que el sistema no alcance la solidez que lo permée de las ideologías.



Luis F.

Anónimo dijo...

Uribiño:



¡Buen día!



No olvides que la educación es un instrumento de catequización y de alienación, cuando se pone al servicio de intereses particulares y partidistas. Lo que hay es que formar para la ciudadanía y para vivir la vida en comunidad, lo cual hace que el sistema no alcance la solidez que lo permée de las ideologías.



Luis F.