YO DIGO SÍ A LA PAZ

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jueves, 12 de marzo de 2015

EL LUGAR DE LA MUJER

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

El rol de la mujer, en una sociedad patriarcal, machista y premorderna como la colombiana, suele estar supeditado casi, exclusivamente, a la reproducción. Por ese camino, la mujer  termina sometida al hombre y a la sociedad que le exige, además de trabajar, estudiar y capacitarse, cumplir con el rol de madre.

Esa suerte de “designio divino”, suele entronizarse a través de varios discursos hegemónicos y hegemonizantes: el de la Iglesia Católica, el de la publicidad sexista y por supuesto, el que a diario la sociedad exhibe a través de diversas prácticas y relatos.

La familia, por ejemplo, es un agente social que ejerce una fuerte presión sobre la mujer, especialmente en cuanto a la obligación de reproducirse,  para “cumplir” con el mandato divino y/o el referente de  felicidad, asociado a tener hijos, que la sociedad impuso.

Así entonces, la dominación sobre la mujer y lo femenino empieza por el cuerpo. Un cuerpo que es deseado para satisfacer las necesidades sexuales del hombre, los intereses publicitarios que la reducen a un objeto de deseo, que se adquiere con facilidad y además, cumplir con la tarea natural de reproducirse.

Pensada desde la lógica de un mundo masculino, la mujer deambula, con su cuerpo, por los caminos que la sociedad machista, patriarcal y violenta le traza, para asegurar la función divina de mantener la presencia de la especie humana, a través de la reproducción.

Insistir en imponer a la mujer la tarea de reproducirse para mantener la especie, es una forma de violencia simbólica que no todas las mujeres están en la capacidad de reconocer. Y es allí, en donde fallan la escuela, la familia, la Iglesia Católica y cuanto agente social que exhiba interés por la suerte de la mujer.

Para contrarrestar esas circunstancias, la mujer cuenta hoy con agentes sociales que insisten en “empoderarla” para que maneje su cuerpo de acuerdo con su voluntad, intereses, preferencias y un propio proyecto de vida. A pesar de ello, continúan los casos de sometimiento de la mujer y de lo femenino, a las “necesidades” del proyecto humano y de la cultura machista imperante.

Con el siguiente ejemplo, pretendo mostrar que hay agentes sociales que parecen convalidar las acciones de sometimiento de lo femenino, a la “causa” patriarcal, que no es más que el correlato del discurso divino que le impuso a la mujer un solo destino.

Una mujer que vive en condiciones sociales y económicas precarias, se convierte siete veces en madre. Esa madre tiene Sisbén. Su compañero se rebusca en la calle. La mujer, entonces, está “condenada” a criar los muchachos. Lo más probable es que la vida se le vaya en eso.

Pregunto: ¿el médico, o los médicos que la atendieron y que conocieron sus precarias condiciones socioeconómicas, intentaron hacer algo para “guiar” a esa mujer, para que pensara por un momento en lo que significaba tener ese número de hijos? Muchos dirán que es libre la elección de cuántos hijos tener y por ello, es inaceptable cualquier sugerencia o recomendación de un tercero, en aras de modificar en algo lo que para ese mujer es “su” plan de vida. 

Creo, por el contrario, que el sistema de salud y sus operadores, tienen la obligación de confrontar a esa mujer, desde el primer momento en el que se convirtió en madre. A partir de un diálogo respetuoso, los operadores del sistema de salud deben intentar reconocer el lugar que esa mujer se da o tiene dentro de la sociedad. Se trata de hacer todo tipo de valoraciones  cognitivas, económicas, físicas, socioculturales y psicológicas, que permitan a los especialistas, reconocer el lugar que esa mujer se da, o el que la sociedad y sus particulares circunstancias le impusieron.

Creo, entonces, que el verdadero empoderamiento de la mujer está en tener el control absoluto de su cuerpo y a partir de allí, que actúe con total autonomía para decidir, con criterio, el número de hijos que  desea tener. Para ello, es urgente que esa mujer conozca otras formas posibles de lograr la felicidad o, sin que ésta esté atada, exclusivamente, a la reproducción.

Resulta a todas luces inaceptable que hoy la sociedad, la Iglesia Católica, la familia, la publicidad y la escuela, entre otros agentes socializadores, insistan en “programar” la vida de la mujer, sin contar con su decisión y aspiraciones.

El discurso feminista debe emprender la urgente tarea de empoderar a la mujer colombiana, para que confronte su realidad, el proyecto de vida individual  y las circunstancias individuales y contextuales, para tomar decisiones alejadas del designio divino que las obliga a ser madre, cuantas veces lo desee la pareja.


Hacia allá debe apuntar el discurso feminista, especialmente, abriendo el debate sobre un urgente auto control de la natalidad, dadas los efectos que viene dejando la huella de un descontrolado proyecto humano, que deviene, de tiempo atrás, ambientalmente insostenible.

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