YO DIGO SÍ A LA PAZ

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viernes, 8 de mayo de 2015

PERIODISMO LASTIMERO

Cuando el periodista admira o siente un desmesurado respeto por una fuente, allí muere el reportero y nace un estafeta.


Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo


Es difícil no sentir dolor, desprecio y pesar, por los horrores que produce la guerra. Ante hechos como los acaecidos recientemente en el Cauca, las audiencias y los ciudadanos en general, repudiaron el golpe de mano dado por las Farc, que dejó 11 muertos y otros tantos soldados heridos; esos mismos ciudadanos y audiencias, no comprenden cómo se puede dialogar y hablar de paz, en medio de las hostilidades. Eso sí, poco han hecho las Farc y el Gobierno, y los medios masivos, para hacer pedagogía, en aras de lo que significa y del porqué, se decidió dialogar en medio de la guerra.

Los arreglos florales dejados en unidades militares, como símbolo de apoyo, y las voces que reclamaron justicia pronta, e incluso, el rompimiento de los diálogos de paz, resultaron de la presión ejercida por los medios masivos, a través de tratamientos noticiosos lastimeros, ideologizados, tendenciosos y descontextualizados. Hace pocas horas se conoció el caso del cabo del Ejército, Ávila Romero, quien perdió las piernas al pisar una mina antipersonal, que al parecer sembró el ELN, en un lugar en donde se construiría una escuela. El Tiempo[1] señala que el suboficial participaba de actividades de desactivación del artefacto, cuando se produjo la explosión.

Nuevamente apareció ese periodismo lastimero, afligido y quejumbroso, en voces de presentadoras y conductoras de noticieros de radio y televisión, que dramatizan los hechos de tal forma, que parecen más actrices principiantes, que periodistas formadas y entrenadas para cubrir un conflicto en el que los actores armados, legales e ilegales, operan, motivados más por sentimientos de venganza, que por los objetivos político-militares que cada uno exhibe para justificar su existencia.

Los periodistas deben estar preparados para registrar hechos sangrientos como los señalados, en tanto son el resultado de un conflicto degradado. Dejarse llevar por los sentimientos de dolor y el desprecio natural que se pueda sentir hacia quien comete la acción bélica o provoca el error del enemigo, inhabilita al periodista para el cubrimiento de esos hechos de guerra. Por ello, señalo que periodistas sin contexto, sin antecedentes, sin criterio y sujetos al 'síndrome de la chiva', no son aptos para cubrir los hechos propios de un conflicto armado y un delicado y complejo proceso de paz, como el que se adelanta en La Habana.

Cuando las presentadoras(es) y conductoras(es) de radio y televisión, cubren esos hechos bélicos, con actos de habla y expresiones corporales (muecas) que encajan perfectamente en una especie de teatralización de esos hechos, entonces, dejan de ser periodistas, para convertirse en voceadoras y voceras de un dolor inexplicable, de un acto barbárico  e inhumano, cuando, y por el contrario, estamos ante la expresión racional de agentes y actores que hacen parte de esa perversa condición humana. De esta forma, los periodistas descontextualizan los propios hechos y hacen que el periodismo pierda la esencia de informar y de confrontar al poder, para hacer parte de las artes dramáticas. Sin duda, toda una perversión del oficio. Decía Kapuscinski  que  El deber de un periodista es informar, informar de manera que ayude a la humanidad y no fomentando el odio o la arrogancia. La noticia debe servir para aumentar el conocimiento del otro, el respeto del otro[2]

Entonces, flaco favor le vienen haciendo al proceso de paz, los medios y los periodistas que han dedicado horas de transmisión y tinta en los periódicos, al registro de unos hechos que, por más dolorosos y repudiables que resulten, siempre deben ser ubicados, leídos y comprendidos, en el contexto de un degradado y sucio conflicto armado interno como el colombiano.

Lejos está el periodismo, pero al parecer no algunas periodistas, de hacer parte de las artes escénicas. Los hechos de guerra, en sí mismos, ya devienen dramáticos. De allí que estos no necesiten que presentadoras de televisión de manera intencionada, teatralicen los hechos y por esa vía, reduzcan el discurso periodístico-noticioso, a una letanía que poco aporta a la comprensión de las dinámicas del conflicto armado interno. Esa misma sarta de adoloridas opiniones, contorsiones y muecas, termina por excitar y estimular  los odios y de enceguecer a las audiencias para que sigan creyendo que las guerrillas son el único problema del país.

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