Cuando el periodista
admira o siente un desmesurado respeto por una fuente, allí muere el reportero
y nace un estafeta.
Por
Germán Ayala Osorio, comunicador social
y politólogo
Es
difícil no sentir dolor, desprecio y pesar, por los horrores que produce la
guerra. Ante hechos como los acaecidos recientemente en el Cauca, las
audiencias y los ciudadanos en general, repudiaron el golpe de mano dado por las Farc, que dejó 11 muertos y otros tantos
soldados heridos; esos mismos ciudadanos y audiencias, no comprenden cómo se
puede dialogar y hablar de paz, en medio de las hostilidades. Eso sí, poco han
hecho las Farc y el Gobierno, y los medios masivos, para hacer pedagogía, en
aras de lo que significa y del porqué, se decidió dialogar en medio de la
guerra.
Los
arreglos florales dejados en unidades militares, como símbolo de apoyo, y las voces
que reclamaron justicia pronta, e incluso, el rompimiento de los diálogos de
paz, resultaron de la presión ejercida por los medios masivos, a través de tratamientos
noticiosos lastimeros, ideologizados, tendenciosos y descontextualizados. Hace
pocas horas se conoció el caso del cabo del Ejército, Ávila Romero, quien
perdió las piernas al pisar una mina antipersonal, que al parecer sembró el ELN,
en un lugar en donde se construiría una escuela. El Tiempo[1]
señala que el suboficial participaba de actividades de desactivación del
artefacto, cuando se produjo la explosión.
Nuevamente
apareció ese periodismo lastimero, afligido y quejumbroso, en voces de
presentadoras y conductoras de noticieros de radio y televisión, que dramatizan
los hechos de tal forma, que parecen más actrices principiantes, que periodistas
formadas y entrenadas para cubrir un conflicto en el que los actores armados,
legales e ilegales, operan, motivados más por sentimientos de venganza, que por
los objetivos político-militares que cada uno exhibe para justificar su
existencia.
Los
periodistas deben estar preparados para registrar hechos sangrientos como los
señalados, en tanto son el resultado de un conflicto degradado. Dejarse llevar
por los sentimientos de dolor y el desprecio natural que se pueda sentir hacia
quien comete la acción bélica o provoca el error del enemigo, inhabilita al
periodista para el cubrimiento de esos hechos de guerra. Por ello, señalo que periodistas
sin contexto, sin antecedentes, sin criterio y sujetos al 'síndrome de la
chiva', no son aptos para cubrir los hechos propios de un conflicto armado y un
delicado y complejo proceso de paz, como el que se adelanta en La Habana.
Cuando
las presentadoras(es) y conductoras(es) de radio y televisión, cubren esos
hechos bélicos, con actos de habla y expresiones corporales (muecas) que
encajan perfectamente en una especie de teatralización
de esos hechos, entonces, dejan de ser periodistas, para convertirse en
voceadoras y voceras de un dolor inexplicable, de un acto barbárico e inhumano, cuando, y por el contrario,
estamos ante la expresión racional de agentes y actores que hacen parte de esa
perversa condición humana. De esta forma, los periodistas descontextualizan los
propios hechos y hacen que el periodismo pierda la esencia de informar y de
confrontar al poder, para hacer parte de las artes dramáticas. Sin duda, toda
una perversión del oficio. Decía Kapuscinski que “El deber de un periodista es informar, informar de
manera que ayude a la humanidad y no fomentando el odio o la arrogancia. La
noticia debe servir para aumentar el conocimiento del otro, el respeto del otro…[2]”
Entonces,
flaco favor le vienen haciendo al proceso de paz, los medios y los periodistas
que han dedicado horas de transmisión y tinta en los periódicos, al registro de
unos hechos que, por más dolorosos y repudiables que resulten, siempre deben
ser ubicados, leídos y comprendidos, en el contexto de un degradado y sucio
conflicto armado interno como el colombiano.
Lejos
está el periodismo, pero al parecer no algunas periodistas, de hacer parte de
las artes escénicas. Los hechos de guerra, en sí mismos, ya devienen
dramáticos. De allí que estos no necesiten que presentadoras de televisión de
manera intencionada, teatralicen los hechos
y por esa vía, reduzcan el discurso periodístico-noticioso, a una letanía que
poco aporta a la comprensión de las dinámicas del conflicto armado interno. Esa
misma sarta de adoloridas opiniones, contorsiones y muecas, termina por excitar
y estimular los odios y de enceguecer a
las audiencias para que sigan creyendo que las guerrillas son el único problema
del país.
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