Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
El discurso y las imágenes que
sobre la paz exhibe el Gobierno de Santos, corresponden más a una idea
romántica que, en lugar de convocar a las grandes mayorías, termina
confundiendo y generando falsas expectativas en torno de un asunto que abriga
una insoslayable complejidad.
En reiteradas ocasiones, el
Presidente Santos se ha referido a la paz, dejando la sensación de que para él,
es un asunto y un concepto que se agotan con la firma del fin del conflicto
armado. El hecho de que Santos exhiba en su ropa la representación gráfica de
una paloma blanca, como símbolo de paz, reduce la discusión profunda y compleja
que acompaña la construcción de la paz, en términos de garantizar convivencia y
niveles óptimos de certidumbre, así como superar las circunstancias
estructurales que motivaron el conflicto armado interno y consolidar procesos
civilizatorios, en aras de minimizar al máximo, el riesgo de vivir juntos, en
un país biodiverso culturalmente, pero que arrastra una historia de exclusiones
por cuestiones étnicas, ideológicas, políticas y religiosas, entre otras.
La misma reelección de Santos se
fundó sobre una idea de paz, en
contraposición a la guerra. Esa idea de paz del jefe del Estado, recogida sin
mayor discusión por los medios masivos, viene vaciando de sentido el concepto
de paz y reduciendo esa idea a una actitud sensiblera que expresa las buenas
intenciones del Presidente de alcanzar lo que, según él, es el anhelo de todos
los colombianos.
El hecho de que haya consenso
alrededor de la existencia del conflicto armado interno, no asegura que sus
expresiones, intensidad y dinámicas, sean homogéneas. Por el contrario, el
conflicto armado no solo no abarca todo el territorio nacional, sino que en
disímiles territorios, la comprensión del mismo es variada. De esta forma, variadas
son las ideas que surgen en torno de la paz, en el contexto de un conflicto cuyas
manifestaciones no son uniformes.
Por ejemplo, la paz imaginada por
campesinos, indígenas y afros que viven en territorios rurales y bajo sus
propios proyectos y planes de vida, no tiene porqué coincidir con la idea que
tienen de paz en Bogotá, las élites de poder económico, militar y político;
para los primeros, muy seguramente, la paz está asociada a la disminución del
riesgo de morir por los efectos colaterales que producen los enfrentamientos, o
de sufrir el desplazamiento y los daños identitarios que ciertas dinámicas del
conflicto les producen al interior de sus comunidades; por el contrario, para
los segundos, la paz guarda relación con la posibilidad de consolidar el
proyecto de país en el que esas élites creen y sobre el que han hecho ingentes
esfuerzos por mantener y consolidar, a pesar de que no recoge el sentir de las
amplias mayorías.
Así las cosas, hay diversas
concepciones, ideas y representaciones en torno a la paz, es decir, habría
tantas “paces”, como piedras en un río. En ese orden de ideas, la paz de La
Habana, de la que habla Santos, es de un tipo y la de las propias Farc, de otro
muy distinto. Y las coincidencias que resulten en torno de ella, no
necesariamente terminará en un proceso consensuado alrededor de cómo avanzar
hacia su consolidación.
Por la apuesta que hay de país,
en el Plan Nacional de Desarrollo (2014-2018), por el afianzamiento del modelo
neoliberal, la extranjerización de la tierra y por la polarización ideológica
que el proceso de La Habana genera en ciudades capitales, entre otras
circunstancias, pensaría que la paz de la que se habla en Cuba, tiene un
carácter meramente económico. Esto es, una paz económica a la medida de las
multinacionales y empresas nacionales interesadas en que el Estado, en lo
consecutivo, les garantice condiciones normales para operar, sobre la base de
un modelo de desarrollo extractivo.
Claro que esa paz económica tiene
un anclaje político. Pero es una paz económica fundada y soportada en el
descentramiento de la política, lo que significa que las decisiones de carácter
político quedan supeditadas a los intereses financieros y económicos de las
empresas nacionales y extranjeras interesadas en explotar los recursos de la
biodiversidad, en condiciones óptimas de orden público (seguridad).
De otro lado, está la idea de paz
que defienden los medios masivos y los militares. Los primeros, plegados a la
tradición y al Establecimiento, exponen una idea de paz, asociada a la
desaparición de los atentados, de las tomas de pueblos y bases policiales y
militares, es decir, al fin, de lo que ellos llaman, terrorismo. Es probable,
que esas empresas mediáticas, acostumbradas a cubrir los hechos de guerra y
procesos de paz, terminen por extrañar la existencia del conflicto, pues ello
pondría en crisis sus agendas informativas, plegadas de tiempo atrás a los que
dicen las fuentes oficiales, en especial, la fuente castrense. Desde esta perspectiva,
podrían explicarse las posturas políticas y editoriales que varios medios han
adoptado, con la idea de torpedear y desequilibrar el proceso de
negociación de La Habana. Me refiero
especialmente a los tratamientos ligeros, irresponsables y lastimeros que viene haciendo el Noticiero
RCN, desde que llegó a su dirección, la periodista Claudia Gurisatti.
Por su parte, los militares,
defienden una idea de paz que hace caer a los generales y a sus voceros, en
fuertes contradicciones. De un lado, se sienten cómodos con la existencia de un
conflicto, en la medida en que mantienen y extienden el poder social y el
manejo, sin control, de un no despreciable presupuesto. No podemos descartar que
un importante número de militares se sientan cómodos con el proceso de
heroización, que les asegura un lugar social y político privilegiado, gracias,
en parte, a los tratamientos noticiosos ideologizados que vienen haciendo los
grandes medios de comunicación. Del otro
lado, buscan, con la firma de la paz, que el enemigo interno no los golpee,
pero se preocupan, por el devenir de una fuerza que quedaría ociosa, pues su
alter-ego desaparecería, lo que haría tambalear el lugar social conquistado
gracias a la guerra.
Así las cosas, mientras que el
Gobierno no estructure un proyecto pedagógico en torno a una idea de paz que
devenga universal, esto es, que recoja las realidades, el sentir y los deseos
de comunidades y pueblos rurales y urbanos, todas las disímiles ideas y
concepciones de paz, terminarán haciendo ruido y afectando la legitimidad del
proceso de La Habana.
Dicho proyecto pedagógico, deberá
ser aplicable y reconocido en todos los territorios en donde la autoridad, legitimidad y
presencia del Estado, sigue siendo relativa o nula. De esa forma, se logrará
universalizar una idea de paz, asociada a la urgente necesidad de revisar,
críticamente, un orden social, cultural, político y económico, claramente
injusto, inviable por momentos, premoderno, violento y profundamente
deshumanizado.
Imagen tomada de eltiempo.com
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