YO DIGO SÍ A LA PAZ

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jueves, 7 de mayo de 2015

DISQUISICIONES EN TORNO A LA PAZ

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

El discurso y las imágenes que sobre la paz exhibe el Gobierno de Santos, corresponden más a una idea romántica que, en lugar de convocar a las grandes mayorías, termina confundiendo y generando falsas expectativas en torno de un asunto que abriga una insoslayable complejidad.

En reiteradas ocasiones, el Presidente Santos se ha referido a la paz, dejando la sensación de que para él, es un asunto y un concepto que se agotan con la firma del fin del conflicto armado. El hecho de que Santos exhiba en su ropa la representación gráfica de una paloma blanca, como símbolo de paz, reduce la discusión profunda y compleja que acompaña la construcción de la paz, en términos de garantizar convivencia y niveles óptimos de certidumbre, así como superar las circunstancias estructurales que motivaron el conflicto armado interno y consolidar procesos civilizatorios, en aras de minimizar al máximo, el riesgo de vivir juntos, en un país biodiverso culturalmente, pero que arrastra una historia de exclusiones por cuestiones étnicas, ideológicas, políticas y religiosas, entre otras.

La misma reelección de Santos se fundó sobre una idea de paz,  en contraposición a la guerra. Esa idea de paz del jefe del Estado, recogida sin mayor discusión por los medios masivos, viene vaciando de sentido el concepto de paz y reduciendo esa idea a una actitud sensiblera que expresa las buenas intenciones del Presidente de alcanzar lo que, según él, es el anhelo de todos los colombianos.

El hecho de que haya consenso alrededor de la existencia del conflicto armado interno, no asegura que sus expresiones, intensidad y dinámicas, sean homogéneas. Por el contrario, el conflicto armado no solo no abarca todo el territorio nacional, sino que en disímiles territorios, la comprensión del mismo es variada. De esta forma, variadas son las ideas que surgen en torno de la paz, en el contexto de un conflicto cuyas manifestaciones no son uniformes.

Por ejemplo, la paz imaginada por campesinos, indígenas y afros que viven en territorios rurales y bajo sus propios proyectos y planes de vida, no tiene porqué coincidir con la idea que tienen de paz en Bogotá, las élites de poder económico, militar y político; para los primeros, muy seguramente, la paz está asociada a la disminución del riesgo de morir por los efectos colaterales que producen los enfrentamientos, o de sufrir el desplazamiento y los daños identitarios que ciertas dinámicas del conflicto les producen al interior de sus comunidades; por el contrario, para los segundos, la paz guarda relación con la posibilidad de consolidar el proyecto de país en el que esas élites creen y sobre el que han hecho ingentes esfuerzos por mantener y consolidar, a pesar de que no recoge el sentir de las amplias mayorías.

Así las cosas, hay diversas concepciones, ideas y representaciones en torno a la paz, es decir, habría tantas “paces”, como piedras en un río. En ese orden de ideas, la paz de La Habana, de la que habla Santos, es de un tipo y la de las propias Farc, de otro muy distinto. Y las coincidencias que resulten en torno de ella, no necesariamente terminará en un proceso consensuado alrededor de cómo avanzar hacia su consolidación.

Por la apuesta que hay de país, en el Plan Nacional de Desarrollo (2014-2018), por el afianzamiento del modelo neoliberal, la extranjerización de la tierra y por la polarización ideológica que el proceso de La Habana genera en ciudades capitales, entre otras circunstancias, pensaría que la paz de la que se habla en Cuba, tiene un carácter meramente económico. Esto es, una paz económica a la medida de las multinacionales y empresas nacionales interesadas en que el Estado, en lo consecutivo, les garantice condiciones normales para operar, sobre la base de un modelo de desarrollo extractivo.

Claro que esa paz económica tiene un anclaje político. Pero es una paz económica fundada y soportada en el descentramiento de la política, lo que significa que las decisiones de carácter político quedan supeditadas a los intereses financieros y económicos de las empresas nacionales y extranjeras interesadas en explotar los recursos de la biodiversidad, en condiciones óptimas de orden público (seguridad).

De otro lado, está la idea de paz que defienden los medios masivos y los militares. Los primeros, plegados a la tradición y al Establecimiento, exponen una idea de paz, asociada a la desaparición de los atentados, de las tomas de pueblos y bases policiales y militares, es decir, al fin, de lo que ellos llaman, terrorismo. Es probable, que esas empresas mediáticas, acostumbradas a cubrir los hechos de guerra y procesos de paz, terminen por extrañar la existencia del conflicto, pues ello pondría en crisis sus agendas informativas, plegadas de tiempo atrás a los que dicen las fuentes oficiales, en especial,  la fuente castrense. Desde esta perspectiva, podrían explicarse las posturas políticas y editoriales que varios medios han adoptado, con la idea de torpedear y desequilibrar el proceso de negociación  de La Habana. Me refiero especialmente a los tratamientos ligeros, irresponsables  y lastimeros que viene haciendo el Noticiero RCN, desde que llegó a su dirección, la periodista Claudia Gurisatti.

Por su parte, los militares, defienden una idea de paz que hace caer a los generales y a sus voceros, en fuertes contradicciones. De un lado, se sienten cómodos con la existencia de un conflicto, en la medida en que mantienen y extienden el poder social y el manejo, sin control, de un no despreciable presupuesto. No podemos descartar que un importante número de militares se sientan cómodos con el proceso de heroización, que les asegura un lugar social y político privilegiado, gracias, en parte, a los tratamientos noticiosos ideologizados que vienen haciendo los grandes medios de comunicación.  Del otro lado, buscan, con la firma de la paz, que el enemigo interno no los golpee, pero se preocupan, por el devenir de una fuerza que quedaría ociosa, pues su alter-ego desaparecería, lo que haría tambalear el lugar social conquistado gracias a la guerra.

Así las cosas, mientras que el Gobierno no estructure un proyecto pedagógico en torno a una idea de paz que devenga universal, esto es, que recoja las realidades, el sentir y los deseos de comunidades y pueblos rurales y urbanos, todas las disímiles ideas y concepciones de paz, terminarán haciendo ruido y afectando la legitimidad del proceso de La Habana.


Dicho proyecto pedagógico, deberá ser aplicable y reconocido en todos los territorios  en donde la autoridad, legitimidad y presencia del Estado, sigue siendo relativa o nula. De esa forma, se logrará universalizar una idea de paz, asociada a la urgente necesidad de revisar, críticamente, un orden social, cultural, político y económico, claramente injusto, inviable por momentos, premoderno, violento y profundamente deshumanizado.

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Imagen tomada de eltiempo.com

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