Un ex presidente no es más que un testigo protegido de las redes de
corrupción.
Por Germán Ayala Osorio, comunicador
social y politólogo
No
debería de causar revuelo y mucho menos generar polémica que la Fiscalía o
cualquier otra instancia competente, ordene investigar o compulse copias para
que se indague la conducta de Presidentes o de ex Presidentes.
Más
allá de la reciente petición a la Corte Suprema de Justicia para que investigue
a Uribe Vélez por su posible participación, directa o indirecta en la masacre
de El Aro, cuando fungía como Gobernador de Antioquia; y también más allá de
los reales alcances que tendrá la Jurisdicción Especial de Paz acordada en La
Habana para juzgar o no a ex presidentes colombianos, procesar y condenar a uno
o a varios ex presidentes de este país debe verse como un acto de madurez
política, jurídica y social.
En
el contexto de un conflicto armado degradado, en el que los Presidentes fungen
como Jefes de Estado, de Gobierno y además como Comandantes Supremos de las
Fuerzas Armadas, las mayores responsabilidades sobre lo acontecido en ese
complejo escenario de guerra interna deben recaer en estos altos funcionarios. Así
entonces, son responsables, por acción u omisión por todo lo acontecido en
materia de orden público: masacres, desplazamientos y desapariciones forzadas,
entre otros delitos cometidos por miembros de la Fuerza Pública, que bajo sus
órdenes, participaron de la comisión de esas conductas punibles.
En
estos 51 años de guerra todos los Presidentes colombianos deberían ser
investigados, procesados y juzgados por las decisiones tomadas como comandantes
supremos de las fuerzas armadas y como responsables del orden público. Los
horrores vividos durante este largo y degradado conflicto armado interno están
soportados y fueron orientados desde instancias de poder político. Eso no se
puede negar.
Se
equivocan quienes entienden la posibilidad de juzgar a ex presidentes como
actos de retaliación política que amenazarían el orden jurídico y político y
nos llevaría a una sin salida. Se trata de miedos infundados por esas fuerzas
que defienden el Establecimiento y sus acciones proclives a mantener
privilegios de clase.
Por
el contrario, una sociedad como la colombiana, escindida en clases sociales,
carente de referentes éticos y morales y con enormes dificultades para
consolidar procesos civilizatorios que coadyuven a aceptar las normas y
aprender a resolver los conflictos de manera civilizada, necesita asistir a ese
tipo de eventos sociales y políticos. Resultaría ejemplarizante social,
cultural, jurídica y políticamente, ver caer a un Presidente en ejercicio por
probados hechos de corrupción o por su participación en hechos punibles y
execrables como los falsos positivos.
Quizás,
con el procesamiento, juzgamiento y encarcelamiento de ex jefes de Estado, los
colombianos puedan empezar a transformar las lógicas con las que asumen el
sentido de lo público, el papel del Estado y los proyectos políticos,
económicos y sociales que los Presidentes ejecutan, no siempre basados en los
intereses de las grandes mayorías.
Es
claro que quienes han llegado al Solio de Bolívar no lo han hecho con el
objetivo de consolidar el Estado como un orden justo y como referente de
moralidad pública y con la idea de ampliar y profundizar la democracia y muchos
menos, de apuntalar un proyecto de nación que dé cabida a indígenas, afros y
campesinos, etnias y comunidades tradicionalmente excluidas por los intereses
citadinos desde los cuales los Presidentes colombianos han actuado.
Debemos,
como sociedad, empezar a desmitificar la figura presidencial y por esa vía,
otorgarle social, política y jurídicamente responsabilidades que no pueden
quedar soslayadas por el fuero presidencial. Esta figura de protección debe
desaparecer, para que reine, entonces, el sentido de responsabilidad de quienes
deciden proponer sus nombres para llegar a manejar el Estado y claro está, para
quienes deciden apoyarlos económica y electoralmente.
Resulta
inaceptable que la clase dirigente, empresarial, militar, la élite y la
burguesía sigan llevando a la Presidencia a una serie de monigotes que solo
gobiernan o mandan para mantener en inmejorables condiciones económicas a
quienes hacen parte fundamental de este funesto Establecimiento.
Quienes
apoyamos el juzgamiento de presidentes en ejercicio y de ex presidentes, lo
hacemos porque estamos seguros de que la figura presidencial ha sido irrespetada
por grupos de poder que han puesto en el Solio de Bolívar a sus marionetas para
que estas les ayuden a consolidar los procesos de penetración, cooptación y captura
del Estado y por esa vía, mantener sus privilegios de clase.
Adenda:
Guatemala acaba de dar muestra de madurez política, social y jurídica al
retirarle el fuero presidencial al corrupto presidente, Otto
Pérez Molina.
Imagen tomada de www.elespectador.com
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