Periodistas
sin contexto, sin antecedentes, sin criterio y sujetos al 'síndrome de la
chiva', no son aptos para cubrir un proceso de paz.
Cuando nos demos cuenta de
los daños que deja el periodismo oficialista, entonces habremos comprendido las
relaciones entre prensa y poder.
Concibo
al periodista como un intelectual. Aquel que se apega a la técnica del oficio,
jamás lo será.
Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
En 1998 nacieron los canales y
los noticieros privados RCN y Caracol. Un acontecimiento mediático, social,
cultural y político que la sociedad de ese momento no dimensionó y mucho menos, llegó a imaginar los nocivos efectos que dejarían, años después, en las audiencias
y en particular en la opinión pública que sigue con especial interés asuntos
públicos.
Justamente allí, en la generación
de estados de opinión pública, dichos noticieros de televisión empobrecieron la
mirada de cientos de miles de ciudadanos que siguieron y siguen aún sus
emisiones: muy poca capacidad de análisis hoy tienen millones de colombianos
por culpa, en parte, de unos noticieros que apegados a las fuentes oficiales y
cooptados por el poder económico, continuaron registrando los hechos del
conflicto armado interno desde esa mirada moralizante[1] que
reduce un complejo entramado de problemas a la dicotomía entre Buenos y Malos.
Con muy pocos elementos de
análisis y criterio, la opinión pública localizada en las grandes ciudades
debió enfrentar semejante unanimismo, de allí la dificultad para que esa misma
opinión pública pudiera reconstruir críticamente los hechos noticiosos con los
cuales se inoculó una sola verdad alrededor, por ejemplo, de lo que venía
sucediendo con el conflicto armado interno[2]: no había conflicto, había amenaza terrorista.
Hoy, años después, el país parece
no darse cuenta que sobre esos dos aparatos de propaganda, información y
homogeneización cultural, recaerán los procesos de cambio cultural que
demandará la implementación de los acuerdos de La Habana en escenarios de
posacuerdos y ojalá, de posconflicto[3]. Serán
los llamados a hacer pedagogía para la paz y de invitar a los colombianos a
pasar la página de la guerra interna, para ambientar un escenario generalizado
de paz y reconciliación. Un reto mayúsculo que exigirá cambios en las maneras
como vienen informado dichos medios y también, una revisión profunda de los
criterios con los que se viene produciendo esa oferta cultural de novelas, periodísticos y
seriados.
No creo que dichos canales de televisión
y sus noticieros estén preparados para asumir los retos que el posconflicto
requiere para consolidar una paz estable
y duradera. Y no lo están porque quienes sostienen económicamente a estos
poderosos canales y noticieros de televisión, hacen parte de ese viejo
Establecimiento que aún se muestra reticente a aceptar que la máxima
responsabilidad de lo acontecido en Colombia en razón del conflicto armado
interno y las condiciones de miseria y exclusión, recae en las equivocaciones, en la torpeza y mezquindad de una clase política, militar, dirigente y
empresarial que jamás supo orientar los destinos de una Nación biodiversa en lo
ambiental y cultural.
Asumidas como verdaderas armas de
dominación cultural, los medios masivos y los canales privados RCN y Caracol se
erigen hoy como los grandes obstáculos para que las audiencias y en general el
pueblo colombiano entiendan la dimensión de los acuerdos a los que han llegado
las partes que negocian el fin del conflicto armado interno[4] en La
Habana, Cuba.
Y aunque sobre los canales e
informativos RCN y Caracol recaen señalamientos por el empobrecimiento de una
sociedad que validó el paramilitarismo y
ese generalizado ethos mafioso con el cual hacemos transacciones y nos
relacionamos con el Estado y entre nosotros mismos, hay que decir que sobre el
Canal RCN se posan las mayores críticas de sectores sociales que poco a poco
advierten que la política editorial de Noticias RCN está pensada para polarizar
aún más a los colombianos, para engañar a las audiencias, para desinformar e
insistir en viejos miedos con los cuales fue posible que el moralizante
discurso de la seguridad democrática se posicionara como razón de Estado y con
ella se justificara la violación de los derechos humanos, la persecución y la
estigmatización de todos aquellos que pensaran diferente frente a ese forzoso
unanimismo[5]
mediático, político y social que logró consolidar Uribe Vélez a partir de la
cooptación de estos dos noticieros.
Convertidos en actores políticos,
los mencionados noticieros serán responsables de lo que suceda en adelante en
lo que tiene que ver con la reconciliación entre los colombianos y el tipo de
vigilancia que se espera que el periodismo ejerza sobre las maneras y las
formas como se dará la implementación de lo acordado en La Habana entre las
Farc y el Gobierno de Santos.
Asuntos como la reintegración
social de los desmovilizados de las Farc, el respeto por las decisiones
administrativas y presupuestales que se tomarán en perspectiva de paz
territorial y el desmonte efectivo del paramilitarismo, entre otros asuntos,
exigirán del periodismo colombiano, en particular del televisivo, un ejercicio
informativo responsable y ético, alejado de los intereses económicos y
políticos que están detrás de los Canales Privados, en especial aquellos que
hacen posible que RCN se mantenga al aire.
En los cambios institucionales
que el país requiere para hacer efectivos los acuerdos de La Habana, es urgente
que se asegure en el mediano plazo pluralidad informativa. Es inaceptable que
hoy cerca de 30 millones de colombianos solo se informen y se entretengan con
la oferta informativa y la producción televisiva de los dos mencionados canales
privados. Esta restringida democracia colombiana necesita de la presencia de
más canales de televisión y de un número amplio de noticieros, que informen
desde orillas ideológicas distintas.
Las transformaciones que el
posconflicto nos exigirá, comprometen en buena medida el talante informativo y
cultural de unos canales de televisión y noticieros, que han estado más
interesados en insistir en posicionar Héroes de barro[6] y en
convertir en referentes éticos a Machos cabríos premodernos.
Lamento que el tema de la
concentración de los medios de comunicación no haya estado como punto
neurálgico en la agenda[7] que
se discute aún en la mesa de diálogos instalada por el Gobierno de Santos y las
Farc. Ojalá este asunto si sea recogido en la Agenda que ELN y Gobierno vienen
discutiendo, previo al establecimiento de una Mesa de Diálogo tendiente a
lograr la desmovilización de ese grupo guerrillero.
[1] Véase: http://laotratribuna1.blogspot.com.co/2013/05/disquisiciones-en-torno-al-papel-de-los.html
[2] Véase: http://laotratribuna1.blogspot.com.co/2013/03/rcn-y-sus-tres-caines.html
y http://www.semana.com/nacion/articulo/el-inesperado-capitulo-tres-caines/337476-3#
[4] Hay que advertir que quedaría alzado
en armas el ELN, si en marzo 23 de 2016 se firma el fin del conflicto armado
entre el Estado y las Farc-EP.
[5] Véase el libro De la democracia
radical al unanimismo ideológico: medios de comunicación y seguridad
democrática. UAO, 2006.
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