YO DIGO SÍ A LA PAZ

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viernes, 11 de abril de 2008

DE TRIUNFOS Y DERROTAS PASAJERAS

Por
GERMÁN AYALA OSORIO

El aplazamiento o la congelación del Tratado de Libre Comercio (TLC) en la Cámara de Representantes debería generar un proceso reflexivo en quienes creen, a pie juntillas, que la puesta en marcha del TLC con los Estados Unidos sólo traerá beneficios al país; igualmente, se esperaría una reflexión en quienes, ubicados en el otro extremo, creen que dicha herramienta comercial sólo traerá más pobreza al país y a los colombianos más vulnerables.

No creo que con el aplazamiento temporal o el improbable rechazo definitivo del Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y Colombia, la pobreza en Colombia disminuya un ápice. Son de tal efectividad los mecanismos y las estrategias que el Establecimiento- con la anuencia de gremios económicos y del sistema financiero nacional e internacional- ha pensado y diseñado para concentrar el poder económico en pocas manos, que la desaparición de la clase media, en el corto plazo, será una realidad, así el TLC sea o no una realidad. En Colombia habrá, en poco tiempo, ricos muy ricos y pobres, extremadamente pobres. Y eso, parece que no está en discusión.

Entre quienes vaticinan un desastre una vez que el Tratado se ponga en marcha, está el senador del Polo Democrático Alternativo, Jorge Enrique Robledo, quien señaló pocas horas después de conocida la decisión del congreso americano, de mayoría demócrata, que “cada día que no hay TLC en Colombia es un día en que no aumenta la destrucción productiva industrial y agropecuaria, un día en que no aumenta la pobreza, un día en que no aumenta el hambre entre los colombianos y entre el propio pueblo de Estados Unidos, víctima también de las políticas neoliberales, porque esos tratados solo lucran a las trasnacionales gringas y a sus socios menores en estos países.”[1]

Por su parte, el vocero neoliberal Rudolf Hommes, señala en EL TIEMPO que “en primer lugar, fuimos víctimas de una falacia de negociación: por algún motivo, que debe tener profundas raíces históricas, en Colombia existe la creencia de que demorar una negociación es inteligente o estratégicamente deseable cuando la probabilidad de que una negociación fracase aumenta con el tiempo. Los que se oponían al TLC buscaron cómo demorarlo para ver si fracasaba y para que mezquinos intereses obtuvieran pequeñas ventajas pecuniarias (por lo menos en el papel).”[2]

Pero más allá de las preocupaciones momentáneas y pasajeras de quienes están convencidos de las bondades, beneficios o desventajas del TLC, lo que hay que revisar son los hechos sobre los cuales demócratas y algunos republicanos, con el apoyo de los sindicatos americanos y la presión de la llamada oposición colombiana, tomaron la decisión de congelar la entrada en vigencia del TLC; es decir, la inseguridad, la persecución y la muerte de sindicalistas colombianos y en general, la violación de los derechos humanos en territorio colombiano.

Dejar pasar esta oportunidad de quitarle el velo a las ‘fuerzas oscuras’ que amenazan, torturan y asesinan sindicalistas, periodistas y a todo aquel que piense distinto al régimen de derecha, es aplazar indefinidamente el abrazo de reconciliación que tanto necesitamos en Colombia. Asuntos como la concentración de la riqueza, la extrema pobreza y en general, la inequidad del sistema económico colombiano merecen el abordaje nacional para que el abrazo de la reconciliación sea duradero. Infortunadamente, las miradas estrechas de amigos y enemigos del TLC, dejan por fuera de la discusión los verdaderos asuntos sobre los cuales medios, sociedad civil y academia, entre otros, deben discutir: la insostenibilidad moral y ética del orden social que impera en Colombia.

Ese proceso debería de liderarlo el actual Gobierno, sobre el que sectores políticos, académicos y sindicalistas del país del norte tienen dudas y reparos muy serios sobre los reales alcances y objetivos de su política de seguridad democrática. El proceso de paz con los paramilitares, por ejemplo, debería revisarse a fondo, pues como van las cosas, habrá impunidad y muy poco de reparación a las víctimas.

Ahora bien, unos y otros, defensores y opositores, deben entender que librar la discusión acerca de la conveniencia o no del TLC, en el contexto preelectoral americano, puede resultar poco provechoso en el mediano plazo. Y más aún, cuando la decisión de Bush de presentar el Tratado a consideración del congreso, violando las reglas establecidas al interior de dicha corporación, pretende afectar electoralmente a los demócratas, buscando con ello asegurar el triunfo republicano en las ya cercanas elecciones presidenciales. Y tampoco pueden olvidar, ni Robledo ni Hommes, que en política no hay amigos. Y que los intereses bipartidistas- en ambos países- siempre apuntarán a mantener el poderío de los Estados Unidos en la región, por encima de las angustias y problemas de grandes mayorías, especialmente, en Colombia.
La abdicación a nuestra autonomía es un asunto que liberales y conservadores, así como republicanos y demócratas, jamás pondrán en discusión. Tampoco lo hicieron y lo harán, quienes viajaron desde Colombia para generarle un ambiente negativo al TLC en el congreso americano.

Quienes se ubican en los dos extremos de la discusión le hacen el juego al otoñal bipartidismo americano y a la natural mezquindad con la que dicha potencia, militar, política y económica, nos mira de tiempo atrás.

Abril 10 de 2008.

[1] Oficina de Prensa, Senador, Jorge Enrique Robledo, Bogotá, 10 de abril de 2008. Comunicado enviado por correo electrónico.
[2] Tomado de EL TIEMPO.COM, abril 11 de 2008.

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