YO DIGO SÍ A LA PAZ

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viernes, 12 de marzo de 2010

A PROPÓSITO DE LA RESPONSABILIDAD POLÍTICA CIUDADANA EN CONTEXTOS ELECTORALES

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

En contextos electorales en los cuales se define en buena medida la legitimidad del Estado colombiano, del gobierno que se elija en mayo de 2010 y por supuesto, la propia legitimidad del recién elegido Congreso, es bien importante pensar cuál es la responsabilidad política que recae sobre el ciudadano en cuanto a su participación activa en los comicios y por supuesto, en lo que toca a la elección de un candidato a ocupar una curul en una de las dos cámaras del Congreso y claro, la opción de elegir el nuevo Presidente de Colombia.

Voy a describir varios asuntos, factores o cualidades que deberían confluir en lo que toca al comportamiento ciudadano en contextos electorales. El primer elemento tiene que ver con la ‘cultura política’ con la cual llega el ciudadano a las urnas. Una ‘cultura política’ resultado de unas historias familiar y personal en las que lo público, su comprensión o no, definen en buena medida el tipo de comportamientos, el nivel de comprensión de la política y del entorno político colombiano, en un proceso en el que el ciudadano tiene la obligación -y la oportunidad- de reconocerse como un actor político importante para el fortalecimiento de la democracia.

Una baja ‘cultura política’ garantiza un ciudadano incapaz de comprender cuál es su papel dentro de la democracia, dentro de lo público. En esas circunstancias, el ciudadano ejercerá una ciudadanía de baja intensidad en la medida en que no es capaz de establecer relaciones entre lo propuesto por los candidatos, y el modelo económico imperante. Esas disquisiciones enriquecen el papel del ciudadano y lo hacen políticamente responsable ante los desafíos que la política y lo político le imponen.

Con una baja ‘cultura política’ el ciudadano queda a merced de los discursos populistas, de los discursos mesiánicos y de todas aquellas propuestas que por efectos del marketing político, aparecen como viables, posibles y necesarias, pero que en el fondo no modifican el perverso sistema económico que hoy se agencia desde instancias internacionales globalizadas.

Otro elemento clave para un actuar políticamente correcto del ciudadano, tiene que ver con sus creencias en materia política. Poder reconocer muy bien cuáles son las apuestas de la Izquierda, de la Derecha o aquellas que se inclinan, en uno y otro sentido, pero con tendencias hacia el centro. Qué significa ser de izquierda o de derecha en un mundo que ha intentado sepultar las ideologías, pero que en jornadas electorales y en decisiones de gobierno, aparecen cada vez con más fuerza, eso sí, en un entorno globalizador que deja poco margen a aquella ideología que se oponga a la libre circulación del capital, al mercado y sus variables capaces de generar condiciones homeostáticas, entre otros asuntos.

Qué defender y qué no, implica un ejercicio de determinación ideológica que cada ciudadano debe hacer de acuerdo con sus propias convicciones políticas y éticas. Con preguntas muy sencillas como estas, el ciudadano puede auto comprenderse y autodefinirse: qué defiendo, el libre mercado por encima de las responsabilidades del Estado o el Estado interventor; defiendo la libertad y el orden, pero dando prioridad a la primera, para desde allí señalar que por encima de todo está el libre desarrollo de la personalidad.

Otro factor que puede resultar clave a la hora de jugar el juego democrático (electoral), tiene que ver con los intereses personales (de acuerdo con la situación que cada ciudadano vive en el contexto electoral que lo convoca) que, aunque legítimos, conllevan decisiones que pueden o no estar en concordancia con la ya definida ideología.

Esto es, reconocer que hay circunstancias económicas que ponen a prueba al ciudadano en tanto debe elegir entre sus convicciones o entre aquellas oportunidades, que pueden presentarse, por ejemplo, a la hora de apoyar un candidato, o un proyecto político en particular. En estas circunstancias, sabrá cada ciudadano cuál es la mejor decisión a tomar, de donde podrá colegir que definitivamente actúa de forma pragmática, en contra posición de aquella forma cercana al actuar fincado en ideales.

Lo que se espera es que las decisiones que tome el ciudadano en el contexto electoral serán políticamente responsables en la medida en que sopese y se pregunte, antes de tomar una decisión, si dar un voto por equis proyecto político, qué puede cambiar con su voto, cómo beneficia a la democracia su decisión y si el actuar de forma pragmática, de acuerdo con sus intereses particulares, termina legitimando el carácter individualista que se opone al carácter colectivo con el cual vienen investidos los proyectos políticos que se le aparecen al ciudadano en la escena electoral, pero que son una simple ilusión, porque terminarán defendiendo intereses de grupos reducidos.

Lo cierto es que la política puede llegar a ser un camino expedito y posible para engrandecer la condición humana, pero también puede llegar a ser el vehículo para garantizar una vida indigna para quienes se reconocen en esa condición. De ahí que debamos reconocer que tan responsables somos de lo que pase con nuestra democracia hoy, como responsables han sido y son las élites y los grupos humanos que nos llevaron a vivir -y a sobrevivir- en las actuales circunstancias, especialmente por el entorno globalizante en el que sobresale el pragmatismo y la lucha individual.


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