PARTIDOS POLÍTICOS Y ESCENARIO ELECTORAL EN COLOMBIA
Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Este documento tiene varias partes: en la primera, aludiré a los partidos políticos colombianos, en la segunda, haré referencia al fallo de la Corte Constitucional. En la tercera, a los proyectos políticos que están en juego para el 14 de marzo y terminaré con algunos elementos contextuales de lo que llamo aquí el proyecto civilizatorio.
Es ya común escuchar decir que los partidos políticos son fundamentales para la democracia, porque ellos mismos definen, junto a otros actores, el tipo y la calidad de la democracia en la cual ellos fungen como mediadores naturales.
Los partidos políticos pueden ser vistos como estados dentro del Estado , en una especie de relación natural de donde se desprende la responsabilidad política de los partidos políticos de coadyuvar a legitimar el propio Estado, el régimen político y claro, legitimarse ellos mismos ante la opinión pública.
En la historia de Colombia, con una democracia en proceso de fortalecimiento, los partidos políticos han jugado un papel clave en tiempos de paz, como en tiempos de guerra o violencia política.
Baste con recordar los episodios de la Violencia política para darnos cuenta del papel que jugaron en una estrecha democracia y al lado de un Estado ilegítimo como el nuestro, por el incumplimiento de principios y promesas sostenidas en el discurso de la modernidad.
También habría que reconocer que fueron claves en la tarea de parar el derramamiento de sangre, actuación que abrió el camino a la crisis ideológica, programática, estatutaria e identitaria, que los acompaña hasta hoy. Eran los tiempos del Frente Nacional.
Los partidos aparecen como algo más que la simple voz de la sociedad civil en cuanto lo que comunican son exigencias, ya homogeneizadas y decantadas, que sintetizan el interés común y que, además, se encuentran respaldadas por la presión política que, en las sociedades con democracias maduras, representa el voto . El problema estriba en que los partidos políticos tradicionales en Colombia no han cumplido a cabalidad el papel de recoger las demandas sentidas de la sociedad civil, para convertirlas en políticas públicas de Estado con claro beneficio colectivo.
Los partidos políticos no sólo canalizan demandas desarticuladas sino que las homogeneizan y, ya agregadas, las agencian, bien cuando acceden al ejercicio del poder político o cuando actúan desde la oposición, contribuyendo en forma decisiva a organizar lo que, en principio, es una caótica expresión de la voluntad política de la ciudadanía. Al seleccionar y estructurar intereses y preferencias con pretensión de generalidad, se puede afirmar que los partidos estructuran, impulsan y orientan los llamados estados de opinión del público sobre los asuntos públicos aunque a veces, también los manipulen.
La importancia de los partidos políticos y demás grupos y organizaciones con vocación política, como mediadores naturales en el proceso político, estriba en el reconocimiento de que en el espacio de lo público se encuentran y entrecruzan dos procesos que discurren en sentidos contrarios: de un lado, la generación comunicativa del poder legítimo en cabeza de los grupos de interés a los que primariamente se articula el ciudadano y, de otro, buscarse y crearse legitimidad en el sistema político a través del poder administrativamente ejercido por quienes, luego de cumplidos los procesos electorales, resultan ser sus representantes.
Lo cierto es que en Colombia los partidos políticos han sido y son hoy estructuras burocratizadas, jerarquizadas y totalmente desarticuladas de los intereses generales. Funcionan como maquinarias clientelares en beneficio de poderes de facto, grupos reducidos, élites y hasta de grupos de empresarios.
Así las cosas, los partidos políticos colombianos hoy aparecen desarticulados de los imaginarios individuales y colectivos, lo que no sólo pone en evidencia la crisis de la política, su descentramiento de la vida pública y particular de los colombianos, sino la propia crisis de identidad y coherencia ideológica de estas agrupaciones.
Quizás ello ayude a entender que las micro empresas que nacen en coyunturas electorales, contribuyen a profundizar la crisis de los partidos tradicionales, de la política, haciendo que la disputa por el poder sea un asunto en donde lo más importante es el factor económico, en tanto la maltrecha, escéptica, pragmática y confusa opinión pública, entra en el juego clientelar propuesto por las micro empresas electorales que aparecen, por ejemplo, en el actual escenario electoral de 201.
Movimientos políticos efímeros son la muestra fehaciente de que la política está en crisis. De que alcanzar el poder del Estado es un asunto de componendas y de poder económico, fincado ese asunto en intereses económicos globales, articulados por supuesto a un único modelo económico que parece debe imperar: el neoliberalismo.
La cooptación de los partidos políticos y de instituciones del Estado por parte del proyecto paramilitar, resulta ser la mejor muestra de la crisis de la política, de los partidos, pero también de la pérdida del sentido de lo público de unas audiencias, de unos ciudadanos confundidos por el devenir de un Estado-nación moderno que ha sufrido cambios sustanciales, que le impiden atacar problemas como la pauperización de los mercados laborales y el tránsito de una ciudadanía activa políticamente, hacia una ciudadanía fincada en el consumo y en la búsqueda de reconocimiento de acuerdo con las posibilidades de consumir.
El asunto es complejo y no se resuelve exclusivamente con marcos legales (reformas políticas) que intentan reducir el número de partidos, buscando fortalecer a los que ya tienen ganado un cierto reconocimiento colectivo. Hay que trabajar en políticas de educación y en acciones concretas para atacar la pobreza. Mientras la opinión pública siga mostrando preocupantes signos de baja cultura política y democrática, el clientelismo continuará siendo una perversa institución dentro del régimen político colombiano. Y mientras los actores económicos de la sociedad civil no entiendan que conviene más al sistema capitalista y a ellos mismos, disminuir la pobreza, para ganar en consumo, la política y las fiestas democráticas estarán siempre mediadas por la acción político-económica de grupos de interesados en alcanzar el poder, pero no interesados en profundizar la democracia como señala Chantal Mouffe y menos aún, en fortalecer los partidos políticos en su rol de mediadores naturales.
En cuanto al fallo de la Corte Constitucional (CC), creo que el fallo de la que declaró la inexequibilidad de la ley que dio vida al referendo reeleccionista, podría servir para darle a la jornada electoral del 14 de marzo, un tinte especial en tanto la opinión pública sea capaz de reconocer que en buena medida el equilibrio democrático y la buena salud de la democracia recaen en la calidad y en la legitimidad que alcance el nuevo Congreso que elijamos, si tenemos en cuenta el pobre papel de control político que jugó el Congreso saliente. Huelga destacar el control político y jurídico que jugaron altas cortes como la Corte Suprema de Justicia y la propia Corte Constitucional. En cuanto a la primera, exaltar el control político que efectuó en la elección del Fiscal General de la Nación, al mantener hasta hoy la “inviabilidad” de la terna enviada por el Presidente.
En cuanto a lo que será la jornada electoral en la que escogeremos el sucesor de Álvaro Uribe Vélez, el fallo podrá ser utilizado para polarizar aún más a la opinión pública, que aún parece moverse entre quienes están con Uribe y entre aquellos que no lo están. Es decir, entre aquellos que prefieren al caudillo, por encima del equilibrio democrático que se perdió por cuenta no sólo de la primera reelección presidencial inmediata, sino por lo que significó el actuar político de un Presidente que quiso convertirse en un Mesías, y principal artífice de la grave polarización política y del unanimismo que aún se respira en Colombia.
Un fallo tan trascendental como el de la Corte Constitucional debería ser recogido por candidatos y las diversas organizaciones de la sociedad civil, para exaltar a la Corte Constitucional - y a la propia Corte Suprema de Justicia -, en lo que tiene que ver con el control constitucional que hace a las leyes y marcos normativos, pero en especial, en la decisión que tumbó la aspiración de Uribe - y de los uribistas- de hacerse con una segunda reelección.
En lo que respecta al entorno electoral, hay que decir que no es probable que haya cambios sustanciales en la composición del Congreso una vez termine la jornada electoral del 14 de marzo de 2010, aunque en la política doméstica puede suceder cualquier cosa.
Es posible que el llamado Uribismo aumente sus fichas en el Congreso, con la presencia de ex militares, ex policías y candidatos afectos o cercanos al proyecto paramilitar que intentan llegar con movimientos como PIN, ADN (sin personería jurídica, pero con las motivaciones intactas) y Alas; igualmente, con aquellos movimientos y partidos como Cambio Radical, el Partido de la U, y los partidos tradicionales, Conservador y Liberal, en cuyas entrañas convivieron políticos cercanos a los paramilitares y su proyecto de cooptación del Estado.
Con la evidente crisis de los partidos políticos, los candidatos a ocupar curules en Senado y Cámara de Representantes saben que los intereses que representarán, si llegan al Congreso, se reducen a los de sus patrocinadores o a los del patrón electoral que los respalda. Es decir, la historia se repite.
No podemos esperar que el nuevo Congreso controle políticamente las actuaciones de quien vaya a ocupar la Presidencia, si aquellos cercanos o afectos al Todo vale, alcanzan escaños en dicha Corporación.
Lo cierto es que el Uribismo mantendrá el poder. Cualquiera que llegue a ocupar el Solio de Bolívar en agosto próximo, sabrá que deberá trabajar muy duro para desmontar de los imaginarios colectivos e individuales, categorías como estado de opinión y seguridad democrática, pilares con los cuales Uribe no sólo fijó un estilo de gobierno, sino que modificó sustancialmente la forma como se venía haciendo política y como se venían agenciando los altos intereses del Estado.
Uribe jugará a ser un ex presidente distinto, sostenido en las delicadas cadenas de poder que dejó al interior del Estado en estos ocho años de gobierno. Con los altos niveles de popularidad alcanzados, Uribe tendrá la legitimidad mediática y política para descalificar, si es necesario, a quien intente modificar la política de enfrentamiento contra las Farc.
Llama la atención el silencio del ex presidente Gaviria quien logró recuperar algo de las cenizas del Partido Liberal, pero que pudo o no quiso proyectarse como un candidato en franca oposición al gobierno de Uribe. El partido Liberal está hoy en manos de Pardo, un tímido candidato, incapaz -como los demás candidatos presidenciales- de oponerse abiertamente al proyecto político que gestó Uribe en el 2002, el cual va a ser muy difícil de desmontar.
Estamos ante un escenario electoral en el que las incertidumbres electorales corren por cuenta de los altos niveles de polarización alcanzados en estos ocho años de gobierno. Las incertidumbres electorales van desde no saber si el próximo gobierno hará un cambio en materia de política de paz o si por el contrario, mantendrá el ritmo de persecución y de lucha frontal contra las Farc, con todo lo que ello significa económica y políticamente.
Será importante el rol que la fragmentada sociedad civil colombiana decida jugar, abandonando la postura complaciente que mostraron durante largos pasajes en los cuales el régimen democrático se puso en riesgo por la pretensión del presidente Uribe de perpetuarse en el poder. Además, porque esa misma sociedad civil se dejó atrapar por el unanimismo que prohíbe el disenso, la discusión y la crítica, debilitando de esta manera la ya débil democracia colombiana.
Por ejemplo, el silencio de la Academia coadyuvó en buena medida para que el unanimismo cabalgara tranquilo en escenarios públicos y privados. Es momento para que la Universidad colombiana revise cuál debe ser su papel en la defensa y en la profundización de la democracia.
Si bien el proyecto uribista se sostiene en la figura de AUV, lo cierto es que se dejaron las bases de un proyecto civilizatorio que no sólo disciplina socialmente, sino que permite legitimar de manera amplia la conversión del ciudadano activo políticamente, en un ciudadano-cliente, sujeto a mínimas condiciones económicas y a las oportunidades de progreso que pueda arañar en eventos electorales, abandonando por supuesto, toda propuesta o idea que vaya en contravía del proyecto neoconservador que agenció Uribe y el sistema financiero nacional e internacional.
Uribe hizo mucho por el país en materia de orden público, desequilibrando la balanza de la guerra a favor del Estado, pero también hay que señalar que le hizo mucho daño a la democracia y al Estado mismo, por cuenta de decisiones y acciones económicas y políticas, que involucran variables y actores exógenos y endógenos de especial poder de injerencia en el devenir del Estado-nación.
Con el fallo de la Corte Constitucional se salvó la democracia y se dio un nuevo aire a la institucionalidad, pero ello no quiere decir que los principios del proyecto neoconservador que viene de la mano de la globalización, haya sido derrotados u olvidados.
Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Este documento tiene varias partes: en la primera, aludiré a los partidos políticos colombianos, en la segunda, haré referencia al fallo de la Corte Constitucional. En la tercera, a los proyectos políticos que están en juego para el 14 de marzo y terminaré con algunos elementos contextuales de lo que llamo aquí el proyecto civilizatorio.
Es ya común escuchar decir que los partidos políticos son fundamentales para la democracia, porque ellos mismos definen, junto a otros actores, el tipo y la calidad de la democracia en la cual ellos fungen como mediadores naturales.
Los partidos políticos pueden ser vistos como estados dentro del Estado , en una especie de relación natural de donde se desprende la responsabilidad política de los partidos políticos de coadyuvar a legitimar el propio Estado, el régimen político y claro, legitimarse ellos mismos ante la opinión pública.
En la historia de Colombia, con una democracia en proceso de fortalecimiento, los partidos políticos han jugado un papel clave en tiempos de paz, como en tiempos de guerra o violencia política.
Baste con recordar los episodios de la Violencia política para darnos cuenta del papel que jugaron en una estrecha democracia y al lado de un Estado ilegítimo como el nuestro, por el incumplimiento de principios y promesas sostenidas en el discurso de la modernidad.
También habría que reconocer que fueron claves en la tarea de parar el derramamiento de sangre, actuación que abrió el camino a la crisis ideológica, programática, estatutaria e identitaria, que los acompaña hasta hoy. Eran los tiempos del Frente Nacional.
Los partidos aparecen como algo más que la simple voz de la sociedad civil en cuanto lo que comunican son exigencias, ya homogeneizadas y decantadas, que sintetizan el interés común y que, además, se encuentran respaldadas por la presión política que, en las sociedades con democracias maduras, representa el voto . El problema estriba en que los partidos políticos tradicionales en Colombia no han cumplido a cabalidad el papel de recoger las demandas sentidas de la sociedad civil, para convertirlas en políticas públicas de Estado con claro beneficio colectivo.
Los partidos políticos no sólo canalizan demandas desarticuladas sino que las homogeneizan y, ya agregadas, las agencian, bien cuando acceden al ejercicio del poder político o cuando actúan desde la oposición, contribuyendo en forma decisiva a organizar lo que, en principio, es una caótica expresión de la voluntad política de la ciudadanía. Al seleccionar y estructurar intereses y preferencias con pretensión de generalidad, se puede afirmar que los partidos estructuran, impulsan y orientan los llamados estados de opinión del público sobre los asuntos públicos aunque a veces, también los manipulen.
La importancia de los partidos políticos y demás grupos y organizaciones con vocación política, como mediadores naturales en el proceso político, estriba en el reconocimiento de que en el espacio de lo público se encuentran y entrecruzan dos procesos que discurren en sentidos contrarios: de un lado, la generación comunicativa del poder legítimo en cabeza de los grupos de interés a los que primariamente se articula el ciudadano y, de otro, buscarse y crearse legitimidad en el sistema político a través del poder administrativamente ejercido por quienes, luego de cumplidos los procesos electorales, resultan ser sus representantes.
Lo cierto es que en Colombia los partidos políticos han sido y son hoy estructuras burocratizadas, jerarquizadas y totalmente desarticuladas de los intereses generales. Funcionan como maquinarias clientelares en beneficio de poderes de facto, grupos reducidos, élites y hasta de grupos de empresarios.
Así las cosas, los partidos políticos colombianos hoy aparecen desarticulados de los imaginarios individuales y colectivos, lo que no sólo pone en evidencia la crisis de la política, su descentramiento de la vida pública y particular de los colombianos, sino la propia crisis de identidad y coherencia ideológica de estas agrupaciones.
Quizás ello ayude a entender que las micro empresas que nacen en coyunturas electorales, contribuyen a profundizar la crisis de los partidos tradicionales, de la política, haciendo que la disputa por el poder sea un asunto en donde lo más importante es el factor económico, en tanto la maltrecha, escéptica, pragmática y confusa opinión pública, entra en el juego clientelar propuesto por las micro empresas electorales que aparecen, por ejemplo, en el actual escenario electoral de 201.
Movimientos políticos efímeros son la muestra fehaciente de que la política está en crisis. De que alcanzar el poder del Estado es un asunto de componendas y de poder económico, fincado ese asunto en intereses económicos globales, articulados por supuesto a un único modelo económico que parece debe imperar: el neoliberalismo.
La cooptación de los partidos políticos y de instituciones del Estado por parte del proyecto paramilitar, resulta ser la mejor muestra de la crisis de la política, de los partidos, pero también de la pérdida del sentido de lo público de unas audiencias, de unos ciudadanos confundidos por el devenir de un Estado-nación moderno que ha sufrido cambios sustanciales, que le impiden atacar problemas como la pauperización de los mercados laborales y el tránsito de una ciudadanía activa políticamente, hacia una ciudadanía fincada en el consumo y en la búsqueda de reconocimiento de acuerdo con las posibilidades de consumir.
El asunto es complejo y no se resuelve exclusivamente con marcos legales (reformas políticas) que intentan reducir el número de partidos, buscando fortalecer a los que ya tienen ganado un cierto reconocimiento colectivo. Hay que trabajar en políticas de educación y en acciones concretas para atacar la pobreza. Mientras la opinión pública siga mostrando preocupantes signos de baja cultura política y democrática, el clientelismo continuará siendo una perversa institución dentro del régimen político colombiano. Y mientras los actores económicos de la sociedad civil no entiendan que conviene más al sistema capitalista y a ellos mismos, disminuir la pobreza, para ganar en consumo, la política y las fiestas democráticas estarán siempre mediadas por la acción político-económica de grupos de interesados en alcanzar el poder, pero no interesados en profundizar la democracia como señala Chantal Mouffe y menos aún, en fortalecer los partidos políticos en su rol de mediadores naturales.
En cuanto al fallo de la Corte Constitucional (CC), creo que el fallo de la que declaró la inexequibilidad de la ley que dio vida al referendo reeleccionista, podría servir para darle a la jornada electoral del 14 de marzo, un tinte especial en tanto la opinión pública sea capaz de reconocer que en buena medida el equilibrio democrático y la buena salud de la democracia recaen en la calidad y en la legitimidad que alcance el nuevo Congreso que elijamos, si tenemos en cuenta el pobre papel de control político que jugó el Congreso saliente. Huelga destacar el control político y jurídico que jugaron altas cortes como la Corte Suprema de Justicia y la propia Corte Constitucional. En cuanto a la primera, exaltar el control político que efectuó en la elección del Fiscal General de la Nación, al mantener hasta hoy la “inviabilidad” de la terna enviada por el Presidente.
En cuanto a lo que será la jornada electoral en la que escogeremos el sucesor de Álvaro Uribe Vélez, el fallo podrá ser utilizado para polarizar aún más a la opinión pública, que aún parece moverse entre quienes están con Uribe y entre aquellos que no lo están. Es decir, entre aquellos que prefieren al caudillo, por encima del equilibrio democrático que se perdió por cuenta no sólo de la primera reelección presidencial inmediata, sino por lo que significó el actuar político de un Presidente que quiso convertirse en un Mesías, y principal artífice de la grave polarización política y del unanimismo que aún se respira en Colombia.
Un fallo tan trascendental como el de la Corte Constitucional debería ser recogido por candidatos y las diversas organizaciones de la sociedad civil, para exaltar a la Corte Constitucional - y a la propia Corte Suprema de Justicia -, en lo que tiene que ver con el control constitucional que hace a las leyes y marcos normativos, pero en especial, en la decisión que tumbó la aspiración de Uribe - y de los uribistas- de hacerse con una segunda reelección.
En lo que respecta al entorno electoral, hay que decir que no es probable que haya cambios sustanciales en la composición del Congreso una vez termine la jornada electoral del 14 de marzo de 2010, aunque en la política doméstica puede suceder cualquier cosa.
Es posible que el llamado Uribismo aumente sus fichas en el Congreso, con la presencia de ex militares, ex policías y candidatos afectos o cercanos al proyecto paramilitar que intentan llegar con movimientos como PIN, ADN (sin personería jurídica, pero con las motivaciones intactas) y Alas; igualmente, con aquellos movimientos y partidos como Cambio Radical, el Partido de la U, y los partidos tradicionales, Conservador y Liberal, en cuyas entrañas convivieron políticos cercanos a los paramilitares y su proyecto de cooptación del Estado.
Con la evidente crisis de los partidos políticos, los candidatos a ocupar curules en Senado y Cámara de Representantes saben que los intereses que representarán, si llegan al Congreso, se reducen a los de sus patrocinadores o a los del patrón electoral que los respalda. Es decir, la historia se repite.
No podemos esperar que el nuevo Congreso controle políticamente las actuaciones de quien vaya a ocupar la Presidencia, si aquellos cercanos o afectos al Todo vale, alcanzan escaños en dicha Corporación.
Lo cierto es que el Uribismo mantendrá el poder. Cualquiera que llegue a ocupar el Solio de Bolívar en agosto próximo, sabrá que deberá trabajar muy duro para desmontar de los imaginarios colectivos e individuales, categorías como estado de opinión y seguridad democrática, pilares con los cuales Uribe no sólo fijó un estilo de gobierno, sino que modificó sustancialmente la forma como se venía haciendo política y como se venían agenciando los altos intereses del Estado.
Uribe jugará a ser un ex presidente distinto, sostenido en las delicadas cadenas de poder que dejó al interior del Estado en estos ocho años de gobierno. Con los altos niveles de popularidad alcanzados, Uribe tendrá la legitimidad mediática y política para descalificar, si es necesario, a quien intente modificar la política de enfrentamiento contra las Farc.
Llama la atención el silencio del ex presidente Gaviria quien logró recuperar algo de las cenizas del Partido Liberal, pero que pudo o no quiso proyectarse como un candidato en franca oposición al gobierno de Uribe. El partido Liberal está hoy en manos de Pardo, un tímido candidato, incapaz -como los demás candidatos presidenciales- de oponerse abiertamente al proyecto político que gestó Uribe en el 2002, el cual va a ser muy difícil de desmontar.
Estamos ante un escenario electoral en el que las incertidumbres electorales corren por cuenta de los altos niveles de polarización alcanzados en estos ocho años de gobierno. Las incertidumbres electorales van desde no saber si el próximo gobierno hará un cambio en materia de política de paz o si por el contrario, mantendrá el ritmo de persecución y de lucha frontal contra las Farc, con todo lo que ello significa económica y políticamente.
Será importante el rol que la fragmentada sociedad civil colombiana decida jugar, abandonando la postura complaciente que mostraron durante largos pasajes en los cuales el régimen democrático se puso en riesgo por la pretensión del presidente Uribe de perpetuarse en el poder. Además, porque esa misma sociedad civil se dejó atrapar por el unanimismo que prohíbe el disenso, la discusión y la crítica, debilitando de esta manera la ya débil democracia colombiana.
Por ejemplo, el silencio de la Academia coadyuvó en buena medida para que el unanimismo cabalgara tranquilo en escenarios públicos y privados. Es momento para que la Universidad colombiana revise cuál debe ser su papel en la defensa y en la profundización de la democracia.
Si bien el proyecto uribista se sostiene en la figura de AUV, lo cierto es que se dejaron las bases de un proyecto civilizatorio que no sólo disciplina socialmente, sino que permite legitimar de manera amplia la conversión del ciudadano activo políticamente, en un ciudadano-cliente, sujeto a mínimas condiciones económicas y a las oportunidades de progreso que pueda arañar en eventos electorales, abandonando por supuesto, toda propuesta o idea que vaya en contravía del proyecto neoconservador que agenció Uribe y el sistema financiero nacional e internacional.
Uribe hizo mucho por el país en materia de orden público, desequilibrando la balanza de la guerra a favor del Estado, pero también hay que señalar que le hizo mucho daño a la democracia y al Estado mismo, por cuenta de decisiones y acciones económicas y políticas, que involucran variables y actores exógenos y endógenos de especial poder de injerencia en el devenir del Estado-nación.
Con el fallo de la Corte Constitucional se salvó la democracia y se dio un nuevo aire a la institucionalidad, pero ello no quiere decir que los principios del proyecto neoconservador que viene de la mano de la globalización, haya sido derrotados u olvidados.
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