Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
La lucha contra las drogas hay que entenderla dentro de la lógica y las dinámicas propias de la reproducción del capital y de las relaciones asimétricas entre Norte- Sur, entre centro y periferia.
Con la política antidrogas impuesta por los Estados Unidos, de la que Colombia es obediente y abyecto alumno, se benefician no sólo los mafiosos, traquetos y los uniformados corruptos, sino un número importante de políticos y profesionales (contadores, abogados y médicos, entre otros). Pero también el sistema financiero, nacional e internacional, y varias economías del mundo, que se prestan para el lavado de dinero a través de cuentas de testaferros, estratégicamente ubicadas en los llamados paraísos fiscales de América y Europa.
Con esa misma política se benefician los cuerpos armados de varios Estados que reciben la siempre interesada “ayuda” norteamericana, lo que termina por mantener vivo el cluster que soporta, por ejemplo, la fabricación de armas y de equipos de alta tecnología. Es necesario visualizar las cadenas de producción de bienes y servicios que benefician a empresas fabricantes de armas y de equipos de seguridad, y por supuesto, las de quienes producen y distribuyen los precursores químicos que se necesitan para la producción de las drogas.
El desarrollo y la innovación tecnológica juegan un papel clave en toda esta dinámica económica, pues en la medida en que los narcotraficantes afinan sus estrategias para la producción y distribución de los alcaloides, las empresas productoras de equipos y materiales de defensa y de pertrechos para la guerra, crean más y mejores equipos para enfrentar el desafío que generan quienes están dentro del negocio de las drogas llamadas ilícitas.
¿Será por lo anterior que hay jefes de Estado, empresarios y banqueros que se oponen a la legalización de la producción, distribución y consumo de drogas? ¿Será que el sistema financiero colapsaría si deja de percibir las altas ganancias que deja el negocio de las drogas ilícitas?
Por estos días aparece en la agenda mediática y pública el referendo en California. Con dicha iniciativa democrática, a efectuarse el próximo 2 de noviembre de 2010, el debate nuevamente se abre. Sin duda, la lucha antidrogas no sólo ha fracasado, sino que es en sí misma un simulacro, una patraña, detrás de la cual se esconden y se mimetizan muy bien los intereses políticos y económicos de los Estados Unidos y de quienes defienden el modelo capitalista.
El control de la producción de la marihuana en ese estado de la unión americana, en las condiciones en las que hoy se da, fue el objetivo detrás de la guerra contra la marimba que libró Colombia en los años 70 y 80 y que Estados Unidos apoyó. Cuando los gringos se dieron cuenta de que podían producir la marihuana en su territorio, bajo condiciones especiales, los efectos económicos no se hicieron esperar para quienes en Colombia lideraban el cluster productivo de la amada yerba.
Muy seguramente, cuando los gringos puedan producir en sus pisos térmicos la coca o logren una variedad mejorada de acuerdo con sus intereses y condiciones climáticas, este negocio perderá el atractivo que hoy tiene para quienes están detrás de las cadenas de producción de cocaína, sean éstos legales o ilegales.
Además, detrás de la lucha contra las drogas, está la decisión de los Estados Unidos de intervenir, cada vez más, en el conflicto armado interno. Un conflicto armado, que desde la lógica del gran capital, debe permanecer en el tiempo, pues los beneficiados arriba mencionados, tienen en él una fuente de ingresos y de poder económico. Por qué no pensar que con la legalización de las drogas hoy llamadas ilícitas se le quitaría poder económico y militar a las FARC, convertidas hoy en un cartel más. Quizás el mayor obstáculo sea que la fabricación de armas es, después de la producción de estupefacientes, el segundo negocio más grande del mundo.
Estas consideraciones pueden llevar luego al debate acerca del consumo masivo de estos alcaloides y las consecuencias sociales y culturales, pero en un contexto en el que la represión haya dejado de ser la única opción posible.
Pero primero, la llamada opinión pública colombiana no puede seguir y aceptar a pie juntillas el monolítico discurso del Gobierno de Santos y del general Naranjo, escogido recientemente como el mejor policía del mundo. Justamente Naranjo, desde su rol de policía, ayuda a reproducir el capital y a perpetuar para Colombia las condiciones de injerencia y dominación que impone el Departamento de Estado de los Estados Unidos. Él es una ficha más de ese fino y complejo mecanismo dispuesto por el capital, nacional y transnacional, para mantener y asegurar las condiciones de dominación fijadas en el eje Norte- Sur.
Son tantos los beneficiados con la lucha contra las drogas, que desearían gritar: ¡que siga el negocio! Y seguirá, por el bien del capital.
La lucha contra las drogas hay que entenderla dentro de la lógica y las dinámicas propias de la reproducción del capital y de las relaciones asimétricas entre Norte- Sur, entre centro y periferia.
Con la política antidrogas impuesta por los Estados Unidos, de la que Colombia es obediente y abyecto alumno, se benefician no sólo los mafiosos, traquetos y los uniformados corruptos, sino un número importante de políticos y profesionales (contadores, abogados y médicos, entre otros). Pero también el sistema financiero, nacional e internacional, y varias economías del mundo, que se prestan para el lavado de dinero a través de cuentas de testaferros, estratégicamente ubicadas en los llamados paraísos fiscales de América y Europa.
Con esa misma política se benefician los cuerpos armados de varios Estados que reciben la siempre interesada “ayuda” norteamericana, lo que termina por mantener vivo el cluster que soporta, por ejemplo, la fabricación de armas y de equipos de alta tecnología. Es necesario visualizar las cadenas de producción de bienes y servicios que benefician a empresas fabricantes de armas y de equipos de seguridad, y por supuesto, las de quienes producen y distribuyen los precursores químicos que se necesitan para la producción de las drogas.
El desarrollo y la innovación tecnológica juegan un papel clave en toda esta dinámica económica, pues en la medida en que los narcotraficantes afinan sus estrategias para la producción y distribución de los alcaloides, las empresas productoras de equipos y materiales de defensa y de pertrechos para la guerra, crean más y mejores equipos para enfrentar el desafío que generan quienes están dentro del negocio de las drogas llamadas ilícitas.
¿Será por lo anterior que hay jefes de Estado, empresarios y banqueros que se oponen a la legalización de la producción, distribución y consumo de drogas? ¿Será que el sistema financiero colapsaría si deja de percibir las altas ganancias que deja el negocio de las drogas ilícitas?
Por estos días aparece en la agenda mediática y pública el referendo en California. Con dicha iniciativa democrática, a efectuarse el próximo 2 de noviembre de 2010, el debate nuevamente se abre. Sin duda, la lucha antidrogas no sólo ha fracasado, sino que es en sí misma un simulacro, una patraña, detrás de la cual se esconden y se mimetizan muy bien los intereses políticos y económicos de los Estados Unidos y de quienes defienden el modelo capitalista.
El control de la producción de la marihuana en ese estado de la unión americana, en las condiciones en las que hoy se da, fue el objetivo detrás de la guerra contra la marimba que libró Colombia en los años 70 y 80 y que Estados Unidos apoyó. Cuando los gringos se dieron cuenta de que podían producir la marihuana en su territorio, bajo condiciones especiales, los efectos económicos no se hicieron esperar para quienes en Colombia lideraban el cluster productivo de la amada yerba.
Muy seguramente, cuando los gringos puedan producir en sus pisos térmicos la coca o logren una variedad mejorada de acuerdo con sus intereses y condiciones climáticas, este negocio perderá el atractivo que hoy tiene para quienes están detrás de las cadenas de producción de cocaína, sean éstos legales o ilegales.
Además, detrás de la lucha contra las drogas, está la decisión de los Estados Unidos de intervenir, cada vez más, en el conflicto armado interno. Un conflicto armado, que desde la lógica del gran capital, debe permanecer en el tiempo, pues los beneficiados arriba mencionados, tienen en él una fuente de ingresos y de poder económico. Por qué no pensar que con la legalización de las drogas hoy llamadas ilícitas se le quitaría poder económico y militar a las FARC, convertidas hoy en un cartel más. Quizás el mayor obstáculo sea que la fabricación de armas es, después de la producción de estupefacientes, el segundo negocio más grande del mundo.
Estas consideraciones pueden llevar luego al debate acerca del consumo masivo de estos alcaloides y las consecuencias sociales y culturales, pero en un contexto en el que la represión haya dejado de ser la única opción posible.
Pero primero, la llamada opinión pública colombiana no puede seguir y aceptar a pie juntillas el monolítico discurso del Gobierno de Santos y del general Naranjo, escogido recientemente como el mejor policía del mundo. Justamente Naranjo, desde su rol de policía, ayuda a reproducir el capital y a perpetuar para Colombia las condiciones de injerencia y dominación que impone el Departamento de Estado de los Estados Unidos. Él es una ficha más de ese fino y complejo mecanismo dispuesto por el capital, nacional y transnacional, para mantener y asegurar las condiciones de dominación fijadas en el eje Norte- Sur.
Son tantos los beneficiados con la lucha contra las drogas, que desearían gritar: ¡que siga el negocio! Y seguirá, por el bien del capital.
Nota: este artículo fue publicado en la URL http://www.aulayasfalto.e-pol.com.ar/. Se trata de un espacio académico del programa de comunicación social y periodismo de la Universidad Central de Bogotá, edición 211 de octubre de 2010. Con este ya son 18 artículos reproducidos en dicho espacio.
1 comentario:
Uribito:
¡Buen texto! TE faltó incluir la producción de drogas sintéticas en lo cual EEUU son excelentes.
Luisf.
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