Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Nuevamente se vuelve a hablar de paz en Colombia. Quizás nunca se haya dejado de hablar del asunto, pero con las recientes liberaciones unilaterales de las Farc, el tema recobra vigencia.
¿Qué tan viable es hoy pensar en un proceso de paz entre el Estado y las Farc? ¿Y qué se necesitaría para que dicho proceso tuviera los resultados esperados? Esta columna pretende dar cuenta de estos interrogantes.
El fallido proceso de negociación del Caguán quizás sea el mayor obstáculo para el logro de ese objetivo. Los errores cometidos por las Farc y el Gobierno de Pastrana ayudaron- con el apoyo irrestricto de los medios masivos de información- con la creación de un imaginario negativo alrededor del tema de la paz, aquella pensada desde la perspectiva de un largo periodo, con despeje incluido, para discutir, por ejemplo, aquellas circunstancias que de alguna manera legitimaron el levantamiento armado en los años sesentas y que hoy permanecen casi intactas a pesar de acciones del Estado colombiano encaminadas a superarlas.
Hablar de paz hoy es sinónimo de engaño, de mentira y de burla. Justamente sobre esos elementos actúan varios actores del Estado y de la sociedad civil, para presionar al alto gobierno para que no dialogue con los levantados en armas.
Crear un ambiente propicio para la paz sería el primer paso que debería dar el gobierno de Santos ante un eventual interés en dialogar con las Farc. Y para ello hay que contar no sólo con los medios masivos, reconocida arma que usaron varios sectores y actores de la sociedad civil y del Estado, para frenar el proceso que se puso en marcha en 1998, sino con el concurso de otros actores claves, como los industriales, comerciantes y militares, entre otros.
Sobre estos últimos, sería interesante revisar el papel que cumplieron las fuerzas militares en la época del Caguán, el que jugaron durante los ocho años de Uribe y el que están cumpliendo hoy en la administración de Santos.
No estoy seguro de que las fuerzas militares hayan estado antes, y estén hoy, realmente sometidas al poder civil. Durante el proceso de paz con Pastrana se habló de presiones muy fuertes del generalato para acabar con el proceso de paz. De igual manera, las fuerzas paramilitares también hicieron lo propio y fueron siempre un punto de desacuerdo con las Farc, que pedían a Pastrana el desmonte de las ya fortalecidas fuerzas paraestatales.
Fue evidente que durante los ocho años de Uribe, los militares colombianos vivieron una época de trabajo exigente, pero también de grandes compensaciones. No sólo hubo públicos reconocimientos y regaños, sino recursos económicos y una extrema defensa ante los errores y los desmanes cometidos. El solo hecho de contar con un Presidente que se sentía como un ‘soldado más’, sirvió para ‘elevar la moral’ de una tropa interesada en golpear al enemigo, a sabiendas de que la guerra está lejos de ganarse, justamente por el carácter multifactorial del conflicto armado interno colombiano.
Hay intereses políticos y económicos muy fuertes dentro de las filas castrenses que hacen pensar en que alcanzar la paz con el grupo armado ilegal, no es un escenario conveniente para quienes dirigen ideológica y políticamente la formación de oficiales y futuros generales de la República. ¿Qué haría Colombia con un numeroso ejército (sumando las otras fuerzas), en un escenario de paz? Allí hay un asunto clave para pensar, pues los beneficios no son los mismos en tiempos de guerra, que en tiempos de paz.
Igualmente, hay intereses muy grandes en los fabricantes de armas, equipos, pertrechos, uniformes y aeronaves, que saben que mantener el conflicto armado interno en Colombia es garantía de buenos negocios, sin contar las posibilidades de ‘sacar tajada' y provecho (corrupción al mejor estilo del llamado ‘carrusel' de la contratación de los Nule en Bogotá) en los contratos que se firman entre las fuerzas militares y esos actores, tanto nacionales, como internacionales. Baste con recordar el caso de la Mona Rolla Jaller en 1995.
También hay que tener en cuenta la situación real que viven hoy las Farc. Los certeros golpes recibidos la han obligado a replegarse y a reordenar la cadena de mando, lo que puede indicar ‘ajustes ideológicos’ que pueden ir a favor de seguir enfrentando al Estado, apoyados en el narcotráfico, o por el contrario, de entender que el camino de la desmovilización es el único que les queda.
De darse un cambio de perspectiva en las Farc, alrededor de aceptar desmovilizarse, ello obliga al Gobierno de Santos a trabajar en el real desmonte de las fuerzas paraestatales y de los sectores de la sociedad que participaron y apoyaron, por ejemplo, la persecución y muerte de los militantes de las Unión Patriótica (UP). Se va a necesitar más que un ambiente de confianza entre el gobierno de Santos y las Farc, pues los guerrilleros no van a abandonar una larga lucha, para caer asesinados en la capital del país, participando de la vida política del país. En cualquier sentido, creo que recuperar los 12 puntos de la Agenda firmada en el Caguán, podría ser un buen inicio.
Por lo anterior- y dejando por fuera a otros actores y factores-, creo que pensar hoy en un eventual proceso de paz entre las Farc y el gobierno de Santos, generaría el rechazo unánime de las fuerzas militares, así como el de una opinión pública que aún conserva, apoya y repite el discurso militarista, guerrerista e intransigente que Uribe logró entronizar en sus dos largos periodos, con el concurso de unos medios masivos amedrentados ante el carácter belicoso del entonces Presidente.
Nuevamente se vuelve a hablar de paz en Colombia. Quizás nunca se haya dejado de hablar del asunto, pero con las recientes liberaciones unilaterales de las Farc, el tema recobra vigencia.
¿Qué tan viable es hoy pensar en un proceso de paz entre el Estado y las Farc? ¿Y qué se necesitaría para que dicho proceso tuviera los resultados esperados? Esta columna pretende dar cuenta de estos interrogantes.
El fallido proceso de negociación del Caguán quizás sea el mayor obstáculo para el logro de ese objetivo. Los errores cometidos por las Farc y el Gobierno de Pastrana ayudaron- con el apoyo irrestricto de los medios masivos de información- con la creación de un imaginario negativo alrededor del tema de la paz, aquella pensada desde la perspectiva de un largo periodo, con despeje incluido, para discutir, por ejemplo, aquellas circunstancias que de alguna manera legitimaron el levantamiento armado en los años sesentas y que hoy permanecen casi intactas a pesar de acciones del Estado colombiano encaminadas a superarlas.
Hablar de paz hoy es sinónimo de engaño, de mentira y de burla. Justamente sobre esos elementos actúan varios actores del Estado y de la sociedad civil, para presionar al alto gobierno para que no dialogue con los levantados en armas.
Crear un ambiente propicio para la paz sería el primer paso que debería dar el gobierno de Santos ante un eventual interés en dialogar con las Farc. Y para ello hay que contar no sólo con los medios masivos, reconocida arma que usaron varios sectores y actores de la sociedad civil y del Estado, para frenar el proceso que se puso en marcha en 1998, sino con el concurso de otros actores claves, como los industriales, comerciantes y militares, entre otros.
Sobre estos últimos, sería interesante revisar el papel que cumplieron las fuerzas militares en la época del Caguán, el que jugaron durante los ocho años de Uribe y el que están cumpliendo hoy en la administración de Santos.
No estoy seguro de que las fuerzas militares hayan estado antes, y estén hoy, realmente sometidas al poder civil. Durante el proceso de paz con Pastrana se habló de presiones muy fuertes del generalato para acabar con el proceso de paz. De igual manera, las fuerzas paramilitares también hicieron lo propio y fueron siempre un punto de desacuerdo con las Farc, que pedían a Pastrana el desmonte de las ya fortalecidas fuerzas paraestatales.
Fue evidente que durante los ocho años de Uribe, los militares colombianos vivieron una época de trabajo exigente, pero también de grandes compensaciones. No sólo hubo públicos reconocimientos y regaños, sino recursos económicos y una extrema defensa ante los errores y los desmanes cometidos. El solo hecho de contar con un Presidente que se sentía como un ‘soldado más’, sirvió para ‘elevar la moral’ de una tropa interesada en golpear al enemigo, a sabiendas de que la guerra está lejos de ganarse, justamente por el carácter multifactorial del conflicto armado interno colombiano.
Hay intereses políticos y económicos muy fuertes dentro de las filas castrenses que hacen pensar en que alcanzar la paz con el grupo armado ilegal, no es un escenario conveniente para quienes dirigen ideológica y políticamente la formación de oficiales y futuros generales de la República. ¿Qué haría Colombia con un numeroso ejército (sumando las otras fuerzas), en un escenario de paz? Allí hay un asunto clave para pensar, pues los beneficios no son los mismos en tiempos de guerra, que en tiempos de paz.
Igualmente, hay intereses muy grandes en los fabricantes de armas, equipos, pertrechos, uniformes y aeronaves, que saben que mantener el conflicto armado interno en Colombia es garantía de buenos negocios, sin contar las posibilidades de ‘sacar tajada' y provecho (corrupción al mejor estilo del llamado ‘carrusel' de la contratación de los Nule en Bogotá) en los contratos que se firman entre las fuerzas militares y esos actores, tanto nacionales, como internacionales. Baste con recordar el caso de la Mona Rolla Jaller en 1995.
También hay que tener en cuenta la situación real que viven hoy las Farc. Los certeros golpes recibidos la han obligado a replegarse y a reordenar la cadena de mando, lo que puede indicar ‘ajustes ideológicos’ que pueden ir a favor de seguir enfrentando al Estado, apoyados en el narcotráfico, o por el contrario, de entender que el camino de la desmovilización es el único que les queda.
De darse un cambio de perspectiva en las Farc, alrededor de aceptar desmovilizarse, ello obliga al Gobierno de Santos a trabajar en el real desmonte de las fuerzas paraestatales y de los sectores de la sociedad que participaron y apoyaron, por ejemplo, la persecución y muerte de los militantes de las Unión Patriótica (UP). Se va a necesitar más que un ambiente de confianza entre el gobierno de Santos y las Farc, pues los guerrilleros no van a abandonar una larga lucha, para caer asesinados en la capital del país, participando de la vida política del país. En cualquier sentido, creo que recuperar los 12 puntos de la Agenda firmada en el Caguán, podría ser un buen inicio.
Por lo anterior- y dejando por fuera a otros actores y factores-, creo que pensar hoy en un eventual proceso de paz entre las Farc y el gobierno de Santos, generaría el rechazo unánime de las fuerzas militares, así como el de una opinión pública que aún conserva, apoya y repite el discurso militarista, guerrerista e intransigente que Uribe logró entronizar en sus dos largos periodos, con el concurso de unos medios masivos amedrentados ante el carácter belicoso del entonces Presidente.
Nota: esta columna fue reproducida en el portal www.hechoencali.com y en la url www.nasaacin, http://www.nasaacin.org/index.php?option=com_content&view=article&id=1592:ique-tan-cerca-esta-un-proceso-de-paz-entre-farc-y-gobierno-de-santos&catid=99:dcumentos-nasaacin&Itemid=86.
2 comentarios:
Expectativa probable.Pero tiene muchos enemigos que han hecho de la lucha contra las Farc una oportunidad para enriquecerse.Ej Uribe y los paracos.Qué tal ?
Rodrigo Ramos Sánchez
Uribito:
Lo que pasa es qque se instumentalizó la paz, al considerarla como la no guerra y, frente al desgobierno de Pastrana, la reacción es muy grande. Hay que recuperar el sentido y, quiérase o no, solo la negociación nos podrá producir un estado de seguridad (paz) consolidado.
Luis F.
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