Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Recordar el proceso de paz que se vivió en el Caguán debe servir para insistir en la necesidad de parar el derramamiento de sangre y para reconocer los errores que cometieron tanto las Farc como el propio gobierno de Andrés Pastrana Arango (1998-2002), durante los tres años que duró dicho proceso.
Diez años después, hay que reconocer que la paz hoy en Colombia es un tema vedado y casi prohibido, en razón a la desilusión que la llamada opinión pública sufrió, por el rompimiento de los diálogos de paz en el Caguán.
Hay un actor que resultó determinante en la construcción y divulgación de ese desencanto nacional: los medios masivos de comunicación. La presencia de los medios masivos fue definitiva no sólo para advertir la torpeza con las que las Farc manejaron la zona de despeje, sino para ocultar el juego guerrerista con el que actuó el gobierno de Pastrana. Tanto las Farc, como la administración Pastrana hablaban de paz, mientras armaban sus ejércitos. Los farianos, al intercambiar coca por armas, y Pastrana Arango, al pedir la intervención de los Estados Unidos a través de la aprobación y aplicación del Plan Colombia, política transnacional con la que se dejó sin piso el rol del Congreso, respecto a la aprobación de políticas públicas.
Las empresas mediáticas hicieron un manejo irresponsable y sensacionalista de varios hechos y bajo el manto de lo noticioso, fueron socavando la credibilidad en un proceso delicado que requería un tratamiento cuidadoso por el tipo de decisiones adoptadas, por los hechos y temas discutidos y por cuanto se decía dentro y fuera de la zona de distensión. Hubo presiones y la prensa les hizo el juego a los poderosos actores que desde la sociedad civil colombiana buscaron a toda costa torpedear el proceso de paz.
La prensa, siguiendo los intereses de sectores conservadores que no creían en los diálogos y que no quieren que el conflicto llegue a su fin, una y otra vez apeló al lenguaje noticioso, ahistórico y macartizante, para desconocer el valor de los diálogos y exaltar el discurso guerrerista tanto de los líderes farianos, como el de la cúpula militar y el de los actores económicos de la sociedad civil.
La prensa colombiana no se preparó de manera adecuada para enfrentar un desafío informativo de tal magnitud. Periodistas y empresas periodísticas se aprovecharon de la torpeza de los voceros oficiales de ambas partes, para mandar mensajes equívocos, para tergiversar hechos y para magnificarlos, con el firme propósito de torpedear esa gran oportunidad de paz.
Los medios y los periodistas fueron inferiores al reto informativo y periodístico de un escenario de paz que había que rodear de confianza. Las empresas informativas, mientras cubrían los hechos políticos producidos por las partes, abrigaban la esperanza de que se diera un rápido rompimiento, para poder hacer de éste un espectáculo, tal y como sucedió.
En el caso del collar bomba, por ejemplo, se demostró la ligereza y la irresponsabilidad no sólo de la prensa nacional, sino de las fuentes castrenses a las que apelaron los periodistas para cubrir un hecho de esas características. Desde el principio se insistió en la responsabilidad de las Farc y aún hoy, en varios productos periodísticos y documentales, se señala el compromiso del grupo armado ilegal en la muerte de la señora Elvia Cortés. Al final se supo que fueron delincuentes comunes. El daño ya estaba hecho. Recordemos que se iba a dar una audiencia internacional para discutir sobre cultivos alternativos para remplazar los de uso ilícito.
Convertido el Caguán en un horroroso fantasma y por esa vía, la paz convertida en una ilusión, esos mismos medios siguen cubriendo hechos de orden de público, como los ocurridos hace pocas horas en Caloto (Cauca). Convertida la noticia en mercancía, la guerra se convierte en fuente de negocios para la gran prensa nacional. He aquí un asunto determinante a la hora de volver a pensar en un diálogo de paz con los grupos armados ilegales.
Los mismos medios y periodistas que hoy recuerdan lo sucedido hace ya 10 años, cuando se puso fin a la zona de distensión, deberían de hacer un mea culpa y proponer, a partir del reconocimiento de los errores cometidos en los tratamientos periodístico-noticiosos dados a los hechos acaecidos en el contexto de los diálogos en el Caguán, protocolos y formas discursivas que los ubiquen como un actor político responsable y capaz de jugársela por la paz.
La prensa debe hacer parte de un eventual proceso de paz, pero en otras condiciones de agenciamiento de la información. Propietarios de las empresas mediáticas, directores, editores y periodistas son, en su conjunto, un actor político y económico fuerte, que esconde esa condición cuando los periodistas elevan, de manera caprichosa e intencionada, al estatus de noticia unos hechos que suelen tener intereses y efectos políticos y económicos.
Así entonces, es claro que la prensa en Colombia no está al servicio de los más débiles. Por el contrario, asiste todos los días a sectores poderosos que no sólo sostienen el negocio de la información, sino que han logrado someter las rutinas de producción noticiosas, a las lógicas del mercado.
En esas circunstancias será muy difícil avanzar en la ambientación de la paz y de un proceso de paz en Colombia, por cuanto hay evidentes intereses económicos y políticos en juego, en los que la información adquiere un valor de uso y de intercambio, que sectores poderosos saben utilizar a su favor.
En ese camino, hay que insistir en un periodismo independiente de esos intereses comerciales y políticos que soportan hoy a la gran prensa colombiana. Un periodismo que actúe de manera responsable, con sentido democrático y político, y que no le haga el juego a los voceros oficiales que los actores políticos, armados o no, suelen enviar para satisfacer la necesidad de informar.
Recordar el proceso de paz que se vivió en el Caguán debe servir para insistir en la necesidad de parar el derramamiento de sangre y para reconocer los errores que cometieron tanto las Farc como el propio gobierno de Andrés Pastrana Arango (1998-2002), durante los tres años que duró dicho proceso.
Diez años después, hay que reconocer que la paz hoy en Colombia es un tema vedado y casi prohibido, en razón a la desilusión que la llamada opinión pública sufrió, por el rompimiento de los diálogos de paz en el Caguán.
Hay un actor que resultó determinante en la construcción y divulgación de ese desencanto nacional: los medios masivos de comunicación. La presencia de los medios masivos fue definitiva no sólo para advertir la torpeza con las que las Farc manejaron la zona de despeje, sino para ocultar el juego guerrerista con el que actuó el gobierno de Pastrana. Tanto las Farc, como la administración Pastrana hablaban de paz, mientras armaban sus ejércitos. Los farianos, al intercambiar coca por armas, y Pastrana Arango, al pedir la intervención de los Estados Unidos a través de la aprobación y aplicación del Plan Colombia, política transnacional con la que se dejó sin piso el rol del Congreso, respecto a la aprobación de políticas públicas.
Las empresas mediáticas hicieron un manejo irresponsable y sensacionalista de varios hechos y bajo el manto de lo noticioso, fueron socavando la credibilidad en un proceso delicado que requería un tratamiento cuidadoso por el tipo de decisiones adoptadas, por los hechos y temas discutidos y por cuanto se decía dentro y fuera de la zona de distensión. Hubo presiones y la prensa les hizo el juego a los poderosos actores que desde la sociedad civil colombiana buscaron a toda costa torpedear el proceso de paz.
La prensa, siguiendo los intereses de sectores conservadores que no creían en los diálogos y que no quieren que el conflicto llegue a su fin, una y otra vez apeló al lenguaje noticioso, ahistórico y macartizante, para desconocer el valor de los diálogos y exaltar el discurso guerrerista tanto de los líderes farianos, como el de la cúpula militar y el de los actores económicos de la sociedad civil.
La prensa colombiana no se preparó de manera adecuada para enfrentar un desafío informativo de tal magnitud. Periodistas y empresas periodísticas se aprovecharon de la torpeza de los voceros oficiales de ambas partes, para mandar mensajes equívocos, para tergiversar hechos y para magnificarlos, con el firme propósito de torpedear esa gran oportunidad de paz.
Los medios y los periodistas fueron inferiores al reto informativo y periodístico de un escenario de paz que había que rodear de confianza. Las empresas informativas, mientras cubrían los hechos políticos producidos por las partes, abrigaban la esperanza de que se diera un rápido rompimiento, para poder hacer de éste un espectáculo, tal y como sucedió.
En el caso del collar bomba, por ejemplo, se demostró la ligereza y la irresponsabilidad no sólo de la prensa nacional, sino de las fuentes castrenses a las que apelaron los periodistas para cubrir un hecho de esas características. Desde el principio se insistió en la responsabilidad de las Farc y aún hoy, en varios productos periodísticos y documentales, se señala el compromiso del grupo armado ilegal en la muerte de la señora Elvia Cortés. Al final se supo que fueron delincuentes comunes. El daño ya estaba hecho. Recordemos que se iba a dar una audiencia internacional para discutir sobre cultivos alternativos para remplazar los de uso ilícito.
Convertido el Caguán en un horroroso fantasma y por esa vía, la paz convertida en una ilusión, esos mismos medios siguen cubriendo hechos de orden de público, como los ocurridos hace pocas horas en Caloto (Cauca). Convertida la noticia en mercancía, la guerra se convierte en fuente de negocios para la gran prensa nacional. He aquí un asunto determinante a la hora de volver a pensar en un diálogo de paz con los grupos armados ilegales.
Los mismos medios y periodistas que hoy recuerdan lo sucedido hace ya 10 años, cuando se puso fin a la zona de distensión, deberían de hacer un mea culpa y proponer, a partir del reconocimiento de los errores cometidos en los tratamientos periodístico-noticiosos dados a los hechos acaecidos en el contexto de los diálogos en el Caguán, protocolos y formas discursivas que los ubiquen como un actor político responsable y capaz de jugársela por la paz.
La prensa debe hacer parte de un eventual proceso de paz, pero en otras condiciones de agenciamiento de la información. Propietarios de las empresas mediáticas, directores, editores y periodistas son, en su conjunto, un actor político y económico fuerte, que esconde esa condición cuando los periodistas elevan, de manera caprichosa e intencionada, al estatus de noticia unos hechos que suelen tener intereses y efectos políticos y económicos.
Así entonces, es claro que la prensa en Colombia no está al servicio de los más débiles. Por el contrario, asiste todos los días a sectores poderosos que no sólo sostienen el negocio de la información, sino que han logrado someter las rutinas de producción noticiosas, a las lógicas del mercado.
En esas circunstancias será muy difícil avanzar en la ambientación de la paz y de un proceso de paz en Colombia, por cuanto hay evidentes intereses económicos y políticos en juego, en los que la información adquiere un valor de uso y de intercambio, que sectores poderosos saben utilizar a su favor.
En ese camino, hay que insistir en un periodismo independiente de esos intereses comerciales y políticos que soportan hoy a la gran prensa colombiana. Un periodismo que actúe de manera responsable, con sentido democrático y político, y que no le haga el juego a los voceros oficiales que los actores políticos, armados o no, suelen enviar para satisfacer la necesidad de informar.
Nota: publicada en el portal www.nasaacin.org, http://nasaacin.org/attachments/article/3480/EL%20PAPEL%20DE%20LOS%20MEDIOS%20EN%20EL%20CAGUÁN,%2010%20AÑOS%20DESPUÉS.pdf
; publicada también en la Revista Cierto, www.revistacierto.com, http://www.revistacierto.com/Medios%20en%20El%20Caguán.htm
Publicada en el portal de la universidad Central de Bogota, Aula & Asfalto, http://www.aulayasfalto.e-pol.com.ar/
3 comentarios:
Hola Uribito:
¡Buen día!
Hoy pude leer tus columnas.
Respecto de ésta, creo que estás muy acertado. Lástima que los medio y periodistas que se autoproclaman como "cuarto poder" sean tan mediocres e inferiores al reto que implica "ser poder"
La irresponsabilidad y la defensa de intereses particulares es lo que demuestran como lo idóneo del ejercicio. Autodefinirse como algo y realizarse como otra cosa, es simplemente esquizofrénico.
Me parece que tu columna es un llamado a la ética de los medios, como en otras ocasiones lo has dicho.
Un abrazo,
Luis F.
Gayala: Bien por su síntesis y comentarios.Persiste la hipocrecía,doble moral e ntereses ocultos para lograr la paz en Colombia.A quiénes favorece la guerra y la perpetuación del conflicto ??.Quienes son los que salen ganando en dinero,tierras ,minas y poder,a final de cuentas ?. Los medios masivos respondieron a los intereses de sus dueños y pautadores y nunca hubo un proyecto estatal para que apoyaran el proyecto de la paz.Un abrazo.
Rodrigo
Germán: buen artículo !!!! es indispensable profesionalizar el periodismo, desde el reportero en la calle, hasta el analista que investiga y opina sobre los hechos. Es decir, periodoismo y ética de la responsabilidad con el oficio. Se puede hacer algo al respecto, en el nivel regional, y desde la Universidad? Hay que hacerlo pronto. saludos, Alvaro G.
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