Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Es posible que las esperanzas que hoy débilmente gravitan alrededor del proceso de paz que se adelanta en La Habana, en la perspectiva de que se firme la paz con las Farc, tenga a muchos pensando en la aparición rápida y casi que natural de escenarios de posconflicto.
Creo que es hora de que entremos en la discusión, tratando de pensar qué es eso de los escenarios de posconflicto, para un país como Colombia con dificultades históricas y jurídico-políticas para reconocer y enfrentar la existencia de un conflicto armado, de una guerra interna de más 50 años.
Antes, es clave reconocer un elemento categórico en la idea del posconflicto: la reconstrucción. Es decir, la posguerra es, en sí misma, un estadio en el que la reconstrucción física (infraestructura afectada), política, económica y cultural (ética y moral) deviene como un proceso normal y esperado no sólo por los combatientes, sino por la sociedad que en general reconoce los graves efectos dejados por la guerra y desea claramente, pasar la página de una larga confrontación armada.
Para el caso colombiano, en donde el Estado no ha colapsado como consecuencia de la guerra interna, el posconflicto adquiere unas dimensiones particulares. Y es así, porque dada la dinámica de un conflicto irregular, el mismo Estado repara a diario la infraestructura golpeada por los grupos al margen de la ley. Es más, en medio de una guerra interna de más de 50 años, Colombia, como país, ha logrado crecer económicamente y mantiene efectivas transacciones con el sistema financiero internacional y con las dinámicas de un mercado globalizado.
¿Qué hay entonces, por reconstruir en Colombia de llegarse a firmar la paz con los grupos al margen de la ley que enfrentan al Estado desde hace décadas? Más allá de esa idea, lo que debe dejar años y años de guerra interna no es en sí misma una reconstrucción física y económica del país, sino el redireccionamiento de una Nación y de un Estado, que como ideales, exhiben problemas graves de expresión y funcionamiento no sólo como consecuencia de 50 años de guerra interna, sino como causa del levantamiento armado.
Así las cosas, el posconflicto se debe entender como la posibilidad y la necesidad de repensar a Colombia, en la idea de someter a la Nación y al Estado a un fuerte proceso de redireccionamiento, que les permita a los colombianos edificar un país posible y viable.
Enumeraré seis elementos que podrían hacer parte de ese gran escenario de posconflicto que se espera que el país y la sociedad colombianas diseñen y recorran, una vez se firme la paz con los grupos al margen de la ley que desconocen la autoridad del Estadio y que lo combaten militar y políticamente.
El primero, la revisión del orden social y político, en aras de hacer confluir lo imaginado y prescrito en la Carta Política, con las dinámicas políticas, sociales y culturales que ese orden irradia y emana hacia quienes viven dentro del territorio nacional y guían, de muchas maneras, los destinos de la Nación. Ello implica hacer ingentes esfuerzos institucionales para consolidar el Estado, aceptando no sólo su debilidad y precariedad, sino sometiéndolo a procesos propios de reingeniería, política y administrativa, con el propósito claro de desmontar las redes mafiosas que lo han cooptado de tiempo atrás.
Lo anterior amerita la constitución de un nuevo pacto social, pensado más allá de la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente. Pacto que supone la revisión crítica del sistema político, del sistema de partidos, pero por sobre todo, del actual modelo político de regionalización. Un país de países como Colombia exige la discusión de un modelo federal que remplace el modelo de república centralizada que hoy subsiste en Colombia.
El segundo elemento tiene que ver con el agenciamiento de una política post bélica que vaya más allá de enfrentar los frentes guerrilleros que muy seguramente quedarán por fuera de la negociación, y se asuma la violencia urbana que producen bandas criminales y pandillas, entre otros fenómenos y focos de inseguridad y violencia, como un asunto político que obligue al Estado a enfrentarlos superando el carácter policivo con el que suelen asumirse dichos fenómenos.
De igual forma, esa política posbélica debe contener una nueva idea de la seguridad nacional y de sus formas de expresión, a través de las actuaciones de la fuerza pública. Una doctrina de seguridad que realmente asegure que las fuerzas armadas estén sometidas al poder civil y que actúen bajo criterios compartidos que haga pensar en una sola organización militar, monolítica y guiada por el bien común, que borren totalmente, el espíritu paramilitar que se enquistó en varias unidades de combate.
Es importante, en esa medida, reducir el número de efectivos a proporciones adecuadas, asegurar el bienestar social y económico de los combatientes. Finalmente, lo que debe garantizarse es que las fuerzas militares se dediquen al cumplimiento de funciones de control fronterizo.
El tercer elemento tiene que ver con la revisión a fondo del modelo económico. El ajuste de este factor debe hacerse de acuerdo con las demandas ciudadanas y las históricas condiciones de inequidad, pobreza y exclusión que se evidencian en Colombia. La redistribución de la riqueza y la puesta en marcha de un proceso de neo industrialización pueden ayudar a aclimatar ese soñado escenario de posconflicto.
Lo anterior implicaría revisar a fondo las maneras como el país se viene insertando en un dinámico proceso de globalización, basado en viejas formas de dominación y en relaciones asimétricas entre Norte y Sur, hoy invisibilizadas por fuerzas del mercado y en particular, por el consumo y la especulación financiera.
El cuarto elemento tiene que ver con la necesidad de modificar el modelo educativo y con él, la cultura política de los colombianos. Hay claras evidencias de la presencia de un ethos mafioso con el cual los ciudadanos transan con autoridades estatales y privadas, en una suerte de ‘cultura del atajo’ y del ‘todo vale’ que borra las fronteras entre lo legal y lo ilegal, entre lo legítimo y lo ilegítimo, entre lo correcto y lo incorrecto. Debe sumarse a esa nueva cultura que se promueve en ambientes educativos, públicos y privados, la urgente necesidad de modificar los imaginarios alrededor de lo masculino, sobre la base del desmonte progresivo de la sociedad patriarcal y machista que hoy subiste en Colombia.
Un quinto elemento que resulta clave tiene que ver con los movimientos sociales, prácticamente abolidos de la discusión pública de asuntos públicos, bien por la presencia otoñal de las guerrillas y por la persecución oficial. Es urgente que desde el Estado, desde las universidades y desde todos los actores sociales de la sociedad civil, se promueva la creación de sindicatos y de movimientos sociales que aporten a la ampliación de la participación política y de una cultura política sostenida en claras ideas de lo que debe ser el bien común.
Y finalmente, un sexto elemento guarda relación con el ejercicio periodístico. La concentración de medios de comunicación cierra todas las posibilidades para asegurar la pluralidad de pensamiento. El unanimismo ideológico y político que acompaña hoy en Colombia al ejercicio periodístico, empobrece la democracia. Es urgente una política pública que otorgue de verdad, a medios y periodistas, el papel vigilante que demanda un país que necesita reconstruirse moral y éticamente en escenarios de posconflicto. Escenarios estos que justamente se sostengan sobre otras formas de entender lo público y en acciones ciudadanas alrededor de lo que es lo correcto y de una ética pública que modifique las relaciones entre el Estado y la sociedad.
Así las cosas, firmar la paz con las Farc será apenas el preámbulo de un largo proceso de reconstrucción moral, ético, político, económico y social, que no sólo requiere del silenciamiento de los fusiles, sino del concurso de quienes hoy, desde diversas instancias militares y políticas se han declarado enemigos del proceso de negociación que se lleva a cabo en La Habana, Cuba.
1 comentario:
Uribito:
¡Buen día!
Te ví muy aplomado y sensato. ¡En hora buena!
Luis F.
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