Por
Germán Ayala Osorio, comunicador social
y politólogo. www.laotratribuna1.blogspot.com
En
una agitada y cuestionada jornada electoral, la convención del Uribe Centro
Democrático (UCD) eligió a Oscar Iván Zuluaga como candidato presidencial.
Horas después de la elección, se escuchan voces que señalan que el proceso de
elección no fue del todo transparente.
Lo
cierto es que el gran derrotado fue Francisco Santos Calderón, de quien se
pensaba que era el consentido de Álvaro Uribe. Al final, cuando se decidió que
la elección sería a través del mecanismo de la convención, la balanza se
inclinó por Oscar Iván Zuluaga. Más allá de las rencillas internas y de las
dudas que al final exhibió Uribe sobre la ‘lealtad y la ‘disciplina’ de
Francisco Santos, lo cierto es que menos de dos mil personas participaron de la
jornada electoral de la recientemente creada micro empresa electoral.
Sin
duda, un ejercicio político privado desde donde se pretende proponer al país una
opción de poder que ideológica y políticamente no está anclada a un partido,
sino a los intereses de un caudillo megalómano que quiere recuperar el poder
presidencial, llevando a la Casa de Nariño (o de Nari) a quien de manera obediente obedezca sus órdenes y siga las recomendaciones de ese gran ‘barón’ electoral llamado
Álvaro Uribe Vélez.
Los retos de Oscar Iván Zuluaga
De
cara a las elecciones de 2014, el UCD buscará ‘recuperar el rumbo’, que no es otra
cosa que imponer nuevamente las tesis con las que se montó un régimen de terror
entre el 2002 y el 2010. No podemos olvidar que Uribe Vélez desmontó, en varios
sectores, la institucionalidad estatal, reduciendo la función pública y las
responsabilidades del Estado a sus opiniones, intereses y a sus particulares
formas de entender la política y lo político. Desmontó, entre otras, la
institucionalidad castrense, llevando, prácticamente, a que sectores de las
fuerzas armadas cumplieran sus órdenes como si de tratara de un ejército
privado. La frase ‘acábelos y por cuenta
mía’, recoge el talante con el que Uribe manejó a un sector de las fuerza
armadas. De igual manera, debilitó las instituciones ambientales y en general,
la institucionalidad estatal, hasta lograr reducir el Estado a sus
conveniencias y caprichos.
¿Paz o guerra?
Como
una suerte de atavismo, cultural y político, Colombia nuevamente se polarizará
entre la guerra y la paz. Los guerreristas y troperos estarán del lado de Oscar
Iván Zuluaga y de las fuerzas que logre atraer el UCD; del otro lado, estarán
quienes creen que poner fin al conflicto armado es posible, de allí que haya la
necesidad de reelegir a Juan Manuel Santos Calderón, quien se atrevió, después
de ocho años de intensa guerra interna, librada entre 2002 y 2010, a hablar de paz, y
por esa vía, intentar frenar el derramamiento de sangre.
Así
entonces, en 2014 los colombianos deberán elegir entre darle continuidad al
proceso de paz que hoy se lleva a cabo entre el Gobierno de Santos y la cúpula
de las Farc, o regresar al país a las
aciagas noches de una guerra degradada en la que mueren cada vez más civiles y
en la que ofrendan la vida militares y guerrilleros pobres. Muy seguramente, si
el hoy candidato del UCD conquista el poder presidencial en 2014, los ‘falsos
positivos, las ‘chuzadas’ y en general, el desmonte del Estado Social de
Derecho tendrán su ‘tercer tiempo’.
Pero
digamos que el gran reto de Oscar Iván Zuluaga está en erigirse de verdad como
un candidato presidencial que realmente ofrezca al país una opción de poder,
más allá de los intereses de Álvaro Uribe Vélez, su ‘patrón’ político al que le
debe lealtad y sumisión. Si Zuluaga decide seguir y a cumplir a pie juntillas
las órdenes de Uribe Vélez, entonces jamás será un Candidato Presidencial, sino
simplemente será el Agregado que el gran latifundista buscó poner en la
Presidencia. Ese será el moño de una democracia débil, procedimental y hecha a
la medida de ‘barones’ electorales a los que interesa mantener y naturalizar la
debilidad del Estado[1]
y de sus instituciones.
El contexto ayuda
La
democracia colombiana es formal, procedimental y electoral. Sobre esa idea
descansan problemas como una empobrecida
cultura política y una baja autoestima de millones de colombianos que han
aceptado las condiciones de dominación y de exclusión de un régimen democrático
hecho a la medida de unas élites de poder, que no han sido capaces de liderar
un proyecto incluyente y profundamente respetuoso de la diversidad étnica y de
la frágil biodiversidad que de forma rabiosa aún se mantiene a lo largo y ancho
del territorio.
Una
democracia que funciona más por la inercia electoral, que por el convencimiento
ciudadano de que con ella misma es posible cambiar ese ethos que se ha naturalizado en el país, y que se caracteriza por
ser profundamente mafioso, clientelar y
soportado en todo tipo de ejercicios de violencia simbólica y física.
Dentro
de los graves problemas que exhibe la democracia colombiana aparecen la
debilidad manifiesta de unos partidos políticos, convertidos cada vez más en
una suerte de organizaciones que sirven exclusivamente para operacionalizar el
clientelismo y la cooptación privada que de estas han logrado hacer poderosos
actores económicos, que las usan como vehículo para privatizar el Estado y
ponerlo al servicio de intereses empresariales, financieros e industriales, que
jamás han tenido claro qué es eso de lo público.
Los
partidos políticos tradicionales y las recientemente creadas empresas
electorales (Cambio Radical, el Partido de la U, Progresistas y el Uribe Centro
Democrático, entre otros) son la expresión clara de la privatización de lo
público, de la política y por supuesto, de la democracia.
El
vaciamiento ideológico de los partidos se logra desde el preciso momento en el
que las ideas de lo que debe ser un Estado Social de Derecho, son remplazadas
por las concepciones y aspiraciones de individuos y grupos de poder a los que
no les interesa construir nación y mucho menos, forjar una sociedad que
medianamente tenga claro que la política debe estar al servicio de las grandes
mayorías, de lo colectivo y no al servicio de una élite que de tiempo atrás
muestra su talante mezquino y profundamente antidemocrático.
De
esta manera, las masas atomizadas asisten a espectáculos político-electorales
en donde las grandes mayorías no tienen cabida. Y no tienen cabida únicamente por
las exclusas que suelen poner la dirigencia de los partidos y de los movimientos
políticos, sino por la baja autoestima que lleva a cientos de miles de
colombianos a esperar el día de las elecciones para ‘negociar’ el voto por un
plato de lentejas, una beca o un contrato por prestación de servicios.
El
mesianismo y la presencia de ‘barones’ electorales son también expresiones de
una débil democracia y de una cultura política que cada vez más se sostiene en los negativos liderazgos de
políticos, preparados para consolidar conciliábulos con los que claramente
buscan penetrar y someter el Estado a sus intereses particulares o a los de una
clase política y dirigente que hace rato tomó distancia de los problemas
nacionales y el abordaje de asuntos colectivos.
1 comentario:
Muchas gracias profesor German por el artículo, su pluma en el tiempo son granos de arena a la construcción de la Colombia prospera, soberana, autodeterminante, justa y equitativa, el país de todos para todos
Luis
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