Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Si damos por descontada la firma
de un armisticio y el consecuente fin del conflicto armado interno, la sociedad
y el Estado deben comprometerse con la discusión y el diseño de escenarios de
posconflicto, sobre los cuales la paz se pueda sostener en el tiempo.
Los tiempos posteriores a la
firma que pondría fin al conflicto armado quizás sean más difíciles porque se
requerirá de cambios culturales profundos, especialmente en la manera como las
víctimas directas[1] de la guerra interna,
como las indirectas, van a mirar a los
victimarios, sean estos militares[2],
paramilitares y guerrilleros.
De allí que los programas de
reinserción o la reintegración de los guerreros[3] a la
sociedad sea un proceso complejo en el que se visualizan varios elementos que
resultan fundamentales para la consolidación de dichas iniciativas: el primer
elemento se concentra en las razones históricas y objetivas que coadyuvaron y
legitimaron el levantamiento armado en Colombia. En ello aún no hay consenso
nacional, lo que sin duda dificulta la comprensión de las motivaciones de
cientos de hombres y mujeres que fueron reclutados[4] o que
optaron por la lucha armada.
El segundo elemento tiene que ver
con las maneras tradicionales como la sociedad viene resolviendo sus conflictos
y diferencias, especialmente en los territorios urbanos, escenarios en donde se
suceden múltiples formas de violencia, producto de problemas de convivencia. Justo
allí, en ciudades violentas como Bogotá, Medellín y Cali, entre otras, se
concentran los programas de reinserción.
El tercer elemento, muy unido al
anterior, tiene que ver con los procesos de segregación y estigmatización
social y cultural que han sufrido comunidades afro, indígenas y campesinas, y
en general, la población mestiza pobre, cuyos miembros han hecho parte de los
actores armados, especialmente de las guerrillas de las Farc[5], por
cuenta, justamente, de la pauperización de sus condiciones de vida y la falta
de oportunidades en un país con una larga y evidente concentración de la
riqueza en pocas manos.
El cuarto elemento tiene que ver
con el Estado, orden social, político y económico responsable del surgimiento
del conflicto armado y de la presencia de múltiples formas de violencia, por
cuanto no ha sido y no es aún un referente de autoridad para todos los miembros
de la sociedad.
Es en ese contexto en el que de
manera decidida se tendrán que diseñar los programas de reinserción de los ex
combatientes de las Farc. De allí que para garantizar su éxito, se tendrá que
avanzar en la solución de graves problemas y la superación de circunstancias
socio culturales, políticas y económicas que hacen que la guerra siga siendo
una opción de vida para cientos de miles de colombianos.
He aquí un listado inacabado de
asuntos que deberán atenderse con el firme propósito de garantizar la
consolidación de la reinserción o la
reintegración de los ex combatientes. Y por ese camino, se avance en la
reconciliación de la sociedad y se allane el camino del posconflicto y la paz.
- Territorios rurales de origen. Las condiciones de vida de los territorios rurales de donde son originarios guerrilleros, paramilitares y militares devienen pauperizadas por el modelo económico y por la inexistencia de una política agraria que permita que la Colombia rural viva en condiciones dignas. Si no se cambian las condiciones que aseguran que campesinos, afros e indígenas apenas si logran sobrevivir en penosas circunstancias, los ex combatientes deberán trasladarse a ciudades con niveles de estigmatización y segregaciones sociales fuertes y naturalizadas por las propias dinámicas culturales y económicas de unas urbes que deben ser competitivas y atractivas para el mercado de capitales. ¿Qué hacían y qué sueños tenían los ex combatientes[6] antes de enlistarse en los grupos armados? Esta pegunta es clara y orientadora para quienes lideren el diseño y aplicación de los programas de reinserción.
- Adolescentes y jóvenes adultos en la guerra. Los combatientes de las Farc son hoy, en un importante número, adolescentes y adultos jóvenes, que demandarán una atención diferenciada. Se hace más complejo el asunto si dicha población armada arrastra las frustraciones de una niñez llena de vacíos de afecto y de condiciones de precariedad económica, social y cultural. Además, los niveles, bajos o altos de adoctrinamiento político y militar alcanzados durante su permanencia en las filas, se convierten en un fuerte obstáculo para los procesos de reintegración. ¿Cómo o con qué suplir el poder psíquico, social y económico que les representaba portar un uniforme y un arma?
- El lugar del Estado. Será importante indagar sobre el lugar que el Estado tiene en las representaciones individuales de los ex combatientes, con el objetivo claro de saber si éstos tienen claro contra qué se levantaron y qué es lo que defienden cuando dicen defender al Estado y a la sociedad. ¿Son conscientes los guerrilleros más jóvenes de que se levantaron contra el Estado? ¿Es posible lograr programas exitosos de reinserción, cuando el Estado, como orden no se ha consolidado y que gracias al modelo neoliberal, deviene en un proceso lento de debilitamiento en sus responsabilidades?
- Identidad, estigmatización y segregación. Los combatientes soportan largos procesos de transformación identitaria durante el tiempo de permanencia en las filas de los grupos armados. De campesinos, algunos, pasaron a ser guerrilleros o paramilitares rasos. Son padres de familia y tienen aspiraciones de una vida distinta. Otros, por el contrario, creen y desean morir en la guerra. De estudiantes de colegio, pasaron a ser comandantes de Frente y a ser ‘importantes’ dentro de una estructura armada que les dio una identidad y el reconocimiento que la sociedad les negó. La condición de ex combatientes es quizás la más importante etapa de ese largo proceso de transformación identitaria. Sin el poder de las armas, sin dinero y sin el reconocimiento de compañeros y jefes, hombres y mujeres han enfrentado, en anteriores experiencias de reinserción, el señalamiento de una sociedad que los ve como un problema. ¿Es necesario informar en dónde se van ubicar los reinsertados? ¿Es posible salvaguardar esta información? ¿Cómo preparar a la población urbana para que reciba a estas personas como nuevos vecinos, y no bajo o con la categoría de reinsertado de por medio?
- Universidades y sector productivo. Los
empresarios suelen mostrarse dispuestos a apoyar iniciativas de
reinserción. Se enfrentan al problema de los costos y de dónde o cómo
recuperarían la inversión. Además, deben lidiar con las capacidades de los
ex combatientes, del entrenamiento para atender oficios y tareas dentro
una organización productiva que debe mantener condiciones de calidad,
productividad y viabilidad. Pero también buscan que su apoyo a la paz y al
posconflicto sea reconocido socialmente. ¿No es este quizás un factor que
termina por alimentar la estigmatización social dentro de la empresa y
fuera de ella? ¿Es posible que emplear a ex combatientes en grandes, medianas
y pequeñas empresas sin que éstas pretendan explotar su condición de
‘benefactores de la paz’? En cuanto al papel que las universidades pueden
jugar en los programas de reinserción de guerrilleros, están las
directivas, los docentes y las comunidades universitarias preparadas para
ello?. Qué programas ofrecer a los ex combatientes, para qué se van a
formar y qué condiciones en el mercado debe haber para que tenga sentido
para los ‘nuevos estudiantes’, esforzarse por alcanzar un título. ¿Qué
niveles de escolarización tienen y con qué competencias llegarían los ex
combatientes? ¿Habrá etapas y procesos de transición, antes de enfrentar
procesos educativos como los que se viven dentro de las universidades?
El camino de la reinserción nunca
ha sido fácil. Como en el juego de la pirinola o perinola, Todos ponen. Todos
debemos poner. El problema no es de buena voluntad. Está en la calidad de la
información que se tenga de cada uno de los ex combatientes y del
convencimiento de que el Estado y la sociedad deben transformarse. Sin
transformaciones de fondo, no es posible garantizar pleno éxito a los planes de
reinserción.
Imagen tomada de reintegracion.gov.co
[1] Se
trata de las familias que han sufrido en carne propia los estragos de un
degradado conflicto armado. Los que no han sufrido de manera directa los
efectos de la guerra interna, hacen parte de los llamados espectadores, es
decir, la población de ciudades que ha visto la guerra por televisión y en
muchas ocasiones se explica la naturaleza y la (in) evolución del conflicto,
siguiendo los discursos de los medios masivos y el discurso oficial de
disímiles gobiernos, especialmente de aquellos que de manera decidida
intentaron acabar físicamente con las guerrillas.
[2] Los
‘veteranos de guerra’ que la Fuerza Pública, como actor armado, viene
produciendo a lo largo de estos años de conflicto armado interno, son un asunto
que la sociedad y el Estado poco tienen en cuenta.
[3] Esta
acepción de guerrero deviene desprovista de cualquier idea de honor, como se
entendió o se pudo entender en otros contextos.
[4] Las
guerrillas aún practican el reclutamiento forzoso. El reclutamiento que hace la
Fuerza Pública no deviene en ese sentido por cuestiones de la legalidad en la
que se soporta la acción, pero sin duda, se trata de una especie de reclutamiento
forzado para quienes no desean prestar servicio militar e incluso, para
aquellos que no ven otro camino para ‘salir adelante’.
[5] Quizás el grupo sobre el que recaen
las mayores manifestaciones de odio, aupadas en parte por un ejercicio
ideologizado de los medios de información y por los errores y contradicciones
en las que dicha organización armada ha incurrido a lo largo de su historia.
[6] Los actores armados tienen la
obligación de entregar información precisa del número de combatientes a
desmovilizar. En eso de exigirse transparencia y responsabilidad, para evitar
que se ‘cuelen’ otros, que van a demandar por recursos y a presionar por más
ayudas económicas y apoyo psicosocial.
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