Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
De las negociaciones en La
Habana, hasta el momento, se destacan el documento Informe Conjunto de la Mesa
de Conversaciones (enero de 2014), resultado de parciales acuerdos entre las
partes sobre los dos primeros puntos de la Agenda de Paz y un buen número de
rumores, producto de los miedos y resistencias que genera en sectores sociales,
económicos y políticos, la posibilidad de que se ponga fin al conflicto.
Ayer 23 de abril de 2014 y por
segunda ocasión, el jefe de la delegación gubernamental salió a los medios a
desmentir el rumor que señala que el retiro del General Mora del equipo
negociador del Gobierno de Santos, es inminente. El posible retiro del alto
oficial, en uso de buen retiro, se daría porque en Cuba se estaría negociando
la reducción del número de efectivos y del presupuesto de las Fuerzas Militares.
Que Humberto de la Calle deba
salir a los medios a desmentir que Mora Rangel estaría en desacuerdo con que se
esté 'negociando' o por lo menos discutiendo el tema de los militares, indica que
efectivamente el rumor existe y que se fortalece con el paso de los días, en
especial por la cercanía de las elecciones del 25 de mayo. También es un claro
indicador de que el Presidente Santos, como comandante supremo, no goza de toda
la credibilidad dentro de las fuerzas armadas, lo que de inmediato hace que el
sometimiento al poder civil de éstas sea relativo y que dentro de las mismas se
está deliberando en torno al delicado proceso de negociación. Habría, entonces,
fuertes resistencias dentro de las filas, asunto que no sólo debe manejarse con
total firmeza, sino con total apertura, por tratarse de un asunto público.
Santos debe hablarle claro al
país. Por fuera, dice que las fuerzas armadas deben prepararse para el
posconflicto, lo que implica, por lo menos, una reorientación misional y del
gasto, así como la reducción del número de efectivos. Pero al interior del
país, guarda silencio o por lo menos, no habla con la firmeza y seguridad con
la que lo hace en otros escenarios y contextos. Si se firma el fin del
conflicto, no tiene sentido mantener un costoso cuerpo armado, cuando el
enemigo interno ya no estaría en pie de lucha. Eso es así de claro.
Este rumor, como todos lo rumores,
nace de una mala comunicación y de un ejercicio equivocado de la autoridad y
del poder. Y claro está, nace de una molestia, preocupación e incertidumbre
dentro de las familias de militares y policías y por supuesto, dentro de las
propias tropas activas y retiradas, alrededor de lo que va a suceder con sus
beneficios y privilegios, de cara a una inminente transformación de las fuerzas
armadas, una vez se ponga fin a la guerra interna. Esos miedos e incertidumbres
son legítimos, pero deben ser aclarados por el propio Presidente y claro está,
por los comandantes que realmente estén comprometidos con el proceso de paz y
con el diseño de escenarios de posconflicto.
De otro lado, dudo que el general
Mora Rangel represente a todos los miembros de las fuerzas armadas. Si acaso
contará con el respaldo de Acore. Por ello, debió desde un principio
asegurarse la presencia de por lo menos varios oficiales en la Mesa de
Negociación. Generales y coroneles activos deberían hacer parte del equipo
negociador del Gobierno. Con ello se lograría que aquellos que dicen defender
la patria, desde orillas ideológicas y perspectivas al parecer distintas e
irreconciliables, discutieran, cara a cara, con argumentos, con el discurso,
realmente qué es lo que están defendiendo. Pero ello requiere que los militares estén preparados para enfrentar los discursos de los líderes farianos.
Sería una posibilidad para dejar de lado la doctrina militar y de seguridad,
para darle paso a la discusión sobre las razones objetivas que facilitaron y
legitimaron el levantamiento armado en los años 60. La pregunta es: ¿hay altos
oficiales formados académicamente para confrontar, por ejemplo, el discurso de
Iván Márquez?
Quienes hacen la guerra y
orientan a cientos de mujeres y hombres en los campos de batalla deben tener
la capacidad discursiva para discutir sobre las razones que cada uno esgrime
para mantenerse en pie de lucha. Imagino una discusión entre altos oficiales de
las fuerzas armadas y los líderes de las Farc alrededor de la violación de los
derechos humanos, de los efectos que sus acciones y decisiones dejan sobre
frágiles ecosistemas y claro está, sobre la debilidad de las instituciones del
Estado, por cuenta de actores políticos y de una reducida élite que históricamente
lo ha capturado para ampliar sus mezquinos intereses.
A lo mejor los encuentros dialógicos
entre farianos y militares permitan concluir que tanto militares como
guerrilleros han estado equivocados en su lucha. Es posible también que lleguen
a la conclusión de que las ideas y sus nociones de patria sólo han servido para
ocultar un modus vivendi con el que
unos y otros se sienten cómodos, sino para legitimar un régimen de poder históricamente
ilegítimo, al que gracias a la presencia
de las guerrillas, un grueso de la población, incluyendo a los militares, lo vienen respaldando por la propia
incapacidad y el miedo a confrontarlo.
Y a lo mejor de ese esperado e imaginado
diálogo entre guerrilleros y militares, sus representantes llegan ala conclusión
de que esta lucha fratricida se viene dando entre guerrilleros y soldados pobres,
mientras hay una élite corrupta y una industria militar, nacional e
internacional, que se benefician por la decisión de cada uno de mantenerse en
pie de lucha.
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