YO DIGO SÍ A LA PAZ

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viernes, 19 de junio de 2015

EL FIN DEL CONFLICTO: ¿DE UN CACHO O A PUCHO Y MEDIO?


Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Columna publicada en www.conlaorejaroja.com http://conlaorejaroja.com/el-fin-del-conflicto-de-un-cacho-o-a-pucho-y-medio/

El Proceso de Paz de La Habana tiene, en el factor tiempo, a su peor enemigo. Más fuerte, incluso, que el rechazo político, social y mediático que generan las más recientes arremetidas y atentados de las fuerzas farianas, contra la infraestructura económica y el medio ambiente. Igualmente, la variable tiempo, resulta ser más definitiva y poderosa, que la ya agotada fórmula de negociar en medio de las hostilidades[1].
Y es así, por cuanto dicha variable atraviesa los dos mundos y sostiene a las dos perspectivas que confluyen en La Habana: de un lado, la perspectiva urbana de los negociadores del Gobierno y del otro lado, la perspectiva rural de los negociadores de las Farc.  51 años de guerra interna, y aún no hemos aprendido que las Farc actúan y viven bajo un tiempo distinto al de la gran mayoría de la sociedad urbanizada, que corre presa del tiempo y de la inmediatez.

A pesar de haber cansancio en los líderes de las Farc por el inexorable envejecimiento de sus cuerpos, sus discursos y acciones siguen siendo “atemporales”, es decir, que están por fuera de cualquier medida de tiempo, en especial de aquella que rige la vida de los citadinos, acostumbrados a correr y a tomar decisiones bajo la presión de alcanzar metas, objetivos y planes concebidos bajo principios de eficiencia, eficacia y efectividad.  Las Farc creen y aplican estos principios, casi de manera exclusiva, en el campo militar, cuando se trata de golpear al enemigo.

Así como para miembros del Gobierno de Santos, la firma del fin del conflicto puede estar de un cacho, para los líderes de las Farc e incluso, para sus combatientes, esa misma paz puede estar a pucho y medio. Esta última es una medida de tiempo propia de un campesino que bien puede demorarse unas horas en terminarse un pucho, o varios días fumando el mismo cigarro. En otras palabras, para el Gobierno, en perspectiva citadina, el fin del conflicto debe producirse, estrictamente, en el tiempo ajustado del periodo presidencial, es decir, antes de 2018. Para las Farc, en perspectiva campesina y de la medida del pucho y medio, las conversaciones bien podrían tomarse el segundo periodo de Santos y comprometer al siguiente Presidente que se elija en 2018.

Ahora, ante el estancamiento que vive el Proceso de Paz y la poca voluntad mostrada por las partes para concretar el punto de víctimas y avanzar en otros temas álgidos, los congresistas Claudia López y Antonio Navarro Wolf, presos del tiempo en perspectiva citadina, proponen que para las elecciones de octubre[2] de 2015, se tenga en cuenta una papeleta con el siguiente texto: “voto para que las negociaciones de paz entre el Gobierno Nacional y las FARC terminen antes del 9 de abril de 2016”. Es decir, los votantes podrán votar SI  o No, para que la “sociedad” que sufraga en Colombia, imponga a los negociadores, la fecha indicada para firmar el fin del conflicto.
La propuesta resulta interesante, pero deviene riesgosa, por cuanto podría convertirse en un plebiscito que bien puede ser aprovechado por el Gobierno de Santos para seguir negociando con relativa legitimidad, o para los detractores del Proceso, para  exigir el fin de los diálogos, estén en el punto que estén. Sin duda, un enorme riesgo que es mejor no correr, porque la opinión pública en Colombia deviene manipulada[3] por el noticiero de televisión RCN, convertido de tiempo atrás, en el courrier de Uribe, del Procurador Ordóñez y de todos aquellos sectores de poder económico, político, social y militar, que no apoyan el Proceso de La Habana.

Además de los riesgos, resultaría políticamente incorrecto que la sociedad colombiana que sufraga, es decir, 11 ó 13 millones de colombianos, le impongan a las Farc y al Gobierno, un plazo perentorio que no solo chocaría con las dos perspectivas de tiempo señaladas líneas arriba, sino que abocaría a los negociadores a correr sobre puntos que necesitan tiempo para discutirse.
Ahora bien, si de lo que se trata es de que la sociedad citadina que sigue con interés los diálogos de paz, le exija a las Farc y a los negociadores de Santos, mayor compromiso y celeridad para firmar el fin del conflicto, entonces, debemos por empezar por rechazar, de manera clara y firme, hechos políticos que claramente comprometen la voluntad de paz del Gobierno y de las Farc. En primer lugar, debemos rechazar y denunciar que la incapacidad de Santos para ordenar a sus Generales, cesar operativos terrestres y fluviales y los bombardeos, está asociada al resquebrajamiento de la unidad de mando que sobre sus hombros recae  en el manejo de las fuerzas armadas.

En segundo lugar, una sociedad en general, y una sociedad civil en particular, verdaderamente comprometidas con la búsqueda del fin del conflicto y de la construcción de escenarios y territorios de paz, no pueden aceptar hechos como la apropiación indebida e irregular de baldíos por parte de grandes empresarios nacionales y extranjeros, y de poderosas familias; estos hechos, sin duda, constituyen una suerte de burla hacia el punto 1 de la Agenda,  sobre el cual ya existe un acuerdo preliminar entre Farc y Gobierno.
Así entonces, no es con plazos perentorios, ni con papeletas con corte plebiscitario, que la sociedad colombiana debe presionar a las partes que dialogan en Cuba. La mejor forma de presionar a las Farc y al Gobierno de Santos, es decirles que cientos de miles de colombianos creemos que lo que se está negociando en La Habana, es una paz económica y no política. Quizás de esa manera, entiendan que cometieron varios errores, a saber: en primer lugar, dialogar en medio de las hostilidades; en segundo lugar, no sentar en la mesa a representantes de militares, banqueros, industriales y de empresarios, que hoy, claramente, se oponen al Proceso de Paz; en tercer lugar, el no haber hecho una eficaz pedagogía de la paz y en cuarto lugar, el no haber incluido en la Agenda, el tema de la propiedad concentrada de los medios de comunicación y el discurso periodístico “conveniente”, con el que debía cubrirse una negociación compleja, fruto de un conflicto armado igualmente complejo, dado que es sistémico y con múltiples aristas.

Por lo anterior, la papeleta de López y Navarro Wolf resulta de una medida de tiempo que choca de manera frontal, con aquella medida con la que las Farc, han enfrentado al Estado y dialogado con varios gobiernos, durante 51 años. Por ello, el fin del conflicto puede estar a pucho y medio, y por el contrario, el fin de la negociación, muchos quieren que esté de un cacho.

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