YO DIGO SÍ A LA PAZ

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miércoles, 15 de julio de 2015

EL ORIGEN DE LA POLARIZACIÓN POLÍTICA

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

El proceso de paz de La Habana es, y será, por mucho tiempo, el hecho político que sirvió para que la polarización política e ideológica que se respira en Colombia, se profundizara aún más. Alrededor de este, se han congregado no solo fuerzas políticas de izquierda, centro y derecha, sino toda suerte de colombianos, bien para apoyar los diálogos y lo que las partes logren acordar, o por el contrario, para desconocer la importancia y la urgente necesidad de ponerle fin al conflicto armado interno.

Aunque la polarización política que hoy se evidencia en el país en torno a la paz y frente a otros asuntos públicos, no la generó el Proceso de Paz en sí mismo, no podemos desconocer que las circunstancias en las que se han desarrollado las negociaciones y la “mala” prensa, han coadyuvado para convulsionar a una siempre cambiante y manipulable opinión pública. Me pregunto: ¿Qué inspira y en qué se soportan los altos niveles de polarización política que vive Colombia desde 2002?

La existencia otoñal de las guerrillas inspira y facilita el enfrentamiento político e ideológico entre los colombianos. Y es así, porque cientos de miles de compatriotas consideran aún, que el único y real problema de Colombia, radica en la presencia de estos grupos armados. Primer error y elemento generador de controversias entre quienes tienen la posibilidad y capacidad de comprender las circunstancias contextuales que legitimaron el levantamiento de esas guerrillas contra el Estado, y aquellos que aún siguen pensando en que el orden establecido, per se, deviene legítimo y “perfecto”. Obviamente que entre estas orillas de pensamiento, hay matices, perspectivas e ideas que hay que reconocer.

De esta manera, la corrupción política, el fallido centralismo bogotano, la debilidad de las instituciones del Estado, el negativo liderazgo de unas élites que jamás supieron guiar a la Nación y ser referentes éticos de orden social y, una baja cultura política, entre otras circunstancias contextuales, se convierten en factores “pasables” y “soportables”, frente a la presencia de las guerrillas y las acciones de guerra, barbaridades y los ecocidios cometidos por estas que, huelga decir, poco o nada han tenido de revolucionarias.

En un segundo momento, aparece el tema de cómo enfrentar el problema de las guerrillas. Y allí entonces, la polarización y las controversias se concentran en dos únicas salidas: por las buenas, o por las malas. Es decir, de un lado aparecen aquellos colombianos que siguen convencidos, a pesar de que los hechos demuestran lo contrario, que la única forma de solucionar “el problema de la guerrilla” es bombardeándolas y dándoles bala. Del otro lado, aparecen aquellos colombianos que creen en que es posible ponerle fin a las hostilidades y al conflicto mismo, a través de la negociación política, la firma de un armisticio y la reintegración de los subversivos a la sociedad que poco o nada hizo para ofrecerles, en especial a los guerrilleros de base, otras opciones de vida.

Lo que vivió Colombia entre 2002 y 2010, claramente coadyuva a la polarización entre guerra y paz, entre buenos y malos, entre ciudadanos de bien y guerrilleros vestidos de civil. Lo que hizo Uribe Vélez en sus ocho años, fue sentar las bases sociales, políticas y culturales, en las que hoy se funda, se sostiene y se reproduce la fuerte, inconveniente y peligrosa polarización política que en torno a la paz, se respira en Colombia.

En ese largo, oscuro e inquietante  periodo de gobierno, Uribe, como jefe de Estado y de Gobierno, dispuso de toda la capacidad operativa, militar y coercitiva no solo para atacar a las guerrillas, sino para perseguir a quienes pensaran distinto y desconocieran los principios y los valores del unanimismo político y los forzosos consensos que logró generar con el concurso de la gran prensa bogotana.

Y allí, a través del ejercicio del poder autocrático, por fuera de las instituciones y de la aplicación de la política de seguridad democrática, logró inocular entre los colombianos la duda, el miedo, la desconfianza y el recelo. Al final, después de ocho años, pensar distinto, creer en la paz, defender los derechos humanos, cuestionar a los gobernantes y la legitimidad del Estado, se convirtió en una forma de violencia y por ese camino, en motivo y factor suficiente para impedir la discusión civilizada de asuntos públicos. 

Puede pensarse que si el proceso de paz de La Habana termina bien, los niveles de polarización política deberán disminuir sustancialmente. Es posible, pero lo dudo. Y lo dudo, porque Uribe Vélez, y su Centro Democrático y el Procurador General de la Nación, Alejandro Ordóñez Maldonado, entre otros, seguirán, desde el Congreso, oponiéndose al Proceso y a las iniciativas legislativas del Gobierno de Santos encaminadas a facilitar la firma del fin del conflicto; y  a partir de octubre de 2015, esos mismos actores, con el concurso de los gobernadores, alcaldes, diputados y concejales que muy seguramente lograrán poner, se opondrán a todas aquellas políticas de carácter nacional, regional y local, que en perspectiva de paz territorial, estén pensadas para construir y consolidar escenarios de posacuerdos y ojalá, de posconflicto.

Es claro, también, que en estos altos niveles de crispación y convulsión de la opinión pública en torno a la búsqueda del fin del conflicto, elementos y factores como la ignorancia de la historia, la terquedad, el unanimismo mediático, la baja cultura política y el miedo a reconocer que el Otro puede tener la razón, han venido jugando un lugar protagónico en la consolidación de la polarización política que hoy se evidencia en el país. Por ese camino, entonces, debemos prepararnos para vivir y convivir en medio de una convulsionada opinión pública y muy seguramente, a reacciones violentas, de aquellos colombianos que parecen temerle a la paz. 

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