Por Germán Ayala Osorio, comunicador social- periodista y politólogo
La conmemoración del Día del Periodista se hace para exaltar la labor
de aquellas y aquellos que fungen como Periodistas. Parece una constatación
obvia, pero no lo es.
La celebración deviene en una suerte de reconocimiento a la mera labor
de informar, desde la lógica noticiosa, articulada esta al funcionamiento de
las empresas mediáticas, en su tradicional forma de cubrir y de informar sobre
hechos previamente elevados -y caprichosamente- al estatus de noticia. Así, el
festejo por el Día del Periodista termina dejando de lado las circunstancias
políticas, empresariales, económicas, sociales y culturales en las que
transcurre el oficio periodístico. Oficio que por supuesto no se agota o se
restringe a la labor de informar desde esa lógica noticiosa que en muchas
ocasiones se torna maliciosa y dañina.
Por ello quizás no sea gratuito que se hable del Día del Periodista y
no del Día del Periodismo. Y esta disquisición quizás pueda servir para
develar, comprender, pero sobre todo para conectar la labor del Periodista, con
las circunstancias en las que hoy sobrevive el Periodismo como oficio, como
expresión de Poder.
Si hablamos de festejar el Día del Periodismo, podríamos decir que hay
muy poco para celebrar. Y es así, porque este oficio deviene en una profunda
crisis de credibilidad y si se quiere, en un
difícil trance en su deontología; crisis de la que son responsables no solo los
periodistas, sino todos aquellos actores y expresiones del Poder, que de
disímiles maneras lo han concebido como un oficio menor, lo que daría vida a la
posibilidad para manipular, constreñir, maniatar y manosear a los Periodistas
que a diario hacen ese tipo de Periodismo.
Como oficio, el Periodismo jamás ha estado ajeno al ejercicio del
Poder. Es más, es en sí mismo una forma de Poder que supera la romántica nomenclatura
del Cuarto Poder. El ocultar que se está anclado a unas formas de Poder “superior”,
hace parte de las prácticas cotidianas de aquellos Periodistas que, afectos a
un régimen de poder, terminan reconstruyendo realidades con el firme propósito
de encubrir lo que la ciencia política u otros saberes, suelen develar con mayor precisión y verosimilitud. Es en estos casos en donde resultan afectadas la credibilidad del
Periodista y del Medio para el cual trabaja, al tiempo que empobrece el
carácter y los alcances de un oficio que no se agota en esa lógica.
Cuando sujetamos o reducimos el Periodismo a la condición de un oficio
que se desarrolla en el contexto de unas empresas mediáticas que fungen más
como expresión del poder económico y político que controla a los Periodistas y
reduce el Periodismo a las lógicas de un lenguaje noticioso que se torna
pernicioso, infecto, banal y profundamente descontextualizante, estamos
minimizando y subvalorando el poder transformador que tienen las formas
narrativas periodísticas que suelen coquetear con la literatura y por esa vía,
promover cambios en quienes las consumen.
De cara a lo que se viene para el país en materia de superación del
conflicto armado interno, tanto al oficio periodístico[1], como al lenguaje
periodístico, les espera un enorme reto para modificar las maneras en las que a
través de estos, hemos construido y concebido el Estado y la Nación y sobre todo,
hemos mal entendido las dinámicas de una guerra fratricida degradada y
prolongada que dejó cientos de miles de víctimas y que por muchas
circunstancias terminó por deshonrar el periodismo y a los periodistas que
cubrieron con disímiles sesgos, los hechos bélicos.
Dice Olga Behar que “el
periodismo tiene una oportunidad inédita de cumplir con su función social: la
de informar, contextualizar y argumentar sobre hechos que pudieron haber sido
noticia en algún tiempo, y que tuvieron un tratamiento sesgado, superficial y
descontextualizado del momento histórico y político que se vivía cuando
ocurrieron. Pero también, y especialmente, sobre aquellos que sucedieron y
fueron ignorados deliberada o accidentalmente por periodistas, medios y actores
de tales hechos”[2].
Eso sí, no podemos esperar mucho de ese periodismo noticioso que se
fabrica en salas de redacción en donde lo que menos se discute es el lenguaje y
el “espíritu” del oficio. Ya sabemos que esas noticias devienen contaminadas
por los intereses, muchas veces mezquinos, de las fuentes oficiales, que son
consultadas por periodistas que exhiben una especial reverencia por quienes
ostentan un cargo público. Cuando la genuflexión es la rutina, allí no solo
muere el reportero y nace un estafeta, sino que
el Periodismo se hace vulgar y pierde así toda su magia y capacidad
transformadora.
La esperanza está puesta en unas nuevas narrativas para un oficio que
necesita reiventarse para no morir atrapado en las lógicas de la producción fordista de noticias. Hay que liberar el
periodismo. Y hacerlo, implica abandonar la relación de dominación y de
sujeción que las fuentes, oficiales y no oficiales, ejercen sobre los Periodistas.
Quizás un buen inicio sería dejar de conmemorar el Día del Periodista,
y pasar a festejar el Día del Periodismo: ese viejo oficio a través del que es
posible soñar mundos posibles, al tiempo que lamentamos las miserias de una
compleja condición humana de la que podemos esperar cualquier cosa.
Adenda: las y los periodistas vedettes le hacen un enorme daño al oficio. Esos mismos periodistas manosean los principios deontológicos del periodismo, en parte como respuesta al manoseo que suelen sufrir por quienes hacen parte de corporaciones u ostentan altos cargos públicos.
Imagen tomada de Clasesdeperiodismo.com
[2] Behar, Olga. Por qué y para qué un periodismo que
narra la memoria del conflicto armado. La responsabilidad de los medios y
periodistas. En: Pistas para narrar La Memoria. Periodismo que reconstruye las
verdades. Konrad Adenauer Stiftung. P. 54.
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