Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Es evidente la apatía de muchos jóvenes universitarios hacia eventos relacionados con la cosa pública, con la política interna y lo que es peor, frente a hechos tan delicados como el referendo reeleccionista. Practican esos jóvenes una especie de ciudadanía de baja intensidad, muy propia de los ciudadanos-clientes que nos va dejando este proceso de globalización económica que todo lo estandariza, lo etiqueta y lo vuelve un asunto de consumo masivo sin mayor discusión.
Sin duda, esos mismos muchachos universitarios ‘consumen’ hechos políticos bien porque de forma consciente o accidental oyen que pasa algo en el ámbito de la política interna. Pero de la misma forma como consumen productos y servicios de esta sociedad del entretenimiento, lo hacen con los hechos políticos. Esto es, se toma el servicio, se consume el producto sin mayor discusión, en una inercia consumista que deja satisfacciones pasajeras. A los más atrevidos les satisface saber que pasa algo, saber que oyeron algo, pero no les interesa entender y comprender el trasfondo de los hechos políticos ya consumidos, pues el solo hecho de saber que deben enfrentarse a horas y horas de lectura, revisando la historia, ya es motivo suficiente para declinar en la tarea de actuar políticamente.
Quizás el mayor enemigo para que exista hoy una opinión pública crítica y capaz de discernir acerca de los riesgos constitucionales y democráticos que encarna el proyecto reeleccionista de Uribe, además de los medios masivos, es esa inercia consumista, hedonista e individualista que reproducen esos jóvenes universitarios a partir de los discursos que van y vienen de la industria del entretenimiento. No quieren problematizar, no quieren ‘rollos’ que los pongan a pensar, que los confronten, que contradigan lo que en casa han escuchado como verdad.
La baja cultura política en Colombia no sólo es un asunto de votos, sino de actitud frente a los asuntos públicos. El colombiano promedio deambula entre las opiniones ligeras alimentadas por un periodismo irresponsable, banalizado e instrumento de la propaganda oficial y un empobrecido sentido de la historia que los acompaña desde los primeros cursos recibidos en colegios y que de alguna manera se repite en sus años de universidad.
Una ciudadanía así, es presa fácil de noticieros que insisten en comercializar la noticia y en hacer entretenidas sus emisiones diarias, buscando con ello generar la menor conciencia posible en unas audiencias preocupadas, cada vez en mayor número, por resolver asuntos primarios, como qué almorzar y cómo hacer para que el salario alcance.
Es esa misma ciudadanía la que se presta para que las empresas demoscópicas, a través de amañados y tendenciosos sondeos y encuestas de opinión, terminen universalizando el interés de unos pocos en perpetuar a Uribe en el poder.
La discusión de ideas es una apuesta propia de pueblos maduros, de comunidades y sociedades conscientes de que en política lo que debe predominar es el diálogo amplio y generoso y no la imposición de proyectos, ideas y conceptos amañados, acordes con las intenciones de aquellos que están convencidos de que los enemigos a vencer son los ciudadanos críticos, formados para el debate y para vivir la política en forma coherente.
Mientras aceptamos sin mayor discusión la dictadura del consumo masivo de mercancías y la dictadura de la noticia comercializada, de lo noticioso, hay que insistir en las aulas para que estos mismos jóvenes entiendan que el momento histórico que estamos viviendo será definitivo para sus vidas y que quizás las despreocupaciones y el desinterés de hoy, serán en unos años sus mayores dolores de cabeza, cuando despierten del letargo glocalizado en el que fueron sumergidos por la gran prensa que hoy los entretiene, o en el que cayeron por la inacción política.
Quizás el preocupante silencio de los jóvenes universitarios no sea más que la respuesta que quieren darle a una parte de la sociedad colombiana, que aunque cansada con el eterno conflicto armado, con la violencia política y con la perenne corrupción política, es y ha sido permisiva con el actuar de una clase política y dirigente tan dañina y perjudicial como las guerrillas de las FARC y el ELN.
Es posible que la evidente apatía de los jóvenes universitarios de hoy represente un grito silencioso contra la incapacidad y la incoherencia de los viejos que, aunque vivieron activos y ejercían una ciudadanía de alta intensidad, se equivocaron a la hora de elegir los líderes que nos llevaron a este feliz mundo de la apariencia y del entretenimiento. El ciudadano-cliente universitario llegó para quedarse.
Es evidente la apatía de muchos jóvenes universitarios hacia eventos relacionados con la cosa pública, con la política interna y lo que es peor, frente a hechos tan delicados como el referendo reeleccionista. Practican esos jóvenes una especie de ciudadanía de baja intensidad, muy propia de los ciudadanos-clientes que nos va dejando este proceso de globalización económica que todo lo estandariza, lo etiqueta y lo vuelve un asunto de consumo masivo sin mayor discusión.
Sin duda, esos mismos muchachos universitarios ‘consumen’ hechos políticos bien porque de forma consciente o accidental oyen que pasa algo en el ámbito de la política interna. Pero de la misma forma como consumen productos y servicios de esta sociedad del entretenimiento, lo hacen con los hechos políticos. Esto es, se toma el servicio, se consume el producto sin mayor discusión, en una inercia consumista que deja satisfacciones pasajeras. A los más atrevidos les satisface saber que pasa algo, saber que oyeron algo, pero no les interesa entender y comprender el trasfondo de los hechos políticos ya consumidos, pues el solo hecho de saber que deben enfrentarse a horas y horas de lectura, revisando la historia, ya es motivo suficiente para declinar en la tarea de actuar políticamente.
Quizás el mayor enemigo para que exista hoy una opinión pública crítica y capaz de discernir acerca de los riesgos constitucionales y democráticos que encarna el proyecto reeleccionista de Uribe, además de los medios masivos, es esa inercia consumista, hedonista e individualista que reproducen esos jóvenes universitarios a partir de los discursos que van y vienen de la industria del entretenimiento. No quieren problematizar, no quieren ‘rollos’ que los pongan a pensar, que los confronten, que contradigan lo que en casa han escuchado como verdad.
La baja cultura política en Colombia no sólo es un asunto de votos, sino de actitud frente a los asuntos públicos. El colombiano promedio deambula entre las opiniones ligeras alimentadas por un periodismo irresponsable, banalizado e instrumento de la propaganda oficial y un empobrecido sentido de la historia que los acompaña desde los primeros cursos recibidos en colegios y que de alguna manera se repite en sus años de universidad.
Una ciudadanía así, es presa fácil de noticieros que insisten en comercializar la noticia y en hacer entretenidas sus emisiones diarias, buscando con ello generar la menor conciencia posible en unas audiencias preocupadas, cada vez en mayor número, por resolver asuntos primarios, como qué almorzar y cómo hacer para que el salario alcance.
Es esa misma ciudadanía la que se presta para que las empresas demoscópicas, a través de amañados y tendenciosos sondeos y encuestas de opinión, terminen universalizando el interés de unos pocos en perpetuar a Uribe en el poder.
La discusión de ideas es una apuesta propia de pueblos maduros, de comunidades y sociedades conscientes de que en política lo que debe predominar es el diálogo amplio y generoso y no la imposición de proyectos, ideas y conceptos amañados, acordes con las intenciones de aquellos que están convencidos de que los enemigos a vencer son los ciudadanos críticos, formados para el debate y para vivir la política en forma coherente.
Mientras aceptamos sin mayor discusión la dictadura del consumo masivo de mercancías y la dictadura de la noticia comercializada, de lo noticioso, hay que insistir en las aulas para que estos mismos jóvenes entiendan que el momento histórico que estamos viviendo será definitivo para sus vidas y que quizás las despreocupaciones y el desinterés de hoy, serán en unos años sus mayores dolores de cabeza, cuando despierten del letargo glocalizado en el que fueron sumergidos por la gran prensa que hoy los entretiene, o en el que cayeron por la inacción política.
Quizás el preocupante silencio de los jóvenes universitarios no sea más que la respuesta que quieren darle a una parte de la sociedad colombiana, que aunque cansada con el eterno conflicto armado, con la violencia política y con la perenne corrupción política, es y ha sido permisiva con el actuar de una clase política y dirigente tan dañina y perjudicial como las guerrillas de las FARC y el ELN.
Es posible que la evidente apatía de los jóvenes universitarios de hoy represente un grito silencioso contra la incapacidad y la incoherencia de los viejos que, aunque vivieron activos y ejercían una ciudadanía de alta intensidad, se equivocaron a la hora de elegir los líderes que nos llevaron a este feliz mundo de la apariencia y del entretenimiento. El ciudadano-cliente universitario llegó para quedarse.
3 comentarios:
Excelente articulo. Muy bien escrito, claro y perspicaz.
GUIDO
Gracias Germán… cómo vivimos esto los docentes en el día a día!!!… Sin embargo, podríamos hacer preguntas como: ¿Qué tanto le seguimos el juego desde el aula, reproduciendo conocimientos poco contextualizados y desligados de la realidad? ("No, si yo esa clase la tengo preparada hace 2 años… eso rueda solo…") ¿Hasta dónde somos coautores de este facilismo consumidor? ¿Hasta dónde esto puede ser explicable por tendencias del estudiante-cliente, al que no podemos exigir o criticar más allá de un límite cada vez más cercano por miedo a que vaya a pensar que "él no tiene la razón´"? ¿Hasta dónde esta lógica del mercado y consumo permea los procesos de formación?
Abrazos…
Tere
Cordial saludo,
Me gustaría mucho una reflexión alrededor de la connotación política para los gobiernos de Uribe y Chávez, frente al posible Nobel de Paz para Piedad Córdoba.
Gracias por la atención.
Ana
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