Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
“Siga la cobertura en vivo de la boda real; todos los detalles de la boda entre el Príncipe y la plebeya”, fueron algunas de las frases con las cuales varios medios masivos e incluso, portales de Internet, vendieron a sus audiencias, con días de anticipación, un hecho noticioso cuyas características no sólo son discutibles desde lo periodístico, sino desde otros ámbitos.
Por la acción mediática, medios nacionales e internacionales insisten en legitimar un fenómeno social, económico, cultural y político con el que la sociedad inglesa y sus instituciones políticas exponen con orgullo su anclaje en el pasado, esto es, el carácter premoderno de un sistema monárquico caduco, pero sostenido culturalmente gracias a la acción mediática interna y externa, así como a la reproducción social endógena de ese llamativo símbolo de poder y de dominación, gracias a la debilidad y a la obediencia ciega de ciudadanos que extrañan ser súbditos y siervos de una realeza holgazán y ociosa.
La reproducción social de un imaginario en torno a la existencia de reyes y reinas, de príncipes y princesas, vasallos, condes y condesas y por supuesto, plebeyos y plebeyas, se logra gracias a unos medios masivos y a una industria cultural mundial al servicio no sólo del capital que se mueve detrás de la compra de derechos de transmisión de un hecho noticioso de esa naturaleza, sino al sostenimiento de un antiguo imaginario, hecho sueño para muchos, en el que un Príncipe, en este caso Guillermo, acepta por esposa a Kate Middleton, una mujer innoble, no hidalga. El sueño de millones de mujeres y niñas en el mundo se hace realidad en el cuerpo de una tercera y de una extraña, que hace un más atractivo el hecho televisivo y por supuesto, el fenómeno cultural que hay detrás.
Podría discutirse, periodísticamente, la cercanía que el hecho noticioso tiene con la sociedad colombiana. Ni geográfica ni culturalmente existen factores que hagan cercano dicho acontecimiento con el devenir de los colombianos. Pero ello poco importa, porque aparecen otros factores que hacen posible y justificada la intervención mediática: el primero, la búsqueda de ganancias económicas con la transmisión, previa inversión hecha con la compra de los derechos a la familia real o al agente dispuesto para este tipo de transacciones millonarias.
El segundo, la intención política de ocultar hechos internos trascendentales o de restarles importancia a otros, como las medidas tomadas por la Corte Suprema de Justicia y la Fiscalía, alrededor de actos delictuosos que comprometen, por ejemplo, a colaboradores muy cercanos al ex presidente Uribe Vélez.
El tercero, insistir en un imaginario colectivo e individual fútil, que sólo sirve para reproducir viejos esquemas y sistemas de dominación caducos, aprovechados muy bien por la industria turística mundial y por quienes se empecinan en reproducir, en niños y niñas, figuras que sólo sirven para ocultar prácticas y acciones humanas perversas de quienes fungen como reyes y príncipes.
Y el cuarto, entretener, a quienes golpeados por sus propias condiciones de vida, se refugian en este tipo de películas, de imágenes, que pueden hasta servir como terapias para superar problemas y minimizar y ocultar efectos de viejos traumas y desdichas.
Al final, queda claro que los hechos noticiables y noticiosos se soportan no sólo en los discutibles criterios de noticiabilidad con los cuales las empresas mediáticas elevan al estatus de noticia, sino en la visión de negocios de directores y empresarios que saben muy bien cómo explotar el poder de penetración de los medios electrónicos, en especial el de la televisión, poniendo al servicio del gran capital nacional y transnacional un hecho que debería sólo ser noticioso para los sectores frívolos, farandulero y vacuos de la sociedad inglesa. De igual manera, medios y la industria cultural se sirven de culturas y de prácticas culturales que parecen erigirse como verdaderas taras difíciles de superar, pero fáciles de reproducir.
Además, a lo anterior se suma el ambiguo discurso de los ingleses – y que el exponen otras monarquías- con el que por un lado se promociona - y se exige a otros- el respeto de los derechos humanos, así como la defensa de la igualdad de género y en general, la búsqueda de sociedades y esquemas de gobiernos modernos, y por el otro, insiste, ese mismo discurso, en una tradición que justamente reproduce prácticas culturales de dominación no sólo de la mujer, sino de referentes étnicos y culturales endógenos y exógenos.
Paradójico que ante una costosa boda, y mientras se convertían en marido y mujer, millones de seres humanos bostezaban con rabia porque el hambre los abraza con desmedida fuerza, y otros, sufren los horrores de la guerra y el sufrimiento, por la acción política y militar de esa misma monarquía.
Que hoy aún se reproduzcan los viejos cuentos de los hermanos Grimm es una cosa, pero otra es que algunos de ellos se tornen reales y se nos sigan transmitiendo en vivo y en directo. Por ello, en lugar de gritar larga vida al rey, deberíamos gritar corta vida a una vetusta y fútil monarquía.
“Siga la cobertura en vivo de la boda real; todos los detalles de la boda entre el Príncipe y la plebeya”, fueron algunas de las frases con las cuales varios medios masivos e incluso, portales de Internet, vendieron a sus audiencias, con días de anticipación, un hecho noticioso cuyas características no sólo son discutibles desde lo periodístico, sino desde otros ámbitos.
Por la acción mediática, medios nacionales e internacionales insisten en legitimar un fenómeno social, económico, cultural y político con el que la sociedad inglesa y sus instituciones políticas exponen con orgullo su anclaje en el pasado, esto es, el carácter premoderno de un sistema monárquico caduco, pero sostenido culturalmente gracias a la acción mediática interna y externa, así como a la reproducción social endógena de ese llamativo símbolo de poder y de dominación, gracias a la debilidad y a la obediencia ciega de ciudadanos que extrañan ser súbditos y siervos de una realeza holgazán y ociosa.
La reproducción social de un imaginario en torno a la existencia de reyes y reinas, de príncipes y princesas, vasallos, condes y condesas y por supuesto, plebeyos y plebeyas, se logra gracias a unos medios masivos y a una industria cultural mundial al servicio no sólo del capital que se mueve detrás de la compra de derechos de transmisión de un hecho noticioso de esa naturaleza, sino al sostenimiento de un antiguo imaginario, hecho sueño para muchos, en el que un Príncipe, en este caso Guillermo, acepta por esposa a Kate Middleton, una mujer innoble, no hidalga. El sueño de millones de mujeres y niñas en el mundo se hace realidad en el cuerpo de una tercera y de una extraña, que hace un más atractivo el hecho televisivo y por supuesto, el fenómeno cultural que hay detrás.
Podría discutirse, periodísticamente, la cercanía que el hecho noticioso tiene con la sociedad colombiana. Ni geográfica ni culturalmente existen factores que hagan cercano dicho acontecimiento con el devenir de los colombianos. Pero ello poco importa, porque aparecen otros factores que hacen posible y justificada la intervención mediática: el primero, la búsqueda de ganancias económicas con la transmisión, previa inversión hecha con la compra de los derechos a la familia real o al agente dispuesto para este tipo de transacciones millonarias.
El segundo, la intención política de ocultar hechos internos trascendentales o de restarles importancia a otros, como las medidas tomadas por la Corte Suprema de Justicia y la Fiscalía, alrededor de actos delictuosos que comprometen, por ejemplo, a colaboradores muy cercanos al ex presidente Uribe Vélez.
El tercero, insistir en un imaginario colectivo e individual fútil, que sólo sirve para reproducir viejos esquemas y sistemas de dominación caducos, aprovechados muy bien por la industria turística mundial y por quienes se empecinan en reproducir, en niños y niñas, figuras que sólo sirven para ocultar prácticas y acciones humanas perversas de quienes fungen como reyes y príncipes.
Y el cuarto, entretener, a quienes golpeados por sus propias condiciones de vida, se refugian en este tipo de películas, de imágenes, que pueden hasta servir como terapias para superar problemas y minimizar y ocultar efectos de viejos traumas y desdichas.
Al final, queda claro que los hechos noticiables y noticiosos se soportan no sólo en los discutibles criterios de noticiabilidad con los cuales las empresas mediáticas elevan al estatus de noticia, sino en la visión de negocios de directores y empresarios que saben muy bien cómo explotar el poder de penetración de los medios electrónicos, en especial el de la televisión, poniendo al servicio del gran capital nacional y transnacional un hecho que debería sólo ser noticioso para los sectores frívolos, farandulero y vacuos de la sociedad inglesa. De igual manera, medios y la industria cultural se sirven de culturas y de prácticas culturales que parecen erigirse como verdaderas taras difíciles de superar, pero fáciles de reproducir.
Además, a lo anterior se suma el ambiguo discurso de los ingleses – y que el exponen otras monarquías- con el que por un lado se promociona - y se exige a otros- el respeto de los derechos humanos, así como la defensa de la igualdad de género y en general, la búsqueda de sociedades y esquemas de gobiernos modernos, y por el otro, insiste, ese mismo discurso, en una tradición que justamente reproduce prácticas culturales de dominación no sólo de la mujer, sino de referentes étnicos y culturales endógenos y exógenos.
Paradójico que ante una costosa boda, y mientras se convertían en marido y mujer, millones de seres humanos bostezaban con rabia porque el hambre los abraza con desmedida fuerza, y otros, sufren los horrores de la guerra y el sufrimiento, por la acción política y militar de esa misma monarquía.
Que hoy aún se reproduzcan los viejos cuentos de los hermanos Grimm es una cosa, pero otra es que algunos de ellos se tornen reales y se nos sigan transmitiendo en vivo y en directo. Por ello, en lugar de gritar larga vida al rey, deberíamos gritar corta vida a una vetusta y fútil monarquía.
2 comentarios:
Estoy De acuerdo ¡ HERMANAZO BOLIVARIANO ¡
Henry J.
Excelente.
Salvo el capricho o fijación tuya de meter en todo el nombre de Uribe.
Saludos,
GG
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