Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Acaba el Consejo de Estado de condenar a la nación por las fallas en el servicio, que finalmente facilitaron la toma sangrienta de las Farc a la base de Las Delicias, en Putumayo, con un saldo sangriento ya conocido por la opinión pública. Si bien se trata de hechos ocurridos en 1996, el fallo de la corporación será definitivo para evaluar, en adelante, la estrategia y la planeación de las fuerzas militares, dispuestas para enfrentar a las guerrillas colombianas.
Los altos mandos militares son responsables de la vida de los hombres bajo su mando, y con fallos como el proferido por el Consejo de Estado, dichos funcionarios públicos deberán dedicarse con juicio a planear acciones militares que minimicen los errores y que eviten la muerte, la desaparición (secuestro) o la invalidez de soldados, suboficiales y oficiales.
En lugar de ver la sentencia del Consejo de Estado como un hecho negativo para la moral y para la autonomía operativa de la tropa, los militares activos - y los retirados, también- deben asumirla como una oportunidad para revisar los protocolos y las estrategias aplicables para una guerra irregular como la que se vive desde 1964, así como las condiciones físicas y psicológicas de los hombres dispuestos para enfrentar a los grupos insurgentes. ¿Están ellos dispuestos a mantener la concentración en los movimientos del enemigo? ¿Realmente han dimensionado la responsabilidad que tienen frente al país cuando decidieron enlistarse? ¿Se quiere ganar la guerra, hay convencimiento de poderlo hacer? Son preguntas que bien podrían hacerse y responderse públicamente.
Bien valdría la pena que la cúpula militar examinara si realmente las fuerzas contrainsurgentes son capaces de doblegar al enemigo en el mediano plazo, o si mantener las dinámicas del conflicto armado interno se debe, en gran parte, a la incapacidad de las fuerzas militares o, por el contrario, al interés de un sector de ellas, en mantener la existencia del enemigo, lo que les asegura poder de presión sobre el Ejecutivo y sobre la sociedad, así como el manejo de cuantiosos recursos económicos, con los menores controles fiscales posibles, tal y como sucede hoy día. Muy seguramente debe haber grandes irregularidades en la contratación de empresas fabricantes de pertrechos (uniformes y material de guerra) y sobre la misma importación de alimentos, entre otros asuntos. Y de ello, estoy seguro, poco saben los organismos de control. Cómo no pensarlo si por la inacción de la Procuraduría y la Contraloría en la EPS Saludcoop sus directivas hicieron lo que quisieron con cuantiosos recursos de la salud.
Como toda organización, las fuerzas militares deben someterse a principios de eficiencia, efectividad y eficacia. Y si por condiciones naturales, se llegase a la conclusión de que no existe la suficiente capacidad para doblegar al enemigo, entonces, con entereza, la cúpula militar debería informar al Presidente Santos o quien esté en el poder en el momento del autoexamen, para que disponga todo para avanzar en un proceso de paz con las fuerzas subversivas.
Continuar jugando a la guerra, sin la preparación y los recursos para ganarla, pero sobre todo, sin el real convencimiento de poderlo lograr, es una actitud indolente de quienes tienen la responsabilidad de dirigir las operaciones contra insurgentes.
Si llegase el caso de que el comandante de las fuerzas militares le hablare con sinceridad y con responsabilidad política, social y económica al Presidente, en la perspectiva de reconocer que no es posible doblegar al enemigo, lo mejor que puede hacer quien en su momento sea el máximo responsable el orden público en el territorio nacional, es abrir el diálogo con los grupos al margen de la ley, para su reincorporación a la sociedad, bajo la perspectiva de modificar sustancialmente el modelo de Estado, la democracia y aquellas circunstancias sobre las cuales hubo consenso entre el Gobierno de Pastrana y las Farc, recogidas en los 12 puntos de la Agenda para Colombia.
La sostenibilidad de las fuerzas militares no es un asunto menor, por el contrario y gracias a fallos como el proferido por el Consejo de Estado en el que ordena una millonaria indemnización a los familiares de tres soldados, lo que se requiere es actuar con pragmatismo y responsabilidad ante un Estado precario que gasta millones de pesos diarios en operaciones de guerra, con resultados relativamente positivos en la medida en que el enemigo, desde 1964, sigue aún vivo y con capacidad militar para hacer daños tanto a las fuerzas estatales, como a la población civil. El camino de la paz siempre será menos doloroso y quizás, menos costoso económicamente.
El costoso error cometido por los entonces comandantes del ejército en el manejo de la seguridad de la Base de Las Delicias, hacen pensar en lo conveniente que es pensar en un diálogo sincero y serio entre el Estado y las guerrillas. Errores como estos, nos llevarán, tarde o temprano, a pensar en una salida negociada al conflicto armado interno.
Acaba el Consejo de Estado de condenar a la nación por las fallas en el servicio, que finalmente facilitaron la toma sangrienta de las Farc a la base de Las Delicias, en Putumayo, con un saldo sangriento ya conocido por la opinión pública. Si bien se trata de hechos ocurridos en 1996, el fallo de la corporación será definitivo para evaluar, en adelante, la estrategia y la planeación de las fuerzas militares, dispuestas para enfrentar a las guerrillas colombianas.
Los altos mandos militares son responsables de la vida de los hombres bajo su mando, y con fallos como el proferido por el Consejo de Estado, dichos funcionarios públicos deberán dedicarse con juicio a planear acciones militares que minimicen los errores y que eviten la muerte, la desaparición (secuestro) o la invalidez de soldados, suboficiales y oficiales.
En lugar de ver la sentencia del Consejo de Estado como un hecho negativo para la moral y para la autonomía operativa de la tropa, los militares activos - y los retirados, también- deben asumirla como una oportunidad para revisar los protocolos y las estrategias aplicables para una guerra irregular como la que se vive desde 1964, así como las condiciones físicas y psicológicas de los hombres dispuestos para enfrentar a los grupos insurgentes. ¿Están ellos dispuestos a mantener la concentración en los movimientos del enemigo? ¿Realmente han dimensionado la responsabilidad que tienen frente al país cuando decidieron enlistarse? ¿Se quiere ganar la guerra, hay convencimiento de poderlo hacer? Son preguntas que bien podrían hacerse y responderse públicamente.
Bien valdría la pena que la cúpula militar examinara si realmente las fuerzas contrainsurgentes son capaces de doblegar al enemigo en el mediano plazo, o si mantener las dinámicas del conflicto armado interno se debe, en gran parte, a la incapacidad de las fuerzas militares o, por el contrario, al interés de un sector de ellas, en mantener la existencia del enemigo, lo que les asegura poder de presión sobre el Ejecutivo y sobre la sociedad, así como el manejo de cuantiosos recursos económicos, con los menores controles fiscales posibles, tal y como sucede hoy día. Muy seguramente debe haber grandes irregularidades en la contratación de empresas fabricantes de pertrechos (uniformes y material de guerra) y sobre la misma importación de alimentos, entre otros asuntos. Y de ello, estoy seguro, poco saben los organismos de control. Cómo no pensarlo si por la inacción de la Procuraduría y la Contraloría en la EPS Saludcoop sus directivas hicieron lo que quisieron con cuantiosos recursos de la salud.
Como toda organización, las fuerzas militares deben someterse a principios de eficiencia, efectividad y eficacia. Y si por condiciones naturales, se llegase a la conclusión de que no existe la suficiente capacidad para doblegar al enemigo, entonces, con entereza, la cúpula militar debería informar al Presidente Santos o quien esté en el poder en el momento del autoexamen, para que disponga todo para avanzar en un proceso de paz con las fuerzas subversivas.
Continuar jugando a la guerra, sin la preparación y los recursos para ganarla, pero sobre todo, sin el real convencimiento de poderlo lograr, es una actitud indolente de quienes tienen la responsabilidad de dirigir las operaciones contra insurgentes.
Si llegase el caso de que el comandante de las fuerzas militares le hablare con sinceridad y con responsabilidad política, social y económica al Presidente, en la perspectiva de reconocer que no es posible doblegar al enemigo, lo mejor que puede hacer quien en su momento sea el máximo responsable el orden público en el territorio nacional, es abrir el diálogo con los grupos al margen de la ley, para su reincorporación a la sociedad, bajo la perspectiva de modificar sustancialmente el modelo de Estado, la democracia y aquellas circunstancias sobre las cuales hubo consenso entre el Gobierno de Pastrana y las Farc, recogidas en los 12 puntos de la Agenda para Colombia.
La sostenibilidad de las fuerzas militares no es un asunto menor, por el contrario y gracias a fallos como el proferido por el Consejo de Estado en el que ordena una millonaria indemnización a los familiares de tres soldados, lo que se requiere es actuar con pragmatismo y responsabilidad ante un Estado precario que gasta millones de pesos diarios en operaciones de guerra, con resultados relativamente positivos en la medida en que el enemigo, desde 1964, sigue aún vivo y con capacidad militar para hacer daños tanto a las fuerzas estatales, como a la población civil. El camino de la paz siempre será menos doloroso y quizás, menos costoso económicamente.
El costoso error cometido por los entonces comandantes del ejército en el manejo de la seguridad de la Base de Las Delicias, hacen pensar en lo conveniente que es pensar en un diálogo sincero y serio entre el Estado y las guerrillas. Errores como estos, nos llevarán, tarde o temprano, a pensar en una salida negociada al conflicto armado interno.
Nota: esta columna fue publicada en el portal de la Acin, www.nasaacin.org, http://nasaacin.org/documentos-nasaacin/2156-errores-que-deberian-conducir-a-un-dialogo-de-paz
2 comentarios:
y yo que pensé que los delirantes eran los politizados y sesgados miembros del Consejo de Estado…pero vos estás peor.
¿Acaso crees que los militares están jugando a la Guerra?, tú estás jugando a creer que así lo hacen.
Las FFAA de Colombia han evolucionado de una manera que ni tan siquiera podrías imaginar, infiero que te quedaste con la imagen resultante de tus vivencias como 4 Contingente del año 1983 en el BASER 2.
Estamos (y me incluyo como Oficial de Reserva involucrado en un gran proyecto de Acción Integral) ganando la guerra y la vamos a ganar, no te quepa la menor duda y lo que es mejor, teniendo como centro de gravedad los protocolos de los DDHH, DIH y DICA. ¡Como siempre se ha hecho!
Las Altas Cortes nunca podrán entender en que país es que viven, ni que tipo de variables y/o circunstancias debe enfrentar la Fuerza Pública, es muy fácil establecer y socializar fallos desde oficinas climatizadas, con decenas de escoltas, incontables actos sociales día a día que a duras penas permiten trabajar en lo fundamental, horarios cómodos y flexibles, cero veedurías y con sueldos -a veces superiores- a los $ 40´000.000,oo más auxilios y prebendas.
Te sugiero como libre pensador que ¡no tragues semejante bocado tan entero!
Mario Germán
Hola Uribito.
¡Buen día!
En horabuena ese fallo. En realidad la sentencia constituye un muy serio llamado de atención a la institucionalidad, para que tome la vida en serio. No porque unos muchachos consideren que la vida militar es la mejor opción, hay que mandarlos como carne de cañón frente al irregular conflicto colombiano. Claro que puede afectar la moral de la dirigencia militar, no de la tropa, pues es un cuestionamiento a ellos, quienes desde el Club Militar, entre trago y trago, "planean" las respuestas al irregular contradictor militar.
Colombia está enferma y, como tal, requiere de medidas fuertes para sanar, así estas decisiones venga de quienes no deberían tomarlas: la judicatura.
El problema es que cuando los políticos no asumen sus responsabilidad con altura, corresponde a alguien ocupar el vacío y, desde hace rato, quienes han llenado tal espacio son los jueces. ¡Un aplauso por ello!
Luis F.
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